29 de nov. 2015

longevidad

Tomoji Tanabe
“El hombre más longevo del mundo, el japonés Tomoji Tanabe, murió hoy a la edad de 113 años a causa de un fallo cardíaco en el sur de Japón, informó la agencia de prensa Jiji Press. Tanabe, quien nació el 18 de septiembre de 1895, ingresó en enero de 2007 en el libro Guinness de los récords como el hombre más longevo del mundo. 

En mayo cayó enfermó en su casa y durante tres días no pudo comer nada. Cuando celebró su último cumpleaños, en septiembre del año pasado, el anciano japonés explicó que la llave para alcanzar tan larga vida consiste en "no beber alcohol ni fumar". 

Tanabe se levantaba todos los días a las 05:30 horas, leía los periódicos antes de desayunar, nunca se saltaba las tres comidas diarias y en la tarde bebía un vaso de leche. Con la muerte de Tanabe, un hombre que vive en la provincia occidental de Kyoto se ha convertido con 112 años en el japonés más longevo. 

La japonesa más longeva vive en la provincia sureña de Okinawa y tiene 114 años. Japón tiene la población más longeva del mundo. En el país del sol naciente había en octubre pasado una cifra récord de 41.000 personas de 100 años o más.
La Vanguardia
19/06/2009

Nagasaki nocturna 


“Así que abrí la revista a la que estoy suscrito y que no suelo leer nunca. En la página 37, la fotografía de un tipo arrugado como una pasa me llamó la atención. «Tanabe Tomoji no ha probado el alcohol en su vida», afirmaba el periodista. Tras echarle una ojeada al artículo, no pude evitar decirme: ¡Menudo imbécil! Tanabe, el decano de la humanidad, asegura haber llegado casi a los ciento trece años manducando únicamente verdura y, muy de vez en cuando, gambas fritas. ¡Todo un juerguista! El gran placer de aquel fósil viviente consistía en chupar un par de gambas. Encima, cada vez las probaba menos, porque los fritos no le sentaban bien. ¡Pobre Tanabe! Pronto entrarás en el nirvana y todo irá mejor, ya lo verás: en la puerta han colocado un puesto de gambas fritas con poco aceite donde podrás ponerte las botas...
Sonreí, pero estaba fascinado; había dejado de pensar en la trampa, y no levanté los ojos del artículo hasta llegar al final. «Soy feliz —aseguraba aquel carcamal—. Quiero vivir diez años más». ¡Qué tonto! Y después, no sé por qué, olvidándome del día que acababa entre el lejano rumor de la circulación, me quedé un rato en la penumbra junto al ventanal, mirando sin ver la bahía, con el astillero y las negras siluetas de los barcos.”
La intrusa
Éric Faye
Salamandra, 2013

pág. 17-18

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