Linhares, Celorio da Beira |
La Beira va ser una de
les sis províncies tradicionals de Portugal, juntament amb Entre-Douro-i-Minho,
Trás-os-Montes, Estremadura, Alentejo i
Algarve.
“Cada uno vuela como puede, y por eso volví a Portugal para volar
bajo tierra, pero en el Miño no existían galerías donde empujar vagonetas, no
existían cantinas, ni barrios de obreros, ni sonidos de latas los domingos,
solo pequeños huertos de cebollas, de cilantro, de tomates, solo el agua que
cantaba en los musgos. Ni en el Miño, ni en Trás-os-Montes, ni en Lisboa, ni en
el Algarve, porque este País no tiene espacio para volar bajo las estatuas y
los puentes, y no obstante, después de buscar mucho, encontré en la Beira un
ascensor hacia el centro del mundo, con roldanas y cables herrumbrosos, de
forma que me puse el casco, le di a la palanca y bajé por un pozo sin luces
hasta una plataforma en la que mis suelas resonaban como en un teatro
abandonado. La linterna de la frente descubría herramientas, rollos de alambre,
pedazos de carril, una vagoneta patas arriba en la lividez de una mañana
congelada. En la boca de los túneles piedras de tungsteno se obstinaban en
aguardar la pala que las removiese, las paredes se poblaban de la barba de
líquenes de las galerías sin alma, y un capataz había obstruido un segundo
ascensor donde se apilaban fardos y sacos. Impedido de volar, subí a la superficie
entre los estertores de un mecanismo doliente, acongojado por los gritos de los
murciélagos a los que mi linterna asustaba, y desembarqué en un descampado con
olivos inclinados hacia una aldea sin capilla, con travesías de granito en los
intervalos de los edificios. Los restos de un autobús se descomponían en una senda,
una perdiz desapareció en un bosque, unas nubes viajaban hacia España, un
muchacho pastoreaba becerros entre cardos, un milano inmóvil hacía chispear el
aluminio de las alas. Encontré una taberna allí abajo, una venta con dos
toneles y trazos de tiza, de deudas de vino, en una pizarra, donde unos campesinos
se emborrachaban sin palabras, compré un litro de coñac al hombrecito del
mostrador ocupado en aplastar un ratón a escobazos, trepé de nuevo la cuesta y
apoyé el dorso en el guardabarros del autobús, a la entrada de la mina. Las
becerros se acercaban transpirando asma, un tractor roncaba del otro lado del
monte, el milano se echó de golpe sobre una bandada de pollos asustados. Acabé
la botella, la lancé hacia la bolsa, alcancé la puerta, me puse el casco en la
cabeza, encendí la linterna, salté, sin pico ni cuerdas a la cintura, hacia la
plataforma del ascensor, y me hundí en el pozo, decidido, fuera como fuese, a
volar bajo la tierra.”
El
orden natural de las cosas
António
Lobo Antunes
pàg.
98-99
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada