Vocación apasionante
por Carmen Laforet
El País
13/10/1983
"Los hispanistas de toda América -comenzando por Estados Unidos- se indignaron cuando Kenneth Clark dejó fuera las numerosas aportaciones hispánicas a la cultura y civilización europea en su difundida serie para la televisión titulada precisamente Civilisation... El doctor Galbis, director entonces de la revista hispánica Entre Nosotros es quien me lo cuenta. El doctor Galbis, de origen español, profesor de la University of Southern California, escritor, secretario del capítulo californiano de la sociedad Sigma, Delta, Pi, cuya finalidad es la de la difusión de los valores de la cultura y las letras hispánicas en particular, es un hombre de enorme sabiduría y sensibilidad. Apasionado, como todos los hispanistas que conozco, se une a la vox populi española de la leyenda negra, que han creado países rivales del nuestro para borrar nuestras aportaciones culturales más claras y brillantes. Quien firma estas líneas no tiene tanta cultura, tantos datos en su cabeza, y no se atreve a decirle al doctor Galbis que, a su juicio, en España es donde comienza el oscurecimiento de todos esos valores, de cualquier tipo que sean; que lo que más parece divertirnos a los españoles es desmitificar a las figuras consagradas. En Houston (Texas) el doctor Walter Rubin, sentado junto a mí en una comida entre profesores, me pregunta de pronto si la obra de Benito Pérez Galdós ha influido de alguna manera -personajes, creatividad- en mi vocación de novelista. Aunque mi respuesta es negativa, Rubin puede darse cuenta de mi inmensa admiración por Galdós. Creo que desde Cervantes no se ha dado el caso de novelista tan grande como Galdós. Walter Rubin me confiesa que esa pregunta sobre Galdós la hace a todos los escritores españoles o de países hispanohablantes que pasan por su universidad de Houston, desde que un día un escritor moderno, español, al oír esa sugerencia volvió hacia él una cara en que se marcaba una mueca despectiva y soberbia. "Nadie que esté enterado de la literatura moderna puede creer que Galdós cuente algo en esa literatura. Galdós era un escritor mediocre y ya está totalmente pasado". Walter Rubin comprendió que ese escritor no había tenido la curiosidad -no se necesita paciencia, porque la obra galdosiana es inmensa, pero amenísima- de leer a Galdós. Y desde entonces -el hispanista galdosiano- colecciona para su archivo particular las respuestas sobre el asunto, y dice que entiende por qué son galdosianos combatientes tantos hispanistas de EE. UU. Le cuento a Rubin que Américo Castro -a quien tuve la suerte de conocer personalmente- me explicó un día cómo su generación, en la juventud, reaccionó ante lo que parecía una muralla: la extensa obra de Galdós, dejando a un lado su estudio para dedicarse exclusivamente a los nuevos valores novelísticos -la gran generación del 98, por ejemplo como si no pudieran coexistir. "Más tarde", cito la conversación de don Américo, "me he desesperado de esa ceguera juvenil. A veces en Norteamérica he dado en la universidad un curso entero ocupándome de una sola de las novelas de Galdós, y aún me faltaba tiempo para descubrir a los alumnos todos sus valores..." También le cuento a Rubin que, a raíz de la guerra civil, la obra de Galdós estuvo hábilmente censurada; se permitió la edición de Obras completas, forradas en piel, y la venta -sin poner en el escaparate los libros- de la primera serie de los Episodios nacionales, y nada más... Y que los jóvenes de entonces, sin darnos cuenta de tal prohibición, buscábamos los libros tajantemente prohibidos de los autores censurados totalmente, de los exiliados. Olvidábamos a Galdós como el hito insoslayable que es en nuestra literatura. En mi caso particular, nunca creí los tópicos negativos sobre Galdós. Lo había leído casi desde la infancia en la isla de Gran Canaria. Por eso lo he releído en la edad madura y he llegado a entender -dentro de lo que cabe- esa prohibición de Galdós durante tantos y tantos años. Nadie ha descrito el horror de las guerras civiles de nuestro país, y sus gentes y sus pasiones, como Galdós en sus 46 novelas de los Episodios Nacionales. Guerra y Paz, de Tolstoy, universalmente conocida por su cala profunda en el alma rusa, no gana en altura y profundidad a muchas de esas novelas de los Episodios.
En Shrevenport, Louisiana, el hispanista Arnold Penuel no quiere creer que en España se puedan leer en revistas o diarios prestigiosos frases como ésta: "Galdós, hombre gris, que inventó una multitud de personajes tan grises y aburridos como él mismo...".
"Hum... No. Usted exagera. Sí Galdós no es tan universalmente conocido como Cervantes se debe al recelo de otros países, envidiosos de España. Pero los directores de cine, los magníficos cineastas españoles, se ocupan actualmente de Galdós y, modestamente, nosotros, los hispanistas, por lo menos en Estados Unidos". Los directores de cine, sí. Comenzó el gran Luis Buñuel a explotar la cantera de sus personajes fabulosos.
Arnold Penuel y Kerr Thompson, profesores hispanistas de distintas universidades, me fueron a recibir al aeropuerto de Shrevenport. Penuel me explica -con cierto simpático sonrojo de Thompson- que los alumnos de Kerr estaban muy preparados respecto a mi obra. Thompson ha escrito un ensayo magnífico sobre Las imágenes del agua en una de mis novelas. Penuel, en cambio, está dando un curso sobre novela latinoamericana y ha tenido que repasar mi obra apresuradamente para preparar a sus alumnos, al saber mi visita.
"Y... Hum... Sí; yo quisiera preguntarle, ¿no ha influido Galdós sobre sus personajes? Esas figuras de mujer... ¿No ha pensado usted en doña Perfecta, por ejemplo?".
Thompson se ríe. Esta pregunta me ha sido hecha en el mismo aeropuerto, a mi llegada. Thompson conoce la doble vida de su amigo Penuel: la que lleva en su universidad y en su casa con su encantadora familia -a quien conocí poco después, junto a la no menos estupenda de Thompson- y su segunda vida, en brumas de sueños entre los 8.000 personajes de su admirado Galdós. Quizá eso me hace recordar a Penuel -joven como Thompson- como un alto y delgado Sherlock Holmes, abstraído e inquisitivo a un tiempo, mientras me muestra la pequeña biblioteca de su departamento de español en la universidad; y en ella, 18 tomos de Anales galdosianos, editados por la universidad de Boston, bajo la dirección de Rodolfo Cardona, impresos -bilingües- en Canarias. Y en español, siete libros de la Crítica literaria en Galdós, de Shoemaker.
"En Estados Unidos somos muchos los galdosianos. Descubrir a Galdós es como descubrir un Everest en el Himalaya...".
¡Descubrir nuestras cumbres! Comprendo que sea apasionante dedicarse el hispanismo. Los profesores de Lengua y Literatura de otros países europeos lo tienen ya todo hecho. ¿Puede concebirse que un intelectual francés, por ejemplo -le guste o no- diga que Balzac es mediocre y está pasado? La gran cultura literaria francesa brilla en todo su esplendor y se difunde por el mundo gracias a los propios franceses, orgullosos de sus monstruos sagrados -con razón-. Y en su firmamento brillan para siempre los genios, y también las estrellas de menos magnitud en todos esos siglos y momentos... A poca cultura que se tenga, ningún escritor ignora a los escritores franceses.
Penuel no puede creer que un prestigioso crítico cinematográfico francés, a raíz de la película de Buñuel Nazarín, escribiera en Le Monde que esta gran película había lanzado al mundo el nombre de un joven y genial escritor español -hasta el momento, desconocido- llamado Benito Pérez Galdós. En aquella ocasión el también crítico de cine español Emilio Sanz de Soto publicó una carta en Le Monde explicando quién era Galdós. Y a raíz de la explicación, los dos críticos se hicieron amigos, porque Sanz de Soto demostró conocer profundamente -y admirar- la cultura literaria francesa, pero también conoce y admira -y esto sí que es extraño- su propia cultura española.
¿De quién parte el oscurecimiento de nuestra cultura? Si nosotros desmitificamos en un dos por tres a toda persona que sobresale un poco y la cubrimos con arenas de pereza (¡qué suerte, ya no tenemos que estudiar a ese tipo (!). Si nosotros negamos nuestros valore!, ¿quién se va a preocupar en desmentirnos? Sólo los hispanistas, temblorosos de entusiasmo por deshacer la leyenda negra creada por nuestros pérfidos rivales.
Y el entusiasmo hispanista no es para menos. Apenas empiezan a escarbar como arqueólogos, encuentran ciudades perdidas, genios literarios... Hace unos 30 años descubren que la primera ciudad que existió en Estados Unidos no fue fundada por ingleses, como se creyó durante 300 años, sino por españoles. Un olvido de la pérfida extranjera, pero también nuestro. Sólo el olfato hispanista pudo llegar a encontrar los documentos de la fundación en los más olvidados y oscuros rincones de nuestros archivos... Descubren que un escritor al que -a pesar de sus 100 obras y sus estatuas muchos incautos españoles, influidos quizá por esa perfidia ajena, tachan de gris y mediocre..., es un Everest en el Himalaya de la novelística europea."
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