Lorca con su hermana Isabel, 1914 |
Discurso de Federico García Lorca
al inaugurar la biblioteca de su pueblo.
Fuente Vaqueros (Granada).
Septiembre 1931
(…)
“Nadie se da
cuenta al tener un libro en las manos, el esfuerzo, el dolor, la vigilia, la
sangre que ha costado. El libro es sin disputa la obra mayor de la humanidad.
Muchas veces, un pueblo está dormido como el agua de un estanque en día sin
viento. Ni el más leve temblor turba la ternura blanda del agua. Las ranas
duermen en el fondo y los pájaros están inmóviles en las ramas que lo
circundan. Pero arrojad de pronto una piedra. Veréis una explosión de círculos
concéntricos, de ondas redondas que se dilatan atropellándose unas a las otras
y se estrellan contra los bordes. Veréis un estremecimiento total del agua, un
bullir de ranas en todas direcciones, una inquietud por todas las orillas y
hasta los pájaros que dormían en las ramas umbrosas saltan disparados en
bandadas por todo el aire azul. Muchas veces un pueblo duerme como el agua de
un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerle e
inquietarle y enseñarle nuevos horizontes de superación y concordia.
¡Y cuánto
esfuerzo ha costado al hombre producir un libro! ¡Y qué influencia tan grande
ejercen, han ejercido y ejercerán en el mundo! Ya lo dijo el sagacísimo
Voltaire: Todo el mundo civilizado se gobierna por unos cuantos libros: la
Biblia, el Corán, las obras de Confucio y de Zoroastro. Y el alma y el cuerpo,
la salud, la libertad y la hacienda se supeditan y dependen de aquellas grandes
obras. Y yo añado: todo viene de los libros. La Revolución Francesa sale de la
Enciclopedia y de los libros de Rousseau, y todos los movimientos actuales
societarios comunistas y socialistas arrancan de un gran libro; de El capital,
de Carlos Marx.
Pero antes de
que el hombre pudiese construir libros para difundirlos, ¡qué drama tan largo y
qué lucha ha tenido que sostener! Los primeros hombres hicieron libros de
piedra, es decir escribieron los signos de sus religiones sobre las montañas.
No teniendo otro modo, grabaron en las rocas sus anhelos con esta ansia de
inmortalidad, de sobrevivir, que es lo que diferencia al humano de la bestia.
Luego emplearon los metales. Aarón, sacerdote milenario de los hebreos, hermano
de Moisés, llevaba una tabla de oro sobre el pecho con inscripciones, y las
obras del poeta griego primitivo Hesíodo, que vio a las nueve musas bailar
sobre las cumbres del monte Helicón, se escribieron sobre láminas de plomo. Más
tarde los caldeos y los asirios ya escribieron sus códices y los hechos de su
historia sobre ladrillos, pasando sobre éstos un punzón antes de que se
secasen. Y tuvieron grandes bibliotecas de tablas de arcilla, porque ya eran
pueblos adelantados, estupendos astrónomos, los primeros que hicieron altas
torres y se dedicaron al estudio de la bóveda celeste.
Los egipcios,
además de escribir en las puertas de sus prodigiosos templos, escribieron sobre
unas largas tiras vegetales llamadas papiros, que enrollaban. Aquí empieza el
libro propiamente dicho. Como el Egipto prohibiera la exportación de esta
materia vegetal, y deseando las gentes de la ciudad de Pérgamo tener libros y
una biblioteca, se les ocurrió utilizar las pieles secas de los animales para
escribir sobre ellas, y entonces nace el pergamino, que en poco tiempo venció
al papiro y se utiliza ya como única materia para hacer libros, hasta que se
descubre el papel.
Mientras
cuento esto de manera tan breve, no olvidar que entre hecho y hecho hay muchos
siglos; pero el hombre sigue luchando con las uñas, con los ojos, con la
sangre, por eternizar, por difundir, por fijar el pensamiento y la belleza.
Cuando a
Egipto se le ocurre no vender papiros porque los necesitan o porque no quieren,
¿quién pasa en Pérgamo noches y años enteros de luchas hasta que se le ocurre
escribir en piel seca de animal?, ¿qué hombre o qué hombres son estos que en
medio del dolor buscan una materia donde grabar los pensamientos de los grandes
sabios y poetas? No es un hombre ni son cien hombres. Es la humanidad entera la
que les empujaba misteriosamente por detrás.
Entonces, una
vez ya con pergamino, se hace la gran biblioteca de Pérgamo, verdadero foco de
luz en la cultura clásica. Y se escriben los grandes códices. Diodoro de
Sicilia dice que los libros sagrados de los persas ocupaban en pergaminos nada
menos que mil doscientas pieles de buey.
Toda Roma
escribía en pergaminos. Todas las obras de los grandes poetas latinos, modelos
eternos de profundidad, perfección y hermosura, están escritas sobre pergamino.
Sobre pergaminos brotó el arrebatado lirismo de Virgilio y sobre la misma piel
amarillenta brillan las luces densas de la espléndida palabra del español
Séneca.
Pero llegamos
al papel. Desde la más remota antigüedad el papel se conocía en China. Se
fabricaba con arroz. La difusión del papel marca un paso gigantesco en la
historia del mundo. Se puede fijar el día exacto en que el papel chino penetró
en Occidente para bien de la civilización. El día glorioso que llegó fue el 7
de julio del año 751 de la era cristiana.
Los historiadores
árabes y los chinos están conformes en esto. Ocurrió que los árabes, luchando
con los chinos en Corea lograron traspasar la frontera del Celeste Imperio y
consiguieron hacerles muchos prisioneros. Algunos prisioneros de estos tenían
por oficio hacer papel y enseñaron su secreto a los árabes. Estos prisioneros
fueron llevados a Samarkanda donde ejercieron su oficio bajo el reinado del
sultán Harun al-Rachid, el prodigioso personaje que puebla los cuentos de Las
mil y una noches.”
Federico García Lorca
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