“Soy un crítico de jazz lo
bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy cuenta de que
lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata de
avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus
llantos. A él le importa un bledo que yo lo crea genial, y nunca se ha
envanecido de que su música esté mucho más allá de la que tocan sus compañeros.
Pienso melancólicamente que él está al principio de su saxo mientras yo vivo
obligado a conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja, por no decir
que él es la boca y yo... Todo crítico, ay, es el triste final de algo que
empezó como sabor, como delicia de morder y mascar. Y la boca se mueve otra
vez, golosamente la gran lengua de Johnny recoge un chorrito de saliva de los
labios. Las manos hacen un dibujo en el aire.
-Bruno, si un día lo pudieras
escribir... No por mí, entiendes, a mí qué me importa. Pero debe ser hermoso,
yo siento que debe ser hermoso. Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de
chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y
me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae...
Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco.
Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor
hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer
piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás
terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras
palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé
a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo
puedo decir asi. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente
que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no
tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme
que en ese momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la
hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba
con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas
con esa-música-del-diablo.”
Julio Cortázar
El perseguidor
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