Un secreto, una canción, una boda
“Más que de la novela, hablaré
de sus orígenes. Esto es, de los dos o tres elementos aislados (más no hacen
falta) que en esta ocasión, como en las precedentes, me hicieron ponerme ante
la máquina un día y escribir la primera frase. Esa primera frase de Corazón tan
blanco dice así: "No he querido saber, pero he sabido que una de las
niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje
de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la
blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de
su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres
invitados." Esto fue exactamente lo que hizo en la vida real una mujer de
mi familia hace años. Nunca se supo por qué, ni qué había sucedido durante las
escasas semanas que llevaba casada, un matrimonio en principio alegre, o normal
cuando menos. Precisamente porque no es fácil imaginar lo ocurrido, intenté
imaginarlo, y no averiguarlo: el narrador de mi novela, un descendiente
imposible de esa mujer del primer párrafo, se caracteriza justamente por no
querer investigar, por no querer saber, por sus recelos ante la idea de que la
verdad debe conocerse siempre o debe resplandecer.
El segundo elemento que me
rondaba la cabeza tenía alguna relación, aunque extrañamente no la descubrí
hasta que la novela ya estaba avanzada: una de mis abuelas, Lola Manera, había
nacido en La Habana. En el 98, cuando se perdió Cuba, su familia regresó a
España (o mejor dicho vino por vez primera), y aunque ella contaba entonces
ocho o diez años, la anciana reidora y amable que yo conocí conservaba su
acento habanero, a mí y a mis hermanos nos llamaba "guajiros" o
"guachinangos" y nos cantaba canciones que ella había oído a las ayas
negras de su niñez. Entre esas canciones había una siniestra y a la vez cómica:
durante su noche de bodas con un extranjero rico, la joven desposada pedía
auxilio a su madre, que velaba junto a la habitación nupcial. "Mamita
mamita, yen yen yen", cantaba, "serpiente me traga, yen yen
yen". Pero el marido respondía a través de la puerta: "Mentira mi
suegra, yen yen yen, que estamos jugando, yen yen yen, al uso de mi tierra, yen
yen yen." A la mañana siguiente, la madre y suegra encontraba sobre la cama
del matrimonio una enorme serpiente, sin rastro de los recién casados. Esta
canción tiene su importancia en Corazón tan blanco, y aparece más de una vez.
El tercer elemento atañe a mi
propia biografía ficticia, y seguramente por eso es más trivial: yo nunca me he
casado, si bien he estado a punto de hacerlo y conviví con alguien en una
ocasión. Así, ese estado tan común y banal, por no conocerlo, se me aparece
rodeado de cierto misterio, y en algunos momentos no he podido evitar pensar
cómo sería mi nunca celebrado matrimonio, o cómo sería un narrador mío en él.
Si asociamos esa curiosidad a los dos primeros elementos, no será de extrañar
que en mi novela lo conyugal se manifieste como algo más bien ominoso, por no
decir peligroso. Ni tampoco que el texto así originado sea un libro (como reza
su contracubierta por expresa indicación del autor) "sobre el secreto y su
posible conveniencia, sobre el matrimonio, el asesinato, la instigación, sobre
la sospecha, sobre el hablar y el callar y sobre los corazones tan blancos que,
poco a poco, se van tiñendo, según ven 'transcurrir el transcurrido tiempo' y
acaban sabiendo lo que nunca quisieron saber".
Javier Marías
publicado el 21 de febrero de 1992 en el
suplemento “Los libros de El Sol”
La canción, a la que se refiere Marías en las páginas de "Corazón tan blanco", tiene su origen en un poema anónimo:
Canto para matar culebras
(Negrita)
-
¡Mamita,mamita!
Yen, yen, yen
¡Culebra me pica!
Yen, yen, yen
¡Culebra me come!
Yen, yen, yen
¡Me pìca, me traga!
Yen, yen, yen
(Diablito)
-
¡Mentira, mi negra!
Yen, yen, yen
Son juego e mi tierra
Yen, yen, yen
(Negrita)
-
¡Le mira lo sojo,
parese candela!...
¡Le mira lo diente,
parese filere!...
(Diablito)
-
¡Culebra se muere!
¡Sángala muleque!
-
¡Culebra se muere!
¡Sángala muleque!
¡La culebra murió!
¡Calabasó-só-só!
¡Yo mimito mató!
¡Calabasó-só-só!
(Negrita)
-
¡Mamita,mamita!
Yen, yen, yen
Culebra no pica
Yen, yen, yen
Ni saca lengüita.
Yen, yen, yen
Diablito mató
¡Calabasó-só-só!
(Diablito)
-
¡Ni traga ni pca!
¡Sángala muleque!
¡La culebra murió!
¡Sángala muleque!
¡Yo mimito mató!
¡Calabasó-só-só!
Anónimo
en Antología de la poesía cubana
Jose´ Lezama Lima
pág. 177-179
Y, ahora que se acerca el
carnaval, recordar que “El mataculebra”
es un ritual afro-cubano que pervive en el Carnaval del Puerto de la Cruz. Llegó
a Tenerife a finales del siglo XIX de manos de los emigrantes tinerfeños que
regresaron de Cuba.
El ritual del Mataculebra era
característico de las comparsas ñáñigas, propias de las luchas por la libertad
de los esclavos en la Cuba del siglo XIX. Fue una expresión burlesca contra la
injusticia del sistema esclavista. Los esclavos africanos aportaron a la
cultura de la isla caribeña de Cuba un ritual que escenifica la lucha contra el
mal.
El Mataculebra es representado
por Los Negritos y El Mayoral- el amo blanco- que, a fuerza de látigo, impone
matar la culebra, símbolo del poder maligno.
Por último, os dejamos el tema
musical "Mataculebra", incluido en el disco “Maren”, de Kepa Junkera
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