30 de set. 2022

lèxic familiar, fragment 2

 


    "Mi madre fue quien nos contó con detalle la historia del huevo de la abuela Dolcetta y la historia de nuestra Rosina, porque mi padre las historias las contaba mal, de forma confusa y entremezclando siempre en la narración aquellas estruendosas risotadas suyas,  porque los recuerdos de su familia y de su infancia le alegraban. Por lo cual, nosotros nunca entendíamos casi nada de sus narraciones, siempre interrumpidas por sus grandes carcajadas.

    A mi madre le alegraba contar historias, porque amaba el placer de narrar. Comenzaba a contar algo en la mesa dirigiéndose a uno de nosotros, y tanto si contaba algo de la familia de mi padre como de la suya, ponía mucha pasión y siempre era como si relatase aquella historia por vez primera a oyentes que no la conocían. «Yo tenía un tío al que llamaban “el Bigotudo”.» Y si entonces alguien decía: «¡Esa historia ya me la sé! ¡La he oído muchas veces!», ella se dirigía a otro y continuaba en voz baja. «¡La de veces que he oído esa historia!», tronaba mi padre, cogiendo al vuelo alguna palabra. Pero mi madre seguía contándola en voz baja.

    El Demente tenía en su clínica a un loco que creía ser Dios. El Demente le saludaba todas las mañanas: «Buenos días, distinguido señor Lipmann». Y el loco le respondía: «¡Distinguido puede que sí, pero Lipmann seguramente no!», porque creía que era Dios.

    Y estaba también la famosa frase de un director de orquesta, conocido de Silvio, que, encontrándose de gira en Bérgamo, les dijo a los cantantes distraídos o indisciplinados: «No hemos venido a Bérgamo de campamento, sino para dirigir Carmen, obra maestra de Bizet».

    Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: «No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento» o «¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?», para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras. Una de aquellas frases o palabras nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta o entre millones de personas. Esas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados, son como jeroglíficos de los egipcios o de los asirio-babilonios: el testimonio de un núcleo vital que ya no existe, pero que sobrevive en sus textos, salvados de la furia de las aguas, de la corrosión del tiempo. Esas frases son la base de nuestra unidad familiar, que subsistirá mientras permanezcamos en el mundo, recreándose y resucitando en los puntos más diversos de la tierra. De tal forma que, cuando uno de nosotros diga: «Distinguido señor Lipmann», la voz impaciente de mi padre resonará en nuestros oídos: «Dejad esa historia. ¡La he oído ya muchas veces!»."


Léxico familiar
Natalia Ginzburg
traducción de Mercedes Corral
Lumen, 2016

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