“Durante cinco
días no logra oír otra cosa en el transceptor que no sean himnos, propaganda y
atormentadas transmisiones de coroneles pidiendo suministros, gasolina,
hombres. Todo se está desmoronando, Werner lo nota: el tejido de la guerra se
cae a pedazos.
—Ese es el
Staatsoper —dice Neumann Dos una noche. Se
trata de la fachada de un enorme y elegante edificio con almenas y columnas. Tiene majestuosas alas a ambos lados, de alguna manera leves y pesadas a la vez. A Werner le sorprende la gran futilidad de
construir espléndidos edificios, hacer música, cantar canciones o imprimir
enormes libros con ilustraciones de pájaros en medio de la sísmica, devoradora
indiferencia del mundo... ¡Qué pretenciosos son los humanos! ¿Qué sentido tiene
preocuparse por hacer música cuando el silencio y el viento son tanto más
grandes? ¿Qué sentido tiene encender lámparas cuando la oscuridad las apagará
inevitablemente? ¿Cuándo los prisioneros rusos son encadenados en grupos de
tres o cuatro a las verjas mientras los soldados alemanes les ponen granadas en
los bolsillos y saIen corriendo?
¡Palacios de
ópera! ¡Ciudades en la luna! Ridículo. Casi sería mejor para la gente apoyar
las caras sobre los bordillos de las calles y esperar a los chicos que pasan
por la ciudad arrastrando trineos cargados de cadáveres.”
La luz que no puedes
ver
Anthony Doerr
traducción Carmen
Cáceres y Andrés Barba
Penguin Random House,
2016 14
Págs.: 457
“Liudmila
Nikoláyevna se acercó al pequeño túmulo y leyó en la tablilla de madera
contrachapada el nombre de su hijo y su rango militar.
Sintió con
claridad que los cabellos se le movían bajo el pañuelo, como si una mano fría
jugara con ellos.
Cerca, a derecha
e izquierda, hasta la verja, por todo el espacio se diseminaban túmulos
idénticos, grises, sin hierba, sin
flores, con una única ramita de madera
que brotaba de la tierra sepulcral. En el extremo de esta ramita había una
tablilla con el nombre de la persona sepultada. Las tablillas abundaban y su
densa uniformidad recordaba una hilera de espigas de grano germinadas en un
campo.
Por fin había
encontrado a Tolia. Muchas veces había intentado imaginar dónde estaba, qué
hacía, en qué pensaba, si su pequeño
dormía apoyado contra la pared de la trinchera, o estaba en marcha, o tomaba té, sosteniendo en una mano la taza y en la otra
un terrón de azúcar, si estaba corriendo
campo a través bajo el fuego enemigo... Deseaba
estar a su lado, sabía que la necesitaba: le habría servido té en la taza, le habría dicho «come un poco más de pan», le habría quitado el calzado y lavado los pies
desollados, envuelto una bufanda
alrededor del cuello... Pero siempre desaparecía, no conseguía encontrarlo. Y ahora que había encontrado a Tolia, ya no la necesitaba.”
Vasili Grossman
Vida y destino
traducción de Marta
Rebón
Galaxía Gutenberg, Círculo
de lectores, 2007
Págs.: 182-183
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada