11/10/2025

el llibre d'octubre, fragment

 



    "Las últimas elecciones que recuerdo bajo el socialismo fueron en 1987. Yo misma escribí el poema que iba a leer, porque pensé que, como era demasiado joven para votar, aquel poema podía ser considerado mi bala. Pero después comencé a dudar de que el tipo de misil que yo había ideado pudiese considerarse lo suficientemente potente como para destruir a nuestros enemigos. Mi abuela me tranquilizó en cuanto a la calidad del poema, pero mis padres intentaron apaciguar mis expectativas diciéndome que no sabían si habría tiempo para recitarlo. Que dependía de la cola.

    Todavía era de noche cuando salimos de casa. Yo estaba nerviosa y apretaba con fuerza la mano derecha de mi padre, que estaba húmeda de sudor, igual que la mía. Hicimos cola delante del colegio electoral y, cuando se abrieron las puertas y llegó nuestro turno, recibimos una hoja blanca con una lista de nombres mecanografiados del Frente Democrático, la única organización que podía presentar candidatos. Mi padre marcó la hoja sin siquiera mirarla, la dobló dos veces y la introdujo en la urna roja. Tenía la vista clavada en el miembro de la mesa que en aquel momento ya estaba preparando otra hoja para entregarle a mi madre, que era la siguiente en la cola. Mi padre lo saludó con una inclinación de cabeza y el hombre de la mesa le respondió alzando el puño. Yo también levanté el puño, como hacía siempre que veía cualquier puño en alto.

    No recuerdo haber leído mi poema. Puede que cambiase de idea respecto a su calidad en el último minuto o que mis padres actuaran con astucia para sacarme de allí sin tener que humillarse aún más.

    Pero cuando llegó el día de las elecciones libres y limpias fue todo diferente. No tuvimos que levantarnos temprano. No había colas. A nadie le importaba si votábamos o no. Teníamos el día entero para votar y, si no nos apetecía, podíamos optar por no hacerlo. Todo el mundo remoloneó en la cama, como si todavía estuvieran decidiendo si merecía la pena interrumpir el sueño para acudir a las urnas y, en tal caso, a quién votar.

    El día anterior todos habían preparado la ropa que se iban a poner. Mi abuela, a la que solo había visto vestir de negro porque estaba de luto por la muerte de mi abuelo, sacó del baúl de madera una blusa de lunares blancos. Las últimas elecciones para las que se había vestido de punta en blanco fueron las de 1946. Me dijo que en aquella ocasión incluso se había puesto sombrero y un collar de perlas. Bromeó diciendo que probablemente el sombrero seguiría guardado en un armario del Estudio Nacional de Cine, donde había ido a parar la mayor parte de la ropa confiscada a las familias burguesas.

    Mis padres dudaron si ir a votar temprano o esperar. Nadie podía predecir cómo acabarían aquellas elecciones. Todo el tiempo salían a relucir las de 1946, unas elecciones que no habían terminado bien. Poco después, mis dos abuelos fueron detenidos y el resto de la familia, deportada. ¿Se repetiría la historia?

    —Entonces el mundo era diferente —señaló mi padre—. En 1946 los soviéticos habían ganado la guerra. Ahora la han perdido.

    —Los soviéticos, sí —le contestó mi madre visiblemente irritada —. El año pasado por estas fechas los soviéticos estaban acabados. ¿Y dónde estabais vosotros?, —preguntó. La pregunta era retórica, porque a continuación cambió el tono de voz para asestar el golpe final—: Preparando el desfile del Primero de Mayo.

    Mi padre negó con la cabeza con una convicción inesperada.

—Enver está acabado. El Partido está acabado —insistió—. No hay vuelta atrás.

    Unas semanas antes habían derribado la estatua de Enver Hoxha que estaba en la plaza principal de la capital. Los estudiantes habían hecho una huelga de hambre para exigir que se cambiase el nombre de la universidad, que todavía se llamaba Enver Hoxha. Mientras los funcionarios del Partido dudaban sobre la mejor manera de actuar ante aquella exigencia y planteaban un referéndum entre todos los estudiantes, los conflictos siguieron aumentando.

    Pero el Partido no estaba acabado. El Partido pronto se convertiría en un partido. Uno de muchos. Se llamaría el Partido Socialista de Albania y disputaría los escaños en el parlamento con otros grupos, cada uno de ellos tendría sus propios candidatos, periódicos, programas y su propia lista de nombres. Algunos de esos nombres eran de gente que había sido miembro del Partido, pero que había cambiado de bando. Otros se mantuvieron leales. El hecho de que el Partido pudiera romperse y multiplicarse de ese modo, que pudiera considerarse al mismo tiempo el remedio y la enfermedad, la raíz de todos los males y la fuente de toda esperanza, le dio una cualidad mítica que durante los años siguientes sería considerada la causa de todas las desgracias, un oscuro maleficio destinado a hacer que la libertad pareciera una tiranía y que lo necesario se viera como una opción. Liberarse de esa omnipresencia fue como descubrir de repente que habías estado llevando una mordaza de la que no eras consciente. El Partido se había ido, pero todavía seguía allí. El Partido estaba por encima de nosotros, pero también lo llevábamos muy dentro. Cada persona y cada cosa provenían de él. Su voz había cambiado, había adquirido un tono diferente y hablaba otro idioma. Pero ¿cuál era el color de su alma? ¿Se había convertido en lo que siempre debió ser? Solo la historia lo diría, pero en aquel momento la historia estaba por escribirse. Lo único que teníamos eran unas nuevas elecciones.

    —Votar es un deber —dijo Nini la noche anterior a que se abrieran los colegios electorales—. Si no votamos, dejamos que otra gente decida por nosotros. Acaba siendo lo mismo que antes, lo mismo que meter en la urna una lista única de candidatos sin ni siquiera leerla.

    Más adelante, la mañana de las elecciones, pensé en sus palabras. ¿Por qué mis padres dudaban en votar? ¿Por qué no salían a la calle a disfrutar de la libertad que tanto habían deseado? Los bostezos fingidos, aquella escenificación de quedarse en la cama y la simulada indecisión te hacían pensar que lo que habían querido todos esos años no era que sucedieran cosas concretas, sino que siguieran existiendo posibilidades abstractas. Llegado el momento en que había algo específico al alcance de la mano, mi familia tenía miedo de perder el control de la situación. En lugar de ejercer la libertad de elección que supuestamente les brindaba aquel sufragio intentaban mantener una alternativa a salvo de toda contaminación. Quizá querían evitar comprometerse con una política o con un individuo en concreto que pudiera acabar decepcionándolos. O quizá les preocupaba que se obtuvieran los mismos resultados gracias a la colaboración de millones de votantes que tenían motivos y principios distintos, y sus esperanzas se vieran convertidas en una mera ilusión.”

Libre
Lea Ypi
traducción de Cecilia Ceriani
Anagrama, 2023
Páginas: 158-161

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