1 de jul. 2020

Héctor Abad Faciolince, entrevista




“Me dicen que yo soy la hermana más anticuada, pero si vamos a ver, en el fondo, yo soy la más moderna, la que no mira al pasado, como Toño, ni al futuro que no existe, que ya se nos está acabando o se nos acabó, como Eva. Yo soy la que vive en el presente, aquí y ahora, en estos pocos instantes de vida que nos quedan, y que es mejor vivirlos sin llorar, en una casa nueva, linda, luminosa, en una casa vuelta a levantar con voluntad, con baños y duchas nuevas, al fin con agua caliente, porque aquí siempre lo único que había era agua fría, para templar el carácter, como decía el abuelito Josué, ya no más, con camas cómodas y colchones decentes, con toallas blancas que sequen, como las de los buenos hoteles, sin tanto cachivache inútil, y hacerlo todo con la misma terquedad que dice Toño que tuvieron los colonizadores de esta tierra, y no chillando ante las brasas apagadas ni ante los escombros de un maldito incendio. No amedrentarse, no tener miedo, mandar a Los Músicos a la porra, o sobornarlos sin que nadie lo sepa, pagarles su maldita vacuna sin decirles nada a los hermanos, que por todo se escandalizan y se indignan con mil aspavientos, a ver si nos dejan vivos y no nos queman la casa de nuevo.”

La Oculta
Héctor Abad Faciolince
Alfaguara, 2015
Página 118



Fragmento de la entrevista a nuestro autor y publicada en el diario “la opinión”




“El más reciente libro de Héctor Abad Faciolince se titula La Oculta. Desde una hacienda recorre la historia de una familia y de la colonización del suroeste antioqueño y narra momentos de una violencia que no termina. Una historia que reúne ancestros, genes y memoria.

P: ¿Cuál es el impulso que lo lleva a escribir esta novela?

R: Creo que el origen obvio de la novela es la finca de mis bisabuelos: La Inés, en la vereda La Oculta, que antes quedaba en jurisdicción de Jericó y hoy de Támesis, un sitio que conozco desde la infancia y al que sigo yendo. Luego está el lago de La Oculta, que existe y es de unos primos míos muy queridos, los Ceballos Abad. A partir de ahí hay voces (cuentos, cosas que se dicen) y episodios vitales que me han contado o que he vivido yo mismo: los ahogados de La Oculta. Los grupos guerrilleros y paramilitares que actuaban por allá, las fondas, los caballos, los pájaros, las vacas. Los colores, lo que se comía. Esa mezcla de vivencias son el origen de La Oculta.

P: Convierte la finca en figura literaria. ¿Por qué?

R: Es una manía, una obsesión antioqueña. Me di cuenta de eso cuando lo primero que hice la primera vez que tuve algo de plata fue comprarme una cabaña en La Ceja. Es lo que hacen casi todos los antioqueños cuando consiguen algo, no importa si son industriales, mafiosos, contrabandistas, filósofos, profesores o escritores: nos buscamos un lote de tierra en el campo. Los pobres sueñan con la tierrita que perdieron y quisieran volver a ella. Los ricos sueñan con la hacienda que tuvieron y la añoran. O la odian. No creo que haya un motivo más nuestro que el apego a la tierra.

P: Háblenos de la estructura: Pilar, Eva y Antonio, alternándose, perfilan la hacienda.

R: Busqué muchas maneras de contar la historia. Desde un punto de vista exterior y objetivo. Desde adentro, involucrándome yo mismo como si fuera un personaje más. Al fin no pude, o no quise, excluir a ninguno de los tres hermanos, que son los últimos en heredar esa finca, y están involucrados con ella de maneras muy distintas.

Todos cuentan la misma historia de manera distinta, según el filtro de su propia experiencia. Me traté de meter en el pellejo de los tres y de ser, por turnos, Pilar, Eva y Antonio”.

P: 150 años contados a partir de la vida de una hacienda. ¿Novela rural o histórica?

R: Es una mezcla rara de novela histórica y novela familiar. Tal vez la historia no sea otra cosa que la historia de cómo se organiza y evoluciona la familia. Lo más distinto que hay hoy en día -con relación a cómo era la sociedad colombiana y jericoana y francesa- es el tipo de familia que existe: hace un siglo y medio era impensable una familia homosexual o una mujer que cambiara de pareja cada cierto tiempo. Hoy eso es normal.

P: Entre la realidad y la ficción. ¿Qué tan fina es la línea que las separa?

R:  La línea, más que fina, es muy borrosa. Siempre he trabajado con algo muy importante para mí: la mala memoria. Mi mala memoria deforma y es mi manera de tener fantasía.

Digamos que todo lo que cuento son cosas que recuerdo, pero como todo lo recuerdo mal, entonces en realidad es deformación, ficción, invento. Hay pedazos en que podrá reconocerse el rastro diurno -como dicen los freudianos de los sueños, el rastro de la realidad- pero la mayor parte de la trama es como un sueño de cosas que no existieron mezcladas con cosas que sí ocurrieron así. Yo no puedo saber si la colonización de Jericó fue como la cuento, pero así la imagino.”


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