27 de febr. 2016
25 de febr. 2016
vuit de març a cerdanyola
Activitats a
Cerdanyola del Vallès per celebrar el
Dia Internacional de les dones. Del 26 de febrer al 18 de març de 2016.
24 de febr. 2016
pallassada 2016
Dissabte 27 de febrer, a les 18 hores, la companyia Marcel Gros representarà Contes
Amagats. El diumenge 28 de febrer, a les 12 hores, serà el torn de la companyia
La Bleda que posarà en escena Tut-Turutut, La Princesa!
Ambdós espectacles es representaran al Teatre de l’Ateneu.
23 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 7
EL DESTIERRO PERPETUO
PEREGRINO
¿ Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Desolación de la quimera
es el último libro de poesía de Luís Cernuda.
Publicado en 1962 , se incorpora, de forma póstuma, en 1963 a La realidad y el deseo, la obra compendia,
ya desde 1936, su producción lírica completa.
El título de este poemario desgarrado procede de un verso de T. S.
Elliot. En él, la voz poética nos muestra un Cernuda exiliado espiritualmente
del mundo que le rodea y en total y desabrida ruptura con lo que ha sido su
vida y sus raíces.
22 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 6
“Viento del pueblo” es la
obra emblemática de Miguel Hernández,
un canto a la esperanza de la victoria del Ejército Republicano.
Publicado por Socorro Rojo Internacional en
Valencia, septiembre de 1937, su significado lo explica el propio poeta,
recogido en el prólogo de Vicente Aleixandre,: “Los poetas somos viento del
pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y
sus sentimientos hacia cumbres más hermosas”.
Durante la Guerra Civil este libro de “poesía de
trincheras” fue uno de los más conocidos, en cambio, durante la posguerra, el
libro fue proscrito, perseguido y olvidado.
CANCIÓN DEL
ESPOSO SOLDADO
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derecho,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derecho,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
21 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 5
El Exilio y la Literatura
Discurso de Roberto Bolaño en Viena
“He sido invitado para hablar del exilio. La invitación me llegó escrita en
inglés y yo no sé hablar inglés. Hubo una época en que sí sabía o creía que
sabía, en cualquier caso hubo una época, cuando yo era adolescente, en que creía
que podía leer el inglés casi tan bien, o tan mal, como el español. Esa época
desdichadamente ya pasó. No sé leer inglés. Por lo que pude entender de la
carta creo que tenía que hablar sobre el exilio. La literatura y el exilio.
Pero es muy posible que esté absolutamente equivocado, lo cual, bien mirado,
sería a la postre una ventaja, pues yo no creo en el exilio, sobre todo no creo
en el exilio cuando esta palabra va junto a la palabra literatura.
Para mí, creo que es conveniente decirlo ya mismo, es un placer estar aquí
con ustedes, en la renombrada y famosa Viena. Para mí Viena tiene mucho que ver
con la literatura y con la vida de algunas personas muy cercanas a mí y que
entendieron el exilio como en ocasiones lo entiendo yo mismo, es decir como vida
o como actitud ante la vida. En 1978 o tal vez en 1979 el poeta mexicano Mario
Santiago, de regreso de Israel, pasó unos días en esta ciudad. Según me contó
él mismo, un día la policía lo detuvo y luego fue expulsado. En la orden de
expulsión se le conminaba a no regresar a Austria hasta 1984, una fecha que le
parecía significativa y divertida a Mario y que hoy también me lo parece a mí.
George Orwell no sólo es uno de los escritores remarcables del siglo XX sino
también y sobre todo y mayormente un hombre valiente y bueno. Así que a Mario,
en aquel año ya un tanto lejano de 1978 o 79, le pareció divertido que lo
expulsaran de Austria con esa recomendación, como si Austria lo hubiera
castigado a no pisar suelo austríaco hasta que pasaran seis años y se cumpliera
la fecha de la novela, una fecha que para muchos fue el símbolo de la ignominia
y de la oscuridad y de la derrota moral del ser humano. Y aquí, dejando de lado
lo significativo de la fecha, los mensajes ocultos que el azar o ese monstruo
aún más salvaje que es la causalidad enviaba al poeta mexicano y por intermedio
de éste me enviaba a mí, podemos hablar o retomar el posible discurso del
exilio o del destierro: el ministerio del Interior austríaco o la policía
austríaca o la Seguridad austríaca cursa una orden de expulsión y envía
mediante esa orden a mi amigo Mario Santiago al limbo, a la tierra de nadie,
que en inglés se dice no man’s land, que francamente queda mejor que en
español, pues en español tierra de nadie significa exactamente eso, tierra yerma,
tierra muerta, tierra en donde no hay nada, mientras que en inglés se
sobreentiende que sólo no hay hombres, pero animales o bichos o insectos sí
hay, lo que la hace más agradable, no quiero decir muy agradable, pero
infinitamente más agradable que en la acepción española, aunque probablemente
mi percepción de ambos términos esté condicionada por mi ignorancia progresiva
del inglés e incluso por mi ignorancia progresiva del español (el diccionario
de la Real Academia Española no registra el término tierra de nadie, cosa que
no es de extrañar, o yo no he buscado bien). Pero lo cierto es que a mi amigo
mexicano lo expulsan y lo ponen en la tierra de nadie. Yo veo la escena así:
unos funcionarios austríacos timbran el pasaporte de Mario con la señal indeleble
de que no puede pisar suelo austríaco hasta que se cumpla la fecha fatídica de
Orwell y luego lo meten en un tren y lo despachan, con un billete gratis pagado
por el estado austríaco, hacia el destierro temporal o hacia un exilio cierto
de cinco años, al cabo de los cuales mi amigo puede, si así lo desea, pedir un
visado y volver a pisar las hermosas calles de Viena. Si Mario Santiago hubiera
sido un fanático de los festivales musicales de Salzburgo, sin duda se habría
marchado de Austria con lágrimas en los ojos. Pero Mario nunca fue a Salzburgo.
Se montó en el tren y no bajó hasta París y tras vivir unos meses en París tomó
un avión rumbo a México y cuando llegó la fecha fatídica o festiva, depende, de
1984, Mario siguió viviendo en México y escribiendo en México poemas que nadie
quería publicar y que posiblemente están entre los mejores de la poesía
mexicana de finales del siglo XX, y tuvo accidentes y viajó y se enamoró y tuvo
hijos y vivió una vida buena o mala, una vida en todo caso en los extramuros
del poder mexicano, y en 1998 un automóvil lo atropelló en circunstancias
oscuras, un coche que se dio a la fuga mientras Mario se daba a la muerte,
tirado y solo en una calle nocturna de uno de los barrios periféricos de México
Distrito Federal, una ciudad que en algún momento de su historia se asemejó al
paraíso y que hoy se asemeja al infierno, pero no un infierno cualquiera sino
el infierno especial de los hermanos Marx, el infierno de Guy Debord, el
infierno de Sam Peckinpah, es decir un infierno singular en grado extremo, y
allí murió Mario, como mueren los poetas, sumido en la inconsciencia y sin
papeles, motivo por el cual cuando llegó una ambulancia a buscar su cuerpo roto
nadie supo quién era y el cadáver se pasó varios días en la morgue, sin deudos
que lo reclamaran, en una suerte de revelación final, en una suerte de epifanía
negativa, quiero decir, como el negativo fotográfico de una epifanía, que es
también la crónica cotidiana de nuestros países. Y entre las muchas cosas que
quedaron inconclusas, una de ellas fue el regreso a Viena, el regreso a
Austria, esta Austria que para mí, huelga decirlo, no es la Austria de Haider
sino la Austria de los jóvenes que están contra Haider y que salen a la calle y
lo hacen público, la Austria de Mario Santiago, poeta mexicano expulsado de
Austria en 1978 e imposibilitado de regresar a Austria hasta 1984, es decir
desterrado de Austria en el no man's land del ancho mundo y a quien, por lo
demás, Austria y México y Estados Unidos y la felizmente extinta Unión
Soviética y Chile y China le traían sin cuidado, entre otras cosas porque no
creía en países y las Únicas fronteras que respetaba eran las fronteras de los
sueños, las fronteras temblorosas del amor y del desamor, las fronteras del
valor y el miedo, las fronteras doradas de la ética. Y con esto tengo la
impresión de que he dicho todo lo que tenía que decir sobre literatura y exilio
o sobre literatura y destierro, pero la carta que recibí, que era larga y
prolija, ponía especial énfasis en que debía hablar durante veinte minutos,
algo que ustedes seguramente no me agradecerán y que para mí se puede convertir
en un suplicio, sobre todo porque no estoy seguro de haber traducido
correctamente esa misiva endemoniada, y además porque siempre he creído que los
mejores discursos son los discursos breves. Literatura y exilio son, creo, las
dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar. Sin
salir de mi casa conozco el mundo, dice el Tao Te King, e incluso así, sin
salir uno de su propia casa, el exilio y el destierro se hacen presentes desde
el primer momento. La literatura de Kafka, la más esclarecedora y terrible (y
también la más humilde) del siglo XX, así lo demuestra hasta la saciedad. Por
supuesto, por el aire de Europa suena una cantinela y es la cantinela del dolor
de los exiliados, una música hecha de quejas y lamentaciones y una nostalgia
difícilmente inteligible. ¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno
estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la
intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia? La cantinela, entonada por
latinoamericanos y también por escritores de otras zonas depauperadas o
traumatizadas insiste en la nostalgia, en el regreso al país natal y a mí eso
siempre me ha sonado a mentira. Para el escritor de verdad su única patria es
su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su
memoria. El político puede y debe sentir nostalgia, es difícil para un político
medrar en el extranjero. El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus
manos son su patria. ¿Entonces quién entona esta espantosa cantinela? Las
primeras veces que la oí pensé que eran los masoquistas. Si estás preso en una
cárcel de Thailandia y eres suizo, es normal que desees cumplir tu condena en
una cárcel de Suiza. Lo contrario, es decir que seas un thailandés preso en
Suiza y sin embargo desees cumplir el resto de tu condena en una cárcel de
Thailandia, no es normal, a menos que esa nostalgia anormal esté dictada por la
soledad. La soledad sí que es capaz de generar deseos que no se corresponden
con el sentido común o con la realidad. Pero yo estaba hablando de escritores,
es decir estaba hablando de mí, y allí sí que puedo decir que mi patria es mi
hijo y mi biblioteca. Una biblioteca modesta que he perdido en dos ocasiones,
con motivo de dos traslados radicales y desastrosos y que he rehecho con
paciencia. Y llegado a este punto, al punto de la biblioteca, no puedo sino
acordarme de un poema de Nicanor Parra, un poema que me viene como anillo al
dedo para hablar de literatura e incluso de literatura chilena y exilio o
destierro. El poema empieza hablando de los cuatro grandes poetas chilenos, una
discusión eminentemente chilena que la demás gente, es decir el 99,99 por
ciento de críticos literarios del planeta Tierra, ignoran con educación y un
poco de hastío. Hay quienes afirman que los cuatro grandes poetas de Chile son
Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, otros que
son Pablo Neruda, Nicanor Parra, Vicente Huidobro y Gabriela Mistral, en fin,
el orden varía según los interlocutores, pero siempre son cuatro sillas y cinco
poetas, cuando lo más lógico y lo más sencillo sería hablar de los cinco
grandes poetas de Chile y no de los cuatro grandes poetas de Chile. Hasta que
llegó el poema de Nicanor Parra, que dice así:
Los cuatro grandes poetas de Chile
Son tres
Alonso de Ercilla y Rubén Darío.
Como ustedes saben, Alonso de Ercilla fue un soldado español, noble y
bizarro, que participó en las guerras coloniales contra los araucanos y que de
vuelta en su Castilla natal escribió La Araucana, que para los chilenos es el
libro fundacional de nuestro país y que para los amantes de la poesía y de la
historia es un libro magnífico, lleno de arrojo y lleno de generosidad. Rubén
Darío, como ustedes también saben, y si no lo saben no importa -es tanto lo que
todos ignoramos incluso de nosotros mismos-, fue el creador del modernismo y
uno de los poetas más importantes de la lengua española en el siglo XX,
probablemente el más importante, nacido en Nicaragua en 1867 y muerto en
Nicaragua en 1916, que llegó a Chile a finales del siglo XIX y en donde tuvo
buenos amigos y mejores lecturas pero en donde también fue tratado como un
indio o como un cabecita negra por una clase dominante chilena que siempre se
ha vanagloriado de pertenecer al cien por ciento a la raza blanca. Así que
cuando Parra dice que los mejores poetas chilenos son Ercilla y Darío, que
pasaron por Chile y que tuvieron experiencias fuertes en Chile (Alonso de Ercilla
en la guerra y Darío en las escaramuzas de salón) y que escribieron en Chile o
sobre Chile, y en la lengua común que es el español, pues dice la verdad y no
sólo zanja la ya aburrida cuestión de los cuatro grandes sino que abre nuevas
interrogantes, nuevos caminos, además de ser su poema o artefacto, que es como
Parra denomina a estos textos cortos, una versión o diversión de aquellos
versos de Huidobro que dicen así:
Los cuatro puntos cardinales
Son tres
El sur y el norte.
![]() |
Imagen del barco Stanbrook, el último que partió con 2.638 exiliados del puerto
de Alicante con destino Orán, Argelia.
|
Los versos de Huidobro son muy buenos y a mí me gustan mucho, son versos
aéreos, como buena parte de la poesía de Huidobro, pero la versión/diversión de
Parra me gusta más, es como un artefacto explosivo puesto allí para que los
chilenos abramos los ojos y nos dejemos de tonterías, es un poema que indaga en
la cuarta dimensión, tal como pretendía Huidobro, pero en una cuarta dimensión
de la conciencia ciudadana, y aunque a primera vista parece un chiste, y además
es un chiste, al segundo vistazo se nos revela como una declaración de los
derechos humanos. Es un poema que, al menos a los compungidos y atareados
chilenos, nos dice la verdad, es decir que nuestros cuatro grandes poetas son
Ercilla y Darío, el primero muerto en su Castilla natal en 1594, tras una vida
de viajero impenitente (fue paje de Felipe II y viajó por Europa y luego
combatió en Chile a las Órdenes de Alderete y en Perú a las órdenes de García
Hurtado de Mendoza), el segundo muerto en su Nicaragua natal tras haber vivido
prácticamente toda su vida en el extranjero, en 1916, dos años después de la
muerte de Trakl, ocurrida en 1914. Y ahora que he tocado a Trakl permítanme una
digresión pues se me ocurre pensar que cuando éste abandona los estudios y
entra a trabajar en una farmacia como aprendiz, a la tierna pero ya no inocente
edad de dieciocho años, también está optando (y optando de forma natural) por
el destierro, pues entrar a trabajar en una farmacia a los dieciocho años es
una forma de destierro, así como la drogadicción es otra forma de destierro, y
el incesto otra más, como bien sabían los clásicos griegos. En fin, tenemos a
Rubén Darío y tenemos a Alonso de Ercilla, que son los cuatro grandes poetas
chilenos, y tenemos lo primero que nos enseña el poema de Parra, es decir, que
no tenemos ni a Darío ni a Ercilla, que no podemos apropiarnos de ellos, sólo
leerlos, que ya es bastante. La segunda enseñanza del poema de Parra es que el
nacionalismo es nefasto y cae por su propio peso, no sé si se entenderá el
término caer por su propio peso, imaginaos una estatua hecha de mierda que se
hunde lentamente en el desierto, bueno, eso es caer por su propio peso. Y la
tercera enseñanza del poema de Parra es que probablemente nuestros dos mejores
poetas, los dos mejores poetas chilenos fueron un español y un nicaragüense que
pasaron por esas tierras australes, uno como soldado y persona de gran
curiosidad intelectual, el otro como emigrante, como un joven sin dinero pero
dispuesto a labrarse un nombre, ambos sin ninguna intención de quedarse, ambos sin
ninguna intención de convertirse en los más grandes poetas chilenos,
simplemente dos personas, dos viajeros. Y con esto creo que queda claro lo que
pienso sobre literatura y exilio o sobre literatura y destierro.”
20 de febr. 2016
umberto eco
“Tener memoria significa tener noción del antes y del después, si
no, también yo creería siempre que la pena o el gozo de los que me acuerdo están
presentes en el instante en que los recuerdo. En cambio, sé que son
percepciones pasadas porque son más débiles que las presentes. El problema es,
por tanto, tener el sentimiento del tiempo. Lo que quizá ni siquiera yo podría
tener, si el tiempo fuera algo que se aprende. ¿No me decía días ha, o meses,
antes de la enfermedad, que el tiempo es la condición del movimiento, y no el
resultado? Si las partes de la piedra están en movimiento, este movimiento tendrá
un ritmo que, aunque inaudible, será como el ruido de un reloj. La piedra, sería
el reloj de sí misma. Sentirse en movimiento significa sentir latir el propio
tiempo. La tierra, gran piedra en el cielo, siente el tiempo de su movimiento,
el tiempo de la respiración de sus mareas, y lo que ella siente yo lo veo
dibujarse sobre la bóveda estrellada: la tierra siente el mismo tiempo que yo
veo.
Por tanto, la piedra conoce el tiempo, es más, lo conoce incluso
antes de percibir sus cambios de calor como movimiento en el espacio. Por lo
que sé, podría no advertir ni siquiera
que el cambio de calor depende de su posición en el espacio: podría entenderlo
como un fenómeno de mutación en el tiempo, como el paso del sueño a la vigilia,
de la energía al cansancio, como yo ahora estoy dando en la cuenta de que, quedándome
quieto como estoy, me hormiguea el pie izquierdo. Pero no, debe sentir también
el espacio, si advierte el movimiento donde antes estaba el reposo, y el reposo
allá donde antes estaba el movimiento. La piedra, por tanto, sabe pensar aquí y allá.
Imaginemos ahora que alguien recoja esta piedra y la encaje entre
otras piedras para construir una pared. Si antes advertía el juego de las
propias posiciones interiores era porque sentía los propios átomos tendidos en
el esfuerzo de componerse como las celdas de un nido de abejas, tupidos el uno
contra el otro y el uno entre los otros, como deberían sentirse las piedras de
la bóveda de una iglesia, donde la una empuja a la otra y todas empujan hacia
la clave central, y las piedras próximas a la clave empujan las otras hacia
abajo y hacia afuera.
Habiéndose acostumbrado a ese juego de empujes y contraempujes,
toda la bóveda debería sentirse como tal, en el movimiento invisible que hacen
sus ladrillos para empujarse mutuamente; al igual debería advertir el esfuerzo
que alguien hace para derribarla y entender que cesa de ser bóveda en el
momento en el que el muro subyacente, con sus contrafuertes, cae.
Así pues, la piedra, urgida por las otras piedras a tal grado que está
a punto de romperse (y si la presión fuera mayor se resquebrajaría), debe
sentir esta constricción como una constricción que antes no advertía, una
presión que de algún modo debe influir sobre el propio movimiento interior. ¿No
será éste el momento en que la piedra advierta la presencia de algo exterior a
sí? La piedra tendría entonces conciencia del Mundo. O quizá pensaría que la
fuerza que la oprime es algo más fuerte que ella, e identificaría al Mundo con
Dios.
Mas el día que ese muro se desplomaré, cesada la constricción, ¿advertiria
la piedra el sentimiento de la Libertad, como lo advertiría yo, si me decidiera
a salir de la constricción que me he impuesto? Salvo que yo puedo querer cesar
de estar en este estado, la piedra no. Por tanto, la libertad es una pasión,
mientras la voluntad de ser libre es una acción, y esta es la diferencia entre
la piedra y yo. Yo puedo querer. La piedra, a la sumo (¿y por qué no?), puede
solo tender a volver a como era antes del muro, y sentir placer cuando se
vuelve de nuevo libre, pero no puede decidir actuar para realizar lo que le
gusta.
¿Puedo yo de verdad querer? En este momento yo experimento el
placer de ser piedra, el sol me calienta, el viento me hace aceptable esta
concocción de mi cuerpo, no tengo ninguna intención de cesar de ser piedra. ¿Por
qué? Porque me gusta. Por tanto, también yo soy esclavo de una pasión, que me
desaconseja querer libremente el propio contrario. Sin embargo, queriendo, podría
querer. Y sin embargo, no lo hago. ¿Cuànto mas libre soy que una piedra?”
La isla del
día de antes
Umberto Eco
Traducción de Helena Lozano
Lumen, Barcelona, 1995
Págs. 388-389
19 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 4
Guerra en España, es una recopilación que Juan Ramón Jiménez
hizo durante toda su vida de textos propios (verso, prosa, artículos
periodísticos, conferencias, entrevistas, lecturas radiofónicas y cartas) y de
otros autores sobre la II República, la
Guerra Civil y el exilio. El material se completa con unas 180 imágenes alusivas
a los hechos narrados. Con este conjunto ingente de textos e imágenes Juan
Ramón trata de justificar su postura personal de fidelidad a la II República y
de dignidad personal que motivó su largo exilio y el hecho de que no regresara
jamás.
La obra
desvela información desconocida de los exiliados, y muchas polémicas surgidas
entre ellos, en Europa, América Latina e incluso África (campos de
concentración de la Argelia francesa). En este sentido es un gran corpus de
textos, algunos inéditos, de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, José Bergamín,
Navarro Tomás, Pablo Neruda, Menéndez Pidal... en donde se revela la actitud de
todos estos intelectuales ante la Guerra primero y exilio después o la España
“oficial” de Franco. También aparece la postura de muchos intelectuales que
permanecieron o regresaron a la España de la dictadura, con los que Juan Ramón
mantuvo relación. Es uno de los libros que más información aporta sobre la
actitud de los intelectuales ante la II República, la Guerra Civil, el exilio y
la España de Franco.
Muchos de los
hechos narrados sirven para desterrar falsos tópicos sobre Juan Ramón Jiménez,
como su falta de compromiso ante la Guerra, pues en este libro aparecen pruebas
de las acciones de Juan Ramón Jiménez a favor de la II República (firma de
manifiestos, mítines) y de su acción social (mientras permaneció en Madrid,
convirtió su casa en un orfanato de hijos de milicianos muertos, en Nueva Yoik
se dedicó a recaudar fondos para los huérfanos de la guerra de España). También
salen a la luz cuestiones polémicas como la dudosa actitud de Jorge Guillén y
José Bergamín ante el conflicto. También aparece el capítulo del robo de la
biblioteca de Juan Ramón Jiménez en Madrid, acabada la Guerra Civil.
Guerra en España. Prosa y verso (1936-1954)
Juan Ramón Jiménez
Edición de
Ángel Crespo, revisada y ampliada por Soledad González Ródenas
Editiorial: Point
de Lunettes, Sevilla, 2009
“Antonio Machado se dejó desde
niño la muerte, lo muerto por todos los rincones de su alma y su cuerpo.
Tuvo siempre tanto de muerto como de vivo, mitades fundidas en él por arte
sencillo. Cuando me lo encontraba por la mañana temprano, me creía que acababa
de levantarse de la fosa. Olía, desde muy lejos, a metamorfosis. La gusanera no
le molestaba, le era buenamente familiar. Yo creo que sentía más asco de la
carne tersa que de la huesuda carroña, y que las mariposas del aire libre le
parecían casi de tan encantadora sensualidad como las moscas de la casa, la
tumba y el tren, “inevitables golosas”.
Poeta de la muerte, y pensado, sentido, preparado hora tras hora para lo
muerto, no he conocido otro que como él haya equilibrado estos niveles iguales
de altos o bajos, según y cómo; que haya salvado, viviendo muriendo, la
distancia de las dos únicas existencias conocidas, paradójicamente opuestas;
tan unidas aunque los otros hombres nos empeñemos en separarlas, oponerlas y
pelearlas. Toda nuestra vida suele consistir en temer a la muerte y alejarla de
nosotros, o mejor, alejarnos nosotros de ella. Antonio Machado la comprendía en
sí, se cedía a ella en gran parte. Acaso él fue, más que un nacido, un
resucitado. Lo prueba quizás, entre otras cosas, su madura filosofía juvenil. Y
dueño del secreto de la resurrección, resucitaba cada día ante los que lo vimos
esta vez, por natural milagro poético, para mirar su otra vida, esta vida
nuestra que él se reservaba en parte también. A veces pasaba la noche en su
casa ciudadana de alquiler, familia o posada. Dormir, al fin y al cabo, es
morir, y de noche todos nos tendemos para morir lo que se deba. No quería ser
reconocido, por sí o por no, y por eso andaba siempre amortajado, cuando venía
de viaje, por los trasmuros, los pasadizos, los callejones, las galerías, las
escaleras de vuelta, y, a veces, si se retardaba con el mar tormentoso, los
espejos de estación, los faros abandonados, tumbas en pie.
Visto desde nosotros, observado a nuestra luz medio falsa, era corpulento,
un corpachón naturalmente terroso, algo de grueso tocón acabado de sacar; y
vestía su tamaño con unos ropones negros, ocres y pardos, que se correspondían
a su manera estravagante de muerto vivo, chaqué nuevo quizás, comprado de prisa
por los toledos, pantalón perdido y abrigo de dos fríos, deshecho todo,
equivocado en apariencia; y se cubría con un chapeo de alas desflecadas y
caídas, de una época cualquiera, que la muerte vida equilibra modas y épocas.
En vez de pasadores de bisutería llevaba en los puños del camisón unas
cuerdecitas como larvas, y a la cintura, por correa, una cuerda de esparto,
como un ermitaño de su clase. ¿Botones? ¿Para qué? Costumbres todas lójicas de
tronco afincado ya en cementerio.
Cuando murió en Soria de Arriba su amor único, que tan bien comprendió su
función trascendental de paloma de linde, tuvo su idilio en su lado de la
muerte. Desde entonces, dueño ya de todas las razones y circunstancias, puso su
casa de novio, viudo para fuera, en la tumba, secreto palomar; y ya sólo venía
a este mundo de nuestras provincias a algo muy urgente, el editor, la imprenta,
la librería, una firma necesaria... la guerra, la terrible guerra española de
tres siglos. “Entonces” abandonó toda su muerte y sus muertos más íntimos y se quedó
una temporada eterna en la vida jeneral, por morir otra vez, como los mejores
otros, por morir mejor que los otros, que nosotros los más apegados al lado de
la existencia que tenemos acotado como vida. Y no hubiera sido posible una
última muerte mejor para su estraña vida terrena española; tan mejor, que ya
Antonio Machado, vivo para siempre en presencia invisible, no resucitará más en
genio y figura. Murió del todo en figura, humilde, miserable, colectivamente,
res mayor de un rebaño humano perseguido, echado de España, donde tenía todo
él, como Antonio Machado, sus palomares, sus majadas de amor, por la puerta
falsa. Pasó así los montes altos de la frontera helada, porque sus mejores
amigos, los más pobres y los más dignos, los pasaron así. Y si sigue bajo
tierra con los enterrados allende su amor, es por gusto de estar con ellos,
porque yo estoy seguro de que él, conocedor de los vericuetos estrechos de la
muerte, ha podido pasar a España por el cielo de debajo de tierra.
Toda esta noche de luna alta, luna que viene de España y trae a España con
sus montes y su Antonio Machado reflejados en su espejo melancólico, luna de
triste diamante azul y verde en la palmera de rozona felpa morada de mi
puertecilla de desterrado verdadero, he tenido en mi fondo de despierto dormido
el romance “Iris de la noche”, uno
de los más hondos de Antonio Machado y uno de los más bellos que he leído en mi
vida:
Y tú, Señor, por
quien todos
vemos y que ves
las almas,
dinos si todos
un día
hemos de verte
la cara.
En la eternidad de esta mala guerra de España, que tuvo comunicada a España
de modo jigante y terrible con la otra eternidad, Antonio Machado, con Miguel
de Unamuno y Federico García Lorca, tan vivos en la muerte los tres, cada uno a
su manera, se han ido, de diversa manera lamentable y hermosa también, a
mirarle a Dios la cara. Grande de ver sería cómo da la cara de Dios, sol o luna
principales, en las caras de los tres caídos, más afortunados quizás que los
otros, y cómo ellos le están viendo la cara a Dios.”
18 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 3
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Antonio
Machado camino del exilio con José Machado, el doctor José María Sacristán, el
catedrático Enrique Rioja y el filósofo Juan Roura Parella. ...
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La guerra (1936-1937)
fue el último libro publicado (Espasa-Calpe, 1937) en vida de Antonio Machado. De tipografía muy
cuidada, el libro está ilustrado con 48 dibujos del hermano del poeta, José Machado. El libro es una recopilación de artículos
y poemas publicados con anterioridad en periódicos y revistas (especialmente en
“Hora de España”) durante los dos
primeros años de la guerra civil.
El crimen fue en Granada
a Federico García Lorca
I
EL CRIMEN
Se le vio, caminando entre
fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la
madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en
las entrañas—.
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su
Granada!...
II
EL POETA Y LA MUERTE
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre; los
martillos
en yunque, yunque y yunque de
las fraguas—.
Hablaba Federico,
requebrando a la Muerte. Ella
escuchaba.
«Porque ayer en mi verso,
compañera,
sonaba el eco de tus secas
palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y
el filo
a mi tragedia de tu hoz de
plata,
te cantaré la carne que no
tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento
sacudía,
los rojos labios donde te
besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte
mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi
Granada!»
III
Se les vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el
Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el
agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su
Granada!
Antonio Machado
La guerra (1936-1937), Madrid, Espasa-Calpe, 1937, pp. 25-29.
La muerte del
niño herido
Otra vez en la noche... Es el
martillo
de la fiebre en las sienes bien
vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro
amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo mío. —Y la manita
oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh,
flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de
sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de
espliego;
fuera, la oronda luna que
blanquea
cúpula y torre a la ciudad
sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh dulce flor de
sangre mía?
El cristal del balcón
repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría,
fría!
Antonio Machado
Hora de España (Barcelona), n.º XVIII, junio 1938, p. 7.
16 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 2
El 18 de mayo
de 1942, tras pasar un año como prisionero en el campo de Djelfa en Argelia, Max Aub logra huir a Casablanca para
luego marchar a México, país que le otorgaría nueva residencia y nacionalidad
hasta su muerte en 1972. En el exilio, gran parte de la narrativa de Aub se
centró en la descripción de sus experiencias de la Guerra Civil. Reflejo de
este interés fue la publicación de El
laberinto mágico una colección de seis libros que relatan fielmente las consecuencias
que la guerra tuvo sobre la población española.
Los seis
libros que integran el ciclo narrativo de El laberinto mágico son: Campo cerrado, escrito en París nada
más terminar la Guerra Civil y comenzar el largo exilio. Campo abierto, la siguiente novela del ciclo, fue escrito asimismo
en París, apenas (entre mayo y agosto de 1939), mientras en Europa se gestaba
la segunda Gran Guerra. Campo de sangre,
el tercero de los libros, fue escrito entre 1940 y 1942, dos años en los que estuvo
internado en diversos campos de concentración franceses, temiendo siempre ser
entregado a las tropas alemanas de ocupación. Campo francés fue escrito en 1942 a bordo del barco “Serpa Pinto” que trasladaba a Max Aub a
México, a la libertad. En 1962, a los
veinte años de haberse instalado en México, retoma el ciclo y escribe la quinta novela Campo del moro, donde describe un
Madrid al borde de la rendición. Campo
de Almendros es el último de los seis libros del ciclo. Publicado en México
en 1967, narra las últimas semanas de la guerra. Hombres y mujeres huyen en
desbandada hacia Valencia y Alicante, donde se rumorea que hay barcos
aguardando para llevarles al exilio.
“Estos que
ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar,
cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin
embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los
únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el
fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia;
cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su
comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados,
hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en
escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo
mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.”
Campo de
almendros
“El laberinto
mágico”
Max Aub
14 de febr. 2016
guerra, exili i literatura: 1
"…el siglo en que me tocó vivir y crecer no fue un siglo de
pasión. Era un mundo ordenado, con estratos bien definidos y transiciones
serenas, un mundo sin odio. El ritmo de las nuevas velocidades no había pasado
todavía de las máquinas -el automóvil, el teléfono, la radio y el avión- al
hombre; el tiempo y la edad tenían otra medida. Se vivía más reposadamente y,
si intento evocar las figuras de los adultos que acompañaron mí infancia, me
llama la atención que muchos de ellos eran obesos desde muy temprano. Mi padre,
mi tío, mi maestro, los tenderos, los músicos delante de los atriles, a los
cuarenta años eran ya hombres gordos, "respetables". Andaban
despacio, hablaban con comedimiento, se mesaban las barbas bien cuidadas y en
muchos casos ya entrecanas. Pero el pelo gris era una señal más de
"respetabilidad" y un hombre "maduro" evitaba
conscientemente los gestos y la petulancia de los jóvenes como algo impropio.
Ni siquiera siendo yo muy niño, cuando mi padre todavía no había cumplido los
cuarenta, recuerdo haberlo visto subir o bajar escaleras apresuradamente ni
hacer nunca nada con prisa aparente. La prisa pasaba por ser no sólo poco
elegante, sino que en realidad también era superflua, puesto que en aquel mundo
burguesamente estabilizado, con sus numerosas pequeñas medidas de seguridad y
protección, no pasaba nunca nada repentino, las catástrofes que pudiesen
ocurrir en el exterior no atravesaban las paredes bien revestidas de la vida
"asegurada"."
El mundo de
ayer
Stefan
Zweig
"El mundo de ayer" fue su testamento, pero también es una
excelente descripción de la vieja Europa
anterior a la primera guerra mundial y de los estériles intentos, en el período de entreguerras, por oponer al nacionalismo la idea de una
Europa unida y consciente de su riqueza y diversidad cultural.
12 de febr. 2016
11 de febr. 2016
presentación "contes per als vespres"
Ahir vam "servir” el segon recull de contes del taller de contes a la Biblioteca de Cerdanyola, en una tarda
agradable, emotiva i plena de agradables
sorpreses.
Volem agrair a la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès, a l'escola
municipal de música Aulos, a la intèrpret al piano Laura Lavado, al Miguel Ángel Sanz, responsable d'aquesta
escola, a la Cristina, al Carrà i a l'Ajuntament
de Cerdanyola del Vallès per tota la
col·laboració que ens han brindat pel desenvolupament de l’acte... i a les meravelloses
portades de la Marutxi.
10 de febr. 2016
noticia exposició Carlos
Noticia apareguda al
Cerdanyola info de l’exposició "Formes i Colors" de l’ amic Carlos Utrera a la Sala B'art
Ateneu, de l'Ateneu de Cerdanyola del Vallès.
Demà inaugura! , a les 20.00 h.
8 de febr. 2016
va de contes
“El cuento es tan antiguo como el hombre. Tal vez incluso más
antiguo, pues bien pudo haber primates que contaran cuentos todos hechos de
gruñidos, que es el origen del lenguaje humano: un gruñido bueno, dos gruñidos
mejor, tres gruñidos ya son una frase. Así nació la onomatopeya y con ella,
luego, la epopeya. Pero antes que ella, cantada o escrita, hubo cuentos todos
hechos de prosa: un cuento en verso no es un cuento sino otra cosa: un poema,
una oda, una narración con metro y tal vez con rima: una ocasión cantada no
contada, una canción.
Aun antes de que aquel
anónimo artista de Altamira pintara sus minuciosos murales, habría habido un
autor anónimo en la zona que contara cuentos a sus compañeros de cueva sentados
alrededor de una hoguera. El hombre, lo sabemos, es el único animal que hace
fuego. El cuentista es el solo ser humano que hace cuentos. Esos cuentos
serían, por ejemplo, narraciones de un día de caza perdido tras un ciervo
blanco con un cuerno en la frente. Los cuentos no perduraron en los muros de la
cueva, pero no se perdieron: fueron de nuevo encontrados, contados, en la
memoria colectiva.
Siglos más tarde otro
cuentista con el mismo cuento embelleció al ciervo blanco y lo hizo mito al
llamarlo unicornio. La experiencia sería ajena pero ya fue suyo el tema del
unicornio perdido. Muchos siglos después otro cuentista adornó con metáforas
(es decir, embelleció poéticamente) a ese animal único con su único cuerno.
Cuando pasaron otros siglos ya el hombre que cuenta había aprendido a escribir
(y por supuesto a leer) y otros animales y otros hombres que se convertían en
animales poblaron con cuentos lo que llamamos mitología pero que eran para
ellos esa trascendencia que es la religión. En otro siglo, cuando ya otros
hombres no creían en esa religión de dioses tan humanos que se confundían con
los meros mortales, uno de ellos, un poeta llamado Ovidio, escribió Las
metamorfosis. Allí de la religión no quedaban más que los cuentos que
se contaron por primera vez alrededor de una hoguera en una cueva. Eso ha hecho
del cuento el género literario más antiguo y más proteico.”
Y va de cuentos
Guillermo Cabrera Infante
(fragment conferència)
Dimecres, 10 de febrer de 2016, 19.00
hores. Sala Enric Granados
de la Biblioteca Central de Cerdanyola del Vallès, tindrà lloc la presentació
del llibre "Contes per als Vespres".
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