1 d’oct. 2021

el quinto hijo, final

 

“¿Y qué le ocurriría ahora a Ben? Él ya sabía lo de los edificios medio abandonados, las cuevas y cavernas y refugios de las grandes ciudades, en los que vivían las personas que no podían encontrar un lugar en las casas y hogares corrientes; tenía que saberlo; ¿dónde si no podría haber estado durante aquellos períodos de días o semanas en que desaparecía de casa? Y si pasaban a formar parte a menudo de las grandes multitudes, de los que buscan emociones en los disturbios y las peleas callejeras, la policía no tardaría en conocerles a él y a sus amigos. Él no era de los que pasan desapercibidos… aunque, ¿por qué lo decía? Ninguna persona con autoridad había visto nunca a Ben desde que había nacido… Cuando ella le vio en televisión entre la gente, llevaba una chaqueta con el cuello alzado y una bufanda y parecía el hermano pequeño… quizá de Derek. Parecía un colegial corpulento. ¿Se habría puesto aquella ropa para pasar desapercibido? ¿Quería aquello decir que sabía qué aspecto tenía? ¿Cómo se veía él mismo? ¿Iba a negarse siempre la gente a verle, a reconocer lo que era?

No sería, no podría ser, alguien con autoridad, que entonces tendría que asumir la responsabilidad. Ningún profesor, médico ni especialista había sido capaz de decir: «Esto es lo que es»; tampoco lo haría ningún policía, ni médico policía, ni asistente social. Pero supongamos que un día, algún amateur de la condición humana, tal vez un antropólogo de un tipo extraño, viera realmente a Ben, digamos que le viera en la calle con sus amigos, o en un juzgado de guardia, y admitiera la verdad. Rareza reconocida… ¿qué pasaría entonces? ¿Podría acabar aún Ben sacrificado a la ciencia? ¿Qué le harían? ¿Le diseccionarían? ¿Examinarían aquellos huesos suyos como estacas, sus ojos, y averiguarían por qué su habla era tan bronca y torpe?

Si esto no ocurría (y su propia experiencia con Ben hasta el presente le indicaba que era bastante improbable) le presagiaba un futuro peor aún. La pandilla seguiría manteniéndose del robo y antes o después les cogerían. También a Ben. Y en manos de la policía, lucharía y gritaría y patalearía y vociferaría, loco de rabia, y le drogarían, porque tendrían que hacerlo; y no tardaría mucho en estar como estaba cuando ella le encontró muriéndose, como una babosa gigante, pálido y exánime en su mortaja de tela.

¿O podría evitar que le cogieran? ¿Era lo suficientemente listo para conseguirlo? Aquellos compañeros suyos, los de la pandilla, no lo eran desde luego, se delataban con su exaltación y su júbilo.

Harriet seguía sentada allí en silencio, el sonido de la televisión y de sus voces le llegaban de la habitación de al lado; y a veces miraba un instante a Ben y apartaba la vista; y se preguntaba cuánto tardarían en irse, quizá sin saber que no volverían. Ella se sentaría allí, junto a la quieta y suave superficie brillante de aquella charca que era la mesa y esperaría que volvieran, pero no volverían.

¿Y por qué habían de quedarse en el país? Podrían irse sin problema y desaparecer por toda una serie de grandes ciudades del mundo, unirse con el submundo de allí, vivir de su ingenio. Tal vez muy pronto, en la nueva casa en que viviría ella (sola) con David, estuviera viendo un día la televisión y allí en las noticias de Berlín, Madrid, Los Ángeles, Buenos Aires, apareciese Ben, un poco distanciado de la multitud, mirando fijamente a la cámara con sus ojos de duende, o buscando entre los rostros de la multitud otro de su propia especie.”

El quinto hijo
Doris Lessing
Santillana, 2007
páginas 221-224

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada