10 d’oct. 2021

jane austen, obra 2

 

Orgullo y Prejuicio

Jane Austen

traductora: Marta Salís

Alba Editorial, 2009

páginas: 424





«Es una verdad universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa ». 

 Este comienzo, que, junto con el de Ana Karénina, es quizás uno de los más famosos de la historia de la literatura, nos introduce en el mundo de Jane Austen y de su novela más emblemática. Orgullo y Prejuicio, publicada en 1813 tras el éxito de Sentido y Sensibilidad, reúne de forma ejemplar sus temas recurrentes y su visión inimitable en la historia de las cinco hijas de la señora Bennett, que no tiene otro objetivo en su vida que conseguir una buena boda para todas ellas. 

Dos ricos jóvenes, el señor Bingley y el señor Darcy, aparecen en su punto de mira e inmediatamente se ven señalados como posibles presas . De hecho, la relación entre la hija mayor, Jane, y el señor Bingley parece muy prometedora, pero, por influencia del arrogante señor Darcy, se frustran todas las esperanzas. La intervención de Elizabeth, la hija segunda, perspicaz, consciente de su valor, y algo rebelde, determinará el rumbo de la novela. En ella el opresivo ambiente de la familia, la presión del matrimonio, la diferencia de clases, el fantasma de la pobreza y la delicada sensibilidad de una heroína decidida, pero no libre de errores de juicio y dudas de comportamiento, se conjugan para crear esta obra.

Fragmento:

“Cuando el señor Darcy le entregó esta carta no esperaba Elizabeth que renovase en ella sus ofrecimientos, pero tampoco esperaba, ni mucho menos, un contenido semejante. Es fácil suponer con qué ansiedad leyó cuanto decía y qué emociones más contradictorias levantó en su pecho. Sus sentimientos no podían definirse claramente mientras leía. Vio primero con asombro que aún encontraba Darcy disculpas a su conducta, cuando ella estaba firmemente convencida de que era incapaz de encontrar explicación alguna que un justo sentido del decoro no le obligase a ocultar. Empezó la lectura de lo ocurrido en Netherfield poseída de un fuerte prejuicio contra todo lo que él pudiera decir. Su curiosidad era tan intensa que apenas le dejaba lugar para la reflexión, y la impaciencia por saber lo que veía después le quitaba capacidad para atender al sentido de la frase que tenía delante de los ojos. Juzgó en el acto una solemne falsedad el que Darcy dijese estar convencido de que Jane era insensible al afecto de Bingley. La exposición de las verdaderas y peores objeciones que hacía a la boda despertaron de tal manera su indignación que le quitaron todo deseo de hacer justicia a Darcy. Elizabeth no se contentaba con aquellas expresiones de sentimiento por lo que había hecho; su estilo no era el de un arrepentido, sino el de un hombre altanero. Toda la carta era puro orgullo e insolencia. “

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