1 de nov. 2015

benina-almudena



“En la galería de marginales y alucinados de la novela, Almudena es el más marginal de todos, el que se entrega a las alucinaciones más elaboradas. Es mendigo, es extranjero. Y su identidad les resulta tan confusa a quienes se encuentran con él – incluido el narrador de la novela – como su religión o su lugar de origen. Se llama Almudena, José María  de la Almudena, pero también Mordejai. El narrador, igual que todos los personajes, lo llama ‘moro’, porque viene de Marruecos, pero él mismo, Almudena, dice que es hebreo, y aunque no lo dijera seria evidente por sus continuas alusiones culturales y religiosas. En un país sometido desde hace siglos a la más estricta ortodoxia católica, ni el narrador ni los demás personajes tienen manera de distinguir entre un musulmán y un judío.
Un judío, además, sefardí. Uno de los pasajes de mas extraordinaria metamorfosis verbal de la novela es cuando Almudena pasa del tosco español moderno, hecho de infinitivos, gerundios, sujetos y complementos mal colocados, que es el que ha aprendido en su vida mendicante, al idioma resplandeciente de las traducciones bíblicas de los siglos XV y XVI, preservado oralmente y por escrito en las comunidades sefardíes del norte de África y del Imperio otomano. De modo que ese mendigo extranjero, ese moro, ese personaje de un exotismo casi tan indescifrable como su habla, resulta ser un secreto compatriota, alguien que ha hecho al cabo de cuatro siglos el viaje de vuelta después de la expulsión. Parece judío y musulmán porque en él se confunden las dos comunidades españolas expulsadas del país en nombre de una pureza de religión y de sangre que ha sido la mayor de las alucinaciones colectivas, y también una de las más dañinas. En la camaradería casi evangélica entre Benina y Almudena está la reconciliación de los que no tienen sitio en el sistema cruel de las castas sociales, regidas por el dinero y por la religión católica: los expulsados en el siglo XV y los ex-pulsados por el otro estigma incurable y permanente de la pobreza.”
La gran ventana de Galdós
Antonio Muñoz Molina

“(…) Dime, confiésamelo todo: ¿le has dejado ya?
—No, señora.
—¿Le has traído contigo?
—Sí, señora. Abajo está esperándome.
—Como eres así, capaz te creo de todo...; ¡hasta de traérmele a casa!
—A casa le traía, porque está enfermo, y no le voy a dejar en medio de la calle —replico Benina con firme acento.
—Ya sé que eres buena, y que a veces tu bondad te ciega y no miras por el decoro.
—Nada tiene que ver el decoro con esto, ni yo falto porque vaya con Almudena, que es un pobrecito. Él me quiere a mí... y yo le miro como un hijo.
La ingenuidad con que expresaba Nina su pensamiento no llego a penetrar en el alma de dona Paca, que sin moverse de su asiento, y con los cuchillos en la falda, prosiguió diciéndole:
—No hay otra como tú para componer las cosas, y retocar tus faltas hasta conseguir que parezcan perfecciones; pero yo te quiero, Nina; reconozco tus buenas cualidades, y no te abandonaré nunca.
—Gracias, señora, muchas gracias.
—No te faltará qué comer, ni cama en que dormir. Me has servido, me has acompañado, me has sostenido en mi adversidad. Eres buena, buenísima; pero no abuses, hija; no me digas que venías a casa con el moro de los dátiles, porque creeré que te has vuelto loca.
—A casa le traía, sí, señora, como traje a Frasquito Ponte, por caridad... Si hubo misericordia con el otro, ¿por qué no ha de haberla con este? ¿O es que la caridad es una para el caballero de levita, y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo... Por eso le traía; y si a él no le admite, será lo mismo que si a mí no me admitiera.”
Misericordia
Benito Pérez Galdós
RAE, 2013 (pág. 287-288)


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