“Per
fi, Emma Goldman es va posar dreta per parlar. De tots els oradors, era la millor. Tota la
sala es va quedar en silenci mentre ella explicava la complicitat dels rics
terratinents amb el menyspreable tirà Díaz, la subjugació dels peons, la pobresa,
la fam i, el mes vergonyós de tot, la presencia dels representants d'empreses comercials
americanes als consells nacionals del Govern mexicà. Tenia una veu forta. Quan movia
el cap i gesticulava, les seves ulleres llampegaven. El Germà Petit es va obrir
pas per ser mes a prop seu. Goldman va
descriure un tal Emiliano Zapata, un
simple pagès del districte de Morelos, que
s'havia tornat revolucionari perquè no tenia cap oportunitat. Aquell home portava la indumentària
descolorida típica dels pagesos, creuada de bandoleres damunt del pit i enfaixada
amb un cinturó de cartutxos. Camarades, va cridar Goldman, aquesta no es una roba estrangera. Aquí no hi
ha terres estrangeres. No hi ha un pagès
mexicà, ni un sol dictador Díaz: a tot arreu del món només hi ha la lluita, només hi ha la flama de la llibertat que
intenta il·luminar els racons mes foscos de la vida a la terra! L'aplaudiment fou eixordador. El Germà Petit
no portava diners; va girar-se les butxaques del revés, avergonyit de veure que, tot al seu voltant, aquella gent que pudia de tanta pobresa
s'acostava amb les mans plenes de monedes. Ara era a prop de la plataforma on
pujaven els oradors. Els discursos s'havien acabat i Goldman eslava envoltada
de companys i admiradors. Va veure que abraçava un home morè que portava un
vestit fosc i corbata, però també un sombrero
enorme. Goldman es va girar i la seva
mirada es va aturar en el jove, el cap
rossenc i amb entrades del qual sobresortia just per damunt la plataforma, com si els republicans francesos l’haguessin
guillotinat, amb els ulls mirant enlaire com en una mena d’èxtasi. Emma va riure.
El
jove va pensar que al final de la reunió Goldman aniria a parlar amb ell, però llavors hi havia preparada una recepció
per al mexicà a les oficines de Mother
Earth. Era un representant zapatista. Sota els pantalons sense vora, portava botes. No somreia, però va beure te i després es va eixugar els
llargs bigotis amb el dors de la mà. Les
habitacions eren plenes de periodistes, bohemis, artistes, poetes i dones
conegudes entre l’alta societat.”
Ragtime
E.L. Doctorow
Traducció de Maria
Iniesta i Agulló
Edicions de 1984
Pàg. 144-145
Miembro de una humilde familia
campesina, Emiliano Zapata era el
noveno de los diez hijos que tuvieron Gabriel
Zapata y Cleofás Salazar, de los
que sólo sobrevivieron cuatro. En cuanto
a la fecha de su nacimiento no existe un
acuerdo total; la más aceptada es la del 8 de agosto de 1879, pero sus biógrafos señalan otras varias:
alrededor de 1877, 1873, alrededor de 1879 y 1883. Emiliano Zapata
trabajó desde niño como peón y aparcero y recibió una pobre instrucción
escolar. Huérfano hacia los trece años, tanto él como su hermano mayor Eufemio heredaron un poco de tierra y
unas cuantas cabezas de ganado, legado con el que debían mantenerse y mantener
a sus dos hermanas, María de Jesús y
María de la Luz.
Su hermano Eufemio vendió su
parte de la herencia y fue revendedor, buhonero, comerciante y varias cosas
más. En cambio, Emiliano permaneció en su localidad natal, Anenecuilco, donde, además de trabajar sus tierras, era aparcero de
una pequeña parte del terreno de una hacienda vecina. En las épocas en que el
trabajo en el campo disminuía, se dedicaba a conducir recuas de mulas y
comerciaba con los animales que eran su gran pasión: los caballos. Cuando tenía
alrededor de diecisiete años tuvo su primer enfrentamiento con las autoridades,
lo que le obligó a abandonar el estado de Morelos y a vivir durante algunos
meses escondido en el rancho de unos amigos de su familia.
Una de las causas de Revolución mexicana fue la nefasta
política agraria desarrollada por el régimen de Pofirio Díaz, cuya dilatada dictadura da nombre a todo un periodo
de la historia contemporánea de México: el Porfiriato (1876-1911). Al amparo de
las inicuas leyes promulgadas por el dictador, terratenientes y grandes
compañías se hicieron con las tierras comunales y las pequeñas propiedades,
dejando a los campesinos humildes desposeídos o desplazados a áreas casi
estériles. Se estima que en 1910, año del estallido la Revolución, más del
noventa por ciento de los campesinos carecían de tierras, y que alrededor de un
millar de latifundistas daba empleo a tres millones de braceros.
Tal política condenaba a la
miseria a la población rural y, aunque era un mal endémico en todo el país,
revistió particular gravedad en zonas como el estado de Morelos, donde los
grandes propietarios extendían sus plantaciones de caña de azúcar a costa de
los indígenas y los campesinos pobres. En 1909, una nueva ley de bienes raíces
amenazaba con empeorar la situación. En septiembre del mismo año, los alrededor
de cuatrocientos habitantes de la aldea de Zapata, Anenecuilco, fueron
convocados a una reunión clandestina para hacer frente al problema; se decidió
renovar el concejo municipal, y se eligió como presidente del nuevo concejo a
Emiliano Zapata.
Tenía entonces treinta años y un
considerable carisma entre sus vecinos por su moderación y confianza en sí
mismo; pasaba por ser el mejor domador de caballos de la comarca, y muchas
haciendas se lo disputaban. Como presidente del concejo, Zapata empezó a tratar
con letrados capitalinos para hacer valer los derechos de propiedad de sus
paisanos; tal actividad no pasó desapercibida, y posiblemente a causa de ello
el ejército lo llamó a filas. Tras un mes y medio en Cuernavaca, obtuvo una
licencia para trabajar como caballerizo en Ciudad de México, empleo en el que
permaneció poco tiempo.
Al volver a Morelos, Emiliano
Zapata retomó la defensa de las tierras comunales. En Anenecuilco se había
iniciado un litigio con la hacienda del Hospital, y los campesinos no podían
sembrar en las tierras disputadas hasta que los tribunales resolvieran.
Emiliano Zapata tomó su primera decisión drástica: al frente de un pequeño
grupo armado, ocupó las tierras del Hospital y las distribuyó entre los
campesinos. La atrevida acción tuvo resonancia en los pueblos cercanos, pues en
todas partes se daban situaciones similares; Zapata fue designado jefe de la
Junta de Villa de Ayala, localidad que era la cabeza del distrito al que
pertenecía su pueblo natal.
La política agraria y las abismales desigualdades
sociales que trajo consigo el Porfiriato figuran entre las causas profundas de
la Revolución mexicana, pero su
detonante inmediato fue la decisión de Porfirio Díaz de presentarse a las
elecciones de 1910. Tales
"elecciones" eran en realidad una farsa pseudodemocrática para
prolongar otros seis años su mandato; el viejo dictador, tras reprimir y
eliminar la libertad de prensa y cualquier atisbo de disidencia política,
mantenía el formalismo de hacerse reelegir periódicamente.
Francisco
I. Madero, fundador del Partido
Antirreeleccionista (formación política que aspiraba precisamente a interrumpir
esa perpetuación), había presentado su candidatura a la elecciones de 1910, pero fue perseguido y obligado a exiliarse.
Comprendiendo la inutilidad de la vía democrática, Francisco Madero lanzó desde el exilio el Plan de San Luis, proclama política en la que llamaba al pueblo
mexicano a alzarse en armas contra el dictador el 20 de noviembre de 1910, fecha de inicio de la Revolución mexicana. La clave del éxito de su llamamiento en las
zonas rurales radicaba en el punto tercero del Plan, que contemplaba la
restitución a los campesinos de las tierras de que habían sido despojados
durante el Porfiriato.
En Morelos, muchos se sumaron de inmediato a la
insurrección; no fue el caso, sin embargo, de Zapata. No confiaba plenamente en
las promesas del Plan de San Luis, y quería previamente ver reconocidos y
legitimados con nombramientos los repartos de tierras que había efectuado al
frente de la Junta de Villa de Ayala. Para la dirección del levantamiento en
Morelos, Francisco Madero escogió a Pablo Torres Burgos; tras ser nombrado
coronel por Pablo Torres, Zapata se adhirió al Plan de San Luis y en marzo de
1911, a la muerte de Torres, fue designado «jefe supremo del movimiento
revolucionario del Sur».
Con ese rango tomó en mayo la ciudad de Cuautla,
punto de partida para extender su poder sobre el estado, y procedió a
distribuir las tierras en la zona que controlaba. En el resto del país,
mientras tanto, se extendía y triunfaba rápidamente la Revolución: el ejército
del dictador fue derrotado en apenas seis meses. En mayo de 1911, Porfirio Díaz
partió al exilio después de traspasar el poder a Francisco León de la Barra, que asumió interinamente la presidencia
(mayo-noviembre de 1911) hasta la celebración de las elecciones.
Tras la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, y
ya durante la presidencia interina de León de la Barra, surgieron prontamente
las discrepancias entre Zapata, quien reclamaba el inmediato reparto de las
tierras de las haciendas entre los campesinos, y Francisco Madero, que por su
parte exigía el desarme de las guerrillas. Finalmente, Zapata aceptó el
licenciamiento y desarme de sus tropas, con la esperanza de que la elección de
Madero como presidente abriera las puertas a la reforma.
Pero, pese al triunfo revolucionario, buena parte
de la maquinaria del régimen seguía en manos de antiguos porfiristas
(comenzando por León de la Barra), que ocupaban altos cargos en la
administración y en el teóricamente vencido ejército. Cuando, en julio de 1911,
gran parte de los zapatistas habían entregado las armas, empezó el acoso del
ejército sobre los campesinos y luego sobre el propio Zapata, que escapó por
poco a su detención; a lo largo de aquel verano, las tropas gubernamentales
echaron por tierra la obra de Zapata, pero su acción unió en su contra a los
campesinos que, tomando de nuevo las armas, recuperaron posiciones y resultaron
a la postre fortalecidos.
En noviembre de 1911, Francisco I. Madero resultó
elegido y accedió a la presidencia (1911-1913). Zapata esperaba que el nuevo
gobierno asumiría sus compromisos en materia agraria; pero Madero, sometido a
la presión del ejército y de los sectores reaccionarios, hubo de exigir de
nuevo la entrega de las armas. Ante el fracaso de nuevas conversaciones, Zapata
elaboró en noviembre del mismo año el Plan
de Ayala, en el que declaraba a
Madero incapaz de cumplir los objetivos de la revolución (particularmente, la
reforma agraria) y anunciaba la expropiación de un tercio de las tierras de los
terratenientes a cambio de una compensación, si se aceptaba, y por la fuerza en
caso contrario. Los que se adhirieron al plan, que eligieron como jefe de la
revolución a Pascual Orozco,
enarbolaron la bandera de la reforma agraria como prioridad y solicitaron la
renuncia del presidente.
El resultado de ello fueron nuevos y continuos
enfrentamientos armados; las fuerzas gubernamentales obligaron a Zapata a
retirarse a Guerrero; el gobierno
controlaba las ciudades, y la guerrilla se fortalecía en las áreas rurales. Pero ni la brutalidad inicial ni los gestos
reformistas encaminados a restarle apoyo lograrían debilitar el movimiento
zapatista.
Atrapado entre los revolucionarios agraristas y
los porfiristas reaccionarios, e incapaz
de satisfacer a nadie, el presidente legítimo difícilmente podía sostenerse
durante mucho tiempo. Madero cayó
víctima de la traición de un antiguo militar porfirista, Victoriano Huerta, general de su confianza. En febrero de 1913, con
el apoyo de Estados Unidos, Huerta derrocó a Madero (al que mandó ejecutar) e
instauró una férrea dictadura contrarrevolucionaria (1913-1914). Con Huerta en
el poder, los ataques del ejército gubernamental sobre los zapatistas se
recrudecieron, pero sin éxito. Nombrado jefe de la revolución en detrimento de
Orozco, que había sido declarado traidor, Emiliano Zapata frenó la ofensiva huertista y
fortaleció su posición en el estado de Morelos.
Mientras tanto, en el resto del país, la traición
del usurpador Huerta suscitó el unánime rechazo de los revolucionarios. El
gobernador de Coahuila, Venustiano
Carranza, se erigió en el líder de los constitucionalistas, cuyo primer
objetivo era expulsar a Huerta y restablecer la legalidad constitucional;
Carranza obtuvo el apoyo de Pancho Villa,
que lideraba a los revolucionarios agraristas del norte. Entre ambos lograron
derrotar a Victoriano Huerta en julio de 1914.
El apoyo de Zapata había sido más tácito que
efectivo, pues exigía a Carranza la aceptación del Plan de Ayala, que no llegó
a producirse. Por otra parte, las campañas contra Huerta habían provocado
numerosas fricciones entre figuras de tan distinto ideario y condición como
Venustiano Carranza, un político procedente de la abogacía, y Pancho Villa, un
popular bandolero convertido en revolucionario. Vencido Huerta, el país quedaba
en manos de tres dirigentes escasamente afines.
Venustiano Carranza aspiraba a asumir la
presidencia y continuar la labor reformista de Madero. Consciente de las
dificultades, convocó una convención en busca de acuerdos, pero sólo logró
unir, momentáneamente, a los agraristas: en la Convención de Aguascalientes
(octubre de 1914) se concretó la alianza de Zapata y Pancho Villa,
representantes del revolucionarismo agrario, contra Carranza, de tendencia
moderada. Carranza no tuvo más remedio que abandonar la recientemente ocupada
Ciudad de México y retirarse a Veracruz, donde estableció su propio gobierno.
Poco después, en noviembre de 1914, Zapata y Villa
entraron en la capital, pero su incapacidad política para dominar el aparato
del Estado y las diferencias que surgieron entre los dos caudillos, a pesar de
que Villa había aceptado el plan de Ayala, alentaron la reacción de Carranza.
La ambición de Villa produjo la ruptura casi inmediata de su coalición con
Zapata, el cual se retiró a Morelos y concentró su acción en la reconstrucción
de su estado, que vivió dieciocho meses de auténtica paz y revolución agraria
mientras luchaban villistas y carrancistas.
El gobierno de Zapata creó comisiones agrarias,
estableció la primera entidad de crédito agrario en México e intentó convertir
la industria del azúcar de Morelos en una cooperativa. William Gates, enviado de Estados Unidos, destacó el orden de la
zona controlada por Zapata frente al caos de la zona ocupada por los
carrancistas.
Sin embargo, la guerra proseguía; en 1915, la
derrota de Villa permitió que Carranza centrara sus ataques contra Zapata, que
por su dedicación exclusiva a Morelos carecía de proyección nacional. En
febrero de 1916, Zapata autorizó conversaciones entre representantes suyos y el
general Pablo González, a quien Carranza había encomendado la recuperación de
Morelos. Estas conversaciones terminaron en fracaso y, al frente de sus tropas,
González se adentró en Morelos. En junio de 1916 tomó el cuartel general de
Zapata, el cual reanudó la guerra de guerrillas y logró recuperar el control de
su estado en enero de 1917.
Tras esta nueva victoria, Zapata, que preveía
erróneamente la inmediata caída de Carranza, llevó a la práctica un conjunto de
avanzadas medidas políticas, agrarias y sociales, tanto para incrementar su base
en Morelos como para buscar apoyos en el resto de México. En diciembre de 1917,
Carranza ordenó a Pablo González una
nueva ofensiva, que tomó ahora otro
talante, buscando la negociación y la
aceptación de las nuevas leyes del gobierno, pero los avances fueron exiguos.
Ante la imposibilidad de acabar con el movimiento
y la amenaza que Zapata suponía para el gobierno federal (en la medida en que
radicales de otros estados podían seguir su ejemplo), Carranza y González urdieron un plan para
asesinar a Zapata. Haciéndole creer que
iba a pasarse a su bando y que les entregaría municiones y suministros, el
coronel Jesús Guajardo, que dirigía las operaciones gubernamentales contra él,
logró atraer a Zapata a un encuentro secreto en la hacienda de Chinameca, en Morelos.
Cuando Zapata, acompañado de diez hombres, entró en la hacienda, los soldados
que fingían presentarles armas lo acribillaron a quemarropa.
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