interior de una galería de la cárcel de Ventas, 1933 |
Un artículo de Ignacio Martínez de Pisó. Publicado en el periódico " El País" del 18 de septiembre de 2005.
“Se conocieron en 1927 en las aulas de la Escuela Normal de
Maestros de Huesca. La profesora se llamaba María Sánchez Arbós y había nacido
en 1889. La alumna, 20 años más joven, se llamaba Carmen Castro Cardús. Ninguna
de las dos podía entonces imaginar que, 12 años después, sus vidas volverían a
cruzarse en circunstancias bien distintas. Ocurrió en la madrileña cárcel de
Ventas. Al término de la Guerra Civil, Carmen Castro era la directora de la
prisión y María Sánchez Arbós una más de las miles de mujeres que habían sido
encerradas en ella por las autoridades franquistas.
Pero comencemos la historia por el principio. O, al menos, por uno
de los posibles principios, que nos hace retroceder a una tarde de septiembre
de 1915 en la que, paseando por Madrid, María Sánchez Arbós se encontró con una
antigua compañera de estudios. Ésta
llevó a María al Museo Pedagógico, y allí asistió a una conferencia que le
cambió la vida. El conferenciante era Manuel Bartolomé Cossío, y la joven
maestra no tardó en comprender que el tipo de escuela que aquel hombre
propugnaba era el mismo con el que ella siempre había soñado: una escuela en la
que los niños disfrutaran y tuvieran más comodidades que en su casa, y en la
que, como ha escrito el profesor Víctor Juan Borroy, "hubiera maestros
satisfechos de serlo, amigos de los niños, fervientes amadores de la
escuela". Esa nueva relación entre alumnos y maestros constituía, de
hecho, uno de los pilares de la reforma educativa promovida por la Institución
Libre de Enseñanza, de la que Cossío era
la figura más representativa.
La Institución defendía para la sociedad española un proyecto de
regeneración que pasaba necesariamente por la sustitución del viejo sistema
educativo por uno nuevo, basado en la tolerancia, la fe en el progreso, el
respeto a la libertad, valores todos ellos que María compartía. No puede, por tanto, extrañar que su vida
quedara desde aquel día estrechamente ligada a la Institución. O a entidades dependientes de ésta: a la
Escuela Superior de Magisterio, en la que estudió entre 1916 y 1919; a la Residencia de Señoritas, en la que se
instaló después de que le fuera concedida una modesta beca; al Instituto-Escuela, en el que hizo sus
prácticas
Su matrimonio con Manuel Ontañón y Valiente, hijo de un conocido profesor
de la Institución, no haría sino fortalecer ese vínculo.
En 1920, el mismo año de su boda,
obtuvo María una plaza de profesora en la Escuela Normal de La Laguna, y
seis años después tomó posesión de una plaza similar en la de su ciudad natal.
La Escuela Normal de Huesca no estaba ya en el convento de Santa Rosa en el que
ella misma había estudiado, sino que se
había trasladado al número 9 de la calle del Padre Huesca; fue en este edificio
donde por primera vez María Sánchez Arbós y Carmen Castro coincidieron.
Permaneció aquélla en la ciudad aragonesa hasta que, concluido el siguiente curso (el 1927-1928),
optó por regresar a Madrid, donde aprobaría unas oposiciones a la dirección de
Grupos Escolares. Curiosamente, su
primer destino como directora fue un centro de reciente creación al que habían
puesto el nombre del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos.
Seguía al frente de ese Grupo Escolar cuando, en julio de
1936, el Ejército se rebeló contra el
Gobierno republicano. Por las
anotaciones que María fue haciendo en su diario (que se publicaría en México en
1961) sabemos que el 8 de noviembre cayó una bomba sobre uno de los torreones
de la escuela. Eso obligó a niños y
maestros a desalojar el edificio, que poco después sería ocupado por milicianos
de la columna Durruti que acababan de llegar a la capital para contribuir a su
defensa. Pero los alumnos no podían quedarse sin escolarizar, y María consiguió
la autorización para continuar las clases en la sede de la Institución Libre de
Enseñanza. A finales de marzo de 1939,
las tropas de Franco entraron en Madrid. Las nuevas autoridades ordenaron que
fueran ocupados los locales que los republicanos habían abandonado en su huida.
La Institución había sido declarada opuesta al Movimiento Nacional
"por sus notorias actuaciones contrarias al Nuevo Estado", y José
Manuel Ontañón, hijo de María Sánchez
Arbós, recuerda que la mañana del 30 de
marzo se presentó en la sede un grupo de falangistas (entre los que,
curiosamente, había un antiguo alumno de la Institución, hijo de alemanes de
origen judío). María Sánchez Arbós se armó de valor y, alegando que el edificio
albergaba un centro oficial, trató de impedirles la entrada. Pero los
falangistas no habían ido allí para escuchar sus razonamientos y, tras
expulsarla sin ningún tipo de contemplaciones, se aplicaron a la labor de
destruir cuanto hallaron a su paso: talaron los árboles, destrozaron los
muebles, quemaron los libros. El viejo sueño de Giner de los Ríos de avanzar
hacia una España más culta y más libre quedó en pocas horas sepultado bajo un
montón de desechos y cenizas.
Comenzaba la posguerra, y en aquel Madrid del llamado Año de la
Victoria proliferaban las represalias contra los vencidos. Considerada
desafecta al nuevo régimen, no pasó mucho tiempo antes de que María fuera a
parar a la cárcel de Ventas, donde se produjo el reencuentro con su antigua
alumna de la Escuela Normal de Huesca, que, en palabras del periodista Carlos
Fonseca, dirigía la prisión "con mano de hierro".
¿Quién era Carmen Castro? Tercera de los siete hijos de un alto
funcionario del Ministerio de Hacienda, acaso lo más llamativo de su historia
familiar es que su hermano Julio Alejandro, dos años mayor que ella, acabaría,
en el exilio mexicano, escribiendo con Luis Buñuel los guiones de clásicos como
Nazarín, Viridiana, Simón del desierto o Tristana. Sobre Julio Alejandro han escrito novelistas
como Manuel Vicent, Vicente Molina Foix o Antón Castro, y por la biografía que Román Ledo acaba de
dedicarle sabemos que su padre mantenía relaciones de amistad con los poetas
Manuel y Antonio Machado y que la familia pertenecía "a la estirpe de la
'España lúcida', hijos de su tiempo, tangencialmente emparentados con el
ideario de la Institución Libre de Enseñanza". De hecho, los dos hijos mayores del
matrimonio, Santiago y Julio Alejandro,
tuvieron como preceptor a Jesús Abad, que en 1927 coincidiría con María
Sánchez Arbós en el claustro de profesores de la Escuela Normal de Huesca (y
que durante la Segunda República sería alcalde de la ciudad y director de esa
escuela). Y en 1915, cuando los Castro, siguiendo al cabeza de familia a su
nuevo destino profesional, abandonaron Huesca para instalarse en Madrid, la pequeña
Carmen estudió dos años en la Institución, antes de ser matriculada en las
Escolapias.
Los expedientes de Carmen Castro depositados en los archivos de la
Dirección General de Instituciones Penitenciarias e Histórico Provincial de
Huesca, así como el testimonio de su hermana Matilde, que ahora tiene 90
años, permiten reconstruir su
trayectoria. Tras concluir el bachillerato,
estudió Farmacia en Madrid y se ordenó teresiana. Siguiendo
instrucciones de la congregación, en 1927 se matriculó en Huesca de las
asignaturas que le faltaban para terminar Magisterio. Durante los años
siguientes tuvo, pues, que viajar con frecuencia a su ciudad natal, en la que
en 1932 obtuvo el título de maestra nacional. Entretanto, trabajó como
inspectora farmacéutica municipal y como maestra en la localidad madrileña de
Villanueva de la Cañada, y en 1935 ganó unas oposiciones para ingresar en el
Cuerpo de Prisiones como maestra de instrucción primaria.
Tras el estallido de la Guerra Civil trabajó como farmacéutica en
el hospital de sangre que las mujeres de Manuel Azaña y de Santiago Casares
Quiroga organizaron en la sede del Instituto Oftálmico, hospital en el que
también colaboraron su hermana Matilde y una jovencita llamada María Casares
que con los años se convertiría en una conocida actriz. La familia Castro,
aunque de hondas convicciones religiosas, nunca había ocultado sus simpatías
por el partido de Azaña, Izquierda Republicana, y debido a ello pudo esconder
en su casa a varios amigos de ideología derechista que se sentían perseguidos.
A las actividades de Carmen Castro durante la guerra se refiere
Carlos Fonseca cuando, en su libro Trece rosas rojas, dice que "desde el
primer momento colaboró con la Quinta Columna organizada por la Falange
clandestina en la capital para ayudar a los militares insurrectos". Su contacto era el alemán Felix Schlayer, por
aquel entonces cónsul de Noruega y poco después autor del libro Diplomático en
el Madrid rojo, acaso el principal de los testimonios escritos que documentan
la matanza de Paracuellos de Jarama.
Después de colaborar en el hospital de sangre, Carmen Castro se
incorporó como funcionaria de prisiones a un edificio de la plaza de las
Comendadoras habilitado como cárcel de mujeres; allí se las arreglaba para
administrar clandestinamente la comunión entre las presas y, cada vez que una
monja era excarcelada, avisaba a Schlayer para que enviara un vehículo del
consulado a recogerla a la prisión y de este modo le ahorrara posibles
encuentros con milicianos exaltados.
Cansada de ocultar su condición de religiosa, Carmen Castro pasó a
la llamada zona nacional en julio de 1937, y cuatro años después el propio
Schlayer daría testimonio de los servicios que durante ese año había prestado a
la causa nacional, entre los que destaca "el haber impedido que se
efectuase en la prisión de Conde de Toreno una 'saca' para fusilar a un grupo
de damas de España". Hasta la conclusión de la guerra, Carmen Castro
trabajó sucesivamente en las prisiones de San Sebastián, Saturrarán y Santander. Fue en esta ciudad
donde, poco antes de la entrada en Madrid de las tropas de Franco, se le
notificó que el jefe del Servicio Nacional de Prisiones, Máximo Cuervo, la
había nombrado directora de la cárcel de Ventas.
Con el advenimiento de la República se había puesto en marcha un
plan de modernización penitenciaria que buscaba facilitar la reinserción social
de las reclusas. El de Ventas, inaugurado en 1933, era uno de los centros
pioneros de ese plan, según el cual cada una de las internas debía disponer de
una celda individual. Su capacidad máxima era de 450 personas. Para el verano
de 1939, el número de internas superaba ya las 10.000, y al hacinamiento había
que añadir problemas de falta de higiene, insalubridad y subalimentación que
convertían aquella cárcel en un auténtico infierno.
En la prisión existía una sección especial para las presas más
jóvenes. Ocupaba una sala de algo más de 100 metros cuadrados, y en ella hacían
su vida cerca de un centenar de chicas, que por la noche extendían sus petates
en el suelo para dormir y durante el día trataban de burlar la vigilancia de su
cuidadora, una funcionaria de prisiones apodada La Zapatitos. La octogenaria
Mari Carmen Cuesta, que en la actualidad reside en Valencia, fue una de las
chicas que vivieron en esa sección, y recuerda cómo aprovechaban la menor
distracción de La Zapatitos para salir a las galerías de la cárcel y
encontrarse con sus amigas mayores, a las que intentaban entretener con
improvisadas sesiones de claqué.
Mari Carmen Cuesta, que entonces tenía 15 años, había sido
detenida junto a su amiga Virtudes González. Ésta, de 18, fue una de las que
más tarde serían conocidas como las Trece Rosas, 13 jóvenes que en agosto de
1939 fueron condenadas a muerte y ejecutadas por el simple hecho de haber
militado durante la guerra en las Juventudes Socialistas Unificadas. En la
sección de menores de la prisión convivió Mari Carmen Cuesta con tres de las
Trece Rosas (Martina Barroso, Anita López Gallego y Victoria Muñoz), y recuerda
la consternación y rabia que sintió cuando vio cómo una guardiana las despertó
a medianoche para conducirlas junto a las otras diez hasta las tapias del
cementerio del Este, donde fueron fusiladas.
¿Cómo vivió aquello Carmen Castro, a la que María Sánchez Arbós y
otras como ella habían tratado de transmitir los ideales de la Institución, su fe en la construcción de un mundo más libre
y más justo? Por testimonios de antiguas reclusas sabemos que Carmen Castro
declinó hacer compañía a las 13 chicas mientras escribían sus cartas de
despedida en la capilla de la cárcel. Según cuenta la socialista Ángeles
García-Madrid en Réquiem por la libertad, esa ausencia pudo deberse a su
precario estado de salud: su débil corazón difícilmente habría soportado
"aquel engendro de justicia". La directora de la prisión no estaba
pasando, en todo caso, una buena temporada: no mucho tiempo antes, su madre
había muerto de bronconeumonía en una residencia de religiosas en Zaragoza.
La propia García-Madrid recuerda unas palabras supuestamente
pronunciadas por Carmen Castro a propósito de una ejecución anterior, la de dos
hermanas acusadas de haber denunciado a un falangista. "Yo misma las he
colocado esta mañana en el paredón. Los delitos de sangre hay que ahogarlos en
sangre", habría dicho. Sin embargo, según su hermana Matilde, fueron las
propias condenadas las que le suplicaron que las acompañara en sus últimos
momentos, en los que "querían ver una cara amiga", y aquel día Carmen
Castro regresó a la casa familiar en un estado de desolación absoluta. Bendijera
o no la política de venganza adoptada por las nuevas autoridades, lo cierto es
que Carmen Castro no tuvo valor para mirar a los ojos de esas 13 inocentes que
estaban a punto de ser asesinadas. Pero acaso lo más oscuro de este episodio
sea que Carmen Castro ni siquiera llegó a tramitar las solicitudes de
conmutación de la pena capital para las condenadas. La sentencia se conoció el
3 de agosto, y hasta el 13, ocho días después del fusilamiento, no llegaron las
peticiones de clemencia al cuartel general de Franco, que se limitó a anotar en
sus márgenes la E de "Enterado".
Aunque, según algunas fuentes, María Sánchez Arbós estaba ya en
Ventas cuando se fusiló a las Trece Rosas, lo cierto es que su ingreso en la
prisión no se produjo hasta mediados de septiembre. Para María debió de ser
toda una sorpresa encontrarse al frente de la cárcel a una antigua discípula.
Una discípula, por otro lado, que no dejaba de reconocerle cierta autoridad
moral. Según el testimonio de una reclusa recogido por Tomasa Cuevas, a Carmen Castro
"le impresionó ver allí a aquella mujer, con lo que valía y la labor que
había hecho toda su vida".
Al parecer, la directora de la prisión ofreció a su ex profesora
la posibilidad de convertirse en una reclusa de confianza, lo que habría
aliviado la dureza de sus condiciones de vida. María (o doña María, como aluden
a ella quienes la conocieron en Ventas) rechazó la oferta y, a cambio, pidió que se habilitara una zona de
la cárcel para las mujeres que vivían con hijos pequeños y que se convirtiera
la sección de menores en una escuela para las presas jóvenes. Carmen Castro accedió a ambas peticiones, y la
propia doña María, ayudada por una maestra llamada Rafaelita, se encargó de dirigir la que fue bautizada
como Escuela de Santa María. A finales
de ese septiembre, tras medio año de detención, ingresó en la cárcel de Ventas
la comunista Matilde Landa, que durante la contienda había colaborado
activamente con el Socorro Rojo Internacional. Aunque era quince años más joven
que doña María, las estrechas vinculaciones de ambas con la Institución Libre
de Enseñanza habían hecho que surgiera entre ellas una buena amistad, hasta el
punto de que, cuando estalló la guerra, tres de los hijos de doña María estaban
pasando una temporada en una playa gallega junto a la hija, cuatro sobrinos y
una hermana de Matilde.
Las ejecuciones de presas de Ventas no cesaron tras el
fusilamiento de las Trece Rosas. Según Fernando Hernández Holgado, llegaron a
alcanzar la cifra de 78, y bastantes de ellas fueron compañeras de María
Sánchez Arbós y de Matilde Landa durante los meses que permanecieron recluidas.
En su biografía de Matilde Landa, David
Ginard i Féron afirma que el hecho de que no se hubieran tramitado a tiempo las
solicitudes de conmutación de las Trece Rosas fue lo que le hizo concebir la
idea de crear dentro de la prisión un pequeño departamento de apoyo legal a las
condenadas. La "oficina de penadas", que empezó a funcionar pese a
las iniciales reticencias de Carmen Castro, estaba situada en la celda de la
propia Matilde, y su único mobiliario lo constituían unos cajones de madera y
una máquina de escribir. En aquella celda se asesoraba a las condenadas para
que pudieran elevar recursos y solicitar avales, y entre la media docena de
internas que desde el primer momento colaboraron con Matilde Landa estaba, cómo
no, María Sánchez Arbós, que dedicaba a esa actividad el tiempo que le dejaba
libre su labor al frente de la Escuela de Santa María.
La oficina siguió en funcionamiento hasta que, en agosto de 1940,
se trasladó a Matilde Landa a la prisión de Palma de Mallorca (donde fue
sometida a tales presiones que acabó suicidándose). La colaboración de María
Sánchez Arbós había cesado con su excarcelación, en diciembre de 1939. Dos años después fue absuelta por un tribunal
militar, pero también expulsada del magisterio, y no sería rehabilitada hasta
julio de 1952, al parecer gracias a las gestiones de un hombre próximo al
régimen a cuyo hijo daba clases particulares. Murió en 1976.
En cuanto a Carmen Castro, fue nombrada en 1940 inspectora central
de Prisiones, y muchas de las mujeres que la habían conocido en Ventas se
reencontraron con ella en sus posteriores destinos penitenciarios: Mari Carmen
Cuesta la recuerda en Girona, dando instrucciones a las monjas de la cárcel para
convertir el huerto en una cancha de baloncesto. Cuando, en enero de 1948,
murió con sólo 38 años, era la responsable de la Sección de Redención de Penas
por el Esfuerzo Intelectual.”
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