Por Andrea Aguilar
“Forzado a
abandonar la idílica calma rural de su retiro, el detective Gurney, analítico e
introvertido, se adentra en un inquietante caso en el que hay “horror, odio,
mafia, locura, policía, dinero, mentiras y tal vez unas gotas de incesto”. Este
es el resumen que le ofrece su antiguo compañero en el cuerpo de Policía de
Nueva York, Hardwick, en las primeras páginas de No confíes en Peter Pan (Roca Editorial), la nueva entrega de la
serie de novelas de misterio que arrancó con Sé lo que estás pensando y que ha convertido a John Verdon en una inesperada estrella de este género.
Al hablar de
la estructura de sus tramas, Verdon echa mano al bolsillo y saca las tarjetas
que dice que siempre le acompañan. “Desde hace cinco años forman parte casi de
mi cuerpo”, explica. “En ellas anoto escenas, cómo algo puede estar oculto,
conversaciones, y demás”. Cuando ha reunido más de 300 las despliega en la mesa
de comedor de su casa y las amontona en una estructura básica de tres actos.
Luego añadirá otras 300 para ir tejiendo los nudos del misterio, antes de
sentarse a escribir.
Lo cierto es
que Verdon no ha destilado este método a lo largo de toda una vida, sino más
bien en una segunda vida. Criado en el Bronx, en un barrio católico poblado por
curas y policías irlandeses, —igual que su detective Gurney— este autor tuvo
una larga carrera en el campo de la publicidad —“asistí a un buen número de
reuniones y conferencias, que me enseñaron bastante sobre la dinámica de
grupos, sobre gente lista metida en el mundo de las empresas que tiene sus
propios intereses, y eso es una buena escuela”—. Se retiró, se instaló en el
campo y se convirtió en un ávido lector de novelas negras, como las situadas en
California en la década de los cincuenta escritas por Ross Macdonald o las del británico-canadiense Peter Robinson. “Ocurría lo mismo en casi todos los libros, el
detective iba haciendo entrevistas y descubriendo quién mentía. Aunque el tono
y el estilo eran diferentes, el proceso era idéntico y me cautivó”, recuerda.
Lo comentó con su esposa y ella le animó a que llevara a la práctica su
descubrimiento. Un par de años después y con más de 400 páginas escritas
decidió enviarlo a cerca de 40 agentes. Uno de ellos le respondió, se vendieron
los derechos a 20 países y cientos de miles de ejemplares.
“Las historias
de detectives son atractivas porque representan el triunfo de la razón sobre el
caos. En mis libros el elemento criminal siempre nace de la pasión, de la
lujuria, del ansia de poder o la avaricia”, dice el escritor. Gurney, su
personaje, se esfuerza por buscar esas razones.
En el caso de No confíes en Peter Pan se adentra en
las que mueven al sicario que dispara contra el magnate Spalter, un millonario
con vínculos mafiosos que pretendía dar el salto a la política y que queda
reducido a estado vegetal durante el juicio por el que acaba condenada su
esposa.
“La violencia
explícita no me interesa demasiado, ni como escritor ni como lector. Me gusta
pensar que lo que escribo tiene más que ver con una búsqueda intelectual y
reflexiva, con las intersecciones entre la vida del detective y el criminal”,
apunta. Tampoco le gustan los juegos detectivescos tan sofisticados que no
esconden nada más que el mero enredo —“eso acaba siendo demasiado ligero”,
apunta—. A menudo emplea dos libros usados como manuales en las academias de
policía para portar veracidad a sus historias, y cuando le consumen las dudas
llama uno de sus hijos, agente en Nueva Jersey.
En las novelas
policíacas de Verdon no hay bombas a punto de estallar, ni agentes dobles, ni
superhombres, y el escritor reconoce que al no tener televisión ha logrado
mantenerse ajeno al género de dramas terroristas tipo Homeland que causan furor. A pesar de esto, le encantaría que
prosperara el acuerdo que están negociando para convertir sus novelas en una
miniserie televisiva.
Su
aproximación al género tiene, dice él, buscando un símil, más que ver con la
arqueología, con tirar del hilo que asoma, de la punta de una ruina bajo la que
se esconde una ciudad subterránea, que con efectistas fuegos artificiales o
desesperados investigadores. El desenterramiento que en sus novelas acomete le
permite, por ejemplo, presentar a un villano de sexo ambiguo y edad indefinida
como representación del mal que se esconde en todos; u ofrecer su visión
escéptica sobre el sistema judicial estadounidense. “Igual que Gurney yo
también pienso que es un total desastre pero que no va a poder cambiar. Ocurre
lo mismo con el trato que damos a la gente con enfermedades mentales, realmente
no sabemos qué hacer con ellos y no hay ni los recursos, ni la voluntad para
hacer algo distinto de lo que se hace”, reflexiona.”
El País
13/12/2013
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