24 de des. 2015
23 de des. 2015
alejo carpentier de cuento
LOS FUGITIVOS
(un cuento de Alejo Carpentier)
I
“El rastro moría al pie de un árbol. Cierto era que había un
fuerte olor a negro en el aire, cada vez que la brisa levantaba las moscas que
trabajaban en oquedades de frutas podridas. Pero el perro —nunca le habían
llamado sino Perro— estaba cansado. Se revoleó entre las yerbas para desrizarse
el lomo y aflojar los músculos. Muy lejos, los gritos de los de la cuadrilla se
perdían en el atardecer. Seguía oliendo a negro. Tal vez el cimarrón estaba
escondido arriba, en alguna parte, a horcajadas sobre una rama, escuchando con
los ojos. Sin embargo, Perro no pensaba ya en la batida. Había otro olor ahí,
en la tierra vestida de bejuqueras que un próximo roce borraría tal vez para
siempre. Olor a hembra. Olor que Perro se prendía, retorciéndose patas arriba,
riendo por el colmillo, para llevarlo encima y poder alargar una lengua
demasiado corta hacia el hueco que separaba sus omoplatos. Las sombras se hacían
más húmedas. Perro se volteó, cayendo sobre sus patas. Las campanas del
ingenio, volando despacio, le enderezaron las orejas. En el valle, la neblina y
el humo eran una misma inmovilidad azulosa, sobre la que flotaban cada vez más
siluetas, una chimenea de ladrillos, un techo de grandes aleros, la torre de la
iglesia, y las luces que parecían encenderse en el fondo de un lago. Perro
tenía hambre. Pero hacia allá, había olor a hembra. A veces lo envolvía aún el
olor a negro. Pero el olor de su propio celo, llamado por el olor de otro celo,
se imponía a todos los demás. Las patas traseras de Perro se espigaron,
haciéndole alargar el cuello. Su vientre se hundía, al pie del costillar, en el
ritmo de un jadeo corto y ansioso. Las frutas, demasiado llenas de sol, caían
aquí y allá, con un ruido mojado, esparciendo, a ras del suelo, efluvios de
pulpas tibias. Perro se echó a correr hacia el monte, con la cola gacha, como
perseguido por la tralla del mayoral, contrariando su propio sentido de
orientación. Pero olía a hembra. Su hocico seguía una estela sinuosa que a
veces volvía sobre sí misma, abandonaba el sendero, se intensificaba en las
espinas de un aromo, se perdía en las hojas demasiado agriadas por la
fermentación, y renacía, con inesperada fuerza, sobre un poco de tierra, recién
barrida por una cola. De pronto, Perro se desvió de la pista invisible, del
hilo que se torcía y destorcía, para arrojarse sobre un hurón. Con dos
sacudidas, que sonaron a castañuela en un guante, le quebró la columna
vertebral, arrojándolo contra un tronco... Pero se detuvo de súbito, dejando
una pata en suspenso. Unos ladridos, muy lejanos, descendían de la montaña. No
eran los de la jauría del ingenio. El acento era distinto, mucho más áspero y
desgarrado, salido del fondo del gaznate, enronquecido por fauces potentes. En
alguna parte se libraba una batalla de machos que no llevaban, como Perro, un
collar con púas de cobre con una placa numerada. Ante esas voces desconocidas,
mucho más alobunadas que todo lo que hasta entonces había oído, Perro tuvo
miedo. Echó a correr en sentido inverso, hasta que las plantas se pintaron de
luna. Ya no olía a hembra. Olía a negro. Y ahí estaba el negro, en efecto, con
su calzón rayado, boca abajo, dormido. Perro estuvo por lanzarse sobre él
siguiendo una consigna lanzada de madrugada, en medio de un gran revuelo de
látigos, allá donde había calderos y literas de paja. Pero arriba, no se sabía
dónde, proseguía la pelea de los machos. Al lado del cimarrón quedaban huesos
de costillas roídas. Perro se acercó lentamente, con las orejas desconfiadas,
decidido a arrebatar a las hormigas algún sabor de carne. Además aquellos otros
perros de un ladrar tan feroz, lo asustaban. Más valía permanecer, por ahora,
al lado del hombre. Y escuchar. El viento del sur, sin embargo, acabó por
llevarse la amenaza. Perro dio tres vueltas sobre sí mismo y se ovilló,
rendido. Sus patas corrieron un sueño malo. Al alba, Cimarrón le echó un brazo
por encima, con gesto de quien ha dormido mucho con mujeres. Perro se arrimó a
su pecho, buscando calor. Ambos seguían en plena fuga, con los nervios
estremecidos por una misma pesadilla, una araña, que había descendido para ver
mejor, recogió el hilo y se perdió en la copa del almendro, cuyas hojas
comenzaban a salir de la noche.
II
Por hábito, Cimarrón y Perro se despertaron cuando sonó la campana
del ingenio. La revelación de que habían dormido juntos, cuerpo con cuerpo, los
enderezó de un salto. Después de adosarse a dos troncos, se miraron largamente.
Perro ofreciéndose a tomar dueño. El negro ansioso de recuperar alguna amistad.
El valle se desperezaba. A la apremiante espadaña, destinada a los esclavos,
respondía ahora, más lento, el bordón armonizado de la capilla, cuyo verdín se
mecía de sombra a sol sobre un fondo de mugidos y de relinchos, como indulgente
aviso a los que dormían en altos lechos de caoba. Las gallos rondaban a las
gallinas para cubrirlas temprano, en espera de que el meñique de la mayorala se
cerciorase de la presencia de huevos aún sin poner. Un pavo real hacía la rueda
sobre la casa vivienda, encendiéndose con un grito, en cada vuelta y revuelta.
Los caballos del trapiche iniciaban su largo viaje en redondo. Los esclavos
oraban frente a cazuelas llenas de pan con guarapo. Cimarrón se abrió la
bragueta, dejando un reguero de espuma entre las raíces de una ceiba. Perro
alzó la pata sobre un guayabo tierno. Ya asomaban machetazos en los cortes de
caña. Los dogos de la jauría cazadora de negros sacudían sus cadenas,
impacientes por ser sacados del batey. — ¿Te vas conmigo? —preguntó Cimarrón.
Perro lo siguió dócilmente. Allá abajo había demasiados látigos, demasiadas
cadenas, para quienes regresaban arrepentidos. Ya no olía a hembra. Pero
tampoco olía a negro. Ahora Perro estaba mucho más atento al olor a blanco,
olor a peligro. Porque el mayoral olía a blanco, a pesar del almidón planchado
de sus guayaberas y del betún acre de sus polainas de piel de cerdo. Era el
mismo olor de las señoritas de la casa, a pesar del perfume que despedían sus
encajes. El olor del cura, a pesar del tufo de cera derretida y de incienso,
que hacía tan desagradable la sombra, tan fresca, sin embargo, de la capilla.
El mismo que llevaba el organista encima, a pesar de que los fuelles del
armonio le hubieran echado tantos y tantos soplos de fieltro apolillado. Había
que huir ahora del olor a blanco. Perro había cambiado de bando.
III
En los primeros días. Perro y Cimarrón echaron de menos la
seguridad del condumio. Perro recordaba los huesos vaciados por cubos, en el
batey, al caer la tarde. Cimarrón añoraba el congrí, traído en cubos a los
barracones, después del toque de oración o cuando se guardaban los tambores del
domingo. Por ello, después de dormir demasiado en las mañanas, sin campanas ni
patadas, se habituaron a ponerse a la caza desde el alba. Perro olfateaba una
jutía oculta entre las hojas de un cedro; Cimarrón la tumbaba a pedradas. El
día en que se daba con el rastro de un cochino jíbaro, había para horas y
horas, hasta que la bestia, desgarradas las orejas, aturdida por tantos
ladridos, pero acometiendo aún, era acorralada al pie de una peña y derribada a
garrotazos. Poco a poco Perro y Cimarrón olvidaron los tiempos en que habían
comido con regularidad. Se devoraba lo que se agarrara, de una vez, engullendo
lo más posible, a sabiendas de que mañana podría llover y que el agua de arriba
correría entre las peñas para alfombrar mejor el fondo del valle. Por suerte,
Perro sabía comer frutas. Cuando Cimarrón daba con un árbol de mango o de
mamey, Perro también se pintaba el hocico de amarillo o de rojo. Además, como
siempre había sido huevero, se desquitaba, con algún nido de codorniz, de la
incomprensible afición del amo por los langostinos que dormían a
contracorriente a la salida del río subterráneo que se alumbraba de una boca de
caracoles petrificados. Vivían en una caverna, bien oculta por una cortina de
helechos arborescentes. Las estalactitas lloraban isócronamente, llenando las
sombras frías de un ruido de relojes. Un día Perro comenzó a escarbar al pie de
una de las paredes. Pronto sus dientes sacaron un fémur y unas costillas tan
antiguas que ya no tenían sabor, rompiéndose sobre la lengua con desabrimiento
de polvo amasado. Luego llevó a Cimarrón, que se tallaba un cinto de piel de
majá, un cráneo humano. A pesar de que quedasen en el hoyo restos de alfarería
y unos rascadores de piedra que hubieran podido aprovecharse, Cimarrón,
aterrorizado por la presencia de muertos en su casa, abandonó la caverna esa
misma tarde, mascullando oraciones sin pensar en la lluvia. Ambos durmieron
entre raíces y semillas envueltos en un mismo olor a perro mojado. Al amanecer
buscaron una cueva de techo más bajo, donde el hombre tuvo que entrar a cuatro
patas. Allí, al menos, no había huesos de aquellos que para nada servían, y
sólo podían traer ñeques y apariciones de cosas malas... Al no haber sabido de
batidas en mucho tiempo, ambos empezaron a aventurarse hacia el camino. A veces
pasaba un carretero conocido, una beata vestida con el hábito de Nazareno o un
punteador de guitarra, de esos que conocen al patrón de cada pueblo, a quienes
contemplaban, de lejos, en silencio. Era indudable que Cimarrón esperaba algo.
Solía permanecer varias horas, de bruces, entre las yerbas de Guinea, mirando
ese camino poco transitado, que una rana toro podía medir de un gran salto.
Perro se distraía en esas esperas dispersando enjambres de mariposas blancas, o
intentando, a brincos, la imposible caza de un zunzún vestido de lentejuelas.
Un día que Cimarrón esperaba, así, algo que no llegaba, un cascabeleo de cascos
lo levantó sobre las muñecas. Una volanta venía a todo trote, tirada por la
jaca torda del ingenio. De pie sobre las varas, el calesero Gregorio hacía restallar
el cuero, mientras el párroco agitaba la campanilla del viático a sus espaldas.
Hacía tanto tiempo que Perro no se divertía en correr más pronto que los
caballos, que se olvidó al punto de la discreción a que estaba obligado. Bajó
la cuesta a las cuatro patas, espigado, azul bajo el sol, alcanzó el coche y se
dio a ladrar por los corvejones de la jaca, a la derecha, a la izquierda,
delante, pasando y volviendo a pasar, enseñando los dientes al calesero y al
sacerdote. La jaca se abrió a galopar por lo alto, sacudiendo las anteojeras y
tirando del bocado. De pronto, quebró una vara, arrancando el tiro. Luego de
aspaventarse como peleles, el párroco y el calesero se fueron de cabeza contra
el puentecillo de piedra. El polvo se tiñó de sangre. Cimarrón llegó corriendo.
Blandía un bejuco para azocar a Perro, que ya se arrastraba pidiendo perdón.
Pero el negro detuvo el gesto, sorprendido por la idea de que no todo era malo
en aquel percance. Se apoderó de la estola y de las ropas del cura, de la chaqueta
y de las altas botas del calesero. En bolsillos y bolsillos había casi cinco
duros. Además, la campanilla de plata. Los ladrones regresaron al monte.
Aquella noche, arropado en la sotana, Cimarrón se dio a soñar con placeres
olvidados. Recordó los quinqués, llenos de insectos muertos, que tan tarde
ardían en las últimas casas del pueblo, allí donde, por dos veces, lo habían
dejado, tras pedir el aguinaldo de Reyes, gastárselo como mejor le pareciere.
El negro, desde luego, había optado por las mujeres.
IV
La primavera los agarró a los dos al amanecer. Perro despertó con
una tirantez insoportable entre las patas traseras y una mala expresión en los
ojos. Jadeaba sin tener calor, alargando entre los colmillos una lengua que
tenía filosas blanduras de lapa. Cimarrón hablaba solo. Ambos estaban de pésimo
genio. Sin pensar en la caza, fueron temprano hacia el camino. Perro corría
desordenadamente, buscando en vano un olor rastreable... Mataba insectos que
siempre lo habían asqueado, por el placer de destruir, desgranaba espigas entre
sus dientes, arrancaba arbustos tiernos. Acabó de exasperarse cuando un sapo le
escupió a los ojos. Cimarrón esperaba como nunca había esperado. Pero aquel día
nadie pasó por el camino. Al caer la noche, cuando los primeros murciélagos
volaron como pedradas sobre el campo, Cimarrón echó a andar lentamente hacia el
caserío del ingenio. Perro lo siguió, desafiando la misma tralla y las mismas
cadenas. Se fueron acercando a los barracones por el cauce de la cañada. Ya se
percibía un olor, antaño familiar, de leña quemada, de lejía, de melaza, de
limaduras de cascos de caballo. Debían estarse haciendo las pastas de guayaba,
ya que un interminable dulzor de mermelada era esparcido por el terral. Perro y
Cimarrón seguían acercándose, lado a lado, la cabeza del hombre a la altura de
la cabeza del perro. De pronto, una negra de la dotación atravesó el sendero de
la herrería. Cimarrón se arrojó sobre ella, derribándola entre las albahacas.
Una ancha mano ahogó los gritos. Perro avanzó, solo, hasta el lindero del
batey. La perra inglesa adquirida por don Marcial en una exposición de París
estaba allí. Hubo un intento de fuga. Perro le cortó el camino, erizado de la
cola a la cabeza. Su olor a macho era tan envolvente que la inglesa olvidó que
la habían bañado, horas antes, con jabón de Castilla. Cuando Perro regresó a la
caverna, clareaba. Cimarrón dormía, arrebozado en la sotana del párroco. Allá
abajo, en el río, dos manatíes retozaban entre los juncos, enturbiando la
corriente con sus saltos que abrían nubes de espuma entre los linos.
V
Cimarrón se hacía cada vez más imprudente. Rondaba ahora en torno
a los caseríos, acechando, a cualquier hora, una lavandera solitaria o una
santera que buscaba culantrillo, retamas o pitahayas para algún despojo.
También, desde la noche en que había tenido la audacia de beberse los duros del
capellán en un parador del camino carretera, se hacía ávido de monedas. Más de
una vez en los atajos se había llevado el cinturón de un guajiro, luego de
derribarlo de su caballo y de acallarlo con una estaca. Perro lo acompañaba en
esas correrías, ayudando en lo posible. Sin embargo, se comía peor que antes, y
más que nunca era necesario desquitarse con huevos de codorniz, de gallinuela o
de garza. Además, Cimarrón vivía en un continuo sobresalto. Al menor ladrido de
Perro, echaba mano al machete robado o se trepaba a un árbol. Pasada la crisis
de primavera, Perro se mostraba cada vez más reacio a acercarse a los pueblos.
Había demasiados niños que tiraban piedras, gente siempre dispuesta a dar
patadas y, al oler su proximidad, todos los perros de los patios lanzaban
gritos de guerra. Además, Cimarrón volvía esas noches con el paso inseguro, y
su boca despedía un olor que Perro detestaba tanto como el del tabaco. Por
ello, cuando el amo entraba en una casa mal alumbrada, Perro lo esperaba a una
distancia prudente. Así se fue viviendo hasta la noche en que Cimarrón se
encerró demasiado tiempo en el cuarto de una mondonguera. Pronto, la choza fue
rodeada por hombres cautelosos, que llevaban mochas en claro. Al poco rato
Cimarrón fue sacado a la calle, desnudo, dando tremendos alaridos. Perro, que
acababa de oler al mayoral del ingenio, echó a correr al monte por la vereda de
los cañaverales. Al día siguiente vio pasar a Cimarrón por el camino. Estaba
cubierto de heridas curadas con sal. Tenía hierros en el cuello y los tobillos.
Y lo conducían cuatro números de la Benemérita de San Fernando, que le daban un
baquetazo a cada dos pasos, tratándolo de ladrón, de borracho y de malcriado.
VI
Sentado sobre una cornisa rocosa que dominaba el valle, Perro
aullaba a la luna. Una honda tristeza se apoderaba de él a veces, cuando aquel
gran sol frío alcanzaba su total redondez, poniendo tan desvaídos reflejos
sobre las plantas. Se habían terminado para él las hogueras que solían iluminar
la caverna en noches de lluvia. Ya no conocería el calor del hombre en el
invierno que se aproximaba, ni habría ya quien le quitara el collar de púas de
cobre, que tanto le molestaba para dormir —a pesar de que hubiera heredado la
sotana del párroco—. Cazando sin cesar, se había hecho más tolerante, en
cambio, con los seres que no servían para ser comidos. Dejaba escapar el maia
entre las piedras calientes, sin ladrar siquiera, desde que Cimarrón no estaba
allí para azuzarlo, con la esperanza de hacerse un cinturón o de recoger
manteca para untos. Además, el olor de las serpientes lo asqueaba; cuando había
agarrado alguna por la cola, era en virtud de esas obligaciones a que todo ser
que depende de alguien se ve constreñido. Tampoco —salvo en casos de hambre
extrema— podía atreverse ya con el cochino jíbaro. Se contentaba ahora con aves
de agua, hurones, ratas y una que otra gallina escapada de los corrales
aldeanos. Sin embargo, el ingenio estaba olvidado. Su campana había perdido
todo sentido. Perro buscaba ahora el amparo de mogotos casi inaccesibles al
hombre, viviendo en un mundo de dragos que el viento mecía con ruidos de
albarca nueva, de orquídeas, de bejucos lombriz, donde se arrastraban lagartos
verdes, de orejeras blancas, de esos que tan mal saben y, por lo mismo,
permanecen donde están. Había enflaquecido. Sobre sus costillares marcados en
hueco, la lana apresaba guisazos que ya no tenían espinas. Con los aguinaldos
volvió la primavera. Una tarde en que lo desvelaba un extraño desasosiego,
Perro dio nuevamente con aquel misterioso olor a hembra, tan fuerte, tan
penetrante, que había sido la causa primera de su fuga al monte. También ahora
caían ladridos de la montaña. Esta vez Perro agarró el rastro en firme,
recobrándolo luego de pasar un arroyo a nado. Ya no tenía miedo. Toda la noche
siguió la huella, con la nariz pegada al suelo, largando baba por el canto de
la lengua. Al amanecer, el olor llenaba toda una quebrada. El rastreador estaba
frente a una jauría de perros jíbaros. Varios machos, con perfil de lobos, se
apretaban ahí, relucientes los ojos, tensos sobre sus patas, listos para
atacar. Detrás de ellos se cerraba el olor a hembra. Perro dio un gran salto.
Los jíbaros se le echaron encima. Los cuerpos se encajaron, unos en otros, en
un confuso remolino de ladridos. Pero pronto se oyeron los aullidos abiertos
por las púas del collar. Las bocas se llenaban de sangre. Había orejas
desgarradas. Cuando Perro soltó al más viejo, con la garganta desgajada, los
demás retrocedieron, gruñendo de rabia inútil. Perro corrió entonces al centro
del palenque, para librar la última batalla a la perra gris, de pelo duro, que
lo esperaba con los colmillos de fuera. El rastro moría a la sombra de su
vientre.”
22 de des. 2015
Concert de Nadal de l'AMCV
La coral i la banda de l'Agrupació
Musical de Cerdanyola oferiran el
tradicional concert de nadal el proper diumenge
27 de desembre - amb dues sessions: una matinal, a les 12.00 hores del migdia i una altre a les 18.00 hores de la tarda – al Teatre
Ateneu.
La Coral cantarà peces de contingut nadalenc i, a la segona meitat del
concert, la banda combinarà música amb fragments del conte musical 'Pere i el
Llop'.
L’entrada es gratuïta, però cal reculli-la anticipadament a partir del 21
de desembre a l'Ateneu.
21 de des. 2015
alejo y la música
Alejo Carpentier también fue un apasionado de la música, hasta tal
punto que el escritor se reconocía a sí mismo como un compositor malogrado.
Nacido en un ambiente familiar propicio (su padre, alumno de Pau Casals, tocaba
el violonchelo; la madre tocaba el piano; la abuela había sido discípula de
César Franck), desde temprana edad sintió una fuerte atracción hacia la música.
Fue un impulsor y sostenedor de la Orquesta Filarmónica de La
Habana, rescató composiciones musicales que se daban por perdidas, animó
durante muchos años la vida musical habanera y, sobre todo, fue un excelente
crítico musical.
Alejo Carpentier pone en boca del musicólogo cubano protagonista
de su novela “Los pasos perdidos”, (final
del Capítulo XXIII) una mágnifica descripción sobre el origen de la música.
“(…) Pero he aquí que todos echan a correr. Detrás de mí, bajo un
amasijo de hojas colgadas de ramas que sirven de techo, acaban de tender el
cuerpo hinchado y negro de un cazador mordido por un crótalo.
Fray Pedro dice que ha muerto hace varias horas. Sin embargo, el
Hechicero comienza a sacudir una calabaza llena de gravilla –único instrumento
que conoce esta gente– para tratar de ahuyentar a los mandatarios de la Muerte.
Hay un silencio ritual, preparador del ensalmo, que lleva la expectación de los
que esperan a su colmo. Y en la gran selva que se llena de espantos nocturnos,
surge la Palabra. Una Palabra que es ya más que palabra.
Una palabra que imita la voz de quien dice, y también la que se
atribuye al espíritu que posee el cadáver. Una sale de la garganta del
ensalmador; la otra, de su vientre. Una es grave y confusa como un subterráneo
hervor de lava; la otra, de timbre mediano, es colérica y destemplada. Se
alternan. Se responden. Una increpa cuando la otra gime; la del vientre se hace
sarcasmo cuando la que surge del gaznate parece apremiar. Hay como portamentos
guturales, prolongados en aullidos; sílabas que, de pronto, se repiten mucho,
llegando a crear un ritmo; hay trinos de súbito cortados por cuatro notas que
son el embrión de una melodía. Pero luego es el vibrar de la lengua entre los
labios, el ronquido hacia adentro, el jadeo a contratiempo sobre la maraca.
Es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo,
está muy lejos aún del canto. Algo que ignora la vocalización, pero es ya algo
más que palabra. A poco de prolongarse, resulta horrible, pavorosa, esa grita
sobre el cadáver rodeado de perros mudos. Ahora, el Hechicero se le encara,
vocifera, golpea con los talones en el suelo, en lo más desgarrado de un furor
imprecatorio que es ya la verdad profunda de toda tragedia –intento primordial
de lucha contra las potencias de aniquilamiento que se atraviesan en los
cálculos del hombre–. Trato de mantenerme fuera de esto, de guardar distancias.
Y, sin embargo, no puedo sustraerme a la horrenda fascinación que
esta ceremonia ejerce sobre mí...
Ante la terquedad de la Muerte, que se niega a soltar su presa, la
Palabra, de pronto, se ablanda y descorazona.
En la boca del Hechicero, del órfico ensalmador, estertora y cae,
convulsivamente, el Treno –pues esto y no otra cosa es un treno–, dejándome
deslumbrado por la revelación de que acabo de asistir al Nacimiento de la
Música.”
20 de des. 2015
el "boom" latinoamericano
El término “Boom latinoamericano” designa el movimiento literario surgido en la década de
los sesenta del siglo pasado, protagonizado por un grupo de escritores cuyas
obras alcanzaron enorme repercusión tanto en Latinoamérica como en España. Los
principales autores que integraron este fenómeno fueron Mario Vargas Llosa con “La
ciudad y los perros” (1962), Carlos
Fuentes con “La muerte de Artemio
Cruz” (1962), Julio Cortázar con
“Rayuela” (1963), Alejo Carpentier con “El siglo de las luces” (1964) y Gabriel
García Márquez con “Cien años de
soledad” (1967. A estos autores se han ido sumando otros que también se
incluyen bajo el paraguas del boom: José
Donoso (Chile), Lezama Lima (Cuba), Augusto Roa Bastos (Paraguay) o Jorge Amado (Brasil). Los géneros en
los que sobresalieron fueron la novela y el cuento, con un desarrollo
excepcional de la mano de estos creadores.
Según Cortázar, la
publicación de las obras del “boom” coincide en el tiempo por puro azar. Para
él, no se trataría de un grupo de autores unido en torno a orientaciones
literarias y rasgos narrativos necesariamente comunes, sino de simple
casualidad, por lo que no podríamos hablar de un movimiento literario o un
grupo generacional en sentido estricto. Lo que sí uniría a estos autores sería
el momento en el que escriben, el mismo ambiente político y social, la
inestabilidad y la transformación económica que reinaba en gran parte de América Latina en aquel entonces.
Otro de los factores supuestamente propiciatorios del boom que se
ha señalado tradicionalmente es la operación editorial impulsada desde
Barcelona (en especial por la editorial Seix-Barral y la agente literaria Carmen Balcells) y las principales
ciudades latinoamericanas: Buenos Aires, México, Montevideo, Santiago de
Chile. Esta teoría es refutada por
Cortázar en la entrevista que concedió a Joaquín
Soler Serrano en el programa “A
fondo”, de Televisión Española, en
1977. El argentino afirmó en el programa que los editores no les inventaron a los
autores y que él escribió su obra en la
soledad y la pobreza, sin ningún tipo de ayuda. Solo mucho más tarde, tras el éxito obtenido con las primeras y
precarias ediciones de sus libros, que se pasaban de mano en mano, cuando estas
editoriales se fijaran en ellos.
Es indudable que el boom supuso un antes y un después para la narrativa
en lengua hispana. En este sentido llama la atención el hecho de que Cortázar
atribuye al “boom” que los lectores y escritores latinoamericanos comenzaran a
leer literatura latinoamericana, a confiar en sí mismos; “antes solo mirábamos
a Europa, a Francia, y solo leíamos a Sartre, a Faulkner, a Hemingway, a
Greene.”
Dejando de lado la discusión sobre la denominación y las causas
del boom, es indudable que fue un periodo increíblemente fructífero que fructificó
en tantas obras excepcionales.
19 de des. 2015
18 de des. 2015
una recomanació
Ahir, per tancar el “Cafè amb Lletres” d'aquest any, Milena Busquets va parlar del seu segon llibre, "También esto pasará" el fenomen editorial de l'última Fira del llibre de Frankfurt i que
Anagrama ha publicat en castellà, Amsterdam en català i vint editorials més en
altres tants idiomes.
Novel·la autobiogràfica, novel·la homenatge a la mare morta, la editora Esther Tusquets, llegim a la
contraportada del llibre:
“Cuando era
niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca su madre le contó
un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios
y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones posibles. Tras
meses de deliberaciones, los sabios se presentaron ante el emperador con una
propuesta: «También esto pasará.» Y la madre añadió: «El dolor y la pena
pasarán, como pasan la euforia y la felicidad.» Ahora es la madre de Blanca
quien ha muerto y esta novela, que arranca y se cierra en un cementerio, habla
del dolor de la pérdida, del desgarro de la ausencia. Pero frente a este dolor
queda el recuerdo de lo vivido y lo mucho aprendido, y cobra fuerza la
reafirmación de la vida a través del sexo, las amigas, los hijos y los hombres
que han sido y son importantes para Blanca, quien afirma: «La ligereza es una
forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo.» Esta y otras
frases y el tono de la novela, tan ajena a cualquier concesión a lo
convencional, evocan aquella Bonjour tristesse de Françoise Sagan, que
encandiló a tantos (y escandalizó a no pocos) cuando se publicó en 1954. Todo
ello en el transcurso de un verano en Cadaqués, con sus paisajes indómitos y su
intensa luz mediterránea que lo baña todo.
Milena
Busquets transforma en literatura vivencias personales y partiendo de lo íntimo
logra una novela que rompe fronteras y se está traduciendo con inusitada
rapidez a las principales lenguas, como el inglés, el francés, el alemán, el
italiano y el portugués. Y lo logra porque a través de la historia de Blanca y
la enfermedad y muerte de su madre, a través de las relaciones con sus amantes
y sus amigas, combinando prodigiosamente hondura y ligereza, nos habla de temas
universales: el dolor y el amor, el miedo y el deseo, la tristeza y la risa, la
desolación y la belleza de un paisaje en el que fugazmente se entrevé a la
madre muerta paseando junto al mar, porque aquellos a quienes hemos amado no
pueden desaparecer sin más.”
16 de des. 2015
para Amalia
![]() |
el Guadalquivir a su paso por Santo Tomé |
¡Oh Guadalquivir!
Te
vi en Cazorla nacer;
hoy
en Sanlúcar morir.
Un
borbollón de agua clara,
debajo
de un pino verde,
eras
tú, ¡qué bien sonabas!
Como
yo , cerca del mar,
río
de barro salobre,
¿sueñas
con tu manantial?
Proverbios y Cantares
LXXVII
Antonio Machado
![]() |
Plaza de la Agrupación, Santo Tomé |
Un río, el
Guadalquivir. Una niña sentada jugando en una plaza...
Los compañeros de
Vespres Literaris, con estas imágenes y un poema de nuestro amado Antonio,
queremos acompañarte, Amalia.
15 de des. 2015
victor hugues
Como Víctor Hugues ha sido casi ignorado por la historia de la
Revolución Francesa —harto atareada en describir los acontecimientos ocurridos
en Europa, desde los días de la Convención hasta el 18 Brumario, para desviar
la mirada hacia el remoto ámbito del Caribe—, el autor de este libro cree útil
hacer algunas aclaraciones acerca de la historicidad del personaje.
Se sabe que Víctor Hugues era marsellés, hijo de un panadero —y
hasta hay motivos para creer que tuviese alguna lejana ascendencia negra, aunque
esto no sería fácil de demostrar. Atraído por un mar que es —en Marsella,
precisamente— una eterna invitación a la aventura desde los tiempos de Piteas y
de los patrones fenicios, embarco hacia América, en calidad de grumete,
realizando varios viajes al Mar Caribe. Ascendido
a piloto de naves comerciales, anduvo por las Antillas, observando, husmeando,
aprendiendo, acabando por dejar las navegaciones para abrir en Port-au-Prince
un gran almacén —comptoir— de
mercancías diversas, adquiridas, reunidas, mercadas por vías de compraventa, trueque,
contrabandos, cambios de sederías por café,
de vainilla por perlas, como aún existen muchos en los puertos de ese mundo
tornasolado y rutilante. Su verdadera entrada en la Historia data de la noche
en que aquel establecimiento fue incendiado por los revolucionarios haitianos.
A partir de ese momento, podemos seguir su trayectoria paso a paso, tal como se
narra en este libro. Los capítulos consagrados a la reconquista de la Guadalupe
se guían por un esquema cronológico preciso. Cuanto se dice acerca de su guerra
librada a los Estados Unidos —la que llamaron los yanquis de entonces «Guerra de Brigantes»—, así como a la acción de los corsarios, con sus
nombres y los nombres de sus barcos, está basado en documentos reunidos por el
autor en la Guadalupe y en bibliotecas de la Barbados, así como en cortas pero
instructivas referencias halladas en obras de autores latinoamericanos que, de
paso, mencionaron a Víctor Hugues.
En cuanto a la acción de Víctor Hugues en la Guayana Francesa, hay
abundante material informativo en las «memorias» de la deportación. Después de
la época en que termina la acción de esta novela, Víctor Hugues fue sometido en
París a un consejo de guerra, por haber entregado la colonia a Holanda, después
de una capitulación que era, en verdad, inevitable. Absuelto con honor, Víctor Hugues volvió a
moverse en el ámbito político. Sabemos que tuvo relaciones con Fouché. Sabemos también que estaba en París, todavía,
a la hora del desplome del imperio napoleónico.
Pero aquí se pierden sus huellas. Algunos historiadores —de los
muy pocos que se hayan ocupado de él accidentalmente, fuera de Pierre Vitoux
que le consagro, hace más de veinte años, un estudio aún inédito— nos dicen que murió
cerca de Burdeos, donde «poseía unas tierras» (?), en el año 1820. La Bibliografía
Universal de Didot lleva esa muerte al año 1822. Pero en la Guadalupe, donde el
recuerdo de Víctor Hugues está muy presente, se asegura que, después de la
caída del Imperio, regresó a la Guayana, volviendo a tomar posesión de sus
propiedades. Parece —según los investigadores de la Guadalupe— que murió
lentamente, dolorosamente, de una enfermedad que pudo ser la lepra, pero que, por mejores indicios, debió ser más bien una
afección cancerosa. 1
¿Cuál fue, en realidad, el fin de Víctor Hugues? Aún lo ignoramos,
del mismo modo que muy poco sabemos acerca de su nacimiento. Pero es indudable
que su acción hipostática —firme, sincera,
heroica, en su primera fase; desalentada, contradictoria,
logrera y hasta cínica, en la segunda— nos ofrece la imagen de un personaje
extraordinario que establece, en su propio comportamiento, una dramática dicotomía.
De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese
ignorado personaje histórico en una novela que abarcara, a la vez, todo el ámbito
del Caribe.
Alejo Carpentier
1 Nota del autor:
Estaban publicadas ya estás páginas al final de la primera edición que de este
libro se hizo en México, cuando, hallándome en París, tuve oportunidad de
conocer a un descendiente directo de Víctor Hugues, poseedor de importantes
documentos familiares acerca del personaje. Por el supe que la tumba de Víctor
Hugues se encuentra en un lugar situado a alguna distancia de Cayena. Pero con
esto encontré, en uno de los documentos examinados, una asombrosa revelación:
Víctor Hugues fue amado fielmente, durante años, por una hermosa cubana que,
por más asombrosa realidad, se llamaba Sofia.
Postfacio de El Siglo de las Luces
Seix Barral, Barcelona 2001
pág.409-411
13 de des. 2015
La Gàbia
Els
companys del Grup Artístic Teatral, GAT,
representaran al Teatre Ateneu l’obra
“La Gàbia”, una adaptació de Lluís Tusell i Francesc Vilaró de l'obra
"La cage aux foulles" d'en
Jean Poiret.
Sota
la direcció del Lluís i el Francesc, trenta actors i actrius del Gat, posen en
escena les tribulacions de l'Armand i L´Albert, una parella homosexuals que
regenten un club de transformisme. L'Armand té un fill del seu anterior
matrimoni amb Catherine. Fins ara tots els seus problemes es limitaven a
decidir el vestuari, el maquillatge i els números musicals da cada nit per al
seu show. Però degut a que el seu fill ha trobat parella amb una noia filla
d'un Ministre de dretes i ultraconservador i vol presentar la seva família, hauran
de masculinitzar els seus gestos i els seus hàbits per convèncer als pares de
la noia. Tot això , embolcallat amb el show del club on finalment s'hi veuran amb
el Ministre I la seva dona.
Podreu gaudir d’aquesta comèdia musical el dissabte
19/12/2015, a
les 21 hores.
l'autor del mes
L'escriptor cubà Alejo Carpentier, entrevistat per Joaquín Soler Serrano en el seu programa de TVE "A fondo", en l'any 1977.
11 de des. 2015
la intrusa, intertextualidad
“No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se
busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y
oscuro de nuestro corazón. Porque si no, ¿cómo el encuentro con una misma
persona no produce en dos seres los mismos resultados? ¿Por qué a uno el
encuentro con un revolucionario lo lleva a la revolución y al otro lo deja
indiferente? Razón por la cual parece como que uno termina por encontrarse al
final con las personas que debe encontrar, quedando así la casualidad reducida
a límites muy modestos. De modo que esos encuentros que en la vida de cada uno
nos parecen asombrosos, no son otra cosa que la consecuencia de esas fuerzas
desconocidas que nos aproximan a través de la multitud indiferente, como las
limaduras de hierro se orientan a distancia hasta los polos de un poderoso
imán; movimientos; movimientos que constituirían motivo de asombro para las
limaduras si tuviesen alguna conciencia de sus actos sin alcanzar a tener,
empero, un conocimiento pleno y total de la realidad. Así, marchamos un poco
sonámbulos, hacia los seres que de algún modo son desde el comienzo nuestros
destinatarios.”
Sobre héroes y tumbas
Ernesto Sábato
9 de des. 2015
espacios del recuerdo
“Me encantaba
mi habitación, balcón al mundo, al renacimiento de un mundo donde, un lejano 9
de agosto, habían muerto varios de mis antepasados. Ocho años de mi vida transcurrieron
allí. Cuánto me gustaban aquellas habitaciones, aquellas paredes... Pienso que
todas las constituciones del mundo deberían reconocer el derecho inalienable de
cualquier persona a regresar cuando guste a los escenarios más entrañables de
su pasado. Poner a su disposición un manojo de llaves que le permitieran entrar
a todos los pisos, casas y jardines donde transcurrió su infancia y pasarse las
horas muertas en esos palacios de invierno de la memoria. Los nuevos
propietarios no podrían negar el acceso a esos peregrinos del tiempo. Tan
convencida estoy que, si un día retomara el compromiso político, creo que ése
sería el único punto de mi programa, mi única promesa electoral...
Un domingo de
otoño, el año que cumplí los dieciséis, mis padres viajaron en coche a la zona
de Shimabara para visitar a unos primos. Nunca regresaron. Un desprendimiento de
tierras provocado por una tempestad sepultó la carretera a su paso por ella, en
algún lugar de la montaña. Y se acabó. Me había quedado huérfana. El resto de
la familia se hizo cargo de mí. Me fui a vivir con unos tíos. Recuerdo el día
que dejé la casa. No podía imaginar que mucho tiempo después regresaría a ella de
un modo tan vergonzoso, como una ladrona, y me instalaría en la habitación que
había sido el dormitorio de mis padres.”
La intrusa
Éric Faye
Salamandra, 2013
pág. 104-106
“La más noble
aspiración de un espíritu es la de escudriñar en sí mismo su propia niñez.
Miguel de Unamuno
La madurez del hombre
consiste en volver a encontrar la seriedad que tenía cuando jugaba de niño.
Friedrich Nietzsche
“La
verdadera patria del hombre es su infancia”
Rainer Maria Rilke
“La infancia es la patria de todos”
Antoine
de Saint-Exupéry
"Mi
patria es mi infancia"
Charles
Baudelaire
“Mi patria es
la infancia”
Miguel
Delibes
8 de des. 2015
activitat grup Itaka
Els companys del grup ITAKA, amb el
suport de la regidoria d'Immigració i Cooperació de l'Ajuntament de Cerdanyola
del Vallès, organitzant el dimarts 15 de desembre, a les 19.00 hores al Museu d'Art de Cerdanyola
la projecció del documental "Caure
del niu". Després hi haurà un debat amb la directora del film, Susanna Barranco, confrontant i analitzant les diferents
temàtiques que presenta el documental.
"Caure del niu" explora la vida de diferents joves i infants immigrants que han arribat a Barcelona. El documental retrata les preocupacions, anhels, esperances i dificultats dels protagonistes a l’hora de començar una nova vida, així com les conseqüències que poden derivar d’aquest fet migratori en la seva salut mental.
Susanna Barranco és directora i productora audiovisual i teatral.
L’any 1999 va crear la companyia que porta el seu nom, amb la qual fa diversos
projectes teatrals i audiovisuals. Com a documentalista, Barranco ha dirigit Ferides, Buits i El silenci del Jonc.
L’acte forma part de la programació de la TARDOR SOLIDÀRIA 2015 , una iniciativa de les ONGs locals i regidoria d'Immigració i Cooperació de l'Ajuntament de
Cerdanyola del Vallès. Un programa de sensibilització envers els principis i valors de
la solidaritat, la diversitat, la pau i els drets humans a través d'activitats
al voltant dels dies internacionals dels Drets Humans i de les Persones
Migrades , amb la finalitat de construir una societat més justa que aposti per
la cooperació i la solidaritat com a una fórmula més per acabar amb les
desigualtats i l’exclusió.
lectura poliédrica
El próximo
jueves 10 de diciembre, el escritor, dinamizador de la lectura y amigo Francisco Rincón presenta junto al
coautor de la obra, Jesús Ballaz, y el poeta Adrià Sàbat, el libro
“La lectura poliédrica. Metáforas para
hablar de la lectura”.
La presentación tendrá lugar en la Biblioteca Pau
Vila, de Molins de Rei (Plaza Josep Tarradellas, 1), a las 20.30 horas.
5 de des. 2015
Subscriure's a:
Missatges (Atom)