7 de des. 2013

historia de una maestra, 5



“Las clases de adultos seguían adelante. En los últimos meses era Ezequiel el único que se encargaba de ellas para evitarme un esfuerzo más.

Había un espacio de tiempo dedicado a las clases propiamente dichas, clases de alfabetización, de cálculo, de nociones científicas o históricas y había otro espacio dedicado a la charla y discusión sobre temas cercanos, sociales y sanitàrarios o sobre acontecimientos de actualidad que Ezequiel les mostraba en los periódicos.  Poco a poco, este segundo espacio fue creciendo ante la avidez de los alumnos por informarse de todo lo que sucedía lejos, en un mundo del que vivían aislados.  Ezequiel se dejaba llevar por el entusiasmo.  «Ya saben hablar»,  me decía. «Han aprendido a expresar lo que piensan...»

Yo frenaba su exaltación. «Tienes que seguir con las clases. Primero leer y aprender; luego ya vendrá lo demás.»  Asentía, pero una creciente inquietud le desazonaba.  «Sé que tienes razón.  Pero ignoran sus derechos, sus necesidades, son fáciles de convencer por cualquiera,  están en manos de quien mejor los sepa manejar.  Yo no quiero hacer política;  quiero sólo defenderles de la política...»”

Josefina Aldecoa
Historia de una maestra


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