Como Víctor Hugues ha sido casi ignorado por la historia de la
Revolución Francesa —harto atareada en describir los acontecimientos ocurridos
en Europa, desde los días de la Convención hasta el 18 Brumario, para desviar
la mirada hacia el remoto ámbito del Caribe—, el autor de este libro cree útil
hacer algunas aclaraciones acerca de la historicidad del personaje.
Se sabe que Víctor Hugues era marsellés, hijo de un panadero —y
hasta hay motivos para creer que tuviese alguna lejana ascendencia negra, aunque
esto no sería fácil de demostrar. Atraído por un mar que es —en Marsella,
precisamente— una eterna invitación a la aventura desde los tiempos de Piteas y
de los patrones fenicios, embarco hacia América, en calidad de grumete,
realizando varios viajes al Mar Caribe. Ascendido
a piloto de naves comerciales, anduvo por las Antillas, observando, husmeando,
aprendiendo, acabando por dejar las navegaciones para abrir en Port-au-Prince
un gran almacén —comptoir— de
mercancías diversas, adquiridas, reunidas, mercadas por vías de compraventa, trueque,
contrabandos, cambios de sederías por café,
de vainilla por perlas, como aún existen muchos en los puertos de ese mundo
tornasolado y rutilante. Su verdadera entrada en la Historia data de la noche
en que aquel establecimiento fue incendiado por los revolucionarios haitianos.
A partir de ese momento, podemos seguir su trayectoria paso a paso, tal como se
narra en este libro. Los capítulos consagrados a la reconquista de la Guadalupe
se guían por un esquema cronológico preciso. Cuanto se dice acerca de su guerra
librada a los Estados Unidos —la que llamaron los yanquis de entonces «Guerra de Brigantes»—, así como a la acción de los corsarios, con sus
nombres y los nombres de sus barcos, está basado en documentos reunidos por el
autor en la Guadalupe y en bibliotecas de la Barbados, así como en cortas pero
instructivas referencias halladas en obras de autores latinoamericanos que, de
paso, mencionaron a Víctor Hugues.
En cuanto a la acción de Víctor Hugues en la Guayana Francesa, hay
abundante material informativo en las «memorias» de la deportación. Después de
la época en que termina la acción de esta novela, Víctor Hugues fue sometido en
París a un consejo de guerra, por haber entregado la colonia a Holanda, después
de una capitulación que era, en verdad, inevitable. Absuelto con honor, Víctor Hugues volvió a
moverse en el ámbito político. Sabemos que tuvo relaciones con Fouché. Sabemos también que estaba en París, todavía,
a la hora del desplome del imperio napoleónico.
Pero aquí se pierden sus huellas. Algunos historiadores —de los
muy pocos que se hayan ocupado de él accidentalmente, fuera de Pierre Vitoux
que le consagro, hace más de veinte años, un estudio aún inédito— nos dicen que murió
cerca de Burdeos, donde «poseía unas tierras» (?), en el año 1820. La Bibliografía
Universal de Didot lleva esa muerte al año 1822. Pero en la Guadalupe, donde el
recuerdo de Víctor Hugues está muy presente, se asegura que, después de la
caída del Imperio, regresó a la Guayana, volviendo a tomar posesión de sus
propiedades. Parece —según los investigadores de la Guadalupe— que murió
lentamente, dolorosamente, de una enfermedad que pudo ser la lepra, pero que, por mejores indicios, debió ser más bien una
afección cancerosa. 1
¿Cuál fue, en realidad, el fin de Víctor Hugues? Aún lo ignoramos,
del mismo modo que muy poco sabemos acerca de su nacimiento. Pero es indudable
que su acción hipostática —firme, sincera,
heroica, en su primera fase; desalentada, contradictoria,
logrera y hasta cínica, en la segunda— nos ofrece la imagen de un personaje
extraordinario que establece, en su propio comportamiento, una dramática dicotomía.
De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese
ignorado personaje histórico en una novela que abarcara, a la vez, todo el ámbito
del Caribe.
Alejo Carpentier
1 Nota del autor:
Estaban publicadas ya estás páginas al final de la primera edición que de este
libro se hizo en México, cuando, hallándome en París, tuve oportunidad de
conocer a un descendiente directo de Víctor Hugues, poseedor de importantes
documentos familiares acerca del personaje. Por el supe que la tumba de Víctor
Hugues se encuentra en un lugar situado a alguna distancia de Cayena. Pero con
esto encontré, en uno de los documentos examinados, una asombrosa revelación:
Víctor Hugues fue amado fielmente, durante años, por una hermosa cubana que,
por más asombrosa realidad, se llamaba Sofia.
Postfacio de El Siglo de las Luces
Seix Barral, Barcelona 2001
pág.409-411
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