2 de juny 2015

la barcelona dels tramvies

“¿Y aquellos burladeros?
Siempre nos han agradado las concepciones geométricas de las cosas. Indican una limpieza mental envidiable, un amor a la lógica, a las soluciones pulcras, a las calidades impecables. Por ello mismo las trayectorias del peatón barcelonés por las calles de nuestra ciudad, rectas y geométricamente quebradas y zigzagueantes, no han podido menos que ser bien recibidas por nosotros. Constituimos gozosamente un pequeño y ordenado glóbulo rojo en la presión arterial de la circulación ciudadana. Y los reglamentos que la regulan son observados con esmero por nosotros, conscientes del valor de una disciplina en cualquier orden de la vida.
Así, pues, bien dispuestos como siempre que nos abocamos a la calle, salimos una mañana varios amigos, hace ya bastante tiempo. En la Ronda de la Universidad nos fue dado admirar un cívico y notable espectáculo: un hermoso vehículo, de líneas graciosas y brillantes, avanzaba por los raíles del tranvía a tren de cortejo, ornado con bellas guirnaldas verdes, con banderas y gallardetes. Dentro de esta notable fábrica, un grupo de señores viajaban con el talante grave y a la vez amable de quien cumple gustosamente su deber. Bien pronto vimos con agradable sorpresa y admiración que aquello era un tranvía vestido de gala y que los señores eran autoridades y miembros directivos de la Compañía, y que todo el volumen de fiesta era porque aquel tranvía inauguraba una nueva serie de vehículos que por su eficiencia y modernidad venían destinados a mejorar el servicio en nuestras calles, cosa que nos llenó de regocijo.
Al cabo de breve tiempo circularon, efectivamente, estos tranvías que abren sus puertas con un resorte, y cuyos cristales están siempre irisados de grietas con una adorable negligencia. Pero inmediatamente notamos la anomalía de que solo se subía y bajaba del vehículo por la derecha, con notorio peligro de las vidas de los viajeros.  Como el reglamento de circulación prohíbe terminantemente tal temeridad, nosotros lo hicimos notar, extrañados, a una autoridad municipal que nos informó, con amable interés, que pronto se iban a construir unos burladeros a la derecha de las paradas de estos tranvías. Con lo que consideramos que las desgracias que sucediesen en este lapso de tiempo bien empleadas estarían si daban a luz a tan notable adelanto. Porque colocar un islote en medio del estrecho espacio de las calzadas laterales del paseo de Gracia, por ejemplo, sin impedir el resto de la circulación, es una delicadísima labor de ingeniería, propia de finísimos cerebros.
Pero, por desgracia, ha pasado un año y los burladeros no aparecen por ninguna parte. Tan sólo los hay en la plaza Universidad; el resto de los larguísimos trayectos sigue siendo igualmente peligroso. Nosotros seguimos circulando bajo la mirada severa del urbano, en tanto que los tranvías gozan aún de su deliciosa anarquía. Las damas ancianas, los señores reumáticos, se siguen jugando la vida en sus viajes, en estos tranvías que si algo tienen es una mayor incomodidad que los  demás, si es que es posible matizar entre cantidades infinitamente grandes. ¿Cómo puede seguir todo esto? ¿Dónde están aquellos burladeros que debían ser sereno puerto para el atribulado viajero? ¿Por cuáles prerrogativas no han de observar las leyes municipales los tranvías o qué rara ventaja tiene el viajero bajando y subiendo de este modo, si no es la de ser servido como en bandeja a las ruedas de los automóviles?
 El caso es que hasta el torero de la plaza tiene un burladero para cubrirse de un único toro, y nosotros no podemos tenerlo para la gran cantidad de coches que circulan desatados por Barcelona. A no ser que esta demora en la construcción se deba solamente a que se ha encargado de ella a la heroica brigada que está, desde hace años, en la plaza de Cataluña trabajando en una labor que, aunque misteriosa, parece ser destinada a traernos la felicidad a todos, si se juzga por la tenacidad y parsimonia concienzuda con que se lleva a cabo. Lo que sería, desde luego, una explicación suficiente, pues parece ser que en toda la ciudad no hay otros hombres que sepan remediar nuestros pavimentos si no esté tan reducido grupo de obreros que acampa en nuestra vastísima plaza, por lo cual se hace tan lenta y pesada su labor.

Destino, 2 de febrer de 1946
en “La Barcelona dels tramvies i altres textos”

Nèstor Luján

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