Trabajador
siciliano
Guttuso
Renato (Bagheria,
1912 - Roma, 1987)
òleo
sobre lienzo
|
“(…)
—El otro día conocí a uno de Montalmo... —interrumpió
Laurana—. No recuerdo cómo se llamaba; alto,
de cara ancha, morena, con gafas tipo americano, una especie
de agente electoral del diputado Abello...
— ¿Es usted profesor?
—Profesor, sí —contestó Laurana, sonrojándose ante
la repentina, fría desconfianza de su interlocutor, que lo miraba como si ocultara su verdadera
identidad.
— ¿Y dónde conoció a ese de Montalmo del que no
recuerda el nombre?
—En las escaleras del palacio de justicia.
— ¿Iba con dos carabineros?
—No, no; con el diputado Abello y un conocido mío,
abogado.
— ¿Y quiere que yo le diga cómo se llama?
— Tampoco es que me muera por saberlo...
—Pero ¿quiere o no quiere saberlo?
— Sí.
— ¿Por qué?
—Por nada, por
curiosidad... En fin, porque me causó
cierta impresión.
— No me extraña —dijo don Benito echándose a reír.
Y rió hasta la convulsión, hasta las lágrimas. Luego se calmó, se enjugó los ojos con un gran pañuelo rojo. «Está loco», pensaba Laurana, «loco de remate.»
— ¿Sabe de qué me río? De mí me río, de mi miedo… He tenido miedo, lo confieso. Yo,
que me considero un hombre libre en un país que no lo es, por un momento he sentido el antiguo miedo de
encontrarme entre el criminal y el policía... Pero aunque de verdad fuera usted
policía...
—No lo soy... Se lo he dicho: soy profesor, camarada
de su hermano...
— ¿Y entonces por qué busca a Raganà? —Rompió de
nuevo a reír, explicó—: Pregunta dictada
por la prudencia, no por el miedo... Sea como sea, ahí tiene la respuesta.
—Se llama Raganà y es un criminal.
—Exacto: uno de esos criminales limpios, respetados,
intocables.
— ¿Cree que ahora sigue siendo intocable?
—No lo sé, seguramente
también a él lograrán tocarlo... Pero lo cierto, mi querido amigo, es que Italia es un país tan curioso que
cuando se empieza a luchar contra las mafias regionales, es porque se ha instalado una nacional... Pasó
algo parecido hace cuarenta años, y si
bien es verdad que un hecho trágico toma visos de farsa cuando se repite, así en la gran historia como en la pequeña, a mí la cosa me preocupa igual.
— ¿Y eso? —Replicó Laurana—. Hace cuarenta años, lo
reconozco, una mafia grande intentó aplastar a otra más pequeña... Pero hoy...,
vamos, ¿le parece que es lo mismo?
—No lo mismo... Pero mire, voy a contarle a modo de
parábola un hecho que seguro conoce... Una gran empresa decide construir una
presa río arriba de una población. Unos cuantos diputados, valiéndose del
parecer de los técnicos, exigen que la presa no se construya por la amenaza que
supone para la población. El gobierno da el permiso y la presa se construye.
Cuando ya está en funcionamiento, ocurren
algunas cosas que anuncian el peligro. Nada. Hasta
que un día sobreviene la desgracia que algunos habían previsto. Resultado: dos
mil víctimas mortales... Dos mil: los mismos que los Raganà que por aquí
prosperan liquidan en diez años... Y podría contarle muchas más historias, que
usted conoce bien, por otra parte.
—No veo la relación... Además, francamente, me
parece que sus parábolas rayan en la apología... No tiene en cuenta el miedo,
el terror...
— ¿Cree que los habitantes de Longarone no lo tenían
al ver la presa?
—No es lo mismo. De acuerdo, claro, en que fue un hecho gravísimo...
—Que quedará impune, como quedan impunes los
mejores crímenes de nuestra tierra, los más típicos.
—Pero a ver: si se lograra tocar a este Raganà, y a
cuantos Raganà conocemos y no conocemos, pese a la protección de que gozan, creo que sería dar un buen paso, un paso
importante...
— ¿De veras lo cree? ¿En la presente situación?
— ¿Qué situación?
—Medio millón de emigrantes, es decir, casi toda la población válida; la agricultura
abandonada, las azufreras cerradas y las salinas a punto de cerrar; lo del petróleo que da risa, las instituciones
regionales que son un cachondeo, el gobierno que con nuestro pan nos lo
comamos... Nos hundimos, amigo mío, nos hundimos... Esta especie de barco pirata que ha sido
Sicilia, con su hermoso gatopardo
rampante en la proa, los colores de
Guttuso en su gran empavesado, sus más
decorativos pezzi da novantá'(capos)
en quienes los políticos han delegado el honor del sacrificio, sus escritores
comprometidos, sus Malavoglia, sus Percolla, sus estudiosos de lógica cornudos,
sus locos, sus demonios meridianos y nocturnos, sus naranjas, su azufre y sus cadáveres en la
bodega: se hunde, amigo mío, se hunde... Y aquí estamos usted y yo; yo, loco,
usted, quizá comprometido, con el agua que nos llega a las rodillas, hablando de Raganà, que si ha saltado detrás de su diputado o se
ha quedado a bordo con los que van a morir.
—No estoy de acuerdo —dijo Laurana.
—A fin de cuentas, tampoco yo —dijo don Benito.”
A cada cual, lo suyo
Leonardo Sciascia
Tusquets, 2009
págs: 105-108
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