“A Anthony Doerr (Cleveland, EE
UU, 1973) el Pulitzer en la categoría de
ficción le llegó sin esperarlo. Un viaje en tren encendió la chispa de su
imaginación. Un chico y una chica pasaron el trayecto entre Princeton y Nueva
York hablando de la película Matrix. Pensó
que en otro tiempo la radio, en lugar de
un móvil, habría sido el nexo. “Hoy supongo que Skype y WhatsApp ocupan ese
lugar”, reflexiona el escritor. Doerr
dedicó más de diez años a dar forma y publicar La luz que no puedes ver. El jurado la definió como “una novela imaginativa e intrincada sobre
los horrores de la Segunda Guerra Mundial, escrita en capítulos breves y
elegantes que exploran la naturaleza humana y el poder contradictorio de la
tecnología”. Y el presidente Barack
Obama la llevó consigo para leerla este verano.
Desde la concesión del premio
todo han sido giras, firmas,
presentaciones... Los avatares de convertirse en un superventas sin saber lo
que acarreaba. Quedar por delante de autores como Richard Ford y Joyce Carol
Oates ha convertido su vida en un carrusel de hoteles.
Durante los fines de semana, Doerr procura que le acompañen su esposa y dos
hijos. Así fue a su paso por San Francisco, donde llegó a recoger un premio, de menor calado, pero que le hace tanta o más ilusión. Tampoco lo esperaba. La Asociación de Bibliotecarios de Estados
Unidos le ha reconocido como autor del año para adolescentes.
La luz que no puedes ver relata los caminos de dos personajes
destinados a encontrarse, de manera efímera, pero profunda. Un chico, Werner, huérfano, c riado en las minas, que encuentra su lugar entre la élite del
ejército nazi. Y una muchacha, Marie-Laure, ciega en su niñez, que se ve desplazada a Saint-Malo a causa de la guerra.
La incapacidad para ver de la
protagonista y su posterior adicción a la radio se convierten en el hilo
conductor de una historia llena de tensión, emociones y dilemas con respecto al mal. “Si miras dentro de las personas te das
cuenta de que rara vez el mal es algo intrínseco, sino que tiene que ver más con las
circunstancias. Intento reflejar que la
empatía es la clave del cambio”, afirma tímidamente.
Ambos niños crecen y maduran, asumen responsabilidades y toman decisiones vitales antes de lo
aconsejable. Descubren un mundo de
destrucción en el que aprenden a apreciar. A pesar de las similitudes y la multitud de
novelas que tratan la contienda bélica, cerca
y lejos del frente, al exterminio de
judíos no se le presta especial atención. “Asumo
que nunca haré algo tan potente como lo que plasmó Ana Frank en su diario”,
reconoce Doerr. En su opinión, el daño y el uso de la tecnología, sobre todo la radio, que se hizo durante la II
Guerra Mundial, solo tendría comparación con las técnicas del Estado Islámico: “La culpa no es de YouTube, ni de Twitter,
sino de cómo lo usan para promover la violencia”.
Todo el detalle que pone en
caminos, veredas y recovecos de calles, fundamental para llegar a meterse en la piel
de un invidente, desaparece en algunos
pasajes de gran dureza. Se obvian
torturas, atentados, e incluso, una elegante elipsis deja en el aire una
violación en grupo. “Se alerta y denuncia el uso de estas técnicas de terror durante la
guerra, pero no creo que sea necesario ser explícito. Tiene más sentido serlo
con la sensibilidad de Marie-Laure descubriendo el mundo a través del tacto y
la memoria”, explica el autor. Doerr cree que decisiones como esta, sus guiños a Julio
Verne y su preocupación por el acoso escolar en algunos pasajes han sido
claves para obtener el galardón de la crítica juvenil.
Casi al final del relato, un joven juega a la guerra en su consola con
disparos ficticios cuyos sonidos simulan la realidad del campo de batalla hoy. La protagonista relativiza. Mejor que su nieto nunca viva esos horrores, piensa. Anthony
Doerr pretende así mostrar cómo un hecho horrible, la destrucción que causa cualquier guerra, también se puede parodiar: “No creo que exista una conexión entre
violencia y videojuegos, pero sí entre la falta de comunicación y la
violencia”.
Respecto a los tan anhelados
finales felices para los estadounidenses, Doerr dice: “Esto es una novela, una novela que tiene mucho de inspiración en la
realidad. Es ficción, por supuesto, pero que nadie espere un guion de Hollywood”.
Antes de despedirse, deja caer una confesión: el original tenía
60.000 palabras más, pero “por suerte, cayó en manos de un buen editor”.
Rosa Jiménez Cano
El País, 03/09/2015
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