la carreta literaria, Cartagena de Indias, Colombia |
“A mi
entender, un hombre que ama los libros no tiene por qué morirse de hambre. Pero
este invierno planeo irme a vivir con mi hermano a Brooklyn y trabajar como una
hormiga en mi libro. ¡Dios, cuántos años llevo cavilando este asunto! Durante
muchas y largas tardes de verano, viajando por caminos polvorientos, rumiándolo
tanto que sentía mi cabeza a punto de estallar. Verá usted, creo que la gente
común y corriente, la del campo, quiero decir, nunca ha tenido la oportunidad
de comprar libros y mucho menos de que alguien les hable de lo que significan. Está
bien que los decanos de las universidades exhiban sus estanterías de dos metros
llenas de la mejor literatura y que los editores publiciten su colección de
«Clásicos del Linóleo», pero lo que la gente necesita es algo bueno, familiar,
honesto. Algo que les llegue a las entrañas, que los haga reír y temblar y
marearse y pensar en la pequeñez de esta bola de palomitas de maíz que gira en
el espacio sin obtener nada a cambio. Algo que los estimule a mantener limpio
el hogar y la leña bien partida para hacer el fuego y los platos bien lavados y
secados y ordenados. Cualquiera que haga leer a la gente del campo cosas que
valgan la pena le estará prestando un gran servicio a la nación. Y eso es lo
que esta caravana de la cultura pretende hacer… ¡Supongo que la estaré hartando
con mi arenga! ¿Y la Saga de Redfield? ¿También se pone a salmodiar así?
Penguin Book Truck and Pushcart, Estados Unidos |
—No conmigo
—dije—. Nos conocemos hace tanto tiempo que él me ve como una especie de
máquina de hacer pan y colar café. Supongo que no valora demasiado mi juicio en
lo que a literatura se refiere. Aunque pone su digestión en mis manos sin
ninguna reserva. La granja Mason queda por aquí. Creo que podríamos venderles algunos libros, ¿no cree? Sólo para empezar.”
La libreria ambulante
Christopher Morley
Periférica, 2012
pág. 45-46
Words on Wheels, Fort Worth Estados Unidos |
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