“En ese momento el padre
Naranjito pidió la palabra y dijo que eso de la escuela le parecía muy bien
para los varones y que él se ofrecía a impartir clases de religión e historia
sagrada. Pero que en cuanto a las niñas él creía que debía abrirse para ellas
un establecimiento aparte donde se les enseñara jardinería, bordado, cocina, y
si mucho algunas nociones de sumar y restar para que ayudaran en la
administración del hogar. La lectura, en cambio, no era una buena idea para
muchachas de pueblo pues se había visto que descuidaban sus oficios por
aficionarse en demasía a novelas pecaminosas e historias inmorales que dañaban
su conducta.”
La Oculta
Héctor Abad Faciolince
Alfaguara, 2015
Página 131
por Winston Manrique Sabogal
“Si hay un resquicio positivo
que puede dejar la muerte este es verde. Al menos en Colombia. “Lo único bueno
que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, asegura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado
de la vorágine de fuego enemigo, amigo e interesado, vivido allí durante las
últimas décadas que ha ahuyentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por
la vegetación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la firma
de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la
tierra, sostiene el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos,
realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a
colonizarla? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo?
Es un misterio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.
Son interrogantes que rodean la
publicación de su nueva novela: La
Oculta. Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país.
“Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de
algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna
manera”, reflexiona Abad Faciolince.
Cualquier novela ambiciosa
quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y
nación son palabras que se incluyen de alguna manera
La Oculta es una finca en el
departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y
violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eternos
miedos nacidos de sueños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores,
amenazas, secuestros, incomprensiones, uniones, venganzas, rechazos, trampas,
olvidos…
A la novela ha vuelto Abad
Faciolince ocho años después de El
olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa
crónica novelada, que le dio prestigio y proyección internacional al abordar la
impunidad del asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987,
deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su padre, mientras
reconstruye los pasos de su familia.
Ahora, él, que en varias
ocasiones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la
ficción, aunque todo parezca más ficción”, vuelve a hechos reales para crear
ficción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio,
que heredan una finca en el suroeste de los Andes antioqueños, y la relación
que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan
distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la
vuelta completa a la historia de la finca, mientras desvelan piezas del puzle
de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolince reconoce que “el escritor
de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el
lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al
escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una
madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que
vive en Nueva York.
Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creativo a la vez que
lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa finca hay
temas y ecos de sus otras novelas: los sentimientos encontrados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano
de Angosta, la mirada culta y
metaliteraria de Basura, la
violencia y el dolor de El olvido que
seremos y la vena investigadora de Traiciones
de la memoria.
“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo,
porque, dijo él, hay autores que se nutren de su propia historia. Solo que aquí
es una relación fuerte con la tierra, a la vez que experimento una estructura y
un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara:
“En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.
Así es que en ese desaburrir del
retrato de la finca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la
familia, las diferentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a
personas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso
imbricado y revestido de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y
tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria,
escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos
y la literatura los puede rellenar”.
Abad Faciolince se basa en la
finca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y
habló con muchas personas, desandó su origen que lo llevó hasta el siglo XIX
cuando unos judíos conversos, marranos, procedentes de Toledo “creyeron que la
tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la
tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser
tierra de cafetales, luego de ganadería, hasta ser casa de campo. Y así muchas
familias en Antioquia. Por eso somos tan apegados a la tierra. Lo primero que
yo hice cuando tuve plata fue comprar una finca. Es así”.
En Colombia hay muchos
despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años
Colombia era puramente rural, hoy es urbano. Todos tienen gran añoranza de la
tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es
igual. Todos venimos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque
sea para tener de donde irse”.
Y en Colombia en los últimos 150
años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y
desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante
mucho tiempo por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece
que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.
Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha
peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las
ilusiones y las frustraciones de una finca-país. Es en lo que ha terminado el
“no” de Héctor Abad Faciolince. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba
a escribir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron,
la gente se sorprendió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.
Abad Faciolince miró alrededor y
lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con
garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náufragos
a la deriva del mundo”.”
El País
24/03/2015
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