Takao Nakawaga, artista e ilustrador japonés, realiza retratos de
iconos pop de la cultura actual con un estilo de pintura
característico del Japón de los siglos XVII al XIX.
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“No cabe duda
que Japón es el país de los contrastes, es decir, un territorio contradictorio,
en donde conviven la tradición y las costumbres más ancestrales con un
galopante modernismo económico y cultural. Japón es el país donde se conjuga el
kimono con los pantalones vaqueros o con el último diseño en moda femenina.
Esta imagen
dual que ofrece el Japón actual es, en muchas ocasiones, difícil de comprender
y asimilar por el ciudadano occidental, que pertenece a otro código de valores
culturales. Japón es, por un lado, la
isla del crisantemo, de los cerezos en flor, de la sensibilidad exquisita, del
arte floral, de la ceremonia del té y también, junto a ello, es la isla de la
espada, de la más alta tecnología, de la agresividad comercial, de sus
dormitorios en nichos y de su crueldad bélica.
Esta
situación bipolar y paradójica suele provocar en el extranjero actitudes de
atracción, debido a su misteriosa belleza, y de rechazo, a causa de su historia
bélica repleta de guerreros y kamikaces.
En realidad,
la verdadera historia cultural de Japón se sustenta en lo que se ha venido
llamando pluralismo de estratos o capas, es decir, Japón es un país que ha ido
asimilando y agregando diferentes actitudes a lo largo de su historia, pero sin
que los nuevos niveles adoptados desplacen a los ya existentes.
En
definitiva, las numerosas islas –cerca de 4.000- que conforman esta gran isla
llamada Japón está formada por progresivas capas de influencias y adaptaciones
históricas que han dado lugar a un amplio y complejo conglomerado de valores en
una misma cultura. Se trata, por tanto, de una simbiosis perfectamente
ensamblada y capaz de recibir y asimilar destacadas influencias externas.
Sin embargo,
la actual sociedad japonesa no es un conjunto de elementos unidos paralelamente
según su asimilación histórica, sino que todos los componentes de la cultura
japonesa coexisten formando una fusión única, destacando unos u otros
dependiendo del contexto histórico del país y de las características
individuales de cada habitante.
La cultura
japonesa ofrece, por tanto, un singular ejemplo de una compleja encrucijada
cultural alimentada a lo largo de los siglos y de su historia por las
diferentes culturas exteriores que le han influido, tales como India, China,
Corea, España, Portugal, Inglaterra, Holanda y más recientemente Estados
Unidos.
El
conglomerado cultural y religioso de Japón ha organizado una sociedad actual
basada en tres actitudes básicas, como son el individuo y su dedicación a la
colectividad, en donde la felicidad individual no es considerada un valor
supremo aunque sí el disfrute de la vida personal; la sociedad, con su
identificación grupal y su verticalismo jerárquico; y la naturaleza, en donde
se hace una unión perfecta entre la naturaleza, el sujeto y el camino de la
salvación.
Curiosamente,
se da la circunstancia de que Japón dispone de numerosas influencias
religiosas, como las siguientes:
El sintoísmo, como identidad
nacional, culto a la naturaleza, veneración de los antepasados y ascendencia
divina de los emperadores.
Confucionismo, como sinónimo de
ética y cuyos valores más destacados son la armonía, las virtudes humanas y la
sociedad jerarquizada.
El taoísmo, al igual que en
filosofía, el taoísmo se sustenta en el ‘yo’ o individualismo como valor
principal.
El budismo como sinónimo de
sufrimiento, falta de permanencia, ilusión del yo y nirvana.
A partir del
siglo XVI, Japón registra sus primeros contactos con Europa y la cultura
occidental imperante en ese momento. En el XIX surge la nación moderna de Japón
como hoy la entendemos y en el XX se hace extensible el concepto de democracia,
así como el de conquista de calidad de vida.”
Japón, una cultura entre la encrucijada y la
contradicción
por Javier Villahizán
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