“Pero, en el fondo, la cuestión realmente no tiene relevancia; pues bastó con que Laëtitia captara la índole de la relación entre el señor Patron y Jessica para que su vida diera un vuelco, para que se sintiera, como a los tres años, colgada en el vacío, para que comprendiera que la mentira lo había gangrenado todo, que la violencia aún estaba allí, agazapada y asquerosa, en el sofá del salón, en el cuarto que había compartido con su melliza, en las sonrisas, en los grandes principios, los consejos, los juegos de naipes, las navidades, las vacaciones en caravana. El hombre que te ha enseñado todo, que tiene que protegerte, se lo cobra en especie. Qué importa, entonces, que haya o no habido una agresión o tentativa de agresión a su persona: la dominación es en sí misma una forma de violencia. El abuso sexual que el señor Patron ejerció sobre Jessica durante años también y necesariamente debilitó a Laëtitia.
Laëtitia deseaba con todo su ser tener una familia, entrar en un círculo relacional afectuoso. Frente a la perversión, es una víctima sin anticuerpos.
(…)
Pero a Laëtitia nada la detuvo. ¿Ella a quién le importa? Papá toma cerveza y golpea, mamá toma medicamentos y duerme, el señor Patron da lecciones y acaricia las nalgas. Laëtitia acata. Su memoria traumática la guía a escondidas. Cedes ante los hombres agresivos cuando te dan órdenes. Te quedas en un estado de estupefacción cuando te levantan la mano. El peligro y el pánico generan una suerte de apatía, como si tu mente se apelotonara sobre sí misma. Tu voluntad se bloquea. Eso te está pasando a ti, pero le está pasando a otro.
El destino de Laëtitia demuestra que determinados niños son vulnerables para siempre.
(…)
…ponerse en peligro voluntariamente, desde las 5 de la tarde hasta la medianoche, tiene una resonancia trágica que es el eco de su infancia.
Animal que cae en la trampa y se deja devorar.
Resignación ante el destino que golpea a las familias, de Sófocles a Faulkner.
Sumisión a la ley de los hombres.
Laëtitia es esa heredera. Si Meilhon es como su padre, ¿acaso no es ella como su madre, frágil y extinta, destinada al hombre que la corta con el cúter para violarla?
Ella acepta que se repita, consiente.
«De todos modos, me importa un bledo, ya estoy muerta».
(…)
Al final, Laëtitia dijo no. No a Meilhon. No a la autoridad, no a la cocaína. No a las decisiones que alguien toma en su lugar. No a las amenazas, al acoso, a los golpes, a las relaciones sexuales forzadas. Le exigió que la llevara a La Bernerie.
Apoyada contra la puerta del Peugeot, le anunció mirándolo a los ojos que iba a denunciarlo. Dijo que no, con una voz clara y fuerte, sin titubear, sin temblar. Y eso le costó la vida.
Murió como una mujer libre.”
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