13 de maig 2020

la retornada, 1


La sensibilidad del acero

por Javier Aparicio Maydeu


“"En las cosas que escribimos afloran recuerdos de nuestro pasado. Entre nosotros y los personajes que inventamos nace una relación particular, tierna y materna, una relación cálida, de una intimidad carnal y asfixiante”. Lo confiesa Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes, pero podría haberlo confesado Donatella Di Pietrantonio después de escribir la última frase de su novela La Retornada, el recuerdo vívido de su infancia que una mujer relata con la voz firme de quien sufrió el oprobio de ser devuelta a sus padres biológicos y de haber ganado la batalla de la supervivencia pero haber perdido la de la identidad. Años de bienestar junto a su madre adoptiva, la tía Adalgisa, y junto a una playa del litoral de los Abruzos, la tierra natal de la autora y el lugar en el que se desarrolla la acción, convertidos en dolorosa memoria desde que se la fuerza a convivir en el pueblo con su verdadera familia, numerosa y humilde hasta la mutua indiferencia.

Espléndido el contraste entre la crueldad infantil y la desidia adulta, entre lo manual y lo intelectual, y preciosa es la complicidad que la protagonista traba con su hermana menor, Adriana. Escarceos sexuales con su hermano Vincenzo, un granuja de medio pelo que muere clavado como Cristo y deja en la narradora una herida más. La madre es la amargura; el padre, el progenitor desidioso, y Sergio, el hermano feroz. Deudas, mendrugos, rutinas y reproches. Cada familia infeliz lo es a su manera, dejó escrito Tolstói en Ana Karenina. En las escenas domésticas y en el comportamiento cotidiano sí hay neorrealismo, y también ese léxico familiar de Ginzburg, trufado de banalidades trascendentes y de las más sutiles ironías de la vida. En las relaciones de amistad de la protagonista se evoca el Bassani de El jardín de los Finzi-Contini, su episodio incestuoso con Vincenzo y la pérdida de la inocencia la vinculan con aquella Ginia de El bello verano, de Pavese, y la orfandad y el desvalimiento de la protagonista la hermanan con Elisa, la heroína de Mentira y sortilegio, de Elsa Morante, tanto como su decidida voluntad de revelar su historia familiar.

La confesión monológica de la protagonista, que puede leerse como un atestado moral, nada tiene que ver con el estilo decimonónico après la lettre de Morante, pero Mentira y sortilegio impregna La Retornada con su obsesiva voluntad de delatar el universo familiar y sus enigmas, con la desdicha íntima de saberse hija del desprecio. La memoria ficticia es aquí tan exacta que la fantasía de una vida inventada deviene incuestionable realidad de una existencia verdadera. El tejido verbal sustenta en la novela el tejido emocional con excepcional maestría, seductoras imágenes poéticas se yerguen en el texto, y la prosa de Pietrantonio consiste en revestir de acero la sensibilidad. Tal vez en el oxímoron de su entrañable dureza se esconde el motivo de haber vendido un cuarto de millón de ejemplares. Calvino, lector de la editorial durante años, se la hubiese recomendado sin dudarlo a don Giulio. “


El País
07/12/2019

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