Ava en la noche
Manuel Vicent
Alfaguara, 2020
Con independencia de cualquier preferencia o gusto, Manuel Vicent tiene un marchamo de calidad propio que precede a todo lo que escribe. Lo de él es gastronomía de alto nivel: creación, personalidad indiscutible, contundencia, olor, sabor… Si habláramos de gastronomía así lo definiríamos porque sus platos salen siempre a la mesa con una presentación impecable, un cuidadoso trabajo de la forma, una elaboración esmerada e ingredientes debidamente sopesados, con los que nos regala los sentidos. De eso se trata, de sentir, ver, oler y hasta tocar, degustar ese plato de gran intensidad que prepara para sus lectores, conceptualmente bien diseñado, con alma, con toda la esencia de uno mismo. Si no fuera así, sus libros, sus artículos de prensa, no dirían nada, como no lo dice la cocina de falsete y piruetas que sólo pretende epatar y no pasa por el gusto propio y la voluntad de transmitir, comunicar o compartir.
El símil de la gastronomía para hablar de la obra de Manuel Vicent no es baladí, pues su obra entera está plagada de referencias a la cocina, a los olores y el sabor del Mediterráneo y de la vida. Su obra es diáfana y está impregnada de todo aquello que constituye su hábitat: la memoria, las sensaciones que van unidas a ella, la literatura, el cine, la música, el deseo, el mar, la comida, la política, en definitiva, el ejercicio de vivir. Ava en la noche, su último trabajo, es todo esto, pero también un testimonio de un tiempo de asfixiantes tonos grises, de una página de nuestra historia triste, rala, de una pobreza cultural lamentable, de una vida cotidiana de miserias indecibles.
A través del protagonista del relato, David Arnau, Vicent hace un detallado retrato de la España franquista. El joven valenciano, que al terminar los estudios de Derecho se va a Madrid porque quiere ser director de cine, nos conduce a través de su viaje de iniciación por un Madrid de luces y sombras, y nos muestra la pesadumbre de una época en la que el garrote vil blandía aún toda la fuerza del franquismo. El mitómano protagonista del relato, que busca encontrarse con Ava Gardner en una de sus noches de juerga por bares y locales de fiesta de la noche madrileña, espera de ese encuentro la realización del sueño perseguido desde adolescente entre las ruinas de un balneario. Pero será la realidad y su crudeza, el sabor salado de las lágrimas, quienes le harán comprender que los sueños, en muchas ocasiones, no se cumplen.
Vuelve Vicent a visitar, en estas páginas, Valencia, el hotel Voramar en Benicàssim, el cine de Berlanga, páginas que nos remiten al Tranvía a la Malvarrosa y a otros de sus libros. Nos trae anécdotas, ficciones y verdades envueltas en personajes reales como el asesino José María Jarabo o Billy el niño. Nos remite a excentricidades de una época envuelta en papel de estraza, en la que un trozo de atún en escabeche comprado en el ultramarinos era un trozo de gloria, un tiempo en el que “los camareros servirían chatos de vino en vasos mojados y tres filas de gente abatidas contra los mostradores de estaño pedirían a gritos ensaladilla rusa, patatas a lo pobre, pajaritos fritos, gambas con gabardina y mejillones al vapor, cuyas valvas arrojadas al suelo crearían un crujiente pastizal mezclado con serrín bajo los zapatos de los clientes, quienes animarían a los extranjeros a tirar las cáscaras al suelo para demostrar que en España había libertad aunque solo fuera la de tomar el aperitivo de pie sobre un basurero”.
Ava en la noche es una novela sobre el despertar, la toma de conciencia, el encontronazo con la dura realidad y es, además, un paseo por las páginas más rancias de la historia, no muy lejana, de nuestro país. En ese paseo Manuel Vicent adereza su texto con referencias e imágenes en las que hace gala de su virtuosismo, de su prosa clara, visual. A golpe de cincel, concienzudamente, construye un relato que se lee con deleite. Cada capítulo es un fotograma, se ve, se palpa, se huele, se siente. Vicent nos muestra el lado tierno y amargo de la existencia y todas las controversias que la envuelven. Sin duda, añade una vuelta de tuerca a su obra para presentarnos, con gran elegancia, una historia en blanco y negro que además de entretenernos nos hace pensar. En un alarde afrancesado de chauvinismo, no encontramos mejor expresión para exclamar ante estas páginas un Voilà impeccable! El socorrido “olé, olé y olé” español nos parece ahora, con todo el envalentonamiento qué está viviendo la derecha, prosaico, primitivo, de mal gusto. Nos recuerda demasiado una época de nuestra historia que desearíamos que no hubiera existido.
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