calle de NagasaKi |
“Hay que
imaginarse un cincuentón decepcionado por serlo tanto y tan pronto, domiciliado
en las afueras de Nagasaki, en una casita de un barrio con calles de cuestas
vertiginosas. Y ver esas serpientes de blando asfalto que reptan hacia la cima
de los montes, donde una muralla de caóticos y torcidos bambúes detiene el
hervidero urbano de tejados, terrados, techados y sabe Dios qué más. Ahí es
donde vivo. ¿Quién soy? Sin querer exagerar, un don nadie. Me aferro a
costumbres de soltero que me sirven de parapeto y para decirme que, en el
fondo, no tengo mucho que reprocharme.
Una de esas
costumbres consiste en seguir lo menos posible a mis compañeros cuando van a
tomar unas cervezas o unas copas al salir del trabajo. Prefiero reencontrarme
un poco conmigo mismo en mi casa y cenar temprano, en todo caso, nunca después de
las seis y media. Si estuviera casado, puede que no me impusiera la misma disciplina
y los acompañara más de una vez. Pero no lo estoy (casado). Y, en realidad, tengo
cincuenta y seis.”
La intrusa
Éric Faye
salamandra, 2013
pág. 11-12
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