antics magatzems d'Alcântara, convertits avui en zona d'oci |
Alcântara és un barri de la ciutat de Lisboa. El
seu nom deriva del mot àrab “pont”, i es refereix a un antic pont romà que existir
allà fins al regnat de Joan V. El barri
està situat a la cantonada sud-oest de Lisboa , al llarg del marge nord del riu
Tajo.
Durant l'era romana es deia Horta Navia (Nabia era
una deessa dels rius i l'aigua ) . L'àrea va ser notable per un pont romà , que
creuava el barranc Alcântara . Arran de
l'ocupació musulmana , la zona va començar a ser esmentada en termes d'aquest
pont .
Encara que avui dia és bastant central , va ser un
simple barri perifèric de Lisboa amb finques i palaus . Al segle XVI hi havia un
rierol que els nobles utilitzaven per passejar en els seus vaixells . Com a
resultat del terratrèmol i el tsunami de 1755 , la cort es va traslladar a la
zona d'Alcântara , atraient amb ells la noblesa , funcionaris , funcionaris
municipals i els que vivien amb ells , incloent a artistes , comerciants i
artesans .
A finals del segle XIX Alcântara es va convertir
en una àrea industrial, amb moltes fàbriques i magatzems. La precarietat de les condicions econòmiques a
la regió va donar lloc a diversos conflictes, incloent moltes vagues,
conflictes i insurreccions, com l'esdeveniment de juny 1872, que va arribar a
ser conegut com la "A paorosa". En diverses ocasions, el 1886, el
1894 i el més important l'any 1903 hi va haver vagues, protestes i conflictes.
Durant la dècada dels noranta del segle passat ,
Alcântara va començar a omplir-se de pubs i discoteques, en gran mesura perquè
es troba en una zona allunyada i el soroll no molesta als veïns. Actualment,
s'han creat alguns apartaments i lofts, des dels quals els seus propietaris
gaudeixen d'immillorables vistes al riu.
“La mujer me
observaba, olfateando la disposición de mis humores consistoriales mientras yo
examinaba las grietas del techo y los brotes de las paredes, mientras yo, amigo
escritor, chasqueando contra el cielo de la boca mi lengua de fiscal, me
paseaba comprobando el aislamiento de los cables eléctricos y las tomas de
corriente y me enfrentaba con habitaciones interiores, saturadas de sudor,
esencia de droguería y perfume de supermercado, en las cuales tuve que caminar
de perfil para no tropezar con pantuflas y orinales, pensando en qué puede haber de interesante en
la falta de dinero e interrogándome acerca del motivo que te llevo a elegir a
esas personas amargas, llenas de miedo y
del rencor de los infelices, entre la multitud de millares de criaturas amargas
que viven en esta ciudad de mierda, en la cual el sol pone lentejuelas a la
desgracia de un manto de luz (…)
Nosotros dos,
amigo escritor, tu y yo, no tenemos remedio, somos como los mastines de la
perra meneando el culo por Lisboa, con la diferencia de que a mí, coño, al
menos es una mujer, buena o mala, la que me apasiona, mientras que en tu caso
te machacas para conocer a un tipo que no vale nada, que nunca valdrá nada, y
que el noventa por ciento de las personas pagaría por ignorar quién es, un cincuentón
sombrío que vive en la cutrez de la Quinta do Jacinto, amancebado con una chica
diabética, que se inyecta insulina, que podría ser su nieta y lo detesta, y que
mantiene, con un sueldo que no entiendo como hace para llegar a fin de mes, al
padre y a la tía que me mostro la casa mientras en el apartamento de al lado
una pareja que no llegué a ver discutía en medio de una ventolera de insultos,
la casa, el huertecito, la presencia del río detrás del muro y los trenes de
Estoril y de Lisboa que se cruzan en la vía férrea que separa Alcântara de la
muralla, y yo, sin comprender, pienso y repienso, amigo escritor, hago conjeturas,
las deshago, las hago otra vez, desconfío. Hay algo que se me escapa, algo que no va, qué
demonios puede interesar el de la fotografía, y la diabética, y la Quinta do
Jacinto, y de repente, esta mañana, antes de venir a verte, estaba yo afeitándome,
comprendí y me quedé quieto frente al espejo, mejor dicho, al pedazo de espejo
que tengo allí, con la mitad de la cara llena de jabón, comprendí, con la
navaja en alto, que tu fulano no existe como no existe el nogal, ni el padre,
ni la tía, ni la Quinta do Jacinto, ni siquiera Alcântara, ni siquiera el Tajo,
que me pusiste a trabajar, por dos o tres billetes, en una ficción rarísima,
que inventaste este enredo para tus capítulos, reconócelo, que me obligaste a
perder mi tiempo y el de mis alumnos con cuentos de viejas y ahora quién me
indemniza a mí por los problemas que surjan con los hipnotismos mal hechos,
quién me defiende en el Tribunal si las personas empiezan a desaparecer en
Lisboa, comprendí y me apetece vaciar la vejiga y aún debo de llevar jabón en
las orejas porque con la excitación del descubrimiento no meé ni me limpié la
cara con la toalla, que no hay tórtolas, que no existe Lucília, que no existe
el Residencial de la Praça da Alegria, que no existe el chulo negro, que no
existe la Pide, que no hubo comunistas, que no existió mi pasado, ni Damào, ni
la casa de Odivelas, que no existí yo, que no existe el sándwich de jamón casi
sin jamón que estoy masticando aquí, sentado a su mesa, que tampoco existe
usted, amigo escritor, y que nos encontramos ambos, óigame bien, no en el Campo
de Santana que jamás existió, con sus pavos reales, sus mendigos y sus locos, sino
suspendidos en una especie de limbo, conversando sobre nada, rodeados de tejados
y árboles y gente sin sustancia, en una Lisboa imaginaria que baja hacia el río
a lo largo de una confusa precipitación de callejones inventados.”
El orden natural de las cosas
António Lobo Antunes
pàg. 57-60
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