3 de set. 2022

laëtitia, final

 


    “Jessica salió viva del círculo de fuego. Triunfó sobre la fatalidad y la muerte. Sigue siendo la melliza de su hermana, pero de este lado del mundo.

    Al mediodía, cientos de funcionarios pasan delante de ella con sus bandejas, antes de comerse los trocitos de pepino que ella peló, las zanahorias que ralló, los vasitos con los aperitivos que dispuso con cuidado en el mostrador. Si supieran que en esa muchacha anodina se oculta una heroína de nuestro tiempo, cuya fuerza moral puede servir como modelo en las pequeñas y grandes desgracias de la existencia, todo el comedor se pondría de pie. Delante de personas como Jessica, no se es más jefe de esto ni profesor de aquello, uno es un ínfimo ser humano que avanza con su deleznable alma en la mano.
(…)
    Si a veces experimento cierto malestar cuando estoy con Jessica, es porque soy hombre y porque los hombres, a lo largo de toda su vida, le han hecho daño. Los hombres son esos que resuelven las peleas con un cúter, que te desarman a puñetazos, que eyaculan en el papel de cocina que debes sostenerles, que te apuñalan y te quiebran el cuello como a un pollo. Para ellos, eres un objeto de placer o un punching ball. O bien los hombres son los ministros, los dirigentes, los que hablan en la tele, que saben, que mandan, que tienen razón, que hablan de ti, sobre ti, en ti, a través de ti. Al final, siempre son los hombres los que ganan porque hacen lo que quieren contigo.

    Por primera vez, tuve vergüenza de mi género.
(…)
    La gemelaridad es un equilibrio infinitamente sutil: sin la «débil», la «fuerte» se encuentra perdida.

    Laëtitia fue presa de los hombres hasta el final; la suerte de Jessica fue entender que no tenía nada más que esperar de ellos.

    El caso Laëtitia revela el espectro de las masculinidades descarriadas en el siglo XXI, tiranías de machos, paternidades deformadas, el patriarcado que no termina de morir: el padre alcohólico, el nervioso, histrión exuberante y sentimental; el cerdo paterno, el pervertido con mirada franca, el padre-que-da-lecciones y te toquetea en los rincones; el cabecilla adicto, presuntuoso, posesivo, el-que-jamás-será-padre, el hermano mayor que ejecuta a manos desnudas; el jefe, el hombre del cetro, presidente, decisor, potencia invitante. Delirium tremens, vicio untuoso, explosión mortífera, criminopopulismo: cuatro culturas, cuatro corrupciones viriles, cuatro maneras de hacer de la violencia una heroína.
(…)
    Tras la declaración de Jessica en el juicio de segunda instancia de Meilhon, me acerqué a verla en lo alto de la escalinata del Parlamento de Bretaña para decirle que me había hecho llorar. Me respondió con una sonrisa pícara: «¡Qué bonito un hombre llorando!».

    Jessica, nuestra hija. Que se levante por las mañanas, que vaya al trabajo, que haga yudo, que intente sacarse el carnet de conducir, que tenga novia ya es una victoria sobre el orden de las cosas, un imperceptible desgaste en la inmemorial mecánica de sumisión. Joven anónima que anda por la ciudad con su mochila. Resistente que aguanta por dos. Ojalá pueda perdonarnos. Este libro es para ella.”

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