19 de maig 2018

lectura del mes, intertextualidad, 2




“Durante cinco días no logra oír otra cosa en el transceptor que no sean himnos, propaganda y atormentadas transmisiones de coroneles pidiendo suministros, gasolina, hombres. Todo se está desmoronando, Werner lo nota: el tejido de la guerra se cae a pedazos.

—Ese es el Staatsoper —dice Neumann Dos una noche.  Se trata de la fachada de un enorme y elegante edificio con almenas y columnas.  Tiene majestuosas alas a ambos lados,  de alguna manera leves y pesadas a la vez.  A Werner le sorprende la gran futilidad de construir espléndidos edificios, hacer música, cantar canciones o imprimir enormes libros con ilustraciones de pájaros en medio de la sísmica, devoradora indiferencia del mundo... ¡Qué pretenciosos son los humanos! ¿Qué sentido tiene preocuparse por hacer música cuando el silencio y el viento son tanto más grandes? ¿Qué sentido tiene encender lámparas cuando la oscuridad las apagará inevitablemente? ¿Cuándo los prisioneros rusos son encadenados en grupos de tres o cuatro a las verjas mientras los soldados alemanes les ponen granadas en los bolsillos y saIen corriendo?

¡Palacios de ópera! ¡Ciudades en la luna! Ridículo. Casi sería mejor para la gente apoyar las caras sobre los bordillos de las calles y esperar a los chicos que pasan por la ciudad arrastrando trineos cargados de cadáveres.”
La luz que no puedes ver
Anthony Doerr
traducción Carmen Cáceres y Andrés Barba
Penguin Random House, 2016 14
Págs.: 457


“Liudmila Nikoláyevna se acercó al pequeño túmulo y leyó en la tablilla de madera contrachapada el nombre de su hijo y su rango militar.

Sintió con claridad que los cabellos se le movían bajo el pañuelo, como si una mano fría jugara con ellos.

Cerca, a derecha e izquierda,  hasta la verja,  por todo el espacio se diseminaban túmulos idénticos, grises, sin hierba,  sin flores,  con una única ramita de madera que brotaba de la tierra sepulcral. En el extremo de esta ramita había una tablilla con el nombre de la persona sepultada. Las tablillas abundaban y su densa uniformidad recordaba una hilera de espigas de grano germinadas en un campo.

Por fin había encontrado a Tolia. Muchas veces había intentado imaginar dónde estaba, qué hacía, en qué pensaba,  si su pequeño dormía apoyado contra la pared de la trinchera,  o estaba en marcha,  o tomaba té,  sosteniendo en una mano la taza y en la otra un terrón de azúcar,  si estaba corriendo campo a través bajo el fuego enemigo...  Deseaba estar a su lado, sabía que la necesitaba: le habría servido té en la taza,  le habría dicho «come un poco más de pan»,  le habría quitado el calzado y lavado los pies desollados,  envuelto una bufanda alrededor del cuello... Pero siempre desaparecía,  no conseguía encontrarlo.  Y ahora que había encontrado a Tolia,  ya no la necesitaba.”

Vasili Grossman
Vida y destino
traducción de Marta Rebón
Galaxía Gutenberg, Círculo de lectores, 2007
Págs.: 182-183

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