4 de febr. 2025

sara mesa, obra 1

 



El trepanador de cerebros

Sara Mesa

Tropo Editores, 2010

224 páginas

SINOPSIS:

    ¿Qué tienen en común un enano cegato que desea vender su alma, un entomólogo argentino de orígenes brumosos, una pareja de simpáticos gemelos ladrones, una niña prodigio, una chica sin raíces, una polaca ausente, un científico albino y deforme con decenas de amantes misteriosas? 

    La respuesta está en los lugares de una ciudad demencial y ruidosa, en los barrios cochambrosos, los parques temáticos, los centros comerciales, los laboratorios donde empleados sin sueldo se dedican a medir moscas de la fruta. 

    Narrada con un lenguaje fresco, lleno de imágenes sorprendentes, esta novela ahonda en los equilibrios de las relaciones personales de un grupo de personajes estrafalarios -aunque inquietantemente cercanos-, y en los límites a los que uno es capaz de llegar con tal de ser aceptado por el grupo.

3 de febr. 2025

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"Me interesa escribir sobre lo que me inquieta, 
escribo sobre lo que no controlo"

por Javier Rada
                                                        en Archiletras.  
Revista de Lengua y Letras
18/11/2021

    "A veces, antes de responder, se le escapa un sutil ruidito, como diciendo, y perdonen la expresión, «Cabrón, ¿por qué me lo pones difícil? Yo solo quiero volver a sumergirme en la lectura de esos libros magníficos, escribir si puedo el mejor libro del mundo (algún día, será un cuento, no importa que Un amor haya sido el libro del año); salir poco de casa, crear atmósferas, como la pintora miope que soy, pianista en columnas vertebrales, constructora de espejos que inquietan…». Dos figuras contrapuestas en la lengua: la escritora, el periodista. Videoconferencia. Dos tímidos obligados de nuevo a romper sus votos. Es afable. Detallista. Sabes que se entrega en cada respuesta (intuyes que tras esa mirada serena hay un incendio de mil algoritmos). Precisa en sus rodeos, a Sara Mesa le interesa la escritura como corriente profunda. Preparen la escafandra. Abandonamos la epidermis…

Dice que ser miope marcó irremediablemente su escritura. ¿Una metáfora?, ¿exageración?

    Es una broma. Pero sí creo que estoy más dotada para observar los detalles, las pequeñas cosas, que para ver los grandes panoramas. Si ahora mismo me subo a un mirador en la montaña, de lejos no veo nada. De cerca soy capaz de ver eso: las hormiguitas, el musgo, el liquen, lo que sea, y eso se parece bastante a mi manera de escribir. Los que somos muy miopes, esto que digo de que te asomas al horizonte y no ves nada, no es cierto, ves manchas de colores. Eso te demuestra que se puede ver de maneras muy diferentes.

¿Por qué es tan importante en usted la mirada?

    Cuando miras te estás posicionando. Siempre hablo de la mirada de los escritores porque creo que es lo que define y diferencia a uno y otro, el cómo mira. Valle-Inclán hablaba de que se puede mirar al personaje por encima, por debajo o de igual a igual. Una escala vertical. Pero también podemos mirar hacia el centro, en los lados, por detrás… Qué es lo que vas a contar y cómo lo vas a contar surge al final desde donde tú te sitúas.

Lo que no tengo tan claro es si esa mirada es una elección.

¿Es intuitivo entonces?

    Yo diría que es intuitivo, no lo racionalizo mucho. Me gusta ver cómo están hechas las cosas, lo que no se ve. Por ejemplo, con una prenda de ropa, darle la vuelta, cómo son las etiquetas, las costuras… eso también es la prenda. Ver ese lado es una postura que aplico cuando escribo, a las historias y a los personajes. Lo que pasa es que cuando llevas ya varios libros escritos llega un momento en que automatizas eso de manera inconsciente, y yo ya no sé si lo estoy haciendo intuitivamente o porque lo he hecho previamente. Eso no me termina de gustar, porque creo que para escribir hay que luchar continuamente contra la automatización.

Hablando del inconsciente, tengo la sensación de que las atmósferas que crea en sus libros tienen relación con él…

    A mí me interesa el inconsciente en la medida en que es algo que no se ve. Pero me interesa más, creo, otra capa de lo no visible que sí es consciente y es lo que se oculta. Es decir, los personajes hacen o dicen determinadas cosas, pero en realidad quieren hacer o decir otras. Eso no es exactamente el inconsciente, eso digamos que es, si lo miramos desde un punto de vista negativo, la doble moral, y si lo miramos desde un punto de vista más neutro, la doble vida. Mi campo de exploración ahora es más ese. Esa capa media que es riquísima. Todas estas imposiciones que o nos autoimponemos o nos imponen para relacionarnos en sociedad y que hacen que una parte de nosotros esté allí latente.

Usa usted la metáfora de traducir mal el mundo…

    En un sentido metafórico, podríamos decir que estamos traduciendo continuamente. Porque todo está lleno de ruido, hablamos la misma lengua pero nos cuesta aún así entendernos. Y cuando leemos estamos traduciendo, cuando escuchamos, cuando vemos una película… en el mundo en general estamos traduciendo, si por traducir entendemos llevar un código comunicativo a nuestro entendimiento. El código está, hay emisores que lo usan. Y nosotros tenemos que interpretar qué hay detrás de todo eso. Así que, en un sentido general, sí, estamos traduciendo continuamente.

Pero esta traducción termina en conflicto…

    Claro. Para empezar la traducción exacta, perfecta, es imposible. Igual que la comunicación exacta. Eso lo dice la teoría de la comunicación. Incluso una expresión tan sencilla como «sí» puede tener miles de matices que el receptor no capta. La comunicación pura no existe. No existe ni con nosotros mismos. Siempre hay ruido alrededor. La dificultad de comunicación está allí.

¿Su obra se centra en este conflicto?

    Yo creo que eso está porque está en la forma de relacionarnos, está en la vida. No es que yo diga, guau, cuáles son mis temas: la comunicación, la traducción, la incapacidad, la mirada… ahora voy a escribir historias sobre esto. No hago eso. Luego me preguntan sobre esos temas y me encaja, sí. Pero lo que yo hago es escribir historias conflictivas porque creo que la narrativa tiene ese componente conflictivo. Historias en las que los personajes se ven enfrentados a situaciones que no entienden, que los desbordan… y claro, ocurre que cuando te pones a analizar, ves que está esto de lo que estamos hablando. Pero siempre lo digo: parto de las historias para llegar a otro sitio, no soy una escritora que parta de la abstracción nunca.

¿Por eso es que dice que escribir es descubrir?

    Sí, es descubrir. Pero creo que es un proceso. Escribir es algo que empieza mucho antes de sentarte en el ordenador o delante de un papel. Empieza antes y probablemente acaba mucho después. No sabes bien dónde te lleva. Hablo de escritura creativa. Por mucho que tú tengas la idea en la cabeza, la idea no es nada, se articula a través de un lenguaje. La palabra no es solo un vehículo, la palabra encarna. Va surgiendo según lo escribes.

Asegura que comparte con el lector el descubrimiento, ¿es como si compartieran la ambigüedad natural del mundo?

    Sí. Tiene que ser así, además. Pero tiene sus riesgos. Cuando dejas una historia digamos de una manera abierta y no vas guiando al lector hacia una interpretación, hay muchas interpretaciones posibles, pero no todas son válidas. A veces siento que hay lectores a los que les gustan mis libros pero que no leen lo que yo quise decir (ríe). Me ha pasado también con críticas literarias hechas por críticos solventes. Allí se me produce una duda: ¿lo he contado bien? No es que haya un mensaje que entender, es la «a», has entendido la «a», fantástico. Pero sí en torno a la «a», esa sensibilidad, ese mundo… Por ejemplo, Nat, en Un amor. Yo cuento la historia de una mujer que siente una incomodidad en el mundo. Tiene una incapacidad de adaptación, una incomodidad que desde mi punto de vista no está injustificada. Y, sin embargo, algunas personas a las que les gusta el libro cargan contra Nat diciendo que lleva el infierno dentro de ella, que se monta toda la película. Es la acusación que recibe y contra la que yo quiero ir. Otro ejemplo: en Cara de Pan, aparece un personaje, el Viejo, que ha sido socialmente catalogado como una persona mentalmente enferma; yo lo describo a través de la mirada de una niña y quiero poner de manifiesto que ese concepto de enfermedad es muy relativo. Es una persona quizás excéntrica, pero ¿enferma? Y sin embargo, algunos lectores lo catalogan de enfermo, es decir, van contra la propia idea del libro. Pero son riesgos que creo que hay que asumir porque al final, inevitablemente, cuando leemos todos llevamos lo que leemos a nuestro terreno, y esas interpretaciones también dicen mucho de quien interpreta.

¿No cree que al poner el punto de vista tan profundo y psicológico en sus personajes se puede producir una respuesta defensiva en los lectores? ¿No llevaremos todos ese infierno dentro?

    Tienes razón con eso de la reacción defensiva, sí creo que existe en algunas interpretaciones de mis libros. Hay una cosa que no sé si tú has percibido…hoy con Internet todo el mundo es un pequeño crítico literario, y uno de los valores para decir si un libro es bueno es si tú eres capaz de empatizar con los personajes. Si no me identifico, no me gusta. Es un poco infantil, en mi opinión. ¿Qué ocurre con esto? Que uno quiere empatizar con un héroe o una heroína, no quiere hacerlo con alguien que se equivoca. Mis personajes, sobre todo los femeninos, casi siempre son mujeres, a veces son incomprendidas, y muchas veces por las propias mujeres. Hacen cosas que no deberían hacer. Acepto que no deberían hacerlo, pero el caso es que son cosas que se hacen. Y algunos lectores no quieren leer eso. No quieren leer, por ejemplo, que si un señor le ofrece a una mujer arreglarle el tejado a cambio de sexo ella diga que sí. Creo que sí se produce ese fenómeno de la empatía, a un nivel que el lector no quiere reconocer.

¿Hasta dónde llega esa defensa?

    A veces son muy duros con mis personajes femeninos. Yo he ido a clubes de lectura donde si pudieran hubieran crucificado a Sonia, la protagonista de Cicatriz. «Porque esta tía es tonta», «¿Por qué hace esto?»… Por un lado me gustaba, porque notaba a la gente enfadada, como si fuera una persona real. Realmente me daban ganas de decir «Señora, no se preocupe, que no existe». O la niña de Cara de Pan: «Esa niña no va a ser feliz cuando crezca». Pero esa niña me la he inventado yo. Toma cuerpo. Si se enfada la gente, me parece bien, por eso, porque toma cuerpo. Que un libro enfade no me parece en sí un fracaso.

En un autorretrato se definió como una escritora que se siente como una extranjera con una lengua ajena. ¿A qué se refería?

    Yo me refería al asunto de la automatización del lenguaje. Creo que cuando hablamos nuestra lengua estamos tan acostumbrados que nos dejamos llevar. ¿Por qué usamos una palabra y no otra? Cuando hablo en otro idioma —soy una persona muy torpe para aprender idiomas—, voy con mucha cautela, cada palabra que uso y cada expresión intento que sea la ajustada. Cuando hablo en español, no lo hago. Pero cuando escribo sí que me interesa revisar todo eso. Llego a un nivel en el que muchas veces parezco medio tonta, y entiendo que a veces mi escritura pueda parecer esquemática. Es a lo que me refiero con que parece que estuviera escribiendo en una lengua que no es la mía.

Habla de la literatura como experiencia. Para generarla, es importante cómo se eligen las palabras, pero aún más, supongo, los silencios…

    Donde yo me siento cómoda es en la complejidad de las estructuras, esto que hemos empezado hablando de desde dónde se pone uno a contar. Cuando cuento algo, normalmente lo quiero contar de una manera indirecta, con rodeos. Casi siempre es así. Parece que estoy hablando de una cosa pero estoy hablando de otra. Esto me sale naturalmente, pero luego cuando acabo, reviso, y allí viene otro trabajo duro, que es rehacer eso; el equilibrio entre lo dicho y lo no dicho es complicado, porque no quiero hacer libros herméticos. Quiero que sea fluido, pero al mismo tiempo no quiero ser obvia. Y efectivamente en mis libros hay muchos silencios, muchas cosas que no aparecen. Ese equilibrio es complicado. Quizás lo más difícil de escribir para mí.

A veces el escritor corre el peligro de que se confunda su obra con su personalidad, creo que eso le ha obligado a decir que usted no es pesimista…

    Creo que los libros sí representan nuestra personalidad, lo que pasa es que no toda. Hay una parte de nosotros que está allí, inevitablemente. Te pareces a tus libros, no se puede negar. Luego, tú tienes muchas otras cosas. Yo siempre digo que me interesa escribir sobre lo que me inquieta. Escribo sobre lo que no controlo. Y sí que es verdad que la gente piensa que tú eres así. Realmente creo que la literatura es muy autobiográfica, y la mía lo es, pero eso no significa que me hayan pasado estas cosas. La autobiografía va por otro lado. Puedes haber pasado por sensaciones similares, por eso eres capaz de expresarlas. Y esa es una de las cosas que la gente confunde, y siempre te terminan viendo, y es un peligro.

¿La ven en sus personajes?

    Sí, te terminan viendo en un personaje, o terminan pensando que tal cosa te ocurrió a ti.

Aunque lo niegue, el público es testarudo…

    Al final ni niegas ni no niegas. Cuando escribes siempre sientes el peso de la sospecha sobre ti. En Cicatriz —aunque también aparece tangencialmente en Un amor— es central el tema del hurto. Bueno, pues mucha gente pensaba que yo había robado seguro en grandes almacenes porque sabía mucho de eso (ríe).

No empezó a escribir hasta los treinta, pero es curioso que antes no tuviera la más minivocación. ¿Una metamorfosis?

    No sé qué es la vocación. Como yo nunca he sentido eso, no sé qué es. A mí me sorprende mucho que un niño o una niña pueda decir «Quiero ser escritor», porque está hablando sobre vacío. Me parece que es ir detrás de un ideal abstracto, y, como te he dicho, yo no soy muy abstracta en mis pensamientos. Lo que sí hacía era leer mucho, por lo cual no es una metamorfosis tan radical, a lo mejor ya estaba el renacuajo cuando eso cuajó. En algún momento dado de mi vida decidí o empecé —ni siquiera decidí nada— a sentir la necesidad de devolver aquello que había leído.

¿Y cuál fue el momento en el que se dijo «Ahora ya soy…»?

    Es que no sabe uno cuando se siente escritor, la verdad. Al final, para resumir, cuando te preguntan cuál es tu trabajo, dices que eres escritora, pero, ¿cuando es uno escritor? ¿Cuando empieza a vivir de eso? ¿Cuando publica? ¿Cuando no publica? No sé… He escrito libros y tengo lectores. Se supone que soy escritora. ¿Pero es un estado perpetuo? ¿Si dejo de escribir seguiré siendo escritora? ¿Cada cuánto tiempo tengo que publicar para serlo? Ves, allí es donde te digo que uno reflexiona sobre el sentido de las palabras. ¿Qué es ser escritor? Escritor es quien escribe, ¿no?

Quería ser dibujante. ¿No sigue siéndolo de algún modo? Por la importancia que le da a la mirada y por la capacidad de plasmar atmósferas sugestivas con pocos trazos…

    Visto así es bonito de pensar. Yo quería ser dibujante, pero dibujante de TBO, de cómics. Yo leía muchos TBO de niña y, de hecho, mi formación literaria está allí. Estoy en deuda con ellos. Mario Levrero decía que él terminó escribiendo por descarte, porque en realidad a él le hubiera gustado hacer otras muchas cosas. Pero entre que no tenía las capacidades y el dinero, se quedó con lo único que sabía hacer, que era escribir y era barato además. Papel, bolígrafo y punto. Al final uno es lo que es por elección y descarte.

¿Cómo vive el hecho de cada vez tener más público, ir perdiendo el anonimato, que Un amor haya sido el libro del año 2020…?

    Pues, sinceramente, no muy bien. Por fortuna el anonimato no lo he perdido porque yo vivo en un pueblo y aquí nadie sabe nada. Y aunque viviera en una ciudad el mundo literario no te quita anonimato casi nunca. Pero sí que es verdad que hay muchas obligaciones paralelas. Si escribes y te va bien la gente quiere que vayas a sitios, que des charlas, que vayas a clubes de lectura, toda esa actividad que en realidad te quita tiempo para escribir. Pero al mismo tiempo, va todo junto, uno parece que se vuelve una persona ingrata cuando empieza a decir no quiero ir, no puedo ir, te lo agradezco. No quieres ser desagradable, tienes a tus lectores, a los que te debes, pero mantener el equilibrio es complicado.

    Supongo que más para alguien que se define como «tímida»…

    Soy una persona a la que no le gustan las apariciones públicas. Pienso mucho en dónde viajo y cómo, porque me gusta estar en casa leyendo y escribiendo… Sé que habrá gente que me escuche y que dirá que soy una exagerada, que te vas y vuelves al día siguiente y ya está, pero yo no lo vivo así, lo vivo un poco más complicado… Lo del libro del año son cosas que pasan, no tiene ninguna importancia. El libro del año significa que es el libro más votado de los libros que una serie de críticos han leído ese año. Por supuesto mi libro no es el mejor. Los mejores libros del año, en mi opinión, son Panza de burro, de Andrea Abreu, porque es un libro novedoso, absolutamente, y es una persona superjoven, y El infinito en un junco, porque lo ha leído un montón de gente y es un ensayo sobre libros. Lo valoro, lo agradezco, pero lo tomo con mucha precaución.

A pesar de todo, ¿qué fuerza obliga al escritor a la escritura? ¿La podemos nombrar?

    Sé que hay momentos en que lo disfruto mucho. Hay otros en que se sufre. Yo lo paso fatal con la fase de corrección. Lo del pánico al folio en blanco no lo tengo. Tengo un montón de historias por contar. Lo difícil es escribirlas. Pero ese empezar a escribir y que vaya saliendo… esa parte la disfruto y me parece fantástica. Ocurre luego que, a lo mejor, al día siguiente lo lees y es una mierda, ahí viene el bajón. Pero la subida, el subidón, tiene un elemento que puede ser adictivo, y quizás esa sea la fuerza que tú dices: has hecho algo de la nada."









2 de febr. 2025

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La novelística de Sara Mesa



por José María Pozuelo Yvancos
en Revista Turia



    Sara Mesa (1976) está escribiendo una obra narrativa llena de interés, cuya dimensión literaria me parece creciente. Tiene publicados hasta ahora un poemario, titulado Este jilguero agenda (2007), tres libros de cuentos, titulados La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009), y La mala letra (2016), y cuatro novelas, una primera titulada El trepanador de cerebros (2010), publicada en Tropo y tres editadas en Anagrama: Un incendio invisible (que ha sido reeditada en ese sello en 2017, pero que contó con una edición anterior en Málaga), y las tituladas Cuatro por cuatro (2012) y Cicatriz (2016).

    Hay un elemento estilísticamente unitario que da forma interior a su obra novelística: la preocupación por la temática de las relaciones de dominio, de poder y sumisión, está entablada a partir siempre de universos cerrados, en cierto modo microcosmos, que ejecutan alguna forma de distopía. Otro elemento que proporciona unidad a las cuatro novelas es que hay un correlato entre el elemento social (sea de marginación por la crisis, de corrupción desde el poder, o de ambos), con la esfera individual que las tramas recorren. De tal manera que en su novelística parece deducirse la intención de que los elementos de la trama remitan a un estrato simbólico superior, que por otra parte comunica muy bien con el mundo contemporáneo.

    El trepanadador de cerebros (2010), primera novela de Sara Mesa es en cierto modo una antinovela que camina en una dirección bastante diferente a lo que suele publicarse sobre la que en otro lugar he llamado novelas de la crisis. En primer lugar, porque su estética es en cierto modo la del absurdo por la vía de manejar el esperpento como lugar novelístico y una fabulación que parece deudora de los cuentos maravillosos. Sara Mesa reúne en su novela, sin mediar otra explicación que la de un grupo que se ha reunido en torno a dos líderes, de nombre Chamán, y el argentino Edgardo Negroni, para representar una obra de teatro, titulada La nalga. Es una línea argumental que inmediatamente la novela abandona pues únicamente en sus primeras páginas desarrolla ese hilo argumental de partida. Una vez tiene lugar su llegada al local que habría de serviles de domicilio y taller teatral, todo va ya por otros derroteros, cuyo plan es asimismo endeble como trama.

    Ocurre y eso da la medida de una estética no realista, la novela no sigue un argumento y una trama definida, todo son distintas trazas de escena en la que se va formando un conjunto de complejas relaciones entre los personajes. El lector comienza a sospechar respecto a la supuesta urdimbre narrativa de tamaña empresa una vez va asistiendo a razonamientos que mezclan la poesía, las imágenes surrealistas, pero sobre todo el carácter estrambótico de todos los personajes. Esta es quizá el núcleo principal que explica el sentido de la novela: todos los personajes explotan distintos modos de la marginalidad urbana. Para reunirlos es importante decir que ninguno tiene domicilio ni arraigo, de manera que la espacialidad es importante metonimia inicial del sentido: un almacén lleno de mugre, con una habitabilidad imposible, ilegal pero sobre todo mínimamente soportable, cobija, merced a que Edgardo Negroni dice haberlo alquilado, a toda una troupe de marginales, donde acaban convergiendo, dos gemelos que e dedican a hurtos, un enano que ha vendido su alma en Ebay, un líder que se dice chaman y tiene pretensiones visionarias y practicas budistas, y un argentino obsesionado con la idea del suicidio de los científicos, una polaca huérfana de inmigrantes muertos en trágicas circunstancias, acompañada de un gato y que nunca habla. Entre todos ellos, como si fuese una nueva Blancanieves está Silvia, que a menudo que la novela avanza comienza a ser su protagonista.

    Silvia, quien busca desesperadamente un trabajo encuentra dos subempleos sucesivos. El primero, en un laboratorio de entomología de un siniestro personaje deforme y albino, apellidado Dr. Gottem, quien la somete a una inútil contabilidad de registros de medición del tamaño de las alas de las moscas. El sistema de trabajo la sumerge en una explotación infame, puesto que únicamente cobrará a partir de una cantidad imposible, que solo mintiendo conseguirá. Este capítulo comunica con un registro de denuncia social de las condiciones a las que se ven sometidos los jóvenes que buscan empleo. Este Dr. Gottem aparecerá luego en la novela puesto que lleva un tráfico de mercancías robadas en grandes almacenes, para la que se sirve de los hermanos Capiscola, quienes también comparten domicilio con Silvia. El otro trabajo es en el Prehistoric Park, por el que la novela se introduce una hábil critica a los parques temáticos. Alli conoce Silvia a Seisdedos, un joven que se enamora de ella y cuyo asedio amoroso y la angustia que en Silva provoca la situación va sosteniendo la trama de la segunda mitad.

    La estructura que Sara Mesa ha elegido es la de la yuxtaposición de imágenes y sucesos. El lector sin quererlo, y menudo perdido en una atractiva atmósfera de irracionalidades, tanto en comportamientos extraños como en imágenes inquietantes que nacen de distintos registros en una novela de estructura desatada. Unas veces las situaciones son humorísticas, otras directamente satíricas, alguna vez mezcla motivos del cine, la utopía científica, los héroes del expresionismo, que quizá sea la estética de fondo que proporciona la urdimbre a esta primera novela, que dice mucho de la ambición de su autora. La originalidad de su planteamiento es mayor que la eficacia de su resultado sobre todo por ciertos bandazos del final.

    Un incendio invisible es novela que publicó en 2011 y que había pasado casi desapercibida pese a conseguir en su día el Premio Málaga. Ha sido recuperada en 2017 por Anagrama, editorial en la que había publicado tanto la novela Cuatro por cuatro (2012) como Cicatriz (2015) y el volumen de cuentos La mala letra (2016). No es la primera vez que al calor del éxito editorial de una autora (y Sara Mesa ha conseguido con merecimiento un buen succès d’estime) se reeditan obras anteriores. Un incendio invisible no solo confirmaba la calidad literaria que su autora había hecho asomar en El trepanador de cerebros, sino que en cierto modo sirve para que la comprendamos mejor e incluso reconozcamos algunas de las líneas de fuerza de su mundo creativo.

    Vengo señalando la importancia que en la narrativa actual, sobre todo por parte de escritores jóvenes ha cobrado el género de la distopía. En los últimos cinco años lo han cultivado con diferente enfoque varios de ellos como Andrés Ibáñez, Lara Moreno, Isaac Rosa, Pilar Adón, Ginés Sánchez o Ricardo Menéndez Salmón. A ellos hay que sumar a Sara Mesa, pues Un incendio invisible es una imaginación distópica, que podría definirse como lo contrario de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Imagina una ciudad denominada “Vado” que sería algo así como el derrumbe de un emporio de lujo y de ocio, que había sido rico, en un entorno plagado de grandes centros comerciales que cuando la novela comienza con la llegada a la ciudad de su protagonista, se halla en ruinas, porque todos los habitantes la han ido abandonando. El protagonista, conocido como doctor Tejada, es un geriatra que viene a hacerse cargo de la gestión médica de un lugar denominado New Life, una especie de ciudad residencial-sanatorio y asilo para viejos retirados de familias pudientes. Al igual que la ciudad y sin que la novela las explique, causas desconocidas han provocado que New Life no sea ni sombra de lo que fue. En los centros comerciales los locales están cerrados, donde hubo supermercados y grandes superficies hay ahora persianas echadas, basura y animales que deambulan. En el geriátrico la situación es no menos perentoria, pues reina el abandono.

    Lo importante literariamente es que Sara Mesa ha evitado que el doctor Tejada ejerza de superman, o remedio para esa decrepitud de la Residencia de ancianos. Al contrario, él mismo es un desecho, viene a Vado como huyendo de algún fracaso o de algún hecho desgraciado del que solo intuimos que tendría algo que ver con el nombre de Elena que el doctor dice en sus pesadillas. La novela deja al lector sin los contextos precisos para que reconstruya al modo realista los orígenes y causas de las situaciones que encontramos. Ni para el doctor, ni para la joven con kimono encargada del hotel de cinco estrellas, convertido en una ruina donde ya no sirven ni el desayuno, y con la que el doctor Tejada vive comunicación meramente sexual. La otra son las conversaciones con un estrambótico y medio loco científico denominado Rachid Benomoussa, encargado de estudios migratorios que quizá a la postre sea el único que dice verdades sobre la civilización contemporánea. La novela también tiene el acierto de imaginar encuentros del doctor Tejada con una niña y su perro callejero Tifón que la cría ha adoptado, y que sirven como contrapunto humano, cargado de significación, en contraste con la desidia urbana. Todos los personajes representan fuerzas, incluso del mal en el siniestro enfermero de New Life, o el Viejo huésped de la clínica, un intransigente fanático moralista. Esa falta de contextos lleva la obra precisamente a su mejor riqueza que reside, como en las buenas distopías, en el poderío de su representación simbólica. Sara Mesa demuestra ser una creadora muy exigente al haber fiado su novela a todo cuanto el lector precisa poner y que le ha sustraído de su conocimiento. En esa función de reconstrucción de lo necesario está su gran poder evocador. Una novela que funciona como los buenos cuentos pues contiene mucho más de lo que dice y que vuelve a confirmar que la calidad de Sara Mesa estaba antes de serle reconocida por todos.

    El reconocimiento literario de Sara Mesa dio un salto notable al lograr ser finalista del prestigioso Premio Herralde en 2012 y con ello la publicación ese año de su novela Cuatro por cuatro en la editorial Anagrama, promotora del Premio. Desde entonces es también la editorial que ha publicado tanto su novela siguiente Cicatriz (2015) el libro de cuentos La mala letra (2016) y la recuperación de la que hemos analizado antes, Un incendio invisible (2017).

    Cuatro por cuatro pertenece a un género con dilatada tradición, como es el de las novelas de internado. Todo internado funciona como un microcosmos, por su naturaleza cerrado sobre sí mismo. Pero si otras formulaciones anteriores del genero, sobre todo las de raíz autobiográfica ofrecían luces y sombras sobre tal circunstancia, Sara Mesa se ha servido de ese microcosmos para la realización de una distopía social, que por otra parte extiende a la ciudad imaginara de Cárdenas, pues de lo que esa ciudad ofrece cuando la novela sale del espacio del internado, es concurrente con un espacio cerrado lleno de violencia, y muy estratificado con barrios marginales dotados de vida autónoma. En un bosque cercano un millonario exiliado ha creado un internado que pretendía ser exclusivo, denominado Wybrany College (pronunciado en la novela siempre irónicamente como colich), que se imagina para hijos de gente pudiente, pero que cuenta en su ideario con la incorporación de unos becarios pobres. La separación de pobres /ricos, y en realidad la estratificación social en que los pudientes ejercen sobre los pobres despotismo y falsa integración, en una de las líneas de fuerza de la novela. Podría decirse que termina siendo la principal, pues pronto la trama, al principio oculta se va mostrando luego diáfana cuando muestra claramente dos grupos, el del poder y el de la sumisión, los de abajo como expresivamente dice Gabriela, la criada que hace las habitaciones a Isidro el protagonista falso profesor, que ha venido a hacer una sustitución y en cuyo diario de tres meses acabamos descubriendo le horrible mundo subterráneo de un internado en el que, el Director, un tal Sr. J. domina ayudado por Maireta, su amante, y donde se dan casos de pedofilia, y en el que han perecido por suicidio el profesor García Medrano, que antecedió a Isidro, o donde muere asesinado otro profesor que decide rebelarse, Ledesma. Todo esto lo vamos sabiendo a través del diario de Isidro, pero también de unos papeles crípticos, alegóricos, que dejo escritos García Medrano, que la novela transcribe al final y que a la luz de lo leído comprendemos finalmente y actúa de corolario reflexivo sobre la miserable condición humana.

    Cuatro por cuatro tiene una estructura en tres partes. La primera mitad, que me perece la mejor resuelta literariamente, está construida con la yuxtaposición de una serie de entradas con nombre propio, Celia, Ignacio (dos alumnos con cierto protagonismo) o bien con sustantivos que condensa una situación del tipo “Negocios”, “Verano” Dudas”. Son entradas de dos o tres páginas de extensión en que una anécdota va mostrando el mundo de silencios, de celos, de miedos, de sometimiento que algunos alumnos, los más fuertes, ejercen sobre los más débiles. Esa relación de poder de los adolescentes, nada condescendiente y donde toda vejación es posible, es contigua a la que se va dando por parte del Director con su alumno preferido, y entre algunos profesores con alumnas o alumnos. Martínez, lucido y cínico profesor con el que Isidro comunica, esta entregado a la bebida, y otros, los que se han resistido han acabado o suicidándose o asesinados, según vemos en la segunda parte de la novela. Esa segunda parte, de unas ciento veinte paginas de extensión, reproduce el diario en el que este profesor de lengua, que asimismo esconde le secreto de ser suplantador de su cuñado, va contando de modo paulatino su descubrimiento de lo que hay detrás de las apariencias cínicamente “benefactoras” de las Institución. La tercera parte reproduce los papeles dejados por García Medrano y que Gabriela da a Isidro. Toda la novela va fluyendo desde fuera hacia dentro, y quizá las partes primera y tercera logra ser más sugerente y lograda que la parte segunda, que es más explicita pero que peca quizá de demasiado obvia. Con todo, la novela está bien narrada y el interés es crecientemente sostenido.

    La última novela de Sara Mesa, publicada en 2015, tiene por título Cicatriz y tiene el diseño de una novela conectada en la relación de dos personajes, que también reproducen lo que es una constante en Sara Mesa: su interés pro las relaciones de dominio, en diferentes esferas. Comienza a abrirse la novela española al asunto de la influencia que internet ha propiciado entre las personas. Había leído ya algunos intentos, pero Cicatriz me ha parecido el mejor porque en ella la relación entre Knut y Sonia, que se conocen en un foro literario de internet, recibe un tratamiento en que la red no es únicamente un medio superficial de hacerse el moderno. Sara Mesa se sirve de él para imaginar una historia en la que afloran muchas cuestiones derivadas de ese medio (el anonimato, la invención de personalidades, la suplantación, el fingimiento, la falsedad etc.). Sin embargo va mucho más de lo epidérmico al conectar con dos asuntos de calado que la trama desarrolla muy bien. Por otro lado está el acoso de Knut, que llega a hacerse agobiante hasta llevar a Sonia a una situación límite.

    En el fondo de eso está la relación de poder que se da entre dos personas, incluso podría decirse que se da siempre en el trato amoroso, cuando una de ellas es débil, y la otra, el inquietante Knut (cuyo perfil se ha apropiado del nombre del escritor noruego Knut Hamsum) puede exhibir rara habilidad para ir envolviendo a Sonia en sus redes merced al conocimiento de sus debilidades. Por otro lado está otro asunto: los complejos de Sonia, especialmente uno que esta novela trata con bastante originalidad. Me refiero a la vanidad insatisfecha del creador, puesto que Sonia es una novelista primeriza que no está muy segura de su talento y además lleva una vida de oficinista muy por debajo de su formación y posibilidades. Knut la hace entrar en una relación intelectual, regalándole libros de alta calidad literaria (de hecho la selección que va regalándole es bastante buena). Una vez que la víctima ha caído en la red, pasa luego a regalarle objetos que van satisfaciendo otras vanidades, y una relación erótica morbosa, que no llega a satisfacerse nunca.

    Lo importante no es únicamente que Sara Mesa haya dado con un tema configurado de manera original. Lo mejor es que la novela ha sabido narrarse muy bien. Dos son los mejores atributos de su estilo narrativo. El uno está en la progresión de una tensión psicológica que narrativamente avanza desde el estadio de titubeo inicial al agobio final, pero tal oscilación se ha ido tensando y destensando. Para ello Sara Mesa ha elegido romper la linealidad con saltos hacia adelante y hacia atrás, de manera que el lector asiste a oscilaciones continuas de la trama que va acompañando a similares oscilaciones de las dudas del personaje. El otro elemento narrativo del que se ha servido es propio de los buenos relatos de relación erótica. Kunt y Sonia fantasean más que realizan, el sexo no es explicito, sino que está siendo sugerido por Knut, en pequeños pasos cada vez más atrevidos. Lo bien narrada que esta esa secuenciación me ha parecido uno de los logros de esta novela. De tal forma, con dos personajes y unas situaciones bien elegidas se va pautando la historia de una dominación, pero que al final no tiene únicamente a Knut como responsable, sino que camina hacia un desenlace en el que Sonia dará la medida de su dependencia.

    Otro elemento de eficacia narrativa ha sido puesto de relieve por Carmen Pujante en un artículo dedicado a Cicatriz. Se refiere a que ha evitado que los juicios de valor provengan del narrador, sino que emergen de los propios personajes sobre ellos mimos o los otros, lo que Pujante entiende muy pertinente para el relieve del modo de ser de una sociedad rizomática como la actual.

Algunas escenas secundarias, por último, como la de la cena de los miembros del foro de internet en la ciudad en la que vive Knut muestra a una escritora muy cuidadosa en los detalles, pero sobre todo que sabe contar. Esta novela revela la consolidación de una escritora joven que va a ofrecernos sin duda mucho, a juzgar por las habilidades desplegadas aquí.”

canvi lectures temporada

 


  Per motius organitzatius, la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès ha canviat l'ordre de les lectures dels mesos d'bril i maig.

    A l'abril debatrem sobre "La trena", de la Laetitia Colombani, en lloc de la prevista "Emocionarte. La doble vida de los cuadros", de Carlos del Amor, que analitzarem al mes de maig.

1 de febr. 2025

vozdevieja, fragment i 3

 

"—¿Quieres que juguemos a pelearnos sin hacer ruido?

    Me da igual que su familia esté repleta de fachas y que los viernes coman queso y pescado. Lo sabía, sabía que esta era la clase de niña que yo estaba buscando. Forcejeamos en el suelo a cámara lenta tratando de resultar silenciosas mientras oímos la freidora. A veces nos clavamos los codos y es difícil aguantar los quejidos. Está claro que me puede y que prefiere dar a recibir, pero a mí me viene muy bien el ejercicio de todas formas. Durante la cena no le quito ojo al mueble de la tele pensando que el porno está dentro, camuflado al fondo. Estamos todavía en la mesa cuando suena el telefonillo. Es Domingo, que viene pidiendo disculpas por las molestias, por presentarse otra vez a esta hora, alegando que acaban de volver y que mi madre quiere pasar la noche conmigo, que son palabras mayores y todo eso. Trae el tartamudeo al máximo y no se le entiende nada, así que agarro la mochila, traduzco sus palabras a un resumen básico y atravesamos el portal a toda prisa. Sigue oliendo bien, pero se me antoja mucho más siniestro, y sospecho que si vuelvo en sueños el lugar va a ofrecerme este aspecto y no el de hace un rato. El camino es muy corto, pero a él le da tiempo de atosigarme con la típica verborrea. Parece que me está explicando cosas, pero no hace más que marear la perdiz sin llegar a decir nada concreto. Cuando entramos en la casa, todavía llena de cajas sin abrir, voy directa a su habitación. Está tumbada, descansando. Yo me siento valiente, dispuesta a abordar todos los temas que normalmente me dejo palpitando en la barriga.

—¡Mamá! ¿Qué te ha pasado?
—No te asustes, hija, esto es lo de siempre, no significa nada, un día es una tecla, otro día es otra, ¿te acuerdas de que esta mañana amanecí hecha una mierda? 
—¿Pero qué ha sido? ¡Ayer estabas bien! ¡Estabas bailando!
—Que me ha dado un jamacuco, pero me han inyectado unas cosas y ya estoy mejor. En dos días bailamos otra vez.
—¡Deberías dejar de fumar!
—Mira, niña, no te vayas a poner a darme el coñazo ahora que he echado un día muy malo. Vente aquí conmigo, coño, acuéstate y cuéntame cómo te ha ido en esa casa.

    Me meto en la cama y dejo que me apriete como a una mascota, como a un peluche.

—¿Qué te cuento?
—¿Cómo es esa niña?
—Se llama Prado y me gusta mucho, ¡me gusta muchísimo!
—¿Ah, sí? No me digas, qué alegría.
—Sí, sí.
—¿Cómo es?
—Es muy graciosa y muy guapa. Tiene pecas, el cuarto hecho un desastre y en su casa he visto que había muchos discos.
—Anda, qué bien. ¿Qué te han puesto de cenar?
—Merluza con patatas.
—Tendré que darles las gracias. ¿Y cómo era la casa?
—Su balcón da a la piscina y los padres son del PP.
—Vaya, hombre.
—Pero son del Betis.
—Pues nada, si te gusta esa niña arreglado, siendo del Betis no estarán tan mal.
—Sí, mamá, no te preocupes, me lo he pasado bien y no estaba asustada. Si te vuelves a poner mala me podéis dejar allí. Pero oye.
—Dime, hija.
—Todavía no te mueres, ¿no?
—Ya estamos.
—¡Tendré que preguntar!
—Sí, claro, no pasa nada, yo te lo cuento.
—Venga.
—Mira, he estado muchísimo más mala, hace unos meses estaba para que me dieran por culo, ¿pero ahora? No, señora, no me voy a morir de ninguna de estas, aunque tenga que pasar la noche entera en el hospital, ya verás.
—¿Seguro?
—Te lo prometo.
—Vale, pues prométeme otra cosa.
—A ver.
—Quiero que me prometas que si estás para morirte le vas a decir a Domingo que venga a buscarme en taxi para poder ir a verte.
—Hija, por Dios, no me digas eso.
—¡Pero entiéndeme, que cuando estás mala te pones digna y no quieres que te vea! Tengo que vivir pensando que en cualquier momento te vas mala y no te veo más.
—Tienes razón, lo entiendo.
—¿Me lo prometes?
—Sí.
—Y otra cosa.
—Ofú.
—Que no, que esto es fácil.
—Bueno.
—Quiero que me consigas una cinta de Diana Ross y un bote de tu colonia para yo tenerlo.
—¿Y eso?
—Por si te mueres que no me coja desprevenida sin nada a lo que agarrarme, que no me fio.
—Ah. Como un kit de supervivencia.
—Sí.
—Esas son las cosas que quieres tener si me muero. Una cinta con canciones de Diana Ross y un bote de mi colonia.
—Sí.

    Mi madre se echa a llorar y me aprieta.

—¡Pero no llores, que es solo por si acaso!
—Vale, pues por si acaso, tú tranquila que yo te lo consigo.

    Domingo entra encorvado en la habitación pasándose una mano por la frente y se echa al otro lado, exhausto. Él la abraza a ella y ella a mí. No tardan en dormirse, pero yo estoy histérica con los dos ronquidos retumbando a las espaldas. Todo ha salido bien, hemos aguantado el tirón una vez más y me he atrevido a decir lo que necesitaba decir sin morirme de vergüenza. Me levanto con sigilo y vuelvo a mi habitación. Solo ahora me concedo el lujo de susurrar la melodía de la banda sonora de En busca del valle encantado. Como un cachorro de dinosaurio que presencia un desastre inminente, derramo unas pocas lágrimas mirando al suelo y luego a la ventana y pienso en el plano del coño desde dentro que me enseñó Prado por la tarde, la mayor esperanza de mis días. Nada está perdido aún, absolutamente nada.

    Me sueno los mocos y me siento erguida en la cama dispuesta a recuperar fuerzas para continuar el camino. Mi prioridad ahora es entregarme a Mónica, que lleva esperándome un día entero y es la única capaz de aliviar semejante alteración. Respiro hondo y voy a buscar la revista, que sigue encima de la cama-mueble. Mónica es la heroína de Rubber Flesh, pero también es la mejor amiga de Beatriz. Mientras ellos siguen roncando profundamente en la habitación de al lado, coloco las páginas en la ventana y las calco a las dos, a Mónica y a Bea, invocando a futuras amigas que espero no me juzguen si
salgo de la crisálida hecha un amasijo de mierda con la psicomotricidad mermada. Deslizo el lápiz suavemente para no dejar marcado el trazo. Repaso la línea con rotuladores. Aquí están, de mi propio puño. Estampo un beso invisible en el folio. Hago una pelota con él y lo tiro por la ventana. Un saludo anónimo para los caminantes nocturnos con los que comparto este sendero incierto y florido. Los que follan, los que se pinchan, incluso los que se meten conmigo."

Vozde vieja
Elisa Victoria
Blackie Books, 2018
pàg.: 241-245


cuines literàries

 

EL COCIDO SEVILLANO


    "El cocido es una elaboración con una historia apasionante. Más que de una receta, se trata de una forma culinaria cuya fórmula es sencilla: ingredientes que se tenían a mano, generalmente garbanzos, verduras y carne, y que se echaban a la olla o puchero para que cociesen lentamente, sin prisa se cocinaba un plato nutritivo y saciante que además aguantaba durante toda la semana; y es que como apuntaba Alejandro Dumas: "En España no hay más que un plato para todo el mundo: el puchero". Los matices se los da el poder adquisitivo (cuanto mayor era, más ingredientes tenía el cocido y, sobre todo, más carne) y las prohibiciones alimenticias motivadas por la religión. Porque debemos tener en cuenta que en la España medieval convivían cristianos, musulmanes y judíos, y cada uno de ellos hizo su particular cocido.

    La olla podrida, cuya etimología viene de "poderida", significa poderosa por la cantidad de ingredientes que hacían falta para elaborarla. Se trata de un guiso majestuoso y emblemático del siglo XVI del que Néstor Luján escribe: "Desde tiempos muy antiguos se hicieron en todas las regiones españolas cocidos pobres; sin embargo, el plato célebre durante siglos fue la olla podrida". En el plato nunca faltaba carne de gallina y vaca, liebre, tocino, longaniza, conejo, ajos, garbanzos, cebollas y otras verduras del huerto. Más tarde, en el siglo XVII, se incorporará la patata.

    El escritor y filólogo Juan Eslava Galán en su libro 'Una Historia de Toma Pan y Moja' sostiene la teoría de que "seguramente surgiera del afortunado maridaje de dos ancestros […] el puchero medieval, la sustanciosa sopa, una mezcolanza de legumbres, hortalizas y carnes (cuando las había) que se mantenía todo el día en ebullición lenta; y la adafina judía, convenientemente cristianizada mediante la adición de productos de cerdo".

    Por su parte, los hispanomusulmanes también dieron forma a su particular cocido ya que eran grandes consumidores de legumbres como garbanzos y lentejas y, en menor medida, habas y altramuces. Así lo demuestran recetas como el cuscús o la sopa harira del Ramadán.

El cocido sevillano

    El cocido sevillano, que no es exactamente como otros cocidos andaluces, porque la carne se presenta de una forma muy original, es en esencia un puchero con carne de vaca, tocino, hueso, costilla, col, patatas y garbanzos, claro, chorizo, morcilla y un poco de jamón. Pero finalizada la cocción, la carne se fríe en rodajas y es rebozada en harina y huevo antes de servirla con el resto de los ingredientes del puchero.

    Hoy, a veces, fríen la carne por un lado y los huevos revueltos por otro. Con las sobras de carnes y embutidos se hace un refrito en aceite y manteca que conocemos como la pringá. Es una maravilla que nada tiene que ver con la ropa vieja, que también es muy rica, pero ni color con la pringá. Metida en un panecillo hace las delicias de los hispalenses y de sus muchos visitantes. Para servir la pringá se puede pensar, además de en el panecillo, en el cantero de una hogaza o una libreta, una especie de barca a la que se practica un hoyo retirando la miga, para rellenar con este refrito meloso y suave.

RECETA para 6 personas

Ingredientes

¾ kilo de garbanzos
4 muslos de pollo
1 trozo de tocino fresco
200 gramos de costilla de cerdo
200 gramos de jarrete de ternera
1 chorizo curado
1 morcilla curada
1 cebolla blanca pequeña
2 patatas medianas
1 zanahoria grande
2 dientes de ajo
3 cucharadas de manteca
Pimentón rojo
Aceite, agua y sal

Elaboración:

    Antes de empezar, es necesario haber remojado los garbanzos durante la noche anterior a la preparación. Una vez retirado el agua de los garbanzos, procedemos a pelar la cebolla, en cubitos pequeños, y los dientes de ajo, picados en láminas muy delgadas. También pelaremos las patatas y las picaremos en trozos medianos (si quieres favorecer la distribución del almidón en el cocido, para espesarlo, no las separes totalmente con el cuchillo, sino que termina de romperlas con la mano, para “cascarlas”). En el caso de la zanahoria, la pelaremos y la picaremos en rodajas. En el del pimentón, habrá que lavarlo y secarlo, antes de quitarle la cabeza y las semillas, para luego picarlo en juliana (sin las partes blancas que tiene por dentro).

    Luego, lavamos las carnes y retiramos el exceso de grasa, si lo tuvieran.

    A continuación, calentar un chorrito de aceite en una sartén, a fuego medio-bajo. Cuando esté caliente, cocinaremos en él la cebolla y el ajo picados, durante 5 minutos, removiendo con frecuencia y vigilando que no se vayan a dorar ni tostar. Lo ideal sería más bien que la cebolla comenzara a volverse transparente. Después, añadimos la zanahoria picada en ruedas y una cucharada de pimentón. Dejaremos que se cocinen durante 3 minutos más y apagaremos.

    Colocar una olla grande sobre el fuego con manteca al fondo. Mientras se calienta, añadiremos los garbanzos enjuagados y escurridos y rehogaremos durante 10 minutos, removiendo con frecuencia. Luego, salaremos ligeramente los garbanzos y los mezclaremos, antes de colocar las carnes en la olla, y cubrir con los vegetales salteados y los trozos de papas. En ese momento añadimos agua a la olla, hasta cubrir todos los ingredientes.

    Con el fuego a media intensidad, taparemos la olla. Esperaremos a que el contenido de la olla empiece a hervir y a partir de entonces, dejaremos que se cocine durante 50 minutos.
Durante la cocción iremos retirando la espuma que se cree en la superficie, más o menos cada 15 minutos. Cuando se termine el tiempo de cocción indicado, probaremos el cocido y si hace falta, corregiremos la sazón con un poco más de sal.

    También probaremos los garbanzos para ver si ya están tiernos. Si todavía no estás satisfecho con su consistencia, deja que la olla se cocine durante algunos minutos más y vuelve a probarlos cuando regreses, hasta que estés convencido. Entonces, apaga el fuego y listo para servir.

    Para los amantes de la «pringá», este es el momento de reservar los trozos de carne y embutidos que mezclaremos con el tocino para deleitarnos «pringando» un buen trozo de pan.