27 de maig 2015
26 de maig 2015
l'artista al carrer 2015
El dissabte 30 de maig tindrà
lloc a la nostra ciutat una nova edició de l’Artista al Carrer, organitzat per l’ Associació
d'Artistes Plàstics de Cerdanyola del Vallès.
Aquest any la temàtica escollida és “Cos i
figura”, i es podrà visitar de 12.00 a 20.00 hores, al carrer Sant Martí,
davant del MAC Museu d'Art de Cerdanyola.
La inauguració de l'activitat tindrà lloc a les 18 hores als
jardins del Museu d'Art de Cerdanyola.
En l’exposició participa el company de Vespres Literaris, Carlos Utrera.
23 de maig 2015
poesia a les caves
Ahir, a les caves Mestres de Sant Sadurní d’Anoia, gaudint els de
Vespres Literaris de la poesia.
Gràcies Santi per aquestes vetllades.
El poeta-músico
vociferó al auditorio
que la música era
lo único vivo en la poesía,
y desapareció
rompiendo una orquídea,
secando un lago,
degollando a los bueyes
que araban el
sembrado de las tierras cercanas.
Yo busqué desde
entonces
su paisaje
perdido;
lo encontré en un
camino
camuflado a la
izquierda
tras un corto
mareo de droga desbocada.
Un camino de
baches tan profundos
que las sienes
redoblaban el pálpito de la idea.
Estaba ahí, un día
apareció revelándose
despacio como el
sonido de los bares al amanecer.
Era el papel de
gelatina de plata que atrapa la luz:
una mujer, un
amor, una fe: esta certeza.
Ahora la niebla no
eleva hasta mi boca
sus sacos de algodón bloqueando compuertas;
navega suavemente
sobre la tierra fresca
reforzando el
camino que se rompe y bifurca,
pero que ya no
quiere dejar de ser paisaje.
José García Obrero
PERÒ NO POTS VEURE EL MEU NOM
per a en Màrius Sampere
Jo sóc l'origen,
però no pots veure el meu nom-
T'he cridat
per obrir al silenci
la teva carn desolada
i he ofert la ferida
al tremor càlid de la llum
(malenconia blanca).
Però no pots veure el meu nom:
el meu nom
llavor de dolor
en les teves preguntes.
Però no pots veure el meu nom:
el meu nom substància
en les teves preguntes
sense jo
que sóc l'origen
i he plantat en la teva sang
el sabor corporal del buit.
Rodolfo del Hoyo
III
Emigramos
torpes aves
las más rezagadas
las sin bitácora.
De haberlo sabido
no habríamos
cambiado por nada del mundo
esa tierra
ese barro bajo
nuestros pies.
Cristina Falcón
Nada de lo que has
sido...
...estando ya mi casa sosegada.
San Juan de la Cruz
NADA de lo que has
sido
permanece.
No tienes ni
pasado
ni futuro,
y hasta el mismo
morir
no es muy seguro.
Nada ni nadie a ti
te pertenece.
Pero respira el
campo
si anochece.
Vuelve a ser todo
transparente
y puro.
Avanzas confiado
hacia lo oscuro.
El mundo nace en
tu interior
y crece.
Qué sencillo
morir.
y qué sencillo
poder vivir al fin
como si todo
fuera un ir
devanándose
el ovillo,
y nunca hubiera
sido
de otro modo.
Todo vuelve a ser
tuyo,
siendo nada,
estando ya la
noche
iluminada.
José
Corredor-Matheos
20 de maig 2015
calendari lectures propera temporada
11a.
temporada
data | títol | autor |
---|---|---|
05/09/2015 | La palabra más hermosa | Margaret Mazzantini |
03/10/2015 | El callejón de los milagros | Naguib Mahfouz |
07/11/2015 | Misericordia | Benito Pérez Galdós |
12/12/2015 | La intrusa | Eric Faye |
09/01/2016 | El siglo de las luces | Alejo Carpentier |
06/02/2016 | Crónica sentimental en rojo | Francisco González Ledesma |
05/03/2016 | La nieta del señor Linh | Philippe Claudel |
02/04/2016 | El hombre que amaba a los perros | Leonardo Padura |
07/05/2016 | El café de los corazones rotos | Penélope Stokes |
04/06/2016 | Primavera, estiu ...etc. | Marta Rojals |
Per manca d'exemplars, la lectura del mes de desembre de 2015: "Matar a un ruiseñor", de Harper Lee, ha estat substituïda pel primer reserva: "La intrusa", de Eric Faye.
19 de maig 2015
en memoria de Encarna
![]() |
puente romano de Belalcázar, pueblo natal de Encarna |
Para ti, Emi, de
todos los compañeros de Vespres Literaris.
Yo voy soñando
caminos
de la tarde. ¡Las
colinas
doradas, los
verdes pinos,
las polvorientas
encinas!...
¿A dónde el camino
irá?
Yo voy cantando,
viajero
a lo largo del
sendero...
—La tarde cayendo
está—.
Antonio Machado
En el dolor,
besos y abrazos compartidos.
“sombras en el tiempo”, la opinión del autor
“Esta novela se ha escrito sola,
porque la familia de mi mujer emigró desde Murcia a Barcelona en los años
cuarenta y me sé muchas de sus historias reales al dedillo de tanto escucharlas
durante las reuniones familiares".
"Mi novela discurre entre
1949 y 1952, cuando los anarquistas hacen estallar diez bombas en Barcelona, se
ficha al futbolista Kubala, se convoca la primera huelga de tranvías, Franco
visita la ciudad y se celebra el Congreso Eucarístico, con un millón de
personas como asistentes”.
"El motivo de la emigración
es siempre el hambre o una fuerte represión política, tanto en la posguerra
como en el siglo XXI, pero yo creo que ahora hay más respeto hacia este
colectivo; sin embargo, quien sale intransigente ahora, es aún más visceral que
antes".
"Esta es una novela de
esperanza, de gente que intentaba salir adelante pese al miedo y la falta de
libertades, que sabía valorar las pequeñas cosas y disfrutaba como el que más
cuando podía permitirse 'hacer' un día un cine o salir al teatro".
17 de maig 2015
En los meses de aquella primavera
En los meses de
aquella primavera
pasaron por aquí
seguramente
más de una vez.
Entonces, los dos
eran muy jóvenes
y tenían el
Chrysler amarillo y negro.
Los imagino al
mediodía, por la avenida de los tilos,
la capota del
coche salpicada de sol,
o quizá en
Miramar, llegando a los jardines,
mientras que sobre
el fondo del puerto y la ciudad
se mecen las
sombrillas del restaurante al aire libre,
y las
conversaciones, y la música,
fundiéndose al
rumor de los neumáticos
sobre la grava del
paseo.
Solo por un
instante
se destacan los
dos a pleno sol
con los trajes que
he visto en las fotografías:
él examina un
coche muchísimo más caro
-un Duesemberg
sport con doble parabrisas,
bello como una
máquina de guerra-
y ella se vuelve a
mí, quizá esperándome,
y el vaivén de las
rosas de la pérgola
parpadea en la
sombra
de sus pacientes
ojos de embarazada.
Era el año de la
Exposición.
Así yo estuve aquí
dentro del vientre
de mi madre,
y es verdad que
algo oscuro, que algo interior me trae
por estos sitios
destartalados.
Más aún que los
árboles y la naturaleza
o que el susurro
del agua corriente
furtiva, reflejándose
en las hojas
-y eso que ya a
mis años
se empieza a
agradecer la primavera-,
yo busco en mis
paseos los tristes edificios,
las estatuas
manchadas con lápiz de labios,
los rincones del
parque pasados de moda
en donde, por la
noche, se hacen el amor…
y la nostalgia de
una edad feliz
y de dinero fácil,
tal como la contaban,
se mezcla un
sentimiento bien distinto
que aprendí de
mayor,
este resentimiento
contra la clase en
que nací,
y que se complace
también al ver mordida,
ensuciada la feria
de sus vanidades
por el tiempo y
las manos del resto de los hombres.
Oh mundo de mi
infancia, cuya mitología
se asocia -bien lo
veo-
con el capitalismo
de empresa familiar!
Era ya un poco
tarde
incluso en
Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba en los
hogares y en las fábricas
sobre todo en las
fábricas -Rusia estaba muy lejos
y muy lejos
Detroit.
Algo de aquel
momento queda en estos palacios
y en estas
perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo destino ya
nadie recuerda.
Todo fue una ilusión,
envejecida
como la maquinaria
de sus fábricas,
o como la casa de
Sitges, o en Caldetas,
heredada también
por el hijo mayor.
Sólo montaña
arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos
quemados por los fusilamientos,
dan señales de
vida los murcianos.
Y yo subo despacio
por la escalinatas
sintiéndome
observado, tropezando en las piedras
en donde las
higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a
estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en
catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en
su porvenir.
Sean ellos sin más
preparación
que su instinto de
vida
más fuertes al
final que el patrón que les paga
y que el
salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les
pertenezca un día.
Como les pertenece
esta montaña,
este despedazado
anfiteatro
de las nostalgias
de una burguesía.
Jaime Gil de
Biedma
15 de maig 2015
una mica més orfes
“...el blues és vida, tal com la vivim avui , tal com l'hem
viscut en el passat: llocs i coses. Mentre tinguem gent, llocs i coses, sempre
tindrem blues”
14 de maig 2015
món moncada
“Vinc d’un paisatge
aspre on l’aspror de la terra seca s’arrapa a la pell. Una terra amb la
pertinaç presència de la llum, una lluminositat que ha viscut sempre en mi. Enyoro
aquest paisatge i el món perdut del poble vell de Mequinensa.
En la meua obra hi
batega la vida de la gent de Mequinensa. Avui us ofereixo aquest món, el meu
món, recuperat gràcies a la memòria.”
“El riu em fascinava.
Era un dels elements captivadors de la vila, juntament amb el castell, les
mines… L’Ebre i el Segre van anar sempre lligats als anys de la meva infantesa
i de la meva joventut. Hi anàvem a pescar, a nedar, a navegar, a jugar pels
llaüts amarrats als molls. Un viatge amb una d’aquelles naus era com un somni.
Sovint, només anaven a
Faió, a descarregar a l’estació de ferrocarril el lignit de les mines, però
també arribaven molt més avall, a Tortosa i al mateix delta, a la Cava… A mi,
de criatura, els llaüters em semblaven gent extraordinària. El riu és sempre
present en els meus llibres.”
“Els primers
treballadors del pantà varen començar a arribar quan jo devia tenir uns tretze
anys. Vaig viure tot el procés de construcció del pantà. Vaig venir cap a
Barcelona quan allò ja s’estava acabant, quan ja havia començat la destrucció
del poble. I després la meva família es va traslladar al poble nou.”
“El rastre que et deixa
una cosa com aquella no desapareix mai del tot, et marca per sempre: és com si
et tallessin les arrels. Vaig viure directament la major part d’aquell drama a
la vila. El record de les polsegueres dels enrunaments de les cases, encara
m’esgarrifa.”
“Sempre he anat a la
recerca d’una identitat col·lectiva, d’una memòria d’arrel. Avui us he ofert un
boci de records , incerts, esfilagarsats,
d’un temps i d’una antiga vil·la enfonsada just a la confluència de
l’Ebre i el Segre: La meva Mequinensa.”
Aquestes paraules de Jesús Moncada, avui han reviscut a la Sala Enric Granados de
la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès, acompanyades per la lectura del
contes “Un barril de sabó moll”, “Temps amunt”, “Crònica del darrer Rom” i el capítol final de la novel·la “Camí de sirga”, gràcies a Carlos Soler , Josep M. Riera , Pilar
Marcos; Joana Moreno i Juani Torio i la música d’en Labordeta.
Un acte íntim, proper, per recordar un narrador magnífic.
13 de maig 2015
Jordi Sierra i Fabra: semblanza personal
“El 22 de septiembre de 1955 mi madre entró a
curiosear una casa en construcción en el número 20 de la calle Gomis de
Barcelona. No teníamos dinero, no podíamos comprar un piso ni en sueños, sólo
pagar un alquiler mínimo; pero aquel día, al salir del colegio, mi madre entró
en ese edificio para ver los pisos y mi vida cambió por primera vez. Yo iba
leyendo, como siempre. Debía de ser el Pulgarcito. No me fijé en nada salvo que
en el exterior de la casa había un patio. Le dije a ella de pronto que me iba a
leer o a jugar afuera y eché a correr.
Atravesé una puerta de cristal muy grueso,
prácticamente irrompible.
Yo tenía 8 años, era un arquetipo de mi tiempo,
enclenque, con las costillas marcadas. Lo único que recuerdo del impacto fue
que caía, caía, caía envuelto en miles de luces brillantes. Y esa caída duró
una eternidad. Acabé con la nariz colgando de un hilo y la pituitaria al
descubierto, un corte en la mejilla derecha, otro en la comisura del labio,
otro en la cabeza y una docena más repartidos por todo el cuerpo, aunque el
peor era el del brazo izquierdo, a lo largo, con los tendones de la mano
cortados.
Cuando mi padre me vio ensangrentado lo único que se
me ocurrió decirle, aterrado, fue: “Perdona, he roto un cristal”, consciente de
que se lo harían pagar y no teníamos dinero. En el hospital me salvaron el
brazo y la movilidad de la mano, a tiempo de cogerme los tendones, ya encogidos
al límite, y cosérmelos. Convertido en una momia y colgado de alambres, pasé a
una habitación durante días.
Lo único que se me salvó, fue el brazo derecho.
Y con él, un cartón, un papel y un lápiz, un día,
para superar el aburrimiento, escribí mi primer relato.
Aquel día descubrí dos cosas fundamentales: la
primera, que escribiendo yo no tartamudeaba (porque era un tartamudo duro, duro
de verdad, de los de hacer gestos y quedarme bloqueado sin respirar); la
segunda, que escribir es algo solitario, propio, individual, y que nunca,
nunca, has de hacer caso de nadie, ni en lo bueno ni en lo malo.
Lo de no tartamudear fue una revelación. Mi mano
fluía. Las ideas que vertía mi mente se convertían en letras, palabras, frases,
y no se detenían, formaban un dulce torrente. Estaban unidas. Mano y mente en
un todo armónico. Era capaz de vomitar incesantes parrafadas, exactamente igual
como las leía en todo lo que pillaba.
Mi primer relato (tres páginas) se lo di a leer a mi
padre en busca de su aprobación y una palmadita en mi cabeza y él, tras leerlo,
me lo rompió, me dijo que no hiciera tonterías y aprovechara la convalecencia
para estudiar matemáticas, su eterna monomanía.
Jamás volví a enseñar nada a nadie, ni a mis amigos,
ni a las chicas con la ilusa pretensión de impresionarlas. Nunca. Esa fue mi
gran lección. Por eso hoy me duele que tantos chicos y chicas den lo que
escriben a sus amigos, familiares, profesores o a mí buscando una opinión, un
aliento, una esperanza, o lo cuelgan en Internet deseando que se lo lean. El
camino es escribir, formarse, con tiempo y paciencia, hasta llegar a una
madurez en la que tengamos criterio propio para saber si algo está bien o está
mal, o si merece ya la pena el riesgo de presentarlo a un premio o a una
editorial. Para ser escritor el tiempo no cuenta, sólo la paciencia y la
formación personal. No hay que hacer caso a los que te halagan, y menos a los
que te ignoran o humillan. Mi padre, el tipo más influyente en mi infancia y mi
juventud, precisamente por su oposición a que escribiera, me dio sin saberlo mi
primera lección. Y la entendí.
A partir de aquel accidente, pasé las horas que
robaba a los estudios o a los recreos escribiendo, dibujando, jugando con las
palabras. Mis primeras novelas, hasta los doce años, tuvieron ya más de cien
páginas. También inventaba crucigramas (normales, silábicos, rómbicos),
damerogramas, rayagramas, diagramas, pasatiempos diversos, jeroglíficos simples
o largos (me encantó contar historias con signos en lugar de palabras), saltos
de caballo, letragramas, signoramas, letras movedizas, cuadrogramas y un largo
etc. Como leía novelas baratas, copiaba su formato, pequeño, de bolsillo, así
que primero me hacía el libro de 125 páginas, al mismo tamaño, y luego lo escribía.
Igual que tener primero el marco y luego hacer la pintura. Era un niño jugando,
pero también un ser humano forjando un sueño. Todo esto lo conservo en mi casa.
Es mi historia. Por eso me resulta fácil contarla, porque no uso la memoria,
sino las pruebas, con fechas incluidas. Aquí toca hablar de una de mis posibles
“virtudes”: siempre fui un optimista nato. Yo quería viajar, hacer algo, formar
parte del mundo de la literatura como Verne o Kipling. No quería que me
contaran películas: quería estar yo en las películas.
En mi colegio no había biblioteca, ni en mi barrio,
y sin embargo leía prácticamente un libro al día. ¿Cómo? Mis vecinos me daban
pan seco y periódicos viejos del día anterior, y un trapero me los compraba por
dos reales, media peseta. Era lo que costaba alquilar un libro en una librería
de segunda mano. Para mí aquella librería llena de libros viejos era mejor que
una pastelería. Incluso en el olor. Los libros de alquiler buenos costaban
cinco pesetas. Por dos reales sólo podía alquilar los cutres y horteras (como
yo), de gangsters, del oeste, de marcianos... No me importaba. Mis maestros en
la infancia fueron Silver Kane, Donald Curtis, Keith Luger, Clark Carrados,
Fidel Prado y otros. Yo creía que eran autores americanos buenísimos. Con los
años descubrí que eran jóvenes españoles que escribían esos libros en un par de
días para poder comer, a destajo.
Leer me salvó la vida. Nunca fui un buen estudiante
pero sí un buen lector. Mi padre y mis maestros me metían tanto en la cabeza
que las matemáticas lo eran todo, que crecí temblando ante ellas, odiándolas.
Nadie me dijo que eran un juego (lo son). Cuando más duro se me hacía
entenderlas, más inútil me sentía. Por suerte mi rabia fue siempre positiva, la
de creer que un día mi destino estaría en mis manos. Los golpes me hicieron
siempre más fuerte. Las palizas sólo provocaban heridas o sangre.
Además de leer novelas cutres y horteras, leía
tebeos y cómics. Mis héroes fueron El Capitán Trueno, Flash Gordon y Rip Kirby
(Flash y Rip obra de Alex Raymond, aunque luego a Flash lo dibujase aún mejor
Dan Barry). Luego estaban Hazañas Bélicas y El Jabato. Mis primeras novelas
fueron policiacas y con el modelo de detective tipo Rip Kirby (él aparece en la
portada de uno de mis libros de entonces). Las escribía, dibujaba y
encuadernaba: “Venganza para cinco”, “Trece horas”, “Los rubíes robados”... Le
ponía la fecha a todo, así que están documentadas. También dibujé cómics, me
hacía revistas copiando las mejores historietas ajenas, e inventé a La Familia
Pepe, mis propios personajes. No leí buenos libros hasta los 14, 15 o 16 años.
Verne, Salgari... lo que pillaba. Mi primer maestro “serio” fue Edgar Rice
Burroughs y sus novelas de Tarzán. De él aprendí el ritmo, la forma de cortar
capítulos, de crear clímax y ambientes. Mi héroe infantil en cambio fue el
Guillermo Brown de Richmal Crompton. También me devoré a Enid Blyton. Otro
libro de cabecera fue “Las 1001 noches”.
A los doce años tuve mi famoso encontronazo con la
profesora de lengua. Era normal que lo pasara mal en clase de matemáticas, pero
en lengua... Aquel día, en clase, la maestra puso una redacción, 3 folios, tema
libre. En lugar de hacer lo típico, “Mi mamá me mima” o “Es primavera, qué
bonito”, escribí el cuento de un marciano verde, peludo, baboso y viscoso que
bajaba de Marte a la Tierra y se perdía. Cuando la maestra leyó mi cuento me
dijo que era un burro y, sin el menor sentido del humor, más bien ofendida, me
clavó un cero. Con un cero mi padre me mataba, así que protesté: no había faltas
(leía cada día), escribí 6 folios y, además, mi vocabulario era elevado porque
siempre buscaba palabras nuevas en el diccionario, y no por raro, sino para mis
libros. No tuve más remedio que decir, por primera vez y en voz alta, que yo
quería ser escritor. Su respuesta fue muy contundente, tanto que marcó mi
infancia. Me dijo: “¿Tú escritor, Sierra? Mira hijo, mejor te buscas un
trabajo, porque eres un inútil y lo serás toda tu vida. No sueñes”.
El peor daño me lo hizo esta última parte. Si a los
12 años no puedes soñar...
Aquel día jamás lo olvidaré. Me fui llorando a mi
casa, me encerré en mi cuarto y grité: « ¿Alguien cree en mí?». Mi padre no me
dejaba escribir, y en la escuela decían que no servía para nada. Según los
demás, yo era tonto, tartamudo... Pero los demás no estaban en mi cabeza, y ese
día descubrí que sí, que había alguien que sí creía en mí: YO. De ahí partió mi
primer reto, hacer un libro gordo. Era un niño. Escribía libros de cien páginas
y me parecía algo natural, sencillo. Pensé que un libro gordo era mucho mejor
libro puesto que los otros los hacía muy fácilmente. Y durante dos años o más
escribí “Las memorias de un perro”, mi primera “gran” novela. La terminé con
quince y ya tuve muy claro que yo sería escritor. No sabía si rico, famoso...
Eso me daba igual. El arte no se mide por el éxito o el dinero, se mide por lo
que sientes al hacerlo. Y yo escribiendo era el tío más feliz del mundo.
Pero primero, volvamos un poco atrás.
Nací en Barcelona, el 26 de julio de 1947.
Mis recuerdos de infancia son grises. Blanco, negro
y gris. Yo mismo vestía de gris. No recuerdo que en aquel tiempo hubiera
colores. Yo era un niño como todos, feliz. Más tarde, cuando supe lo que me
robaron, entendí la inocencia de la infancia.
La relación con mi padre siempre estuvo basada en
los desencuentros. Cuanto más quería impresionarle, agradarle, que estuviera
orgulloso de mí, peor me iba. Cuando le dije que quería ser escritor (ser hijo
único es muy duro), me miró fijamente y me preguntó: “¿Cómo se estudia eso?”.
Le contesté que no se estudiaba, que yo leía cada día, escribía cada día, y
aprendía solo. Se puso serio y arguyó: “Lo que no se estudia, no se aprende”.
Ante mi insistencia, me gritó: “España es un país de burros. Nadie lee. Te
morirás de hambre. Hijo mío, eso, para comer, no da”. Yo le dije que, aunque
fuera poco, algo ganaría, ¿no?
No hubo forma. Me lo prohibió.
Desde entonces escribí siempre a las escondidas,
tenía el papel debajo del libro, lo hacía en el patio del cole, en el bordillo
de la calle, en el váter... Por suerte mis padres siempre respetaron mi
intimidad y jamás registraron mis cajones, donde yo guardaba todo lo que hacía.
Eso fue un milagro y por eso lo conservo. Jamás me he separado de ello.
Mis recuerdos literarios de ese tiempo, entre los
trece y los quince años más o menos, son tres (aparte de los libros). Primero
que hice una revista de barrio, para contar lo que pasaba por allí. Edité un
número y a la gente no le gustó que contara justamente “lo que pasaba por allí”.
La cosa acabó mal y eso dio pie a que muchos años después lo escribiera en el
libro de la colección Víctor, “Noticias frescas”. Segundo, en el patio de un
amigo, representamos obras teatrales que yo escribía. Me parece que no pasamos
de dos. Y tercero, con un viejo magnetófono grabamos obras “radiofónicas”
también escritas por mí y con los papeles repartidos entre los de mi pandilla.
¿Cómo ganábamos dinero? Pues llevábamos el magnetófono a casa de uno de
nuestros padres, se lo dejábamos 24 horas para que escucharan la obra, y luego
lo llevábamos a otra casa. Creo que inventé el video-club, aunque debería
llamarlo gramófono-club-a-domicilio. Ganar dinero, ganamos poco, pero
reírnos... Los efectos especiales eran lo mejor. Un chasquido de regla sobre la
mesa era un disparo. Me inventaba hasta la publicidad. Total, que una
publicación callejera, teatro amateur y grabaciones de obras
teatrales-radiofónicas caseras fue todo mi aval como futura estrella de la
comunicación. Menos mal que mi padre nunca llegó a saber nada de eso.
Hoy creo que fue fundamental un detalle de mi
infancia: pertenezco a la última generación de niños que creció sin televisor.
Primero porque éramos pobres. Segundo porque mi padre no compró uno hasta que
yo tuve catorce o quince años (no recuerdo muy bien el momento) y tenía
prohibido verlo porque había de estudiar matemáticas, matemáticas, matemáticas.
Por contra, sí veía todo el cine posible. A veces dos o tres programas dobles,
sábado y domingo más matinales. No es de extrañar que todas mis novelas puedan
filmarse directamente, porque la mayoría son guiones de cine. Creo que he visto
todo el cine que se ha hecho, una pasión que he conservado hasta el presente.
Siempre he necesitado mi película diaria antes de acostarme si estoy en
Barcelona.
A los 16 años acabé el bachillerato superior, con
revalida, y ya cumplidos los 17 me puse a trabajar de día y a estudiar de
noche.
Cuando mi padre me preguntó que quería estudiar,
habida cuenta de que no podía pagarme una carrera ni era tan listo como para
merecer una beca (y desde luego no podía ser nada de letras, como periodismo,
porque no lo aceptaba), le dije que yo quería dejar “algo en este mundo”.
Eterno romántico. Dicho así parece muy dramático, pero hay que entender la
situación, la época... La palabra arquitectura surgió como cosa natural. “Hacer”
casas era bonito. Las casas perduraban. Lo malo es que la casa la hace, la
crea, el arquitecto. Los demás son machacas. Yo, estúpido de mí, aunque
sabiendo que nunca iba a ejercer aquello que estudiaría porque seguía empeñado
en ser escritor, dije que sería aparejador.
Dios mío...
Cuando descubrí que eso eran TODO matemáticas y que
encima el aparejador era más o menos el oficiante del arquitecto, fue demasiado
tarde. Estuve casi seis años, seis, estudiando algo que ni entendía ni me
apasionaba, que aborrecía, que me hacía sentir aún más inútil. Como además
estudiaba de por libre, en los exámenes éramos dos mil candidatos y sólo
aprobaban unos pocos.
Durante esos cinco años y medio, trabajé de día en
una empresa de construcción. Fui un chupatintas ejemplar. De octubre de 1964 a
mayo de 1970. Toda la época de los Beatles, de Woodstock, de los hippies, del
despertar sexual, de la lucha política, de las reivindicaciones, trabajando
ocho horas en una cárcel y luego estudiando tres en otra. Cinco años y medio de
frustraciones…
Lo fundamental es que pese a los amores de la
adolescencia y los amigos, no me rendí y seguí porfiando en pos de mi sueño:
ser escritor. Ni por un momento me olvidé de eso, al contrario. Seguía
produciendo cosas, sin parar. También superé la tartamudez mediante una
sencilla fórmula: dejó de importarme, aprendí a reírme de mí mismo. Fue el
primer paso. Los “defectos” te pueden cuando te hacen daño, en la infancia o la
adolescencia. Era tartamudo, ¿y qué? Es peor ser imbécil y no saberlo. Eso fue
sobre los 18 o 19 años. Cuando me di a conocer como comentarista de música poco
después y me hicieron entrevistas por radio, descubrí que utilizando
auriculares mi dicción mejoraba, oía mi propia voz de una forma distinta,
directamente en mis oídos, medía las sílabas, bajaba el tono, respiraba de otra
forma...
Hoy hablo como una ametralladora.
Cuando tuve mi propia máquina de escribir (la
primera, una viejísima Underwood, la alquilamos para que practicara poco antes
de que empezara a trabajar, y yo “practiqué” pasando a limpio muchas de mis
paridas), primero transcribí “Las memorias de un perro” (supongo que “mejorándolo”,
¡ay!). Luego, entre los 17 y los 19 años, pasé a máquina mis relatos
fantásticos escritos en libretas escolares y di forma a un libro de otras 500 páginas
(muchas de esas historias las reescribí de mayor y se publicaron). Finalmente
hice mi obra más densa, “Sombras”, en torno a los 21, ya directamente a
máquina, supongo que infumable como se deduce por el título.
Mi único intento en estos años por salir a la luz
consistió en enviarle a Narciso Ibáñez Serrador en 1966 dos de mis mejores
relatos fantásticos. Eran los días de “Historias para no dormir”, programa que
hacía furor en la tele. Toda España temblaba cada semana. Estaba seguro de que
eran tan buenos, que Narciso los filmaría en seguida y yo daría el salto. Adiós
a la oficina siniestra. Recuerdo el día que fui a correos y el empleado vio el
nombre y la dirección: “Narciso Ibáñez Serrador, Televisión Española”. Me miró
con mucho respeto (o eso pensé yo). Durante días, semanas, esperé una respuesta
que, obviamente, jamás llegó. Eso no menguó en absoluto mi entusiasmo. Lo malo
era que no había oportunidades, ni premios literarios para jóvenes, y si me
presenté a alguno (me viene a la memoria uno del Reader's Digest), fue para
perderlo sin llegar a saber nunca si lo que había hecho era bueno o malo. Por
eso hoy en mi Fundación tengo mi propio premio para jóvenes y les escribo y les
mando el informe del jurado alentándoles siempre amén de llamarles por
teléfono.
En 1964 los Beatles ya habían entrado en mi vida. El
día que los escuché por primera vez, todo cambió. Yo de niño oía óperas enteras
por radio, mi Dios era Igor Stravinsky porque cuando descubrí “La consagración
de la primavera” un nuevo mundo apareció ante mí. Oí “Twist and shout” un día
jugando al billar en un club de la Plaza Lesseps. Como si acabase de tocar
tierra un platillo volante. Me acerqué al juke-box y por primera vez vi aquel
nombre: The Beatles.
La música se apoderó de mi existencia.
Desgraciadamente los libros podía alquilarlos. Los discos no. Cash. Metálico.
¿Qué hacía yo para comprarme un disco, un LP (lo que sería hoy un CD) cada
semana? Muy fácil: me iba a pie al trabajo y a la escuela, me hacía cada día un
montón de kilómetros de arriba abajo de Barcelona (lloviera, nevara o hiciera
calor), y con lo que me ahorraba del bus y del metro me alcanzaba cada semana
para un LP. Hay que tener en cuenta que lo que ganaba se lo daba a mis padres,
y yo tenía una asignación semanal para transportes, cine y poco más. Lo malo es
que entonces salían muchos discos, era una locura. Así que cada sábado por la
tarde iba a una tienda y me la pasaba escuchando discos para ver cuál me
compraba. Uno entre diez. Para no perder el tiempo me leía las contraportadas.
De esta forma aprendí inglés. Todo lo burro que era en matemáticas y en cambio
me era fácil memorizar canciones, cantantes, guitarras, bajos, baterías,
productores, estudios de grabación... Además tenía olfato. Intuía cuando un
disco pegaría o no. De noche oía radios piratas fingiendo dormir, sobre todo
Radio Luxemburgo. Estaba al día. Jamás imaginé que esos conocimientos iban a
servirme de algo.
Un día, más o menos con 18 años, conocí a un tipo de
una editorial. Me dijo que si quería ser escritor, en España, o tenía dinero o
padrinos o un nombre. Yo, que era muy burro, me lo creí. Dinero no tenía.
Padrinos... no conocía a nadie importante y menos para echarme una mano. Pero
el nombre me lo podía hacer yo. De hecho la vida es muy simple. ¿Quién la
complica? Nosotros. Con 18 años nadie te hacía caso. Me pregunté en qué era yo
mejor que los demás. Y la respuesta fue “escribir”. Me pregunté de qué sabía yo
más que los demás. Y la respuesta fue “de música”. Así que escribí de música.
Durante dos años mandé una carta semanal al programa
número 1 de la radio española, “El Gran Musical”, donde nacieron o se formaron
todos los grandes del pop español de los 60. Eran cartas de 15 o 20 folios,
hablando de los discos que oía, valorando, criticándolos, haciendo
predicciones. Dos chicas que se encargaban de la correspondencia, tan fans como
yo, acabaron prestándome atención. Ellas le hablaron de mí al Sumo Sacerdote de
El Gran Musical, Tomás Martín Blanco, y en agosto de 1968, con 21 años recién
cumplidos, hice mi primer viaje a Madrid como Delegado de El Gran Musical en
Barcelona.
¿Y qué era eso? Nada. De vez en cuando leían un
pedazo de mis cartas por radio y punto. Había delegados en toda España, dos por
ciudad, chico y chica, gente joven y entusiasta, amante de la música. Un gran
club de fans en el fondo. Pero fuimos unos pioneros. Cuando en 1969 nació la
revista El Gran Musical yo estaba allí, debutando como periodista, con mi
nombre, sin dejar de trabajar y estudiar.
Comencé a respirar, a sentirme libre, a faltar a
clases, a intuir que en mi vida pasaban cosas. Puesto que ya escribía “profesionalmente”,
fui a Radio Barcelona, primero trabajando gratis en un programa nocturno, y
después como responsable de algo más o menos llamado Los Musicales. Éramos un grupo
de jóvenes que asistíamos a los programas de la radio en directo, sobre todo “Musical
beat” los viernes. Nos sentábamos en primera fila y entrevistábamos a los
grupos que actuaban. También hacíamos de disc jockeys (el tartamudo debutó como
disc jockey) y en mi caso escribí alguna que otra letra en castellano para
canciones famosas que coreábamos.
Durante unos meses trabajé, estudié, hacía artículos
robando horas al trabajo en la constructora y me ocupaba de Los Musicales. Todo
esto se terminó en 1970. En primavera de 1970 Joaquín Luqui, que había creado
Disco Exprés en Pamplona, fue fichado por El Gran Musical. Disco Exprés me
llamó para sustituirle. Cuando hablé con ellos comprendí que era mi
oportunidad, pero que antes tendría que enfrentarme a mi padre. ¿Escribir de
música? ¿Convertirme en un peludo? Demasiado. En aquellos días yo ganaba 6.000
pesetas al mes. Mi padre unas 13.000. Así que les pedí a los de Disco Exprés,
sin inmutarme pero con el culo apretado, 15.000 pesetas de sueldo. Era la única
forma de que mi padre aceptara y le convenciera. Los de Disco Exprés
bizquearon, me dijeron que era mucho, y yo, con cara de póquer, les dije que si
no lo valía, me podían echar a los seis meses.
Aceptaron.
Cuando le dije a mi padre que dejaba el trabajo y
los estudios casi le dio un infarto. Cuando le dije que iba a ganar más que él,
su corazón volvió a latir. No es que estuviera de acuerdo, pero por lo menos lo
de “morirme de hambre” ya no figuraba en primer término. Aún así, en los años
siguientes, pese a casarme y tener dos hijos, mi padre siguió mirándome como a
un marciano. Iba con el pelo largo, vestía excéntricamente en Londres, mis
amigos eran personas rarísimas. Que no fumara ni bebiera ni jamás tomase drogas
no contaba. Su único hijo era un esperpento.
Ya vivía, si no como un escritor, sí, por lo menos,
de escribir.
Por eso digo siempre que yo empecé a vivir en mayo
de 1970. Hay un antes y un después de esa fecha.
Había conseguido un status. Ya era Jordi Sierra i
Fabra. Me enviaban todos los discos gratis, hacía entrevistas, viajaba... Pero
la espada de Damocles del servicio militar seguía pendiendo sobre mí. Llevaba
años eludiendo irme, con prórrogas de estudios por lo de ser aparejador. Ahora
ya no estudiaba. En el sorteo de años atrás me había tocado Sidi Ifni, el
Sahara español. Me esperaban dos años tragando arena. Pero lo peor no era eso.
Lo peor era mi aversión a los uniformes y las armas. Había ido a médicos tratando
de que me encontraran algo. Y nada. Pero mi padre conocía a muchos médicos y
uno era militar. Fue la primera vez que mi padre me ayudó a transgredir la ley
y fue porque entendió muy bien lo que le dije: si me iba allí, vestido de
uniforme, anulado como ser humano, y con un arma en la mano, me volvería loco.
Así que mi padre sobornó con un reloj de oro y 4.000 pesetas a un comandante
médico para que le hablara a otro médico del Hospital Militar y me dieran como
inútil. La jugada no era fácil, al contrario, y me jugué el todo por el todo.
El día 8 de enero de 1971 me presenté, con el cabello rapado y el macuto en un
lugar para ser embarcado rumbo a Canarias. Cuando un oficial preguntó en voz
alta si alguno objetaba algo, yo fui uno de los trece o catorce que dio un paso
al frente. El médico al que me presenté cargado de informes y radiografías que
ni miró, me preguntó qué alegaba, y yo, con la lección aprendida, dije que
tenía «Arterioesclerosis pleuropulmonar». Lo conseguí: me dejaron en tierra y
me enviaron al Hospital Militar, donde el médico sobornado tenía que haber
hablado con el de los pulmones. El 25 de enero de 1971, al borde del infarto,
me declararon útil..., para el cuerpo de servicios auxiliares, un cuerpo que no
existía salvo en tiempos de guerra. ¿Alguien sabe cómo es el dulce color, el
sabor y el aroma de la libertad?
Aquel 25 de enero salí del hospital a la carrera, me
dirigí al trabajo de mi novia, levanté el pulgar hacia arriba cuando me vio y
lo primero que le dije es que nos casábamos el 3 de abril. Ese fue el preámbulo
de todo, porque en los meses siguientes, tras la boda, engendramos a mi hija
Georgina y yo me puse a trabajar en mi primer libro editado. Todo por librarme
de aquella infausta cadena cuando la objeción de conciencia era una quimera.
Era libre, con el futuro en mis manos. Pero verdaderamente me arriesgué y
mucho. Una apuesta crucial.
Certifiqué algo más que ya creía saber o intuía: en
la vida has de jugártela siempre por aquello en lo que crees. O eso o te
quedas.
Y las oportunidades son pocas. Dos o tres a lo sumo.
En verano de 1971 cumplí 24 años. Era un crío, pero
me sentía mayor. Por lo menos disfrutaba de aquello por lo que había luchado,
lo que había buscado años atrás: un nombre. Disco Exprés era la publicación
número 1. Ya no tenía que ir a una editorial, con mis pelos largos y mi
aspecto, llamar a la puerta y esperar que me echaran a los perros. Era Jordi
Sierra i Fabra.
Hora de empezar a escribir “en serio”.
Y ahí empezó todo, en septiembre de 1971 comencé a
escribir la Historia de la Música Pop, mi primer libro profesional, que se
editó en noviembre de 1972. El resto..., simple magia.”
Jordi Sierra i Fabra
“En biblioteca virtual Miguel de Cervantes”
12 de maig 2015
presentació Blanc d'Inici
En l'inici de la setmana de la poesia a Barcelona, Marià Martí ha presentat el seu poemari, Blanc d'inici, als jardins de Ca n'Ortadó, a la seva ciutat natal, Cerdanyola del Vallès.
Apadrinat per Josep Maria Riera i Isidre Grau, que han presentat al poeta, els de Vespres Literaris i algun amic més que s'ha afegit a la presentació, hem llegit una selecció de poemes.
Per finalitzar l'acte, el cantautor cerdanyolenc Ramon Sauló, ha cantat dos poemes de Marià musicats per ell.
10 de maig 2015
Sant Jordi en Sanlúcar
"Para vosotros, especialmente para todos vosotros; buenas personas y queridos amigos, que respiráis el aire de la lectura, de la literatura, de la cultura con letras mayúsculas, y sois capaces de hacer de ello otra razón maravillosa para vivir.
Porque, como alguien escribió una
vez, “la cultura nos conduce, con su sutil encanto, al amor. Y es que el amor
es la única respuesta”
Os mando un abrazo a
todos y mi deseo de corazón de que la felicidad os lleve siempre cogidos de su
mano."
Francisco
Jesús Galindo Sánchez
Sanlúcar de
Barrameda, a 23 de Abril de 2015
MI VIEJO AMIGO LUIS
(Un voto más de
confianza a la vida).
"Mi amigo Luis ya no ve como antes. El tiempo no perdona -decía- los edificios se hacen viejos y nosotros
también. Perdí la oportunidad de que me operaran de cataratas- me decía
también- y todo por el dichoso hierro, que casi siempre lo tengo bajo mínimos.
Ahora mi médico de cabecera me ha retirado la medicación, porque estoy más
recuperado; yo lo noto.
Ya no puedo distinguir
con la claridad de antes a las personas que se encuentran a más de cuatro
metros de mí, me doy cuenta cada día, solo veo rostros difuminados. Cuando
alguien me saluda casi siempre es su voz la que me permite reconocerle, pero no
me quiero operar, ahora no, me acostumbré a vivir con mis cataratas y parece
que también me voy acostumbrando a verme cada día más viejo y más vulnerable.
Aún así, me queda el
consuelo de saber que soy capaz de andar, de moverme con cierta libertad sin
que nadie tenga que ayudarme, quizás, en mi caso, sean mis piernas las últimas
que estén sufriendo este proceso irreversible del envejecimiento... no lo sé,
pero pienso seguir creyéndolo mientras mi cabeza me siga llevando por el buen
camino.
Mis hijos -me dice con
la lógica que impone la realidad de la vida- nos visitan poco, un par de horas
vienen a vernos a su madre y a mí los fines de semana. Tampoco son todos los
fines de semana los que pueden hacerlo, pero algo es algo, y menos es nada.
Los veo muy ocupados, y
lo comprendo; también su madre lo entiende como yo, ambos fuimos jóvenes y
ocupados como ellos... por ellos.
Mas no me pesa. Solo me
pesa un poco la nostalgia, por eso a veces me esfuerzo para no mirar en exceso
hacia nuestro inmaduro y tierno pasado,
hacia aquellos días saludables y sacrificados. Pero pesa, muchos de mi quinta
me lo han confesado ya; que la nostalgia se vuelve peligrosa, porque a veces
nos acaba arrebatando hasta el hambre que sentimos de vivir.... sobre todo
cuando se convive mal con ella y dejamos que nos aboque a la soledad.
Bueno, eso dicen ellos,
y también yo lo digo y asiento con la boca pequeña; pero solo para que no
sospechen que no siento lo mismo. De
verdad que me resisto a creer tales extremos, y puede que sea porque aún me
siento empujado por esta fuerza del entusiasmo que nunca quiso abandonarme.....
quizás ésta sea parte del mismo aire que respiro, quizás su música sea la
propia música de mis latidos.... no lo sé, quizás sea así.
Y cuando el sentimiento de emoción por sus palabras comenzaba a
embargarme, mi amigo Luis, mi Viejo amigo, me cogió del brazo y me confesó
esto, bajando el tono ligeramente amargo de su voz hasta los límites que exige
la confidencialidad:
“Si, amigo Francisco, no es el peso de la nostalgia lo que remueve y
desvaría mis sentimientos, aunque sí el silencio; me pesa el silencio de mis
seres más queridos”
Nuestro amigo Jesús Galindo nos hace llegar su aportación para la diada de Sant Jordi, una jornada donde la cultura y el amor van cogidos de la mano.
Gracias, Francisco, por tus deseos.
Un abrazo de todos los compañeros de Vespres Literaris.
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