26 de maig 2018

La luz que no puedes ver


“A Anthony Doerr (Cleveland,  EE UU,  1973) el Pulitzer en la categoría de ficción le llegó sin esperarlo. Un viaje en tren encendió la chispa de su imaginación. Un chico y una chica pasaron el trayecto entre Princeton y Nueva York hablando de la película Matrix.  Pensó que en otro tiempo la radio,  en lugar de un móvil,  habría sido el nexo. “Hoy supongo que Skype y WhatsApp ocupan ese lugar”, reflexiona el escritor.  Doerr dedicó más de diez años a dar forma y publicar La luz que no puedes ver. El jurado la definió como “una novela imaginativa e intrincada sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial, escrita en capítulos breves y elegantes que exploran la naturaleza humana y el poder contradictorio de la tecnología”. Y el presidente Barack Obama la llevó consigo para leerla este verano.

Desde la concesión del premio todo han sido giras,  firmas, presentaciones... Los avatares de convertirse en un superventas sin saber lo que acarreaba. Quedar por delante de autores como Richard Ford y Joyce Carol Oates ha convertido su vida en un carrusel de hoteles.

Durante los fines de semana,  Doerr procura que le acompañen su esposa y dos hijos. Así fue a su paso por San Francisco, donde llegó a recoger un premio,  de menor calado,  pero que le hace tanta o más ilusión.  Tampoco lo esperaba.  La Asociación de Bibliotecarios de Estados Unidos le ha reconocido como autor del año para adolescentes.

La luz que no puedes ver relata los caminos de dos personajes destinados a encontrarse, de manera efímera, pero profunda. Un chico,  Werner,  huérfano, c riado en las minas,  que encuentra su lugar entre la élite del ejército nazi.  Y una muchacha,  Marie-Laure,  ciega en su niñez,  que se ve desplazada a Saint-Malo  a causa de la guerra.

La incapacidad para ver de la protagonista y su posterior adicción a la radio se convierten en el hilo conductor de una historia llena de tensión,  emociones y dilemas con respecto al mal. “Si miras dentro de las personas te das cuenta de que rara vez el mal es algo intrínseco,  sino que tiene que ver más con las circunstancias.  Intento reflejar que la empatía es la clave del cambio”, afirma tímidamente.

Ambos niños crecen y maduran,  asumen responsabilidades  y toman decisiones vitales antes de lo aconsejable.  Descubren un mundo de destrucción en el que aprenden a apreciar.  A pesar de las similitudes y la multitud de novelas que tratan la contienda bélica,  cerca y lejos del frente,  al exterminio de judíos no se le presta especial atención.  “Asumo que nunca haré algo tan potente como lo que plasmó Ana Frank en su diario”, reconoce Doerr.  En su opinión,  el daño y el uso de la tecnología,  sobre todo la radio, que se hizo durante la II Guerra Mundial, solo tendría comparación con las técnicas del Estado Islámico: “La culpa no es de YouTube, ni de Twitter, sino de cómo lo usan para promover la violencia”.

Todo el detalle que pone en caminos,  veredas y recovecos de calles,  fundamental para llegar a meterse en la piel de un invidente,  desaparece en algunos pasajes de gran dureza.  Se obvian torturas,  atentados,  e incluso,  una elegante elipsis deja en el aire una violación en grupo.  “Se alerta y denuncia el uso de estas técnicas de terror durante la guerra, pero no creo que sea necesario ser explícito. Tiene más sentido serlo con la sensibilidad de Marie-Laure descubriendo el mundo a través del tacto y la memoria”,  explica el autor.  Doerr cree que decisiones como esta,  sus guiños a  Julio Verne y su preocupación por el acoso escolar en algunos pasajes han sido claves para obtener el galardón de la crítica juvenil.
Casi al final del relato,  un joven juega a la guerra en su consola con disparos ficticios cuyos sonidos simulan la realidad del campo de batalla hoy.  La protagonista relativiza.  Mejor que su nieto nunca viva esos horrores,  piensa.  Anthony Doerr pretende así mostrar cómo un hecho horrible,  la destrucción que causa cualquier guerra,  también se puede parodiar: “No creo que exista una conexión entre violencia y videojuegos, pero sí entre la falta de comunicación y la violencia”.

Respecto a los tan anhelados finales felices para los estadounidenses,  Doerr dice: “Esto es una novela, una novela que tiene mucho de inspiración en la realidad.  Es ficción,  por supuesto,  pero que nadie espere un guion de Hollywood”.

Antes de despedirse,  deja caer una confesión: el original tenía 60.000 palabras más, pero “por suerte,  cayó en manos de un buen editor”.

Rosa Jiménez Cano
El País, 03/09/2015

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