9 de des. 2013

historia de dos maestras

interior de una galería de la
cárcel de Ventas, 1933
Un artículo de Ignacio Martínez de Pisó. Publicado en el periódico " El País" del 18 de septiembre de  2005.


“Se conocieron en 1927 en las aulas de la Escuela Normal de Maestros de Huesca. La profesora se llamaba María Sánchez Arbós y había nacido en 1889. La alumna, 20 años más joven, se llamaba Carmen Castro Cardús. Ninguna de las dos podía entonces imaginar que, 12 años después, sus vidas volverían a cruzarse en circunstancias bien distintas. Ocurrió en la madrileña cárcel de Ventas. Al término de la Guerra Civil, Carmen Castro era la directora de la prisión y María Sánchez Arbós una más de las miles de mujeres que habían sido encerradas en ella por las autoridades franquistas.
Pero comencemos la historia por el principio. O, al menos, por uno de los posibles principios, que nos hace retroceder a una tarde de septiembre de 1915 en la que, paseando por Madrid, María Sánchez Arbós se encontró con una antigua compañera de estudios.  Ésta llevó a María al Museo Pedagógico, y allí asistió a una conferencia que le cambió la vida. El conferenciante era Manuel Bartolomé Cossío, y la joven maestra no tardó en comprender que el tipo de escuela que aquel hombre propugnaba era el mismo con el que ella siempre había soñado: una escuela en la que los niños disfrutaran y tuvieran más comodidades que en su casa, y en la que, como ha escrito el profesor Víctor Juan Borroy, "hubiera maestros satisfechos de serlo, amigos de los niños, fervientes amadores de la escuela". Esa nueva relación entre alumnos y maestros constituía, de hecho, uno de los pilares de la reforma educativa promovida por la Institución Libre de Enseñanza,  de la que Cossío era la figura más representativa.
La Institución defendía para la sociedad española un proyecto de regeneración que pasaba necesariamente por la sustitución del viejo sistema educativo por uno nuevo, basado en la tolerancia, la fe en el progreso, el respeto a la libertad, valores todos ellos que María compartía.  No puede, por tanto, extrañar que su vida quedara desde aquel día estrechamente ligada a la Institución.  O a entidades dependientes de ésta: a la Escuela Superior de Magisterio, en la que estudió entre 1916 y 1919;  a la Residencia de Señoritas, en la que se instaló después de que le fuera concedida una modesta beca;  al Instituto-Escuela, en el que hizo sus prácticas Su matrimonio con Manuel Ontañón y Valiente, hijo de un conocido profesor de la Institución, no haría sino fortalecer ese vínculo.
En 1920, el mismo año de su boda,  obtuvo María una plaza de profesora en la Escuela Normal de La Laguna, y seis años después tomó posesión de una plaza similar en la de su ciudad natal. La Escuela Normal de Huesca no estaba ya en el convento de Santa Rosa en el que ella misma había estudiado,  sino que se había trasladado al número 9 de la calle del Padre Huesca; fue en este edificio donde por primera vez María Sánchez Arbós y Carmen Castro coincidieron. Permaneció aquélla en la ciudad aragonesa hasta que,  concluido el siguiente curso (el 1927-1928), optó por regresar a Madrid, donde aprobaría unas oposiciones a la dirección de Grupos Escolares.  Curiosamente, su primer destino como directora fue un centro de reciente creación al que habían puesto el nombre del fundador de la Institución Libre de Enseñanza,  Francisco Giner de los Ríos.
Seguía al frente de ese Grupo Escolar cuando, en julio de 1936,  el Ejército se rebeló contra el Gobierno republicano.  Por las anotaciones que María fue haciendo en su diario (que se publicaría en México en 1961) sabemos que el 8 de noviembre cayó una bomba sobre uno de los torreones de la escuela.  Eso obligó a niños y maestros a desalojar el edificio, que poco después sería ocupado por milicianos de la columna Durruti que acababan de llegar a la capital para contribuir a su defensa. Pero los alumnos no podían quedarse sin escolarizar, y María consiguió la autorización para continuar las clases en la sede de la Institución Libre de Enseñanza.  A finales de marzo de 1939, las tropas de Franco entraron en Madrid. Las nuevas autoridades ordenaron que fueran ocupados los locales que los republicanos habían abandonado en su huida.
La Institución había sido declarada opuesta al Movimiento Nacional "por sus notorias actuaciones contrarias al Nuevo Estado", y José Manuel Ontañón,  hijo de María Sánchez Arbós,  recuerda que la mañana del 30 de marzo se presentó en la sede un grupo de falangistas (entre los que, curiosamente, había un antiguo alumno de la Institución, hijo de alemanes de origen judío). María Sánchez Arbós se armó de valor y, alegando que el edificio albergaba un centro oficial, trató de impedirles la entrada. Pero los falangistas no habían ido allí para escuchar sus razonamientos y, tras expulsarla sin ningún tipo de contemplaciones, se aplicaron a la labor de destruir cuanto hallaron a su paso: talaron los árboles, destrozaron los muebles, quemaron los libros. El viejo sueño de Giner de los Ríos de avanzar hacia una España más culta y más libre quedó en pocas horas sepultado bajo un montón de desechos y cenizas.
Comenzaba la posguerra, y en aquel Madrid del llamado Año de la Victoria proliferaban las represalias contra los vencidos. Considerada desafecta al nuevo régimen, no pasó mucho tiempo antes de que María fuera a parar a la cárcel de Ventas, donde se produjo el reencuentro con su antigua alumna de la Escuela Normal de Huesca, que, en palabras del periodista Carlos Fonseca, dirigía la prisión "con mano de hierro".
¿Quién era Carmen Castro? Tercera de los siete hijos de un alto funcionario del Ministerio de Hacienda, acaso lo más llamativo de su historia familiar es que su hermano Julio Alejandro, dos años mayor que ella, acabaría, en el exilio mexicano, escribiendo con Luis Buñuel los guiones de clásicos como Nazarín, Viridiana, Simón del desierto o Tristana.  Sobre Julio Alejandro han escrito novelistas como Manuel Vicent, Vicente Molina Foix o Antón Castro,  y por la biografía que Román Ledo acaba de dedicarle sabemos que su padre mantenía relaciones de amistad con los poetas Manuel y Antonio Machado y que la familia pertenecía "a la estirpe de la 'España lúcida', hijos de su tiempo, tangencialmente emparentados con el ideario de la Institución Libre de Enseñanza".  De hecho, los dos hijos mayores del matrimonio, Santiago y Julio Alejandro,  tuvieron como preceptor a Jesús Abad, que en 1927 coincidiría con María Sánchez Arbós en el claustro de profesores de la Escuela Normal de Huesca (y que durante la Segunda República sería alcalde de la ciudad y director de esa escuela). Y en 1915, cuando los Castro, siguiendo al cabeza de familia a su nuevo destino profesional, abandonaron Huesca para instalarse en Madrid, la pequeña Carmen estudió dos años en la Institución, antes de ser matriculada en las Escolapias.
Los expedientes de Carmen Castro depositados en los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias e Histórico Provincial de Huesca, así como el testimonio de su hermana Matilde, que ahora tiene 90 años,  permiten reconstruir su trayectoria. Tras concluir el bachillerato,  estudió Farmacia en Madrid y se ordenó teresiana. Siguiendo instrucciones de la congregación, en 1927 se matriculó en Huesca de las asignaturas que le faltaban para terminar Magisterio. Durante los años siguientes tuvo, pues, que viajar con frecuencia a su ciudad natal, en la que en 1932 obtuvo el título de maestra nacional. Entretanto, trabajó como inspectora farmacéutica municipal y como maestra en la localidad madrileña de Villanueva de la Cañada, y en 1935 ganó unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Prisiones como maestra de instrucción primaria.
Tras el estallido de la Guerra Civil trabajó como farmacéutica en el hospital de sangre que las mujeres de Manuel Azaña y de Santiago Casares Quiroga organizaron en la sede del Instituto Oftálmico, hospital en el que también colaboraron su hermana Matilde y una jovencita llamada María Casares que con los años se convertiría en una conocida actriz. La familia Castro, aunque de hondas convicciones religiosas, nunca había ocultado sus simpatías por el partido de Azaña, Izquierda Republicana, y debido a ello pudo esconder en su casa a varios amigos de ideología derechista que se sentían perseguidos.
A las actividades de Carmen Castro durante la guerra se refiere Carlos Fonseca cuando, en su libro Trece rosas rojas, dice que "desde el primer momento colaboró con la Quinta Columna organizada por la Falange clandestina en la capital para ayudar a los militares insurrectos".  Su contacto era el alemán Felix Schlayer, por aquel entonces cónsul de Noruega y poco después autor del libro Diplomático en el Madrid rojo, acaso el principal de los testimonios escritos que documentan la matanza de Paracuellos de Jarama.
Después de colaborar en el hospital de sangre, Carmen Castro se incorporó como funcionaria de prisiones a un edificio de la plaza de las Comendadoras habilitado como cárcel de mujeres; allí se las arreglaba para administrar clandestinamente la comunión entre las presas y, cada vez que una monja era excarcelada, avisaba a Schlayer para que enviara un vehículo del consulado a recogerla a la prisión y de este modo le ahorrara posibles encuentros con milicianos exaltados.
Cansada de ocultar su condición de religiosa, Carmen Castro pasó a la llamada zona nacional en julio de 1937, y cuatro años después el propio Schlayer daría testimonio de los servicios que durante ese año había prestado a la causa nacional, entre los que destaca "el haber impedido que se efectuase en la prisión de Conde de Toreno una 'saca' para fusilar a un grupo de damas de España". Hasta la conclusión de la guerra, Carmen Castro trabajó sucesivamente en las prisiones de San Sebastián,  Saturrarán y Santander. Fue en esta ciudad donde, poco antes de la entrada en Madrid de las tropas de Franco, se le notificó que el jefe del Servicio Nacional de Prisiones, Máximo Cuervo, la había nombrado directora de la cárcel de Ventas.
Con el advenimiento de la República se había puesto en marcha un plan de modernización penitenciaria que buscaba facilitar la reinserción social de las reclusas. El de Ventas, inaugurado en 1933, era uno de los centros pioneros de ese plan, según el cual cada una de las internas debía disponer de una celda individual. Su capacidad máxima era de 450 personas. Para el verano de 1939, el número de internas superaba ya las 10.000, y al hacinamiento había que añadir problemas de falta de higiene, insalubridad y subalimentación que convertían aquella cárcel en un auténtico infierno.
En la prisión existía una sección especial para las presas más jóvenes. Ocupaba una sala de algo más de 100 metros cuadrados, y en ella hacían su vida cerca de un centenar de chicas, que por la noche extendían sus petates en el suelo para dormir y durante el día trataban de burlar la vigilancia de su cuidadora, una funcionaria de prisiones apodada La Zapatitos. La octogenaria Mari Carmen Cuesta, que en la actualidad reside en Valencia, fue una de las chicas que vivieron en esa sección, y recuerda cómo aprovechaban la menor distracción de La Zapatitos para salir a las galerías de la cárcel y encontrarse con sus amigas mayores, a las que intentaban entretener con improvisadas sesiones de claqué.
Mari Carmen Cuesta, que entonces tenía 15 años, había sido detenida junto a su amiga Virtudes González. Ésta, de 18, fue una de las que más tarde serían conocidas como las Trece Rosas, 13 jóvenes que en agosto de 1939 fueron condenadas a muerte y ejecutadas por el simple hecho de haber militado durante la guerra en las Juventudes Socialistas Unificadas. En la sección de menores de la prisión convivió Mari Carmen Cuesta con tres de las Trece Rosas (Martina Barroso, Anita López Gallego y Victoria Muñoz), y recuerda la consternación y rabia que sintió cuando vio cómo una guardiana las despertó a medianoche para conducirlas junto a las otras diez hasta las tapias del cementerio del Este, donde fueron fusiladas.
¿Cómo vivió aquello Carmen Castro, a la que María Sánchez Arbós y otras como ella habían tratado de transmitir los ideales de la Institución,  su fe en la construcción de un mundo más libre y más justo? Por testimonios de antiguas reclusas sabemos que Carmen Castro declinó hacer compañía a las 13 chicas mientras escribían sus cartas de despedida en la capilla de la cárcel. Según cuenta la socialista Ángeles García-Madrid en Réquiem por la libertad, esa ausencia pudo deberse a su precario estado de salud: su débil corazón difícilmente habría soportado "aquel engendro de justicia". La directora de la prisión no estaba pasando, en todo caso, una buena temporada: no mucho tiempo antes, su madre había muerto de bronconeumonía en una residencia de religiosas en Zaragoza.
La propia García-Madrid recuerda unas palabras supuestamente pronunciadas por Carmen Castro a propósito de una ejecución anterior, la de dos hermanas acusadas de haber denunciado a un falangista. "Yo misma las he colocado esta mañana en el paredón. Los delitos de sangre hay que ahogarlos en sangre", habría dicho. Sin embargo, según su hermana Matilde, fueron las propias condenadas las que le suplicaron que las acompañara en sus últimos momentos, en los que "querían ver una cara amiga", y aquel día Carmen Castro regresó a la casa familiar en un estado de desolación absoluta. Bendijera o no la política de venganza adoptada por las nuevas autoridades, lo cierto es que Carmen Castro no tuvo valor para mirar a los ojos de esas 13 inocentes que estaban a punto de ser asesinadas. Pero acaso lo más oscuro de este episodio sea que Carmen Castro ni siquiera llegó a tramitar las solicitudes de conmutación de la pena capital para las condenadas. La sentencia se conoció el 3 de agosto, y hasta el 13, ocho días después del fusilamiento, no llegaron las peticiones de clemencia al cuartel general de Franco, que se limitó a anotar en sus márgenes la E de "Enterado".
Aunque, según algunas fuentes, María Sánchez Arbós estaba ya en Ventas cuando se fusiló a las Trece Rosas, lo cierto es que su ingreso en la prisión no se produjo hasta mediados de septiembre. Para María debió de ser toda una sorpresa encontrarse al frente de la cárcel a una antigua discípula. Una discípula, por otro lado, que no dejaba de reconocerle cierta autoridad moral. Según el testimonio de una reclusa recogido por Tomasa Cuevas, a Carmen Castro "le impresionó ver allí a aquella mujer, con lo que valía y la labor que había hecho toda su vida".
Al parecer, la directora de la prisión ofreció a su ex profesora la posibilidad de convertirse en una reclusa de confianza, lo que habría aliviado la dureza de sus condiciones de vida. María (o doña María, como aluden a ella quienes la conocieron en Ventas) rechazó la oferta y,  a cambio, pidió que se habilitara una zona de la cárcel para las mujeres que vivían con hijos pequeños y que se convirtiera la sección de menores en una escuela para las presas jóvenes.  Carmen Castro accedió a ambas peticiones, y la propia doña María, ayudada por una maestra llamada Rafaelita,  se encargó de dirigir la que fue bautizada como Escuela de Santa María.  A finales de ese septiembre, tras medio año de detención, ingresó en la cárcel de Ventas la comunista Matilde Landa, que durante la contienda había colaborado activamente con el Socorro Rojo Internacional. Aunque era quince años más joven que doña María, las estrechas vinculaciones de ambas con la Institución Libre de Enseñanza habían hecho que surgiera entre ellas una buena amistad, hasta el punto de que, cuando estalló la guerra, tres de los hijos de doña María estaban pasando una temporada en una playa gallega junto a la hija, cuatro sobrinos y una hermana de Matilde.
Las ejecuciones de presas de Ventas no cesaron tras el fusilamiento de las Trece Rosas. Según Fernando Hernández Holgado, llegaron a alcanzar la cifra de 78, y bastantes de ellas fueron compañeras de María Sánchez Arbós y de Matilde Landa durante los meses que permanecieron recluidas.  En su biografía de Matilde Landa, David Ginard i Féron afirma que el hecho de que no se hubieran tramitado a tiempo las solicitudes de conmutación de las Trece Rosas fue lo que le hizo concebir la idea de crear dentro de la prisión un pequeño departamento de apoyo legal a las condenadas. La "oficina de penadas", que empezó a funcionar pese a las iniciales reticencias de Carmen Castro, estaba situada en la celda de la propia Matilde, y su único mobiliario lo constituían unos cajones de madera y una máquina de escribir. En aquella celda se asesoraba a las condenadas para que pudieran elevar recursos y solicitar avales, y entre la media docena de internas que desde el primer momento colaboraron con Matilde Landa estaba, cómo no, María Sánchez Arbós, que dedicaba a esa actividad el tiempo que le dejaba libre su labor al frente de la Escuela de Santa María.
La oficina siguió en funcionamiento hasta que, en agosto de 1940, se trasladó a Matilde Landa a la prisión de Palma de Mallorca (donde fue sometida a tales presiones que acabó suicidándose). La colaboración de María Sánchez Arbós había cesado con su excarcelación, en diciembre de 1939.  Dos años después fue absuelta por un tribunal militar, pero también expulsada del magisterio, y no sería rehabilitada hasta julio de 1952, al parecer gracias a las gestiones de un hombre próximo al régimen a cuyo hijo daba clases particulares. Murió en 1976.
En cuanto a Carmen Castro, fue nombrada en 1940 inspectora central de Prisiones, y muchas de las mujeres que la habían conocido en Ventas se reencontraron con ella en sus posteriores destinos penitenciarios: Mari Carmen Cuesta la recuerda en Girona, dando instrucciones a las monjas de la cárcel para convertir el huerto en una cancha de baloncesto. Cuando, en enero de 1948, murió con sólo 38 años, era la responsable de la Sección de Redención de Penas por el Esfuerzo Intelectual.”


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