“¿Y aquellos burladeros?
Siempre nos han agradado las concepciones geométricas
de las cosas. Indican una limpieza mental envidiable, un amor a la lógica, a
las soluciones pulcras, a las calidades impecables. Por ello mismo las
trayectorias del peatón barcelonés por las calles de nuestra ciudad, rectas y
geométricamente quebradas y zigzagueantes, no han podido menos que ser bien
recibidas por nosotros. Constituimos gozosamente un pequeño y ordenado glóbulo
rojo en la presión arterial de la circulación ciudadana. Y los reglamentos que
la regulan son observados con esmero por nosotros, conscientes del valor de una
disciplina en cualquier orden de la vida.
Así, pues, bien dispuestos como siempre que nos
abocamos a la calle, salimos una mañana varios amigos, hace ya bastante tiempo.
En la Ronda de la Universidad nos fue dado admirar un cívico y notable
espectáculo: un hermoso vehículo, de líneas graciosas y brillantes, avanzaba
por los raíles del tranvía a tren de cortejo, ornado con bellas guirnaldas
verdes, con banderas y gallardetes. Dentro de esta notable fábrica, un grupo de
señores viajaban con el talante grave y a la vez amable de quien cumple
gustosamente su deber. Bien pronto vimos con agradable sorpresa y admiración
que aquello era un tranvía vestido de gala y que los señores eran autoridades y
miembros directivos de la Compañía, y que todo el volumen de fiesta era porque
aquel tranvía inauguraba una nueva serie de vehículos que por su eficiencia y
modernidad venían destinados a mejorar el servicio en nuestras calles, cosa que
nos llenó de regocijo.
Al cabo de breve tiempo circularon, efectivamente,
estos tranvías que abren sus puertas con un resorte, y cuyos cristales están
siempre irisados de grietas con una adorable negligencia. Pero inmediatamente
notamos la anomalía de que solo se subía y bajaba del vehículo por la derecha,
con notorio peligro de las vidas de los viajeros. Como el reglamento de circulación prohíbe
terminantemente tal temeridad, nosotros lo hicimos notar, extrañados, a una
autoridad municipal que nos informó, con amable interés, que pronto se iban a
construir unos burladeros a la derecha de las paradas de estos tranvías. Con lo
que consideramos que las desgracias que sucediesen en este lapso de tiempo bien
empleadas estarían si daban a luz a tan notable adelanto. Porque colocar un
islote en medio del estrecho espacio de las calzadas laterales del paseo de
Gracia, por ejemplo, sin impedir el resto de la circulación, es una
delicadísima labor de ingeniería, propia de finísimos cerebros.
Pero, por desgracia, ha pasado un año y los burladeros
no aparecen por ninguna parte. Tan sólo los hay en la plaza Universidad; el
resto de los larguísimos trayectos sigue siendo igualmente peligroso. Nosotros
seguimos circulando bajo la mirada severa del urbano, en tanto que los tranvías
gozan aún de su deliciosa anarquía. Las damas ancianas, los señores reumáticos,
se siguen jugando la vida en sus viajes, en estos tranvías que si algo tienen
es una mayor incomodidad que los demás,
si es que es posible matizar entre cantidades infinitamente grandes. ¿Cómo
puede seguir todo esto? ¿Dónde están aquellos burladeros que debían ser sereno
puerto para el atribulado viajero? ¿Por cuáles prerrogativas no han de observar
las leyes municipales los tranvías o qué rara ventaja tiene el viajero bajando
y subiendo de este modo, si no es la de ser servido como en bandeja a las
ruedas de los automóviles?
El caso es que
hasta el torero de la plaza tiene un burladero para cubrirse de un único toro,
y nosotros no podemos tenerlo para la gran cantidad de coches que circulan
desatados por Barcelona. A no ser que esta demora en la construcción se deba
solamente a que se ha encargado de ella a la heroica brigada que está, desde
hace años, en la plaza de Cataluña trabajando en una labor que, aunque
misteriosa, parece ser destinada a traernos la felicidad a todos, si se juzga
por la tenacidad y parsimonia concienzuda con que se lleva a cabo. Lo que
sería, desde luego, una explicación suficiente, pues parece ser que en toda la
ciudad no hay otros hombres que sepan remediar nuestros pavimentos si no esté
tan reducido grupo de obreros que acampa en nuestra vastísima plaza, por lo
cual se hace tan lenta y pesada su labor.
Destino, 2 de febrer de 1946
en “La Barcelona dels tramvies i altres textos”
Nèstor Luján
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