La editorial Páginas de Espuma, en edición de Paul Viejo, ha publicado la narrativa breve completa de Antón Chéjov en cuatro volumenes.
En la cuarta y última entrega, que cubre el periodo 1894-1903, hasta la muerte de Chéjov, llegamos al final de una de las obras más importantes de la literatura en la que se concentran cuentos como “Del amor”, “Las grosellas” o “El obispo” , junto a un apéndice con textos de diversa índole y a relatos extensos como “Mi vida”, “Tres años” o “En el barranco”, hasta “La novia”, el último de los que publicó
LA DAMA DEL
PERRITO
“Y Ana
Sergeyevna empezó a ir a verlo a Moscú. Cada dos o tres meses abandonaba S.
diciendo a su esposo que iba a consultar a un doctor acerca de un mal interno
que sentía. Y el marido le creía y no le creía. En Moscú paraba en el hotel del
Bazar Eslavo, y desde allí enviaba a Gurov un mensajero con una gorra
encarnada. Gurov la visitaba y nadie en Moscú lo sabía.
Una mañana de
invierno se dirigía hacia el hotel a verla (el mensajero llegó la noche
anterior). Iba con él su hija, a quien acompañaba al colegio. La nieve caía en
grandes copos blancos.
-Hay tres
grados sobre cero y, sin embargo, nieva -dijo Gurov a su hija-. Sólo hay
deshielo en la superficie de la tierra; a mucha más altura de la atmósfera la
temperatura es distinta completamente.
-¿Y por qué no
hay tormentas en invierno, papá?
Y le explicó
esto también.
Hablaba
pensando que iba a verla a «ella», que nadie lo sabía y probablemente no se
enterarían nunca. Tenía dos vidas: una franca, abierta, vista y conocida de
todo el que quisiera, llena de franqueza relativa y relativa falsedad, una vida
igual a la que llevaban sus amigos y conocidos; y otra que se deslizaba en
secreto. Y a través de circunstancias extrañas, quizá accidentales, resultaba
que cuanto había en él de verdadero valor, de sinceridad, todo lo que formaba
el fondo de su corazón estaba oculto a los ojos de los demás; en cambio, cuanto
había en él de falso, el estuche en que solía esconderse para ocultar la verdad
-como, por ejemplo, su trabajo en el banco, sus discusiones en el club, aquello
de la «raza inferior», su asistencia acompañado de su mujer a aniversarios y
fiestas-, todo eso lo hacía delante de todo el mundo. Desde entonces juzgó a
los otros por sí mismo, no creyendo en lo que veía y pensando siempre que cada
hombre vive su verdadera vida en secreto, bajo el manto de la noche. La
personalidad queda siempre ignorada, oculta, y tal vez por esta razón el hombre
civilizado tiene siempre interés en que sea respetada.
Después de
dejar a su hija en el colegio, Gurov se dirigió al Bazar Eslavo. Se quitó abajo
el abrigo de pieles, subió las escaleras y llamó a la puerta. Ana Sergeyevna,
vestida con su traje gris favorito, exhausta por el viaje y la espera, lo
aguardaba desde la noche anterior. Estaba pálida; lo miró sin sonreír, y apenas
había entrado se arrojó en sus brazos. Fue su beso lento, prolongado, como si
hiciera años que no se veían.
-Y bien, ¿qué
tal lo vas pasando allí? -preguntó Gurov-. ¿Qué noticias traes?
-Espera; ahora
te contaré..., no puedo hablar.
Y no podía;
estaba llorando. Se volvió de espaldas a él llevándose el pañuelo a los ojos.
«La dejaremos
llorar. Me sentaré y esperaré», pensó Dmitri; y se sentó en una butaca.
Mientras
tanto, llamó al timbre y pidió que le trajeran té. Ana Sergeyevna seguía de
espaldas a él mirando por la ventana. Lloraba de emoción, al darse cuenta de lo
triste y dura que era la vida para ambos; sólo podían verse en secreto,
ocultándose de todo el mundo, como ladrones. Sus vidas estaban destrozadas.
-¡Ven,
cállate! -dijo Gurov.
Para él era
evidente que aquel amor tardaría mucho en acabarse; que no podía encontrarle
fin. Ana Sergeyevna cada vez lo quería más. Lo adoraba y no había que pensar en
decirle que aquello se acabaría alguna vez; por otra parte, no lo hubiera
creído.
Se levantó a
consolarla con alguna palabra de cariño, apoyó las manos en sus hombros y en
aquel momento se vio en el espejo.
Empezaba a
blanquearle la cabeza. Y le pareció raro haber envejecido tan rápida y
tontamente durante los últimos años. Aquellos hombros sobre los que reposaban
sus manos eran jóvenes, llenos de vida y calor, temblaban.
Sintió
compasión por aquella vida todavía tan joven, tan encantadora, pero
probablemente no lejos de marchitarse como la suya. ¿Por qué lo amaba ella
tanto? Siempre había parecido a las mujeres distinto de cómo era en realidad;
amaban, no a él mismo, sino al hombre que se habían forjado en su imaginación,
a aquel a quien con ansia buscaran toda la vida; y después, al notar su engaño,
lo seguían amando lo mismo. Sin embargo, ninguna fue feliz con él. El tiempo
pasó, hizo amistad con ellas, vivió con algunas, se separó luego, pero nunca
había amado; sería lo que quisiera, pero no era amor.
Y he aquí que
ahora, cuando su cabeza empezaba a blanquear, se había realmente enamorado por
primera vez en su vida.
Ana Sergeyevna
y él se amaban como algo muy próximo y querido, como marido y mujer, como
tiernos amigos; habían nacido el uno para el otro y no comprendían por qué ella
tenía un esposo y él una esposa. Eran como dos aves de paso obligadas a vivir
en jaulas diferentes. Olvidaron el uno y el otro cuanto tenían por qué
avergonzarse en el pasado, olvidaron el presente, y sintieron que aquel amor
los había cambiado.
Otras veces,
en momentos de depresión moral, Gurov se había reconfortado a sí mismo con
razonamientos de alguna clase; pero ahora no le preocupaban estas cosas; sentía
profunda compasión, necesidad de ser sincero y tierno...
-No llores,
querida -le dijo-. Ya has llorado bastante, vamos... Ven y hablaremos un poco,
arreglaremos algún plan.
Entonces
discutieron sobre la necesidad de evitar tanto secreto, el tener que vivir en
ciudades diferentes y verse tan de tarde en tarde. ¿Cómo librarse de aquel
intolerable cautiverio?...
-¿Cómo? ¿Cómo?
-se preguntaba Gurov con la cabeza entre las manos-. ¿Cómo?...
Y parecía como
si dentro de pocos momentos todo fuera a solucionarse y una nueva y espléndida
vida empezara para ellos; y ambos veían claramente que aún les quedaba un
camino largo, largo que recorrer, y que la parte más complicada y difícil no
había hecho más que empezar.
FIN
La dama del perrito (1899)
fragmento cuatro y último
Antón Chejov
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