por Manuel Alvar
“En el acto II de "Macbeth",
el protagonista de la tragedia acaba de cumplir uno de sus asesinatos. Siente
miedo de su crimen y, una vez más, lady Macbeth increpa al cobarde: ella lleva
las manos tintas en sangre, igual que las de su marido, pero se avergonzaría de
"tener el corazón tan blanco"
como el de su indeciso esposo. Es el
final de la escena segunda, de la que Javier Marías ha tomado un lema ("Corazón tan blanco") que valdrá
para algún personaje de su novela: por su indecisión, por su cobardía, por su
temor a su propia maldad.
La novela de nuestro joven autor es una gran novela. El argumento
es válido porque mantiene un apasionado interés que no decae, pero es, también,
una teoría de formalizaciones que la hacen ser de un valor singular. Estamos en
una cuestión que se nos suscita mil veces, y que nos suscitará otras mil: la cuestión de
la forma. Y aquí sí que el mundo de los significantes es de una excepción,
maestría. Porque Javier Marías no
cuenta, sino que hace: no es esto u otro lo que debe caber dentro de sus
propósitos; somos nosotros quienes nos introducimos en un relato apasionante y
entendemos lo que es el "tempo lento" que el narrador se impone.
"Tempo lento" que no aparece como una deliberada morosidad, sino que
se va logrando por las exigencias a las que obliga un vivir, que puede ser
trepidante. Aquí se nos plantea un primer motivo: ¿Qué piensa el autor de lo
que es la novela? En un momento nos dice: "quizá sea esto lo que nos lleva a leer novelas y crónicas, y a ver
películas, la busca de la analogía, del símbolo, la búsqueda del
reconocimiento, no del conocimiento". Y con esto sobre su cabal
sentido el testimonio de "Macbeth":
hay una analogía con el personaje de Shakespeare
o un símbolo que actúa sobre un vivir harto dispar, pero que permite re-conocer
acontecimientos muy discrepantes, como si hubiéramos encontrado la cuerda que
asocia las cuentas de aquel imaginario collar. Ha cobrado sentido la negación
de un pertinaz silencio que, de pronto, aflora el reencontrarse en el
conocimiento silenciado. Tal vez sea ésta la conducta de Ranz, sepultada como
una laguna abisal y borbotada por indicios personales o por denuncias ajenas.
Lo dijo Ortega hace muchos años: la novela es un género abierto.
En él -o en ella- no encontramos lo que se nos cuenta, sino, que por indicios,
intuimos lo que se nos oculta. Y ésta es una de las grandes maestrías de Javier
Marías: parte de unas páginas espléndidas donde está todo lo que van a ser las
vidas de quienes protagonizan la historia. Más aún, aquel personaje bello y
débil que se suicida, va a ser la mano del auriga que tiene las riendas todas
de la cuadriga y las tensará o relajará conforme sea la exigencia del relato:
"No he querido saber, pero he sabido
que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había
regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al
espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la
punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de
la familia y tres invitados". Es todo, y aquí está todo. Trescientas
páginas para aclarar este suicidio. Se
me dirá al deambular de unos pasos policiales y tendré que decir cuán
abismalmente lejos estamos de ello. Una novela policíaca es trepidante porque
necesita contar cosas, muchas cosas, para que el lector se sienta en una maraña
de la que el autor -omniscente- le dejará salir. Pero aquí no. Se ha logrado un
tempo lento en el que los resultados van brotando por su propia existencia y no
por la imposición del demiurgo. He hablado de novelas negras; cuentan por su
propia técnica, repetidas mil veces en mil ocasiones diferentes. Ahora no, lo que tenemos es una estructura
generosamente alerta en la que caben mil cosas de apariencia ajena al relato.
De apariencia ajena, pero que van estructurando la propia condición de la
novela. Ortega -repito- decía de ella que era una estructura abierta en la que
caben mil manifestaciones literarias; no podemos pensar en la lírica con su
condición hermética, ni en el teatro con las cancillas que lo constriñen. La
novela es la vida misma, como el río que se despeña o las aguas que se
remansan. No se trata de la historia de una pasión, como serían las
"nívolas" de Unamuno, sino
la vida de lejos de un quehacer restringido. Leyendo "Corazón tan blanco" pienso en Cervantes, en Galdós o
en Baroja, no por parecido o
vinculaciones, sino por la naturaleza de un arte extendido a un mundo en el que
los portillos se han caído y entra un vendaval que viene de treinta y seis
rumbos diferentes. Podríamos pensar en un cosmos cumulativo o en pluralidad de
muchos inscritos en una estructura que los abarca a todos. Entonces, este
relato al servicio de aclarar las causas de un suicidio, tiene también la
necesidad de otras vidas que son otras tantas novelas diferentes: la aventura
intuida en La Habana, la sátira del mundo de la traducción, la historia de
Berta en Nueva York. Y como sustento: el rencor hacia el padre que acabaría en
el descubrimiento de los móviles del suicidio.
Pero si la novela es plural en su propia realización, no podemos
decir que no sea el demorado análisis psicológico que hubiera gustado a Unamuno. Hay personajes retratados de
manera magistral, como aquel Ranz, tan poco grato, que "hablaba pausadamente, como solía, buscando
algunas palabras con mucho cuidado (picaflor, alcauzas, sombras) no tanto para
ser preciso cuanto para causar efecto y asegurarse de ser escuchado con
atención". El propio Ranz "se
tocó el pelo polar con un poco de presunción, como hacía a veces sin
proponérselo. Se lo colocaba mejor o más bien hacía ademán de colocárselo,
apenas si se lo rozaba con las yemas de los dedos, como si su intención
inconsciente fuera arreglárselo pero el contacto le diera temor y le hiciera
tomar conciencia". Acumular informes no sería difícil: unas veces
porque el texto ajeno sirve de amparo a lo que se dice (la cita de Clerk o
Lewis, aplicada un par de páginas más adelante) o porque la propia experiencia
es motivo de meditación (la vida de Nieves) o por consideraciones sobre la
muerte, el valor de los actos o la capacidad de discernimiento. En otros casos,
motivos trascendentes sobre las motivaciones del mundo o sobre el
comportamiento de Berta nos sitúan ante una novela en la que poco cuentan las
circunstancias (que naturalmente existen) para dejar paso a las turbulencias
del ser interior. Pero esto afecta al contenido; no menos importante es saber
cómo se organiza el plano de la forma.”
Manuel Alvar
BLANCO Y NEGRO
26 de junio de 1995
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