La
sensibilidad del acero
por Javier Aparicio
Maydeu
“"En las
cosas que escribimos afloran recuerdos de nuestro pasado. Entre nosotros y los
personajes que inventamos nace una relación particular, tierna y materna, una
relación cálida, de una intimidad carnal y asfixiante”. Lo confiesa Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes, pero podría
haberlo confesado Donatella Di
Pietrantonio después de escribir la última frase de su novela La Retornada, el recuerdo vívido de su
infancia que una mujer relata con la voz firme de quien sufrió el oprobio de
ser devuelta a sus padres biológicos y de haber ganado la batalla de la
supervivencia pero haber perdido la de la identidad. Años de bienestar junto a
su madre adoptiva, la tía Adalgisa, y junto a una playa del litoral de los
Abruzos, la tierra natal de la autora y el lugar en el que se desarrolla la
acción, convertidos en dolorosa memoria desde que se la fuerza a convivir en el
pueblo con su verdadera familia, numerosa y humilde hasta la mutua indiferencia.
Espléndido el
contraste entre la crueldad infantil y la desidia adulta, entre lo manual y lo
intelectual, y preciosa es la complicidad que la protagonista traba con su
hermana menor, Adriana. Escarceos sexuales con su hermano Vincenzo, un granuja
de medio pelo que muere clavado como Cristo y deja en la narradora una herida
más. La madre es la amargura; el padre, el progenitor desidioso, y Sergio, el
hermano feroz. Deudas, mendrugos, rutinas y reproches. Cada familia infeliz lo
es a su manera, dejó escrito Tolstói
en Ana Karenina. En las escenas
domésticas y en el comportamiento cotidiano sí hay neorrealismo, y también ese
léxico familiar de Ginzburg, trufado
de banalidades trascendentes y de las más sutiles ironías de la vida. En las
relaciones de amistad de la protagonista se evoca el Bassani de El jardín de los
Finzi-Contini, su episodio incestuoso con Vincenzo y la pérdida de la
inocencia la vinculan con aquella Ginia de El
bello verano, de Pavese, y la
orfandad y el desvalimiento de la protagonista la hermanan con Elisa, la
heroína de Mentira y sortilegio, de Elsa Morante, tanto como su decidida
voluntad de revelar su historia familiar.
La confesión
monológica de la protagonista, que puede leerse como un atestado moral, nada
tiene que ver con el estilo decimonónico après
la lettre de Morante, pero Mentira y sortilegio impregna La Retornada con su obsesiva voluntad
de delatar el universo familiar y sus enigmas, con la desdicha íntima de
saberse hija del desprecio. La memoria ficticia es aquí tan exacta que la
fantasía de una vida inventada deviene incuestionable realidad de una
existencia verdadera. El tejido verbal sustenta en la novela el tejido
emocional con excepcional maestría, seductoras imágenes poéticas se yerguen en
el texto, y la prosa de Pietrantonio
consiste en revestir de acero la sensibilidad. Tal vez en el oxímoron de su
entrañable dureza se esconde el motivo de haber vendido un cuarto de millón de
ejemplares. Calvino, lector de la editorial durante años, se la hubiese
recomendado sin dudarlo a don Giulio. “
El País
07/12/2019
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