21 d’oct. 2017

el llibre del mes, 2



“Porque los abogados -y aun el más insignificante puede tener una perspectiva, al menos parcial, de las circunstancias- no tienen ni la más remota intención de introducir reformas en el tribunal. En cambio -y esto es muy significativo- casi todos los acusados, incluso los más lerdos, se ponen a urdir propuestas de mejora en el mismo momento de iniciarse el proceso,  así gastan a menudo un tiempo y unas fuerzas que podrían emplear mucho mejor en otras cosas.  Lo único acertado es adaptarse a las condiciones existentes.  Aunque fuese posible mejorar algún detalle -lo cual es una suposición estúpida-, uno obtendría, en el mejor de los casos, alguna mejora para los procesos futuros, pero se habría perjudicado incalculablemente a sí mismo, puesto que habría atraído la atención del cuerpo de funcionarios, siempre sediento de venganza. ¡Lo importante era no llamar la atención! ¡Obrar con calma, aunque esto fuese contra los propios deseos! Intentar darse cuenta de que aquel inmenso organismo judicial se encuentra, en cierto modo, en una posición eternamente vacilante, y de que,  si uno cambia algo por su cuenta y desde su puesto, la tierra desaparece bajo sus pies y él mismo puede despeñarse, mientras que al gran organismo le resulta fácil encontrar otro lugar en sí mismo -puesto que todo guarda relación- para reparar la pequeña alteración, efectuando las sustituciones necesarias y permaneciendo inalterable, si no resulta que todo se vuelve, cosa aún más probable, mucho más cerrado, más vigilante, más rígido, más maligno.  Así pues, hay que dejar a los abogados que trabajen, en lugar de crearles dificultades. Los reproches no sirven de mucho, especialmente cuando es imposible hacer comprender a alguien toda la importancia de sus motivos, pero sí que era preciso decir hasta qué punto K. había perjudicado su caso con su conducta hacia el director de negociado.  Aquel influyente caballero casi podía ser borrado de la lista de los que podían hacer algo por K.  Pasaba por alto de un modo claramente intencionado cualquier alusión al proceso,  aun la más ocasional.  Evidentemente, los funcionarios se comportan en muchos aspectos como niños.  Las cosas más inofensivas,  y por desgracia no podía considerarse así la conducta de K.,  podían ofenderles de tal modo que incluso dejaban de dirigir la palabra a sus amigos,  cambiaban de dirección al encontrarlos y les hacían todo el daño posible.  Pero luego, por sorpresa y sin ninguna razón especial,  les hacía reír una pequeña broma que uno se atreviese a hacer porque todo parecía perdido, y se producía la reconciliación.  De ahí que resulte a la vez tan fácil y tan difícil tratarlos; apenas si existen normas al respecto. A veces resulta asombroso que una sola vida humana de mediana duración sea bastante para captar la gran cantidad de cosas que cabe hacer en este terreno con alguna perspectiva de éxito. No dejan de presentarse horas sombrías, como las tiene todo el mundo, en las que uno cree no haber obtenido ni lo más mínimo,  donde parece como si únicamente hubieran tenido un buen final los procesos destinados desde el principio a un desenlace favorable, que también se hubiera producido sin ayuda de nadie,  mientras que todos los demás procesos se pierden a pesar de que uno se afane y se mueva constantemente, a pesar de todos los pequeños éxitos aparentes que con tanta satisfacción se acogieron. Entonces uno ya no ve nada seguro y ni siquiera se atrevería a negar, si alguien lo preguntase, que ciertos procesos bien orientados por su naturaleza han ido por mal camino precisamente debido a la intervención de uno. También esto es una especie de presunción, pero es lo único que le queda a uno en tales momentos. “
El proceso
Franz Kafka
Traducció: Feliu Formosa

Alianza Editorial, 2002
pàg: 126-127

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