Kafka. Los primeros años.
Los años de las decisiones.
Los años del conocimiento.
Reiner Stach
Traducción: Carlos Fortea
Acantilado, 2016
2.368 páginas
“En la narración de Franz Kafka titulada
“La preocupación del padre de familia”
se describe un objeto singular, llamado Odradek,
que “se asemeja a un carrete de hilo plano y en forma de estrella… y que parece
que estuviera recubierto de hilo; aunque a decir verdad sólo podría tratarse de
trozos de hilo viejos y rotos… inextricablemente entreverados”. Odradek vive en una casa familiar y se
instala, por turnos, en las diversas estancias del lugar. Pasa casi
desapercibido, e inspira infinitamente más ternura que Gregor Samsa, el bicho
de La transformación. Cuando se le pregunta dónde vive, dice: “Domicilio
indeterminado”. Y se ríe. La narración
termina con estas palabras del padre de familia: “Es evidente que no hace daño
a nadie; pero la idea de que pueda
sobrevivirme me resulta casi dolorosa”.
Más que muchas otras narraciones de Kafka en las que él mismo aparece
alegorizado o transformado en topos y perros, mujeres cantantes, ajusticiados,
artistas del hambre o del trapecio, y
otras cosas, esta narración de Kafka
parece contener el último secreto, el
más lejano sentido de toda la producción literaria del autor de Praga. A los ojos de cualquier lector no
especializado, Kafka, el hombre, es como una materia ligeramente móvil,
inescrutable, de dimensiones siempre ambiguas, sencillo en el fondo, envuelto
por hilos rotos, como hebras de una vida misteriosa.
Por esta razón, los escasos biógrafos que han escrito sobre Franz Kafka —Max Brod, su albacea, Klaus Wagenbach, Hartmut Binder, Ernst Pawel y algunos más, extrañamente pocos— han topado una y otra vez
con una distancia que parece, desde el punto de vista hermenéutico, insalvable:
la que existe entre su obra y el ser que la escribió en una vida de apenas 41
años. Lo más habitual, como acredita la
apabullante bibliografía de Caputo-Mayr, es que sus intérpretes hayan procedido
de acuerdo con algunos datos biográficos, a menudo extraídos de sus diarios y
cartas, o según leyes exegéticas al estilo rabínico, en un intento, siempre
desesperado, de ofrecer luz a una literatura que, en realidad, es cegadora. Se
ha aplicado a su vida y su obra el método psicoanalítico (Deleuze y Guattari, por
ejemplo), el método positivista histórico (Wagenbach,
en especial), o el método estilístico, que defiende como normativo no
aventurarse en las cuestiones de fondo. Elias
Canetti, prudentemente, se limitó a
cotejar el texto de la novela de Kafka, El
proceso, no con la vida del autor, sino
solamente con su relación amorosa —al fin torcida, como tantas cosas en la vida de Franz— con su
dos veces prometida Felice Bauer,
berlinesa.
Ahora, por fin, podemos saludar con
entusiasmo la aparición de la que, posiblemente, deberá ser considerada la
biografía más valiente, escrupulosa, lúcida, minuciosa y completa de Kafka: Reiner Stach, Kafka: Los primeros años. Los
años de decisiones. Los años de conocimiento, traducción de Carlos Fortea.
El propósito de Stach ha sido, para decirlo en sus mismos términos,
articular la dimensión horizontal de una existencia tangible (los avatares de
una vida y los hechos concurrentes de la historia) con la dimensión vertical
—vertical hasta el vértigo— de la intricada literatura de Kafka. Ésta, por sí misma, está hecha de “hilos entreverados”, de distintos color y formato —aforismos,
diarios, cartas, narraciones, novelas—, pero Stach, con mucha razón, ha
considerado que también la historia debe de enredarse con la vida del
praguense, y que era forzoso que esta estuviera de algún modo presente en su
obra: lo está hasta tal punto, que el biógrafo hace remontar una posible
interferencia de los avatares históricos en la vida de Kafka… hasta la batalla
de la Montaña Blanca, en 1620, entre protestantes y católicos. Sólo un
atrevimiento mayor podría haber llevado a Stach a acomodar a Kafka en los
libros de los profetas mayores de la Biblia. A pesar de ser un autor profético sin parangón
en los tiempos de la Modernidad —hemos escrito “profético”, no “utópico”—, el
biógrafo se ha limitado en este sentido, a diferencia de Brod, a tener en cuenta la historia de los judíos
del Este —linaje al que perteneció, no
sin interés y preocupación— y todo lo que se puede saber, tanto de su obra como
de su circunstancia, sobre el reino de
Bohemia y la cultura judía en los años de vida del autor.
Al lector de esta magnífica biografía no deberá resultarle extraño que
Reiner Stach haya recurrido a los métodos de análisis más diversos que quepa
imaginar para desentrañar una vida y una obra a un tiempo: en el estudio de una
obra, más todavía si el propósito es analizar qué tiene de “historiográfico”
cualquier autor, no hay más remedio que convocar, aleatoriamente, métodos de
estudio que pueden resultar, aparentemente,
heterogéneos o inapropiados. En el libro no se desdeña ningún dato, ninguna
referencia, ningún préstamo metodológico mientras sea capaz de armonizar —tarea
en extremo difícil en el caso de Kafka— lo que hemos denominado “horizontalidad
de la historia y de la vida” con la infinita verticalidad de una obra que a
veces hunde sus raíces en las simas más profundas, otras se eleva hasta las
dimensiones lejanas y etéreas de lo sobrenatural. (Y, sin embargo, toda la obra
de Kafka acaba siendo tan diáfana como el realismo de sus queridos Dickens o Flaubert.)
El mérito de Stach consiste, pues, en haber construido su libro, en palabras suyas, como un panal de múltiples casillas: “La
imagen de la vida vivida se descompone primero en cierto número de segmentos
temáticos relativamente independientes unos de otros y que, en la mayoría de
los casos, han de ser investigados también de forma independiente: origen,
formación, influencias, logros, relaciones sociales, religión, trasfondo político y cultural. Aunque
finalmente tantas interdependencias emborronen la imagen, si el biógrafo no quiere entregar a sus
lectores un magma caótico, no le queda más remedio que mantener la ficción de
una tópica claridad y sintetizar sucesivamente los distintos temas: es decir,
`cerrar las celdillas´. Sólo entonces, en un segundo paso, intentará pegarlas
entre sí, de tal modo que queden minimizados los espacios vacíos: una síntesis
de síntesis”.
A primera vista todo parece muy sencillo en la vida de Kafka: apenas se movió más allá de los límites del
Imperio —aunque visitó París—; cursó
estudios de química y de germanística, luego Derecho, en la universidad
carolina de Praga; fue abogado, con rango de funcionario imperial, en una compañía de seguros para accidentes de
trabajo; le gustaba nadar y remar en el
Moldava; se le diagnosticó una
tuberculosis en 1917, lo que precipitó
su jubilación; tuvo por lo menos seis
amantes y se prometió con dos de ellas —Felice Bauer y Julie Wohryzek—; tuvo una relación sensata con su primera
traductora al checo, la casada Julie
Woryzek; vivió sólo unos meses en compañía de su última amante, Dora Diamant, en el Berlín azotado por la gran inflación de
1923-1924: no publicó en vida, en forma de libro, más que siete pequeñas
antologías de relatos; amó a su hermana Ottla posiblemente más que a nadie; visitó raramente la sinagoga de Praga; intentó varias veces independizarse, sin conseguirlo nunca; fue conocido por pocos, pero grandes lectores, como Robert
Musil; una lectura pública de un
relato suyo en Alemania ocasionó que varias damas se desmayaran; nunca se sintió querido por su padre —dueño de
una tienda de complementos de moda en Praga, que se abastecía de abanicos españoles en la
calle del Carmen, en Barcelona—; le gustaban los perros; admiró el teatro
yiddish; frecuentó diversos cenáculos
intelectuales, judíos o no, anarquistas algunos; pasó largas temporadas en clínicas y
sanatorios; admiraba a un tío por parte
de madre que vivía en Madrid, y a otro, médico rural; masticaba la comida setenta veces antes de
tragársela, según confesión propia en los diarios; y acabó muriendo propiamente
de hambre, a causa de la afectación de la laringe de la tuberculosis pulmonar.
Y algo más, claro está.
Observados esos discretos aspectos de la vida del genio Kafka, Reiner Stach
no quedó con desánimo, ni deslumbrado, ni perplejo. Ha tomado la historia del Imperio de los Habsburgo,
el judaísmo, las costumbres sociales de la época, el estado de la burguesía en la Praga de sus
años y anteriores, ha recordado la Gran
Guerra, no ha olvidado las lecturas del
escritor (la Biblia entre ellas), ni su
estilo translúcido y quebradizo como el cristal, ni el menor avatar de la existencia de su
biografiado. Todo ello, engarzado con una capacidad analítica y
hermenéutica sorprendente, convierte su libro en la más grande aportación a la
vida y la obra de ese misterio tan difícil de sondear llamado Franz Kafka.”
Jordi Llovet
editor de las Obras Completas de Kafka publicadas por Galaxia
Gutenberg-Círculo de Lectores.
Babelia, El País, 08/11/2016
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada