"Dona llegint" Kuroda Seiki (oli sobre llenç 982x787mm) Museu Nacional de Tokio |
“La lectura, o el goce de los
libros, ha sido considerada siempre entre los encantos de una vida culta y es
respetada y envidiada por quienes se conceden rara vez ese privilegio. Es fácil
comprenderlo cuando comparamos la diferencia entre la vida de un hombre que no
lee y la de uno que lee. El hombre que no tiene la costumbre de leer está apresado
en un mundo inmediato, con respecto al tiempo y al espacio. Su vida cae en una
rutina fija; está limitado al contacto y la conversación con unos pocos amigos
y conocidos, y sólo ve lo que ocurre en su vecindad inmediata. No hay forma de
escapar de esa prisión. Pero en cuanto toma en sus manos un libro entra en un
mundo diferente, y si el libro es bueno se ve inmediatamente en contacto con
uno de los mejores conversadores del mundo. Este conversador le conduce y le
transporta a un país diferente o una época diferente, o descarga en él algunos
de sus pesares personales, o discute con él una forma especial o un aspecto de
la vida de que el lector nada sabe. Un autor antiguo le pone en comunión con su
espíritu muerto largo tiempo ha, y a medida que lee comienza a imaginar qué
parecería ese autor antiguo y qué clase de persona sería. Tanto Mencio como
Ssema Ch'ien, el más grande historiador chino, han expresado la misma idea.
Poder vivir dos horas, sobre doce, en un mundo diferente, y restar los pensamientos
al reclamo del presente inmediato es, claro está, un privilegio que deben
envidiar las personas que están encerradas en su prisión corporal. Tal cambio
de ambiente es en verdad similar a un viaje, en su efecto psicológico.
Pero hay más que esto. El lector
se ve llevado siempre a un mundo de pensamientos y reflexiones. Aunque se trate
de un libro de hechos físicos, hay una diferencia entre ver esos hechos en
persona, o vivirlos, y leer sobre ellos en los libros, porque entonces los
hechos asumen siempre la calidad de un espectáculo y el lector se convierte en
un espectador desapasionado. La mejor lectura es, pues, la que nos lleva a este
mundo contemplativo, y no la que se ocupa solamente del registro de los hechos.
Considero que no se puede llamar leer a esa tremenda cantidad de tiempo que se
pierde con los diarios, porque los lectores comunes de diarios se preocupan
sobre todo de obtener noticias sobre hechos y acontecimientos.
La mejor fórmula sobre el objeto
de la lectura, a mi juicio, fue dada por Huang Shanku, un poeta Sung y amigo de
Su Tungp'o, que dijo: "Un sabio que no ha leído nada durante tres días
siente que su conversación no tiene sabor (que se hace insípida), y su cara se
hace odiosa al mirarla (en el espejo)". Lo que quiso decir es que la lectura
da al hombre cierto encanto y sabor, que es el objeto de la lectura, y sólo
puede llamarse arte a la lectura con este objeto. No se lee "para mejorar
el espíritu", porque cuando se comienza a pensar en mejorar el espíritu o
la mente, desaparece todo el placer de la lectura. Estas son las personas que
se dicen: "Debo leer Shakespeare, y debo leer Sófocles, y debo leer
Cervantes, para poder ser un hombre culto". Estoy seguro de que un hombre
así no será culto jamás. Una noche se forzará a leer Hamlet de Shakespeare, y
saldrá de ello como de un mal sueño, con el único beneficio de poder decir que
ha "leído" Hamlet. Todo el que lea un libro con sentido de obligación
es porque no comprende el arte de la lectura. Este tipo de lectura con fines de
negocios es igual a la lectura de los archivos y antecedentes, por un político,
antes de pronunciar un discurso. Es apenas pedir consejo e información de
negocios, y no leer.
Leer para cultivar el encanto
personal del aspecto físico y del sabor en la palabra es, pues, según Huang, la
única especie de lectura que se puede admitir. Este encanto del aspecto debe
ser interpretado, evidentemente, como algo más que la belleza física. Huang no
se refiere a la fealdad física en su frase. Hay caras feas que tienen un
encanto fascinador y caras hermosas que son insípidas para quien las mira.
Entre mis amigos chinos hay uno cuya cabeza tiene la forma de una bomba y, sin
embargo, verle es siempre un placer. La .cara más hermosa entre las de los
autores occidentales contemporáneos, por cuanto he podido apreciar en las
fotografías, era la de G. K. Chesterton. ¡Tenía tan diabólico conglomerado de
bigotes, anteojos, enmarañadas cejas y fruncido ceño! Al mirarla se sentía que
dentro de esa frente había una buena cantidad de ideas en acción, prontas para
saltar en cualquier momento por aquellos ojos extrañamente penetrantes. Esa
cara era una de las que Huang llamaría hermosas, una cara que no estaba hecha
por el polvo y el colorete, sino por la pura fuerza del pensamiento. En cuanto
al sabor del discurso, todo depende de la forma de leer. Que uno tenga sabor o
no cuando habla, depende de su método de lectura. Si un lector obtiene el sabor
de los libros, demostrará ese sabor en sus conversaciones, y si tiene sabor en
sus conversaciones no podrá menos que tener sabor en lo que escribe.
Por ende, considero el sabor, o
el gusto, como la llave de toda la lectura. Sigue necesariamente de ello que el
gusto es selectivo e individual, como el gusto en la comida. La forma más
higiénica de comer es, al fin y al cabo, la de comer lo que gusta, porque
entonces tiene uno seguridad de la digestión. Cuando se lee, como cuando se
come, lo que hace bien a uno puede matar a otro. El maestro no puede forzar a
sus discípulos a que gusten de lo que él gusta como lectura, y un padre no
puede esperar que sus hijos tengan los mismos gustos que él. Y si el lector no
tiene gusto para lo que lee, pierde el tiempo. Ya lo dice Yüan Chunglang:
"Podéis dejar de lado los libros que no os gustan, y que los demás los
lean."
Por lo tanto, no puede haber
libros que uno debe leer. Porque nuestros intereses intelectuales crecen como
un árbol o fluyen como un río. Mientras haya savia adecuada ha de crecer de
algún modo el árbol, y mientras haya agua del manantial el río seguirá
corriendo. Cuando el agua choca con un escollo de granito no hace más que girar
a su alrededor; cuando encuentra un valle bajo y placentero se detiene y se
extiende por un rato; cuando se encuentra en un hondo estanque de la montaña
está contenta de quedar allí; cuando se encuentra en unos rápidos, corre
adelante. Así, sin esfuerzo alguno, sin propósito determinado, llegará
seguramente un día al mar. No hay en el mundo libros que se deban leer, sino
solamente libros que una persona debe leer en cierto momento en un lugar dado
dentro de circunstancias dadas y en un período dado de su vida. “
La importancia de vivir
Lin Yutang
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