“… ¿qué otra cosa somos los
colombianos sino mestizos, zambos, mulatos y bastardos?”
La Oculta
Héctor Abad Faciolince
Alfaguara, 2015
Página 131
por Begoña Curiel
“La tierra también se mueve y de
qué manera. Hasta La Oculta, nombre
de la finca que da título a esta novela y de la que sin duda, es la absoluta
protagonista. Porque todo se mueve con ella, alrededor, por, encima y hasta sin
ella.
Todo y todos, los personajes de
carne y hueso que pueblan sus páginas. Los protagonistas: Pilar, Eva y Antonio,
son los hijos de esa finca, símbolo de la tierra por la que se unen y separan.
La muerte de su madre es la fractura personal que les volverá locos,
porque el mantenimiento de esta finca en tierras colombianas no cae del cielo y
tendrán que decidir qué hacer con ella. Por más que Pilar, se quede a vivir en
La Oculta –ha hecho la promesa de que nunca la venderá– no podrá sufragar los
gastos aunque sean compartidos y habrá que deshacerse de ella. Antonio, no
quiere vender aunque vive en Nueva York. Ese pedacito de tierra es un trozo de
su cuerpo. Eva, es la única que lo tiene claro y no va hacer más esfuerzos, ni
económicos ni emocionales por mantenerla.
La voz de los tres hijos es el recorrido de la novela y de la historia:
presente y pasado, y el futuro que será sin La oculta. Héctor Abad describirá ese amor casi destructivo por esa finca.
Allí han pasado lo mejor y lo peor de sus vidas: muertes, secuestros, la
crueldad de la guerrilla, de los paramilitares... Pero no pueden vivir con
ella, ni sin ella.
Es un Edén descrito con los sentidos. Paisaje, olores, alimentos,
pájaros, animales... Todo desprende y respira sensaciones. Buenas, buenísimas,
malas y malísimas. Es todo tan intenso que agota. A ratos, adoras y comprendes a los personajes
por sus nostalgias. A ratos, te cansan y te hartas de su obstinación por
mantenerse en una realidad que ya no tiene futuro o con la que ya no tienen
futuro.
Hay que soltar amarras y los desgarros son constantes. La atracción que
ejerce La Oculta es fatal. Como su lago. Ese lago que conjuga la vida con la muerte que reposa en su fondo. Porque
el lago está lleno de ahogados. Es tan siniestro como atrayente. Me encanta la
capacidad de Abad de Faciolince para
desdoblar sentimientos. Ese lago se convierte en metáfora de la contradicción
continua que se aloja en la novela. En la finca, sus moradores, la vida de sus
protagonistas, la lucha descarnada política y militar del país...
Abad humaniza esta finca que subyuga y asfixia. Y con ella, todos los
elementos animados e inanimados que pululan a su alrededor.
Me gusta la estructura elegida por el autor. Con el monólogo de cada uno
de los hijos, conoceremos los contextos, hechos y sucesos y la perspectiva que
aporta cada uno de sus filtros. Cada testimonio sirve para complementar datos
del anterior o del que después vendrá.
Son muchos los motivos por los que me he sentido cautivada. Esa
estructura que acabo de mencionar es uno, pero también el lenguaje colorido, la
escritura sencilla, por no hablar de capítulos y temáticas concretas que
resultan especialmente interesantes.
Como capítulos destacaría el relato de la fuga –angustiosa,
desquiciante– de Eva. El ritmo de su escapada es determinante. Su vida está en
juego de manera literal y esa sensación se transmite al lector.
También es tremendamente terrible el capítulo del secuestro de Lucas, el
hijo de Pilar. Brutal. Son “esas cosas que ocurren” en el contexto de la
Colombia del momento. Están a la orden del día, pero es difícil de soportar,
sobrevivir durante y después del shock. Tanto, que esa desaparición es la causa
directa de una muerte en la familia.
En cuanto a temáticas, destacaría el debate interior de Antonio. Quería
“curar” su homosexualidad. En su familia, en el contexto familiar, es una
enfermedad que hay que sanar. Y aunque conoceremos ya al Antonio que ha
superado la crisis, el autor nos mostrará el sufrimiento del camino.
También es especialmente interesante el recuerdo, a través de Antonio,
del nacimiento del pueblo de Jericó. Su germen, crecimiento, con sus
antepasados como protagonistas. No obstante,
es cierto, que en demasiados momentos, el relato de Antonio en este sentido, es
pesado.
Pero las pegas son nimiedades al lado de las ventajas de esta lectura.
Son muchas las paradas posibles en esta novela, aspectos en los que detenerse
como lectora. Son numerosos los puntos sobre los que reflexionar, discutir,
sentir, disfrutar y sufrir con La Oculta. “
en “El Libro Durmiente”
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