10 de des. 2016

stefan zweig, 6



“Nos hallamos en el año 1834. Un vapor americano zarpa de El Havre hacia Nueva York. Entre los desesperados que van a bordo se encuentra uno llamado Juan Augusto Suter, natural de Reynenberg, cerca de Basilea (Suiza), de treinta y un años de edad, a quien le corre prisa marcharse para librarse de la justicia europea. Acusado de quiebra fraudulenta, de robo y de falsificación, ha abandonado a su esposa y a sus tres pequeños hijos. Valiéndose de falsa documentación, se ha hecho en París con algún dinero, para emprender aquel viaje en busca de una nueva existencia. Desembarca por fin en Nueva York el 7 de julio, y allí se dedica a toda clase de negocios posibles e imposibles; fue embalador, tendero, dentista, traficante en drogas, tabernero. Cuando al fin consigue estabilizarse en el país, adquiere una posada, pero al poco tiempo vuelve a venderla, para dirigirse a la máxima atracción de aquellos tiempos: el Missouri. Allí se convierte en agricultor y, poco después, llega a ser dueño de una pequeña granja o rancho. Hubiera podido vivir tranquilo, pero continuamente pasan por delante de su hacienda infinidad de traficantes en pieles, cazadores, aventureros y soldados que van y vienen del Oeste, despertando en él con sus historias un irresistible deseo de probar de nuevo fortuna marchándose allí también. Como es sabido, primero se hallan las estepas, con enormes rebaños de búfalos, inmensos desiertos que durante días y días, semanas y semanas, no se ven animados por la presencia del hombre, a no ser el dueño de la llanura, el piel roja. Luego vienen las montañas, altísimas, inexploradas, y después, por fin, se encuentra aquella tierra nueva, de la cual nadie sabe nada a ciencia cierta, pero cuyas riquezas son fabulosas. Esa tierra es California. Tierra donde manan, generosas, la leche y la miel, tierra que se halla a disposición de quien la quiera tomar. Está lejos, inmensamente lejos, y la empresa de alcanzarla, preñada de peligros. Pero por las venas de Juan Augusto Suter corre sangre aventurera. No puede hacerse a la vida tranquila, al cultivo apacible del suelo. Un buen día, en 1837, vende su hacienda, organiza una expedición con carros, caballos y rebaños de búfalos y, partiendo de Fort Independence, se dirige temerariamente hacia lo desconocido.”

Momentos estelares de la humanidad
“El descubrimiento de Eldorado”

Stefan Zweig

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