“En Agosto de
1944 la histórica ciudad amurallada de Saint Malo, la joya más brillante de la
Costa Esmeralda, en la Bretaña francesa,
fue casi totalmente destruida por el
fuego. Esto no debía haber sucedido.
Si las fuerzas
de los Estados Unidos no se hubieran creído un informe falso sobre la presencia
de miles de alemanes en el interior de la ciudad, esta podía haberse salvado. Ignoraron el aviso
de dos habitantes de la ciudad que se acercaron hasta las líneas americanas e
insistieron en que en la ciudad había menos de cien alemanes, los miembros de dos unidades antiaéreas, junto con cientos de civiles que no podían
salir, ya que las puertas de la ciudad habían
sido cerradas por los alemanes.
os morteros
americanos sembraron de proyectiles incendiarios las magníficas casas de
granito, cuyos interiores estaban
recubiertos de madera, contaban con
grandes escaleras de roble y guardaban muebles y porcelanas antiguas, guardadas desde hacía generaciones. Treinta mil libros y manuscritos de gran valor
se quemaron al arder las bibliotecas de la ciudad, las cenizas llegaron a verse varios kilómetros
mar adentro. De los 865 edificios con
los que contaba la ciudad dentro de sus murallas, solo 182 se mantuvieron en pie y todos ellos más
o menos dañados.
(…)
La defensa
principal de la ciudad estaba concentrada en cinco puntos que habían sido
construidos por la Organización Todt: al Oeste de la ciudad, La Cite, un vasto complejo subterráneo excavado en la península
entre el estuario del Rance y la bahía de Saint Servan; en la bahía de Saint Malo, dos islas fortificadas, Cezembre y Le Grand Bey, y al Este, la Montaigne Saint Joseph y La Varde, accidentes naturales fortificados con hormigón
y que fueron los primero focos de resistencia importantes que encontraron los
americanos que avanzaban en su dirección.
El comandante
de la guarnición, el coronel Andreas von Aulock, representante de General
Motors para Europa antes de la guerra, dirigía las operaciones desde el
complejo subterráneo. Las dos baterías antiaéreas
que se encontraban en el interior de la ciudad estaban a cargo de la Luftwaffe.
Una, en las murallas del castillo, al mando del teniente Franz Kuster, abogado
antes de la guerra y que llegaría a ser juez en la Alemania Occidental, la otra, estaba en un pequeño parque público que daba
al mar y estaba al mando de un sargento austriaco.
Hasta el día
de hoy, una gran proporción de franceses aún cree que los alemanes quemaron la
ciudad de forma deliberada como un acto de venganza al verse derrotados. Pero
no fue así como sucedió.
Hubo muchos
testigos oculares del lanzamiento de proyectiles incendiarios por parte de los
americanos desde el Este, el Sur y el
Oeste de la ciudad, y los restos de los proyectiles se encontraron por toda la
ciudad y fueron identificados por expertos. No se encontró ninguna prueba del
uso por parte de los alemanes de ninguna clase de artefacto incendiario. En cualquier caso, hubiera sido ilógico que von Aulock, que no era ningún fanático, intentara quemar la ciudad sabiendo que las
dotaciones antiaéreas todavía estaban en sus puestos. Además, en general siempre se había preocupado
por la seguridad de la población. En
varias ocasiones había urgido a la población a abandonar la ciudad y les advirtió
sobre el horror de la lucha callejera, de la que el mismo había sido testigo en
Stalingrado. Pero la mayoría decidió quedarse, ya que se sentían más seguros en sus grandes y
profundas bodegas, construidas por los
afamados corsarios de la ciudad para almacenar sus botines, que a campo abierto, donde la guerra podía aparecer en cualquier
momento y en cualquier dirección. También
tenían miedo de que sus casas fueran saqueadas y perder sus posesiones de
valor. Von Aulock decreto que si alguno de sus hombres era encontrado
saqueando, seria fusilado, al igual que
se haría con cualquier oficial o suboficial que fuera negligente al respecto.
Hubo algunos saqueos, pero los saqueadores fueron civiles.
(…)
La creencia de
los americanos en la presencia de una gran cantidad de tropas alemanas en la
ciudad se vio fortalecida por dos incidentes. El 10 de Agosto, dos
"Jeeps" en los que viajaban cuatro americanos y cinco franceses
intentaron entrar en la ciudad por su entrada principal. Pronto se encontraron bajo una lluvia de balas
de ametralladora. Un oficial americano y
dos de los franceses murieron y los otros fueron hechos prisioneros. Al día siguiente un camión que transportaba suministros
y municiones para la "Resistance"
también intento entrar. Los dos
ocupantes fueron capturados y el camión quemado.
Estos ataques
fueron realizados por los hombres de la Luftwaffe que se encontraban en las posiciones
antiaéreas, pero los americanos, situados a unos 500, creyeron, a causa de la confusión del combate, que el número de las fuerzas enemigas era
mucho mayor de lo que realmente era. Por
otro lado, no deja de ser difícil de entender la desdeñosa manera en la que
recibieron la información proporcionada por dos emisarios franceses procedentes
de la ciudad. Yves Burgot y Jean Vergniaud fueron enviados desde el castillo, donde estaban refugiados, a pedir morfina para
los heridos, tanto americanos como alemanes.
Fueron recibidos con frialdad por un
oficial que les pregunto cuántos alemanes había en la ciudad. Le dijeron que había menos de cien alemanes, pero el oficial no acepto aquello y el
bombardeo e incendio de la ciudad continuo.
Se acordó una
tregua para el 13 de Agosto, para permitir a la población civil abandonar la
ciudad. En ese momento la parte de la ciudad que no había sido destruida, aun ardía.
Los bomberos nada pudieron hacer para
evitar la propagación de los fuegos ya que los americanos habían cortado el
abastecimiento de agua.
Los americanos
atacaron con tanques el 14 de Agosto y, para
su indudable sorpresa, la humeante
ciudad estaba casi vacía. La lucha en el
complejo subterráneo continuo hasta el 17 de Agosto, fecha en la que el coronel von Aulock se rindió.
Fue acusado de "el bárbaro incendio
de la ciudad de los corsarios", pero
después del examen de las ruinas, incluidos
los restos de los proyectiles incendiarios, y las declaraciones de los
testigos, fue absuelto.”
Artículo
completo en el blog: “la historia no es blanca o negra”
estado en el que quedo una cúpula de ametradalloras de acero del fuerte |
-¿Y ahora qué?
– pregunta Etienne-. ¿Quieres comer?
- La escuela –contesta
-, quiero ir a la escuela.
La
luz que no puedes ver
Anthony
Doerr
traducción Carmen Cáceres y Andrés
Barba
Penguin Random House, 2016 14
Págs.: 611
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