Cuentos
completos.
E.L.
Doctorow.
Traducción:
Carlos Milla, Isabel Ferrer, Jesús Pardo y Gabriela Bustelo.
Malpaso,
2015.
504 págs.
“E. L.
Doctorow pertenece a una generación que se expande en los años sesenta y
setenta, de carácter renovador e incluso experimental, que va a provocar una
verdadera revolución dentro de la narrativa norteamericana (Hawkes, Berger, Kosinski, Coover, Pynchon, Gass, Barth, Brautigan,
Barthelme, Gaddis…), autores afectados en una u otra medida por la
contracultura, la guerra de Vietnam y la protesta política, que trajeron una
extraordinaria variedad de temas y estilos. Era el “posmodernismo”.
E. L. Doctorow se distingue de todos ellos en un
doble aspecto; si nos atenemos a sus comienzos, se le podría considerar
renovador desde que recibe la influencia de John Dos Passos (que a su vez fue
un innovador bien arriesgado), pero no
es oscuro ni árido o dificultoso como muchos posmodernos de fuste. Si seguimos
su evolución, su trabajo sobre la estructura narrativa y sobre el lenguaje,
convendremos en que nos ofrece uno de los más sólidos y singulares esfuerzos de
estimulación de la novela americana. Y su mayor sentido del riesgo lo aplica,
precisamente, a los cuentos, donde la
distancia corta le permite efectuar innovaciones de escritura verdaderamente
notables.
Lo que también y principalmente le distingue de
sus coetáneos es la temática de su obra. Doctorow no se atiene —como suelen
hacer la mayoría de escritores— a un territorio acotado, más o menos amplio,
pero acotado. El territorio de Doctorow es la sociedad americana a través de su
Historia, nada menos. La suya es una
obra que atraviesa Sociedad e Historia de modo transversal: la Nueva York del
XIX en una historia detectivesca, la
guerra de Secesión, los años veinte, el
apogeo del gangsterismo, la guerra fría y la ejecución de los Rosenberg, la Gran Depresión, la Nueva York de los años
treinta, el síndrome de Diógenes en una Nueva York decadente en los cuarenta…
¿Demasiado abarcar? No, en su caso, no con su talento.
Como dije, en los cuentos es donde prueba a hacer
trabajar una escritura más audaz. Hay un bloque maravilloso formado por ‘Jolene: una vida’, verdadera historia
americana, la de una superviviente natural nacida de la nada, contada con una eficiencia despiadada para
dejar su sentido de la vida en manos del lector. ‘Bebé Wilson’ es una historia de amor que parte de un acto de
locura, de la aceptación pasiva de esa
locura y de un deambular por el país en una especie de huida natural con final
feliz. ‘Una casa en la llanura’ cuenta
la maldad de una madre increíblemente bien organizada y sin sombra de moral. ‘Walter John Harmon’, un relato
corrosivo sobre el mundo de las sectas contado, desde su ingenua necesidad, por
un adepto convencido: una voz narrativa que exige un pulso increíble.
No son los únicos. Doctorow tiene una habilidad
maestra para contar el lado insólito de una historia, la cara oculta de la luna. Así sucede con ‘Niño, muerto, en la rosaleda’, un
aparente caso criminal y detectivesco que encubre una historia de redención
inesperada. En otros casos toma historias oídas o prestadas, como es el caso de
‘Wakefield’, fascinante puesta al
día del relato del mismo título de Hawthorne.
Doctorow siempre habla de la sociedad americana y siempre ofrece un punto de
vista singular, distinto, en el que confluyen su mirada mental y su
mirada literaria, y que resuelve con su estilo inconfundible. Introduce lo
extraño, lo desconcertante, como cotidianeidad, y con ello levanta capas de
conocimiento del alma humana. Es como si
al hablar de la realidad lo hiciera mostrando una tercera dimensión.
‘Vidas
de los poetas’ —que se inspira en
las ‘Vidas de los poetas’ de Samuel Johnson— es el relato más largo:
un paseo transversal de un escritor por el mundillo que componen sus conocidos
—poetas, pintores, escritores—, con los que se compara y de los que se
compadece. Un cincuentón, solo, separado, en su apartamento, temeroso de la
muerte, de la enfermedad, de su incomprensión del mundo, que percibe la
realidad como una oscura amenaza, retrato implacable de la inseguridad que
proporciona la decadencia.
En la mayoría de los relatos encontraremos
personajes con un punto de locura muy atractivo. Como es su costumbre, desfilan
por sus textos una gran variedad de gentes y escenarios. Doctorow confía en la
inteligencia y sensibilidad de sus lectores, pero nunca los desconcierta; sólo
los estimula y los deja respirar. Es su admirable condición de escritor.”
José María Guelbenzu
El País
28/09/2015
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