Tánatos e Hipnios |
“—En España
me parece que sucede esto. En un primer momento, y setenta años después, muchos
creen haber comprendido el espanto de aquella guerra; pero rasgas la superficie
y asistes horrorizado al hecho de que bastantes de los que vivieron aquello, puestos
de nuevo en el mismo lugar y en parecidas circunstancias, habrían vuelto a
hacer... las mismas cosas. Unos, los rojos, porque venían de una situación de miseria
y explotación lacerantes, y los otros, porque temían que los revolucionarios no
se iban a contentar con quedarse sus tierras, sus casas y sus industrias, sino
que iban directamente a por sus vidas, tal y como les habían contado que había
sucedido en Rusia, para ellos la representación del infierno, y para sus
enemigos, el paraíso. La diferencia entre unos y otros es que unos, los
rebeldes, cometieron sus crímenes en secreto y los guardaron en secreto, y los
otros no solo los cometían a la vista de todos, sino que se ufanaban en público
de haberlos cometido, tal vez porque no los consideraban crímenes y, en muchos
casos, porque esperaban ser recompensados por ello. Pasada la guerra todos han
querido persuadirnos de que no pudieron hacer otra cosa, y cada cual cree que
en su bando los crímenes se cometieron en abstracto, de una manera
indiferenciada, en nombre de la República o de Falange, del Comunismo, de la
Anarquía o de la Iglesia, con lo cual, unos y otros, aceptando en principio que
todos pudieron ser culpables, acaban teniéndose por inocentes, en tanto creen que
los crímenes del bando contrario los cometieron individuos diferenciados que debían
pagar por ello. Así se explica que nadie haya querido juzgar y pedir responsabilidades
jamás a los suyos, sino sólo a los contrarios. Esa es lisa y llanamente la
justificación del Mal. En cambio ante la ley ya es otra cosa. La responsabilidad
es la responsabilidad.
(…)
—Unos
estetizaron la política y otros politizaron la estética, pero el fin último era
el mismo: el totalitarismo. Así es como veo yo las cosas. Hubo cierta equivalencia
en el horror de los crímenes cometidos en la guerra. Y seguiría habiéndola
igualmente si en una balanza hubiese doscientos mil y en la otra diez mil, si
la naturaleza del crimen fuese la misma cuando hablamos de tal monstruosidad.
La cifra exacta puede ser lo de menos.
(…)
…repetí algunas
cosas de mis libros: que creo que los principios de la Ilustración sólo estaban
representados en la República y que los que se sublevaron lo hicieron por la
civilización cristiana de Occidente y contra esos principios, aunque los que
combatieron con la República a menudo no fueran ni demócratas
ni ilustrados, ni los que apoyaron a los fascistas dejaron de ser ilustrados,
si lo eran de antes, y que muchos lucharon en el lado bueno con las peores
razones, y otros en el lado malo con los mejores propósitos. Y que se dio esta
paradoja: los rebeldes, tan clericales, fiaron la victoria en su creencia en
Dios, pero, por si las moscas, se pertrecharon con el mejor armamento y con la
mayor parte de la oficialidad del Ejército, en tanto que los republicanos, tan
descreídos y materialistas, estaban convencidos de que para ganar la guerra les
bastaría creer en el Pueblo y darle el mando de sus milicias a un puñado de
estrategas desarrapados y sobrevenidos. Y que tengo mis sospechas de que la
memoria histórica es, en la práctica, un intento de fundar el mito de una España
superior a otra, sin tener en cuenta aquello que decía Nietzsche al respecto:
en relación a la memoria “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Y que la
memoria histórica honra a las víctimas, pero tiene esta desventaja: si la
Historia es siempre una reconstrucción incompleta y problemática de lo que ya
no es, la memoria colectiva deforma el pasado, omitiendo lo que no conviene
recordar o alimentando los deseos de venganza. Y que el debate debe continuar
sin que nadie se arrogue la propiedad del relato de la guerra. La tarea de
hacer la historia de la Guerra Civil es, más que ninguna otra, común: la verdad
la hacemos entre todos. Pero, desde que existe internet, es además una tarea urgente:
con la promesa de un futuro dudoso y la facilidad de obtener información no
siempre contrastada, nos estamos distanciando del pasado a toda velocidad, lo
que significa que cada vez olvidamos antes o recordamos las cosas de una manera
superficial o deformada.
(…)
—Para mí la
Historia es la posibilidad de conocimiento, no la de legitimar el presente,
aunque no he perdido la esperanza de encontrar en el pasado algunas constantes
en las que reconocer cierto orden que dignifique la vida. Y por supuesto sé que
no hay un sentido único y tengo serias dudas de que la Historia debe de ser
justiciera, porque no creo en ninguna “Historia ideal” dispuesta por la
Providencia.
(…)
… pero yo me encuentro
bastante alejado de esa nostalgia de Benjamín de un paraíso al que se llegaría
por un camino mesiánico y en el que el mal será vencido. Comprendo que hoy
muchos esgriman su idea de redención para exigir justicia con las víctimas del
franquismo. Hasta ahí puedo estar de acuerdo, pero no lo estoy tanto con
aquellos seguidores suyos que aseguran que el odio y la venganza son fuerzas
liberadoras. Por otra parte, ya lo decía Nietzsche, no es fácil alcanzar esa
distancia que nos permite reconocer aquello que merece ser recordado, ni atinar
a saber en qué punto el pasado debe olvidarse para que su peso no sepulte el
presente, porque una paz duradera es imposible sin el olvido. Nuestra tarea es
luchar contra la impunidad sin alentar el agravio y el resentimiento, sabiendo
que unas veces es preferible la paz a la verdad y otras la justicia a la paz.
Un historiador es alguien que mira las cosas a la distancia justa, siempre lo
he creído así, buscando un equilibrio.
(…)
…Porque ni el
pasado está cerrado ni en la guerra ocurre nada como lo imaginamos o contamos. Nuestra
obligación es cuestionar qué nos ha sido contado, cómo y por quiénes. Y no
temer lo que descubramos. ¿Por qué cientos de miles, millones de hombres trataron
de matarse unos a otros, cuando desde la creación del mundo se ha demostrado
que eso es un mal, física y moralmente hablando? Porque eso era tan inevitable
que, al hacerlo, los hombres obedecían a la misma ley natural y zoológica a la
que se someten las abejas cuando se destruyen al llegar el otoño, y por la que
los animales machos se matan unos a otros. No se puede dar una respuesta a esta
pregunta. El problema del mal es el reto del pensamiento occidental y de toda
la filosofía.
(…)
En 1936 en
España una parte pequeña de los españoles habían decidido ya destruirse, y
determinaron destruir a los demás. Podemos comprender cómo se llegó a eso; lo
he dicho antes, la miseria en la que vivía el país, la ignorancia de las clases
populares y el egoísmo brutal de las clases privilegiadas, pero la razón última
de su resolución aniquiladora no la hemos encontrado ni la encontraremos. Como
si Tánatos hubiese abierto las puertas del infierno...”
Ayer no más
Andrés Trapiello
Destino, Barcelona, 2012
páginas 138-144
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