“Me dicen que yo soy la hermana
más anticuada, pero si vamos a ver, en el fondo, yo soy la más moderna, la que
no mira al pasado, como Toño, ni al futuro que no existe, que ya se nos está
acabando o se nos acabó, como Eva. Yo soy la que vive en el presente, aquí y
ahora, en estos pocos instantes de vida que nos quedan, y que es mejor vivirlos
sin llorar, en una casa nueva, linda, luminosa, en una casa vuelta a levantar
con voluntad, con baños y duchas nuevas, al fin con agua caliente, porque aquí
siempre lo único que había era agua fría, para templar el carácter, como decía
el abuelito Josué, ya no más, con camas cómodas y colchones decentes, con
toallas blancas que sequen, como las de los buenos hoteles, sin tanto
cachivache inútil, y hacerlo todo con la misma terquedad que dice Toño que
tuvieron los colonizadores de esta tierra, y no chillando ante las brasas
apagadas ni ante los escombros de un maldito incendio. No amedrentarse, no
tener miedo, mandar a Los Músicos a la porra, o sobornarlos sin que nadie lo
sepa, pagarles su maldita vacuna sin decirles nada a los hermanos, que por todo
se escandalizan y se indignan con mil aspavientos, a ver si nos dejan vivos y
no nos queman la casa de nuevo.”
La Oculta
Héctor Abad Faciolince
Alfaguara, 2015
Página 118
Fragmento de la entrevista a nuestro autor y publicada en el diario “la opinión”
“El más reciente libro de Héctor Abad Faciolince se titula La Oculta. Desde una hacienda recorre
la historia de una familia y de la colonización del suroeste antioqueño y narra
momentos de una violencia que no termina. Una historia que reúne ancestros,
genes y memoria.
P: ¿Cuál
es el impulso que lo lleva a escribir esta novela?
R: Creo
que el origen obvio de la novela es la finca de mis bisabuelos: La Inés, en la
vereda La Oculta, que antes quedaba en jurisdicción de Jericó y hoy de Támesis,
un sitio que conozco desde la infancia y al que sigo yendo. Luego está el lago
de La Oculta, que existe y es de unos primos míos muy queridos, los Ceballos
Abad. A partir de ahí hay voces (cuentos, cosas que se dicen) y episodios
vitales que me han contado o que he vivido yo mismo: los ahogados de La Oculta.
Los grupos guerrilleros y paramilitares que actuaban por allá, las fondas, los
caballos, los pájaros, las vacas. Los colores, lo que se comía. Esa mezcla de
vivencias son el origen de La Oculta.
P: Convierte
la finca en figura literaria. ¿Por qué?
R: Es
una manía, una obsesión antioqueña. Me di cuenta de eso cuando lo primero que
hice la primera vez que tuve algo de plata fue comprarme una cabaña en La Ceja.
Es lo que hacen casi todos los antioqueños cuando consiguen algo, no importa si
son industriales, mafiosos, contrabandistas, filósofos, profesores o
escritores: nos buscamos un lote de tierra en el campo. Los pobres sueñan con
la tierrita que perdieron y quisieran volver a ella. Los ricos sueñan con la
hacienda que tuvieron y la añoran. O la odian. No creo que haya un motivo más
nuestro que el apego a la tierra.
P: Háblenos
de la estructura: Pilar, Eva y Antonio, alternándose, perfilan la hacienda.
R: Busqué
muchas maneras de contar la historia. Desde un punto de vista exterior y
objetivo. Desde adentro, involucrándome yo mismo como si fuera un personaje
más. Al fin no pude, o no quise, excluir a ninguno de los tres hermanos, que
son los últimos en heredar esa finca, y están involucrados con ella de maneras
muy distintas.
Todos cuentan la misma historia de manera distinta,
según el filtro de su propia experiencia. Me traté de meter en el pellejo de
los tres y de ser, por turnos, Pilar, Eva y Antonio”.
P: 150
años contados a partir de la vida de una hacienda. ¿Novela rural o histórica?
R: Es
una mezcla rara de novela histórica y novela familiar. Tal vez la historia no
sea otra cosa que la historia de cómo se organiza y evoluciona la familia. Lo
más distinto que hay hoy en día -con relación a cómo era la sociedad colombiana
y jericoana y francesa- es el tipo de familia que existe: hace un siglo y medio
era impensable una familia homosexual o una mujer que cambiara de pareja cada
cierto tiempo. Hoy eso es normal.
P: Entre
la realidad y la ficción. ¿Qué tan fina es la línea que las separa?
R: La línea, más que fina, es muy borrosa.
Siempre he trabajado con algo muy importante para mí: la mala memoria. Mi mala
memoria deforma y es mi manera de tener fantasía.
Digamos que todo lo que cuento son cosas que
recuerdo, pero como todo lo recuerdo mal, entonces en realidad es deformación,
ficción, invento. Hay pedazos en que podrá reconocerse el rastro diurno -como
dicen los freudianos de los sueños, el rastro de la realidad- pero la mayor
parte de la trama es como un sueño de cosas que no existieron mezcladas con
cosas que sí ocurrieron así. Yo no puedo saber si la colonización de Jericó fue
como la cuento, pero así la imagino.”
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