Canadá participo durante la Primera Guerra
Mundial con un total de 620.000 hombres y mujeres, un esfuerzo de guerra enorme
para una nación de ocho millones de habitantes, que era la población del Canadá por aquellas
fechas.
Durante la contienda, las fuerzas canadienses
perdieron 67.000 vidas, 11.285 sin tumba conocida en Francia, y 173.000 resultaron heridas.
El mayor éxito militar canadiense se produjo en la
Batalla de la cresta de Vimy, Francia, el 9 de abril de 1917, durante la cual las
tropas canadienses capturaron una colina alemana fortificada.
En 1922, en el antiguo campo de batalla de la
Batalla de la Cresta de Vimy, la nación
francesa concedió a perpetuidad la utilización de los terrenos al pueblo canadiense, en reconocimiento a los
esfuerzos de guerra. En 1925 se inició la
construcción del "Memorial Nacional canadiense de Vimy". La obra duró once años,
y la inauguración oficial fue llevada a cabo el 26 de julio de 1936. El parque está todavía hoy atravesado por
túneles de guerra, cráteres y trincheras.
“Mis días de combatiente terminaron en algún
momento de la semana del 5 de noviembre de 1917, en la tercera batalla de
Ypres, adonde habían enviado a los canadienses en un intento por tomar
Passchendaele. Era jueves o viernes; no puedo ser más exacto, porque los
detalles de aquel día están empanados en mi recuerdo.
Fue la batalla más terrible de mi experiencia
militar. Pretendíamos tomar un pueblo que ya estaba derruido, y nuestros
avances apenas se contaban en metros; el
frente era una línea confusa, porque hacía varias semanas que no paraba de
llover, y el barro era tan peligroso que no nos atrevíamos a avanzar sin la
trabajosa labor de recoger tablones, cargarlos durante la marcha y ponerlos
delante de nosotros para seguir adelante; como es lógico, era un trabajo tan
lento y expuesto que no podíamos hacer gran cosa.
Por lecturas posteriores, supe que nuestro
avance total llego a algo menos de tres kilómetros, pero podrían haber sido
trescientos: el mayor problema era el barro. El bombardeo alemán lo había
revuelto tanto que resultaba muy traicionero; si un hombre se hundía
simplemente hasta las rodillas, sus
posibilidades de salir de allí eran pequeñas; bastaba que un obús cayera cerca
para que el fango lo cubriera, y la recuperación del cadáver resultaba casi
imposible. Me refiero a todo ello de
forma tan breve como puedo, porque el terror que sentía era tan intenso que no
quiero, por nada del mundo, revivirlo.”
“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies
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