31 de des. 2013
29 de des. 2013
sonet d'un sonat
SONET D’UN SONAT PELS
VESPRES
Rosa, l’Eva, l’Andrés i la Pilar
Borja, Mabel, Roser, Juan,
Jesús
Vespres tendres i amb un bon
sopar
Molts pastissos, truites vi i
un cuscús
Novel·la, històries amb
llibres
Gus, Pili, Cris, Lola, Emi i
Nanci
Parlem, pensem per a ser
tots lliures
Carmen, Paco, festa i amb vi
ranci
Esperança per fer el món
millor
Amira de lluny ets més
propera
Dani, Xefi, Carlitos gran
pintor!
La Roser, Sergi, Joana i
Joaquim
Farem deu anys en la
primavera
L’Amàlia, Cesa i la Montse
Prim
Dedicat al José Antonio,
la Maria, l’Andreu, en Xavi, la Rosa,
la Marutxi, la Mery, el Mario i a tots els que cerquem
divertir-nos
i pensar i que no entrem en un sonet
28 de desembre de 2013
Josep M. Riera
Gràcies, Josep M.!!!!!!!
28 de des. 2013
24 de des. 2013
isaura
![]() |
Jorairátar, Alpujarra Granadina |
ISAURA
"Tu teléfono está sonando ¿no escuchas su Ave
María?, ¿me oyes Justo?, ¿en qué estás pensando?, alguien te llama.
Justo sale de su
ensimismamiento y mira la pantalla de su portátil, su silencio se prolonga
durante quince segundos, el tiempo necesario para convencerse de que todo es
real. ¡Es Isaura!, dice con la voz
quebrada mientras su rostro se llena de sorpresa y de una ternura llena de
nostalgia. Ya la había dado por perdida,
la Odisea de mi vida la desbordó ¿sabes Dámaso?, tanto que un día tomó la
decisión de desaparecer.
Supe que había
comenzado de nuevo- alguien me lo dijo- sin embargo nunca logré averiguar dónde
se encontraba.
Viví preocupado un
tiempo, muy preocupado… quizás durante demasiado tiempo. Dejé mensajes a la
deriva entre las brumas de las nubes
virtuales de internet, y arrojé botellas al mar con cientos de ruegos escritos
en su interior intentando arrancarle una señal a su silencio, pero nunca obtuve
respuesta.
Ahora me doy cuenta
de que quise justificar con mis miedos y con
mi cobardía el no haber seguido las huellas de sus pasos... lo cierto es
que yo siempre la quise libre, con su pensamiento limpio y ajeno a la sinrazón,
lejos de las ataduras y lastres que pudiesen borrar el brillo de sus ojos y la
claridad de sus ideas.
Una noche dejé de
dormir mal, porque desaparecieron mis pesadillas, y lo primero que hice al
levantarme -como naufrago dispuesto a luchar por sobrevivir- fue asirme al
convencimiento de que todo le iría bien aunque no tuviese verdadera constancia
de ella.
Así que, mi querido
amigo Dámaso, comencé a olvidar a partir de aquel preciso instante. Y borré
todo su pasado, pero curiosamente,
inexplicablemente, sigue vivo en mí su presente y su futuro, pero ahora sin miedos.
Me prometí no
recordar, pero recordaré siempre cómo fue su presentación aquel primer día, con la misma claridad que
si la estuviese escuchando ahora, con su vocalización perfecta y su sutil
sentido del humor, en un Auditorio repleto de personas expectantes:
“Pues sí, soy de Jorairátar ¿quién lo
diría verdad?, con estos modales tan refinados, con mi expediente brillante,
envuelta en relevancia y prestigio. Sí señores, en el territorio más inhóspito
y bello del mundo yo nací y aprendí casi todo lo que sé……“
¿Qué querrá decirme
después de tanto tiempo?, solo han sido unos toques a mi teléfono, tal vez no haya conseguido mantener la
llamada, o puede que su intención solo fuese la de comprobar si yo también sigo
estando aquí después de tanto tiempo, vivo sobre la tierra, perdido en mi mundo
de pérdidas y de quimeras.
Cómo decirle ahora
que aún no conseguí hacer lo que quería, que aquellos grandes proyectos que nos
separaron todavía forman parte de mis
ilusiones y de mis fantasías más inalcanzables.
Cómo decirle que he
comenzado a desandar mi propio camino, a
base de caminar siempre hacia delante. Cómo contarle que he logrado hacer
realidad algo que contiene la esencia de mis propios sueños y de todo aquello
que ella siempre intentó mostrarme: que es......
el querer de verdad todo lo que hago."
Sanlúcar de
Barrameda, 12 de diciembre de 2013.
Queridos amigos de Vespres Literaris, desde aquí, desde este Sur a donde
llegan y desde donde también parten
vuestros propios caminos, en mi nombre y en el de mi familia, os
deseamos a todos unas Felices Fiestas y un nuevo año lleno de Esperanza, de
Salud, y de proyectos e ilusiones que os mantengan intactas vuestras enormes ganas de vivir.
Nos gustaría que la vida os tratase con la mísma dulzura que vosotros le
entregáis; que os sintáis queridos allá donde el corazón os lleve.
Esperamos poder seguir compartiendo con vosotros muchos buenos
instantes.
Abrazos para todos y hasta siempre, os enviamos con el corazón desde el Sur.
Granada, a 24 de Diciembre de 2013.
FRANCÍSCO JESÚS GALINDO SÁNCHEZ
guerra
Canadá participo durante la Primera Guerra
Mundial con un total de 620.000 hombres y mujeres, un esfuerzo de guerra enorme
para una nación de ocho millones de habitantes, que era la población del Canadá por aquellas
fechas.
Durante la contienda, las fuerzas canadienses
perdieron 67.000 vidas, 11.285 sin tumba conocida en Francia, y 173.000 resultaron heridas.
El mayor éxito militar canadiense se produjo en la
Batalla de la cresta de Vimy, Francia, el 9 de abril de 1917, durante la cual las
tropas canadienses capturaron una colina alemana fortificada.
En 1922, en el antiguo campo de batalla de la
Batalla de la Cresta de Vimy, la nación
francesa concedió a perpetuidad la utilización de los terrenos al pueblo canadiense, en reconocimiento a los
esfuerzos de guerra. En 1925 se inició la
construcción del "Memorial Nacional canadiense de Vimy". La obra duró once años,
y la inauguración oficial fue llevada a cabo el 26 de julio de 1936. El parque está todavía hoy atravesado por
túneles de guerra, cráteres y trincheras.
“Mis días de combatiente terminaron en algún
momento de la semana del 5 de noviembre de 1917, en la tercera batalla de
Ypres, adonde habían enviado a los canadienses en un intento por tomar
Passchendaele. Era jueves o viernes; no puedo ser más exacto, porque los
detalles de aquel día están empanados en mi recuerdo.
Fue la batalla más terrible de mi experiencia
militar. Pretendíamos tomar un pueblo que ya estaba derruido, y nuestros
avances apenas se contaban en metros; el
frente era una línea confusa, porque hacía varias semanas que no paraba de
llover, y el barro era tan peligroso que no nos atrevíamos a avanzar sin la
trabajosa labor de recoger tablones, cargarlos durante la marcha y ponerlos
delante de nosotros para seguir adelante; como es lógico, era un trabajo tan
lento y expuesto que no podíamos hacer gran cosa.
Por lecturas posteriores, supe que nuestro
avance total llego a algo menos de tres kilómetros, pero podrían haber sido
trescientos: el mayor problema era el barro. El bombardeo alemán lo había
revuelto tanto que resultaba muy traicionero; si un hombre se hundía
simplemente hasta las rodillas, sus
posibilidades de salir de allí eran pequeñas; bastaba que un obús cayera cerca
para que el fango lo cubriera, y la recuperación del cadáver resultaba casi
imposible. Me refiero a todo ello de
forma tan breve como puedo, porque el terror que sentía era tan intenso que no
quiero, por nada del mundo, revivirlo.”
“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies
22 de des. 2013
Thamesville
Thamesville és un petit poble
situat entre Chatham i Londres , Ontario , amb una població de menys de 1.000 .
Thamesville rep el seu nom del riu Thames
que flueix a prop.
Robertson Davies va néixer a Thamesville el 1913, i es va inspirar
en ella per situar els personatges de la Trilogia Deptford.
“La de Deptford la concibió el
canadiense como una exploración psicológica en las vidas de personajes nacidos
en una pequeña ciudad de Ontario, reminiscencia de su natal Thamesville.
Exploración jungiana basada en algo tan querido por él, que fue actor y un
amante de Shakespeare, como los arquetipos y las máscaras.”
José Luís de Juan
“El País” 20/01/2007
“Nuestro pueblo era tan pequeño que se estaba
en él de repente; carecía de esa
dignidad que otorgan unas afueras”
“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies
20 de des. 2013
jo decideixo
Rebutgem la llei "Orgánica de Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer Embarazada"
15 de des. 2013
robertson davies
“La famosa aldea global en la que estamos inmersos responde, a
menudo, más a las características de aldea que a las de globalidad. El gran
escritor canadiense Robertson Davies (1913-1995), a quien John Irving definió
como "el Dickens de Canadá", estuvo a punto de obtener el Premio
Nobel en 1993. Entre sus apasionados
lectores estaban Malcolm Bradbury, que aseguraba que se trataba de "uno de
los grandes novelistas modernos", y
Harold Bloom, que lo incluyó en “El
canon occidental”. Y, sin embargo, Davies era prácticamente desconocido en
España hasta que la pequeña editorial Libros del Asteroide emprendió la
publicación de la Trilogía de Deptford, la
más adictiva de su extensísima obra. Ahora que lleva más de una década muerto,
sus novelas se pasean con fuerza creciente por las librerías españolas. La
última en llegar es “Lo que arraiga en
el hueso”, segunda parte de la Trilogía de Cornish. El placer que suscita su lectura es uno de los
muchos prodigios de la literatura: difuntos desconocidos que pasan a formar
parte de nuestras fantasías, nuestras risas y nuestras conversaciones. Con
argumentos de menos peso se han creado religiones.
El hallazgo de Davies es sensacional, ya que el personaje es tan sorprendente como
su obra. Su aspecto era tal que el hijo
de John Irving creyó que estaba ante Dios el día que lo conoció. Era
desmesuradamente alto, iba ataviado con ropas ligeramente pasadas de moda,
lucía una larga barba de una blancura resplandeciente, al igual que su cabello,
y poseía una sonora voz de actor. Su biografía iba a la par de su fabulosa
apariencia: había sido actor en la Old Vic Repertory Company de Londres, productor de teatro, prestigioso periodista en
Canadá, renombrado profesor de
Literatura y rector en la Universidad de Toronto, además de galardonado autor de novelas, cuentos, obras de teatro, críticas literarias y artículos.
Nabokov decía que el don más importante de un escritor es “shamanstvo”,
una palabra rusa que hace referencia a "la cualidad del encantador". Esa habilidad para conseguir que la gente
desee ardientemente seguir leyendo tus historias no puede ser enseñada. Dickens la tenía. Davies también. El propio autor canadiense aseguraba que el
shamanstvo formaba parte del oficio de escribir: "Un escritor de verdad
desciende de los contadores de historias medievales que solían ir a la plaza de
las ciudades, extender una alfombrilla en el suelo, sentarse sobre ella, golpear un cuenco y decir: “Si me das una moneda de cobre, te daré un
cuento de oro”. Si el narrador era
bueno, reunía a un pequeño grupo de
personas a quienes contaba una historia hasta que llegaba al punto más
interesante; entonces, se detenía y pasaba de nuevo el cuenco. Así se ganaba la vida; si no conseguía retener a su público, debía dedicarse a otra cosa. Eso debe hacer un escritor".
Davies era un narrador irónico e imaginativo, con una visión de la
vida más tragicómica que sentimental. Durante sus años de periodismo, descubrió
cómo viven las personas, qué hacen por la noche y qué sucede tras las cortinas
de sus casas. Del teatro, aprendió a elaborar diálogos para decir lo
máximo con el mínimo de palabras posible. De su educación presbiteriana, con su
terrible concepto del destino, heredó la cuestión moral a la que se enfrentan
sus peculiares personajes: la tenue línea que separa el libre albedrío de la
predestinación, la responsabilidad de la inocencia, la condena de la salvación.
Y de su educación británica mamó el humor presente en sus novelas y que le
convirtió en un solicitadísimo conferenciante. Solía referirse a sí mismo como
"una voz desde el ático", burlándose así de la escasa consideración
intelectual que la literatura canadiense tenía en Estados Unidos.
Su energía creadora era tal que concebía las novelas de tres en
tres. Estaba dotado de una inmensa
vitalidad intelectual y, al final de su
existencia, llegó a reconocer que su experiencia sobre el temido bloqueo del
escritor se reducía a "algo pequeñito, suficiente para recobrar el aliento". Escribió la Trilogía de Salterton (Tempest-Tost, Leaven of Malice, A Mixture
of Frailties); la Trilogía de
Deptford (El quinto en discordia, Mantícora, El mundo de los prodigios); la Trilogía de Cornish (Ángeles rebeldes, Lo que arraiga en el hueso, La lira de Orfeo) y
la inacabada Trilogía de Toronto, de la que sólo llegó a finalizar las dos
primeras partes: “Asesinatos y ánimas en
pena” y “Un hombre astuto”. En
total, once novelas donde unas historias se engarzan con otras hasta formar
tramas sorprendentes. Lo que no se sabe es si su esposa llegó a temer que
semejante afición a la trilogía se extendiera, en alguna ocasión, del terreno laboral al sentimental.
Para empezar a leerlo, nada mejor que la Trilogía de Deptford,
considerada su obra maestra: “El quinto
en discordia” (1970), “Mantícora” (1972)
y “El
mundo de los prodigios“ (1975). Las tres novelas, como relatos poliédricos,
relatan la extraña muerte del millonario Percy Boyd Staunton desde tres puntos
de vista. Lo que empieza con una inocente bola de nieve en “El quinto en discordia”, que recibió el Premio Llibreter 2006, se convierte en un alud que arrastrará a los
singulares protagonistas -locos con halo de santidad, magos, mujeriegos
mutilados, analistas junguianos...- en una trama de venganza, amor, alcohol y
mitos.
El autor concebía la ficción como un gran tapiz con limpios
dibujos en cuyo reverso se entretejen las vidas de todos los personajes de
forma aparentemente caótica. Ese modo de entender la literatura conecta con un
modo de escucharla y disfrutarla: credulidad, escepticismo, asombro, maravilla
y, a veces, aunque sea breve y débilmente, la sensación de vislumbrar lo
inaccesible, aquello que no puede obtenerse con el pensamiento racional. Y
percibir lo inaccesible, por imperfecta que sea la percepción, significa haber
accedido a ello.
Robertson Davies comentó en una ocasión que George Bernard Shaw
floreció cuando tenía veinte años, pero que nadie aspiró su aroma hasta que
cumplió cuarenta. Y, a continuación, añadió con ironía que con él aún habían
tardado más tiempo. Háganse un regalo: no demoren el placer de leerle.”
Nuria Barrios
El País, 31/01/2009
13 de des. 2013
recuerdos de un alumno
“Conocí a Josefina Aldecoa en septiembre de 1980, cuando ingresé
como alumno en el colegio Estilo para repetir 6º de EGB. En 1980 en España
todavía abundaban los colegios en los que sucedían cosas extrañas. En aquel del
que yo venía, un colegio público, mi tutor se ponía la alianza entre dos
falanges del dedo corazón y atizaba unos capones que picaban y dolían de
verdad. Nada así habría sido concebible en los dominios de Josefina. Tampoco el
pretencioso encorsetamiento de otros colegios privados que había conocido en mi
breve pero errática carrera escolar. A Josefina no había que llamarla de usted,
como tampoco a ninguna de las profesoras (todas lo eran, salvo el de gimnasia),
y eso a pesar de que habría sido lo más conveniente, ya que las había realmente
mayores. A Josefina le bastaba con una
mirada para cuadrar a toda una clase de niños. O con abrir de golpe las puertas
correderas de su despacho. Era la última instancia disciplinaria del colegio y
ejercía su papel con resignación tan bien disimulada que los alumnos tendíamos
a ver tan sólo su semblante severo sin darnos cuenta de que el raro oasis que
habitábamos era obra suya. La finalidad de un colegio no es hacer felices a los
alumnos, pero yo fui más feliz en el colegio Estilo que en cualquier otro de los
que conocí. La razón es bien sencilla. Ni nos daban píldoras de la felicidad ni
nos sobornaban con regalías. Simplemente percibías que lo que te rodeaba era
como debía ser. Todo resultaba razonable, de sentido común. Las profesores eran
buenas pedagogas, conocían su asignatura y trataban de enseñarnos más allá de
lo que dictaban los romos programas oficiales. Sabían ser flexibles cuando era
necesario y nunca se les ocurría representar lo que no eran. Las había
francamente extravagantes, y con duros historiales de lucha política a sus
espaldas de los que sin embargo no hacían ostentación. No nos impartían
religión pero sí historia de las religiones; leíamos libros, como los cuentos
de Maupassant, en los que ningún
ministerio de educación español había reparado hasta entonces pero que nos
introducían en la lectura más eficazmente que el canon oficial de la literatura
castellana; hacíamos películas; cosíamos (también los chicos) sin que el rubor
asomara a nuestros carrillos... Siempre he dicho que mi paso por el colegio
Estilo me enderezó y me permitió, algunos años después, alcanzar la
universidad. Aprendí que no es refugio la desidia. Se lo debo a Josefina y a
las mujeres maravillosas de quienes supo rodearse. Afortunadamente tuve ocasión
de decírselo muchas veces. Lo mejor, no obstante, fue contar con su amistad.”
Recuerdos de un alumno
Marcos Giralt Torrente
“El País 17/03/2011”
11 de des. 2013
educar, educar, educar!!!!
“Para contar bien una historia, con eficacia, con honestidad y con
contundencia, conviene conocer, antes que nada, su principio y su final. En la
medida en que yo, ahora, puedo escogerlos, me gustaría empezar hablando de una maestra
republicana antes de la República y de un maestro republicano después de la
República. Son historias antagónicas y, sin
embargo, complementarias, una alegre y la otra triste, pero ambas
imprescindibles, y tan vinculadas entre sí que no se pueden entender la una sin
la otra.
Enseñar a leer es encender fuego
"Enseñar a leer es encender fuego; cada sílaba que se deletrea es una
chispa". Esta espléndida
declaración de principios fue el lema que eligió en 1892 una chica de dieciséis
años para encabezar los ejercicios de su examen, en la oposición a la que se presentó para optar
a una plaza de maestra. Se llamaba
Magdalena de Santiago Fuentes Soto, había nacido en Cuenca en 1876, y en 1909
se incorporaría al cuerpo de profesores de la Escuela de Estudios Superiores de
Magisterio de Madrid, uno de los escenarios claves de esta historia, el lugar
donde se formaron varias generaciones de hombres y de mujeres que consagrarían
su vida a hacer realidad la declaración de Magdalena.
"Enseñar a leer es encender fuego; cada sílaba que se
deletrea es una chispa". Magdalena de Santiago Fuentes Soto murió en
Madrid en 1922, a los cuarenta y seis
años, catorce antes de que el estado republicano español asumiera la
precocísima expresión de su vocación pedagógica como una de sus máximas
aspiraciones, la piedra angular de una
nueva sociedad que se levantaría sobre una nueva escuela, laica, mixta,
igualitaria, científica, de calidad y de progreso. En su breve vida, las instituciones republicanas desarrollaron
una labor muy exigente y ambiciosa en múltiples sectores de la vida pública,
desencadenando un impulso modernizador sin antecedentes ni consecuentes en la
historia española. Aquel esfuerzo desmesurado pero consciente, convirtió a
nuestro país en un símbolo del progreso también por primera, y quizás única,
vez en toda la historia.
El maestro republicano del que voy a hablarles ahora tuvo, con
toda seguridad, nombre y apellidos, pero, aunque el verano pasado intenté
averiguarlos y aunque, sin duda, lo conseguiré antes o después, no los conozco
todavía. Así que esta es la historia de un maestro anónimo, uno de tantos, demasiados, que no voy a contarles yo, sino la
persona que a mí me la contó:
Sermón en Rota (Cádiz)
"En los pueblos he oído sermones escalofriantes. Un domingo oí misa en Rota. El sacerdote, desde el altar, y a manera de plática, decía: "¿Qué os
creíais, que siempre iba a ser lo mismo? ¿No gritabais tanto, no se paraban los hombres a la puerta de la
iglesia, para saber quién entraba a misa? ¿Y ahora? Ahora sois todos muy
religiosos, todos muy humildes. Los más culpables e impíos, ya han dado cuenta a Dios de sus actos; ya
están purgando sus culpas, de haber infiltrado en el pueblo el veneno del
marxismo, alejándolo de Dios. Pero aún
quedan algunos que pretenden engañarnos. A todos los descubriremos; todos
llevarán su merecido; no se escapará nadie; entendedlo bien, ¡nadie! Hay que limpiar más a fondo y hasta el fin
toda la podredumbre que Rusia ha introducido en este pueblo. Sobran unos
cuantos que pronto tendrán que rendir cuentas. Y las mujeres que antes no
venían, allí las tenéis, todas muy devotas. A mí no me engañáis. A todos os conozco muy bien. Os hago una
advertencia. Los domingos, todos, todos
a misa; no admito disculpas. La que tenga chicos pequeños que los deje
encerrados; el que tenga un enfermo, que lo deje solo. En media hora no se va a
morir. El domingo, todos a misa; que no tenga que volverlo a
repetir. El que no venga sufrirá las consecuencias, pues antes que nada y
primero que todo es cumplir los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Pues,
¿y los niños? ¿Qué os diré de los niños? Los hay que no saben ni santiguarse, por el otro maestro, impío y masón, que no paga con la muerte que ha sufrido el
crimen de no enseñar el catecismo a los angelitos de Dios".
No sé cómo se les ha quedado a ustedes el cuerpo, pero me temo
que, el día de mi muerte, yo seguiré
sintiendo el agujero que abrió en el mío esta página la primera vez que la leí.
Lo de menos es que yo pase en Rota todos
los veranos. Lo de más es que aquel
maestro no pagara su crimen ni siquiera con la muerte, y que sus alumnos
tuvieran que oírlo cada semana, desde el púlpito de su parroquia. No me lo ha
contado ninguno de ellos. Lo he aprendido, como tantas otras cosas, en un
libro. Su autor se llamó Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, y había nacido
en Madrid, pero cuando estalló la
sublevación del 18 de julio de 1936, vivía en Sevilla, (...) fue destinado al
cargo de Delegado de Prensa y Propaganda de la II División rebelde, el territorio gobernado desde Sevilla, con las
maneras de un virrey colonial, por el general Gonzalo Queipo de Llano.
(...) La historia conmovedora y terrible del maestro de Rota tiñe
de sombras siniestras las palabras de Magdalena de Santiago Fuentes Soto.
Enseñar a leer es encender fuego. Y tanto. Por eso, los fuegos de la luz y del
conocimiento, de la alegría y del placer, de la superación personal y el afán
de saber, fueron a parar al fuego. O al paredón.
(...) Aunque yo soy escritora, y discuto, de entrada y por
principio, la famosa aseveración de que una imagen vale más que mil palabras - ya
saben, cada sílaba es una chispa-, todas las reglas tienen su excepción. La
mía, mi excepción favorita, es una imagen animada en blanco y negro, un plano
de una película documental, tan emocionante, tan intensa, tan hermosa, que demuestra por sí sola que no existen
ficciones capaces de llegar a la altura de algunas realidades.
No sé si ustedes la habrán visto, pero yo voy a intentar que la
vean por mis ojos. España, siglo XX, años 30, un prado. Un prado cualquiera, con montes al fondo, en un pueblo cualquiera, con casas de piedra, y calles torcidas, y
cercas, y corrales para el ganado. No me acuerdo de la región, tal vez no
llegué a saberla nunca, pero parece que hace frío, y tiendo a suponer que tal
vez sea un lugar de Extremadura, o de León, o de alguna remota comarca de
Castilla la Vieja. El caso es que hace frío, y hay un prado, y unos montes al
fondo, en un pueblo de España, en los años 30 del siglo XX, y delante, en
primer término, unos niños juegan.
Son niños pequeños, morenos, con el pelo muy corto, algunas
cabezas casi rapadas, con calvas. Son de diversas edades, aunque todos tienen,
diría yo, más de cinco y menos de diez años, y están sucios, pero se ríen, van mal calzados, pero se ríen, transmiten esa tristeza de los
objetos, de las ropas y las uñas negras,
que germina en la pobreza, pero se ríen, porque están contentos.
Estos niños están jugando al corro. Con ellos juega un adulto, un
hombre joven, bien peinado, bien vestido, elegante en su rostro y en su gesto,
un hombre de ciudad, culto, próspero, cuya presencia en la imagen parece
errónea, como si fuera un actor atrapado en la película equivocada o una burda
manipulación del fotograma. Es un hombre de ciudad, joven, culto, bien vestido,
rico, elegante, y juega al corro con los niños sucios y tiñosos, y se ríe entre
ellos, con ellos, ríe para ellos, pero su presencia en esta película no es un
error, sino un prodigio, la carne y la piel de un milagro verdadero.
El hombre se llamaba Alejandro Casona, y era dramaturgo, y estaba
acostumbrado a triunfar, a estrenar en los mejores teatros de Madrid, a ganar
dinero con sus obras. Durante el tiempo en que existieron se acostumbró,
además, a viajar con las Misiones Pedagógicas por las zonas más deprimidas y
remotas de España, y allí, mientras los actores ensayaban y los técnicos
levantaban el escenario donde se iba a representar alguna de sus obras, jugaba
al corro con los niños.
La primera vez que vi esta imagen, se me saltaron las lágrimas y
todavía no me he recuperado. Este es otro agujero que conservaré intacto hasta
el día de mi muerte. Cuánta generosidad, cuánta responsabilidad, cuánto amor,
cuánta fe, cuánta ternura, cuánto arrojo, cuánto futuro en la sonrisa de
Casona, jugando al corro con aquellos
niños. Y sin embargo, más allá de su literatura, y de la que yo acabo de hacer
a su costa, este documental de las Misiones Pedagógicas significa muchas cosas.
La primera es que la importancia que la educación tenía para las instituciones
republicanas era tal que no se conformaban con mantenerla dentro de los límites
de la escuela. Las Misiones Pedagógicas, con sus escenarios teatrales y sus
pantallas de cine, sus galerías de reproducciones de obras de arte y sus
bibliotecas ambulantes, fueron la escuela total, de todos y para todos, cultura
gratuita a domicilio para todos los españoles de cualquier edad y condición.
¿No es emocionante? Lo es, y es maravilloso, fue maravilloso, algo
grande, y único, y admirable, en este país oscuro, pequeño y encogido.
Educación, educación y educación. Ese era el lema, el propósito, el horizonte,
el fin y los medios al mismo tiempo. Educación, educación y educación. Los
republicanos españoles lo tenían tan claro, estaban tan convencidos de su
camino, que ni siquiera aflojaron la máquina cuando se vieron obligados a
defenderse con las armas de la injustificable agresión de los generales
rebeldes. Educación, educación y educación. Los milicianos hacían instrucción y
aprendían a leer y a escribir en las trincheras.
El Ejército Popular de la República Española editó varias
cartillas destinadas expresamente a ese propósito, entre ellas la célebre
Cartilla Escolar Antifascista, de la que hace algunos años la Editorial
Viamonte hizo una primorosa edición facsímil. Pero eso no era todo. Los Cuerpos
del Ejército Popular editaban sus propios periódicos, pero también, en muchos
casos, publicaban libros. El Quinto Regimiento hizo tiradas monumentales de
algunos Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós, para distribuirlos
gratuitamente entre sus hombres. Y los cómicos tampoco pararon. Partiendo de la
experiencia de La Barraca, pero ajustándola a la realidad de la guerra, se
crearon las Guerrillas del Teatro, que evocó años después su impulsora
principal, la escritora María Teresa León, en una novela titulada Juego limpio.
Sus compañeros de la generación del 27 participaron de las formas más activas y
variadas en las que se llamaron Milicias de la cultura (...).
Educación, educación y educación. No fue sólo una experiencia
insólita, no fue sólo una iniciativa admirable, también fue una suerte de
oscura premonición. La II República puso
en marcha políticas educativas tan modernas, tan frescas, tan progresistas e
imaginativas en todos los ámbitos de la vida española, dentro y fuera de la
escuela, que todavía hoy arrastramos las consecuencias de su brusca y
prolongada interrupción. Yo he venido
hoy, aquí, a contar una historia y no a dar un mitin, pero basta con contemplar la situación en la
que se encuentra la escuela pública española en la actualidad, y con repasar
las aspiraciones de los colectivos que la defienden como escenario primordial
de la educación en España, para comprender todo lo bueno y lo malo, lo mejor y
lo peor, de cuanto he venido contando hasta ahora.
Recordarlo no puede ser nunca un vano ejercicio. La memoria forma
parte del futuro, porque sólo si somos capaces de estar a la altura de la
herencia que hemos recibido, el fuego que encendió Magdalena de Santiago
Fuentes Soto permanecerá encendido siempre, para siempre. La historia de la
escuela en la II República es la historia de una generación de españoles que
creyó en nosotros al creer en su futuro. Estemos a la altura de su fe. Los homenajes
son huecos y estériles si, bajo la cáscara de los buenos propósitos, no late un
corazón audaz, como son los corazones que laten por y para el futuro.”
Extracto
de la conferencia de Almudena Grandes durante el ciclo sobre la escuela en la
II República organizado por la Fundación de Investigaciones Educativas y
Sindicales de España (2006)
9 de des. 2013
historia de dos maestras
![]() |
interior de una galería de la cárcel de Ventas, 1933 |
Un artículo de Ignacio Martínez de Pisó. Publicado en el periódico " El País" del 18 de septiembre de 2005.
“Se conocieron en 1927 en las aulas de la Escuela Normal de
Maestros de Huesca. La profesora se llamaba María Sánchez Arbós y había nacido
en 1889. La alumna, 20 años más joven, se llamaba Carmen Castro Cardús. Ninguna
de las dos podía entonces imaginar que, 12 años después, sus vidas volverían a
cruzarse en circunstancias bien distintas. Ocurrió en la madrileña cárcel de
Ventas. Al término de la Guerra Civil, Carmen Castro era la directora de la
prisión y María Sánchez Arbós una más de las miles de mujeres que habían sido
encerradas en ella por las autoridades franquistas.
Pero comencemos la historia por el principio. O, al menos, por uno
de los posibles principios, que nos hace retroceder a una tarde de septiembre
de 1915 en la que, paseando por Madrid, María Sánchez Arbós se encontró con una
antigua compañera de estudios. Ésta
llevó a María al Museo Pedagógico, y allí asistió a una conferencia que le
cambió la vida. El conferenciante era Manuel Bartolomé Cossío, y la joven
maestra no tardó en comprender que el tipo de escuela que aquel hombre
propugnaba era el mismo con el que ella siempre había soñado: una escuela en la
que los niños disfrutaran y tuvieran más comodidades que en su casa, y en la
que, como ha escrito el profesor Víctor Juan Borroy, "hubiera maestros
satisfechos de serlo, amigos de los niños, fervientes amadores de la
escuela". Esa nueva relación entre alumnos y maestros constituía, de
hecho, uno de los pilares de la reforma educativa promovida por la Institución
Libre de Enseñanza, de la que Cossío era
la figura más representativa.
La Institución defendía para la sociedad española un proyecto de
regeneración que pasaba necesariamente por la sustitución del viejo sistema
educativo por uno nuevo, basado en la tolerancia, la fe en el progreso, el
respeto a la libertad, valores todos ellos que María compartía. No puede, por tanto, extrañar que su vida
quedara desde aquel día estrechamente ligada a la Institución. O a entidades dependientes de ésta: a la
Escuela Superior de Magisterio, en la que estudió entre 1916 y 1919; a la Residencia de Señoritas, en la que se
instaló después de que le fuera concedida una modesta beca; al Instituto-Escuela, en el que hizo sus
prácticas… Su matrimonio con Manuel Ontañón y Valiente, hijo de un conocido profesor
de la Institución, no haría sino fortalecer ese vínculo.
En 1920, el mismo año de su boda,
obtuvo María una plaza de profesora en la Escuela Normal de La Laguna, y
seis años después tomó posesión de una plaza similar en la de su ciudad natal.
La Escuela Normal de Huesca no estaba ya en el convento de Santa Rosa en el que
ella misma había estudiado, sino que se
había trasladado al número 9 de la calle del Padre Huesca; fue en este edificio
donde por primera vez María Sánchez Arbós y Carmen Castro coincidieron.
Permaneció aquélla en la ciudad aragonesa hasta que, concluido el siguiente curso (el 1927-1928),
optó por regresar a Madrid, donde aprobaría unas oposiciones a la dirección de
Grupos Escolares. Curiosamente, su
primer destino como directora fue un centro de reciente creación al que habían
puesto el nombre del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos.
Seguía al frente de ese Grupo Escolar cuando, en julio de
1936, el Ejército se rebeló contra el
Gobierno republicano. Por las
anotaciones que María fue haciendo en su diario (que se publicaría en México en
1961) sabemos que el 8 de noviembre cayó una bomba sobre uno de los torreones
de la escuela. Eso obligó a niños y
maestros a desalojar el edificio, que poco después sería ocupado por milicianos
de la columna Durruti que acababan de llegar a la capital para contribuir a su
defensa. Pero los alumnos no podían quedarse sin escolarizar, y María consiguió
la autorización para continuar las clases en la sede de la Institución Libre de
Enseñanza. A finales de marzo de 1939,
las tropas de Franco entraron en Madrid. Las nuevas autoridades ordenaron que
fueran ocupados los locales que los republicanos habían abandonado en su huida.
La Institución había sido declarada opuesta al Movimiento Nacional
"por sus notorias actuaciones contrarias al Nuevo Estado", y José
Manuel Ontañón, hijo de María Sánchez
Arbós, recuerda que la mañana del 30 de
marzo se presentó en la sede un grupo de falangistas (entre los que,
curiosamente, había un antiguo alumno de la Institución, hijo de alemanes de
origen judío). María Sánchez Arbós se armó de valor y, alegando que el edificio
albergaba un centro oficial, trató de impedirles la entrada. Pero los
falangistas no habían ido allí para escuchar sus razonamientos y, tras
expulsarla sin ningún tipo de contemplaciones, se aplicaron a la labor de
destruir cuanto hallaron a su paso: talaron los árboles, destrozaron los
muebles, quemaron los libros. El viejo sueño de Giner de los Ríos de avanzar
hacia una España más culta y más libre quedó en pocas horas sepultado bajo un
montón de desechos y cenizas.
Comenzaba la posguerra, y en aquel Madrid del llamado Año de la
Victoria proliferaban las represalias contra los vencidos. Considerada
desafecta al nuevo régimen, no pasó mucho tiempo antes de que María fuera a
parar a la cárcel de Ventas, donde se produjo el reencuentro con su antigua
alumna de la Escuela Normal de Huesca, que, en palabras del periodista Carlos
Fonseca, dirigía la prisión "con mano de hierro".
¿Quién era Carmen Castro? Tercera de los siete hijos de un alto
funcionario del Ministerio de Hacienda, acaso lo más llamativo de su historia
familiar es que su hermano Julio Alejandro, dos años mayor que ella, acabaría,
en el exilio mexicano, escribiendo con Luis Buñuel los guiones de clásicos como
Nazarín, Viridiana, Simón del desierto o Tristana. Sobre Julio Alejandro han escrito novelistas
como Manuel Vicent, Vicente Molina Foix o Antón Castro, y por la biografía que Román Ledo acaba de
dedicarle sabemos que su padre mantenía relaciones de amistad con los poetas
Manuel y Antonio Machado y que la familia pertenecía "a la estirpe de la
'España lúcida', hijos de su tiempo, tangencialmente emparentados con el
ideario de la Institución Libre de Enseñanza". De hecho, los dos hijos mayores del
matrimonio, Santiago y Julio Alejandro,
tuvieron como preceptor a Jesús Abad, que en 1927 coincidiría con María
Sánchez Arbós en el claustro de profesores de la Escuela Normal de Huesca (y
que durante la Segunda República sería alcalde de la ciudad y director de esa
escuela). Y en 1915, cuando los Castro, siguiendo al cabeza de familia a su
nuevo destino profesional, abandonaron Huesca para instalarse en Madrid, la pequeña
Carmen estudió dos años en la Institución, antes de ser matriculada en las
Escolapias.
Los expedientes de Carmen Castro depositados en los archivos de la
Dirección General de Instituciones Penitenciarias e Histórico Provincial de
Huesca, así como el testimonio de su hermana Matilde, que ahora tiene 90
años, permiten reconstruir su
trayectoria. Tras concluir el bachillerato,
estudió Farmacia en Madrid y se ordenó teresiana. Siguiendo
instrucciones de la congregación, en 1927 se matriculó en Huesca de las
asignaturas que le faltaban para terminar Magisterio. Durante los años
siguientes tuvo, pues, que viajar con frecuencia a su ciudad natal, en la que
en 1932 obtuvo el título de maestra nacional. Entretanto, trabajó como
inspectora farmacéutica municipal y como maestra en la localidad madrileña de
Villanueva de la Cañada, y en 1935 ganó unas oposiciones para ingresar en el
Cuerpo de Prisiones como maestra de instrucción primaria.
Tras el estallido de la Guerra Civil trabajó como farmacéutica en
el hospital de sangre que las mujeres de Manuel Azaña y de Santiago Casares
Quiroga organizaron en la sede del Instituto Oftálmico, hospital en el que
también colaboraron su hermana Matilde y una jovencita llamada María Casares
que con los años se convertiría en una conocida actriz. La familia Castro,
aunque de hondas convicciones religiosas, nunca había ocultado sus simpatías
por el partido de Azaña, Izquierda Republicana, y debido a ello pudo esconder
en su casa a varios amigos de ideología derechista que se sentían perseguidos.
A las actividades de Carmen Castro durante la guerra se refiere
Carlos Fonseca cuando, en su libro Trece rosas rojas, dice que "desde el
primer momento colaboró con la Quinta Columna organizada por la Falange
clandestina en la capital para ayudar a los militares insurrectos". Su contacto era el alemán Felix Schlayer, por
aquel entonces cónsul de Noruega y poco después autor del libro Diplomático en
el Madrid rojo, acaso el principal de los testimonios escritos que documentan
la matanza de Paracuellos de Jarama.
Después de colaborar en el hospital de sangre, Carmen Castro se
incorporó como funcionaria de prisiones a un edificio de la plaza de las
Comendadoras habilitado como cárcel de mujeres; allí se las arreglaba para
administrar clandestinamente la comunión entre las presas y, cada vez que una
monja era excarcelada, avisaba a Schlayer para que enviara un vehículo del
consulado a recogerla a la prisión y de este modo le ahorrara posibles
encuentros con milicianos exaltados.
Cansada de ocultar su condición de religiosa, Carmen Castro pasó a
la llamada zona nacional en julio de 1937, y cuatro años después el propio
Schlayer daría testimonio de los servicios que durante ese año había prestado a
la causa nacional, entre los que destaca "el haber impedido que se
efectuase en la prisión de Conde de Toreno una 'saca' para fusilar a un grupo
de damas de España". Hasta la conclusión de la guerra, Carmen Castro
trabajó sucesivamente en las prisiones de San Sebastián, Saturrarán y Santander. Fue en esta ciudad
donde, poco antes de la entrada en Madrid de las tropas de Franco, se le
notificó que el jefe del Servicio Nacional de Prisiones, Máximo Cuervo, la
había nombrado directora de la cárcel de Ventas.
Con el advenimiento de la República se había puesto en marcha un
plan de modernización penitenciaria que buscaba facilitar la reinserción social
de las reclusas. El de Ventas, inaugurado en 1933, era uno de los centros
pioneros de ese plan, según el cual cada una de las internas debía disponer de
una celda individual. Su capacidad máxima era de 450 personas. Para el verano
de 1939, el número de internas superaba ya las 10.000, y al hacinamiento había
que añadir problemas de falta de higiene, insalubridad y subalimentación que
convertían aquella cárcel en un auténtico infierno.
En la prisión existía una sección especial para las presas más
jóvenes. Ocupaba una sala de algo más de 100 metros cuadrados, y en ella hacían
su vida cerca de un centenar de chicas, que por la noche extendían sus petates
en el suelo para dormir y durante el día trataban de burlar la vigilancia de su
cuidadora, una funcionaria de prisiones apodada La Zapatitos. La octogenaria
Mari Carmen Cuesta, que en la actualidad reside en Valencia, fue una de las
chicas que vivieron en esa sección, y recuerda cómo aprovechaban la menor
distracción de La Zapatitos para salir a las galerías de la cárcel y
encontrarse con sus amigas mayores, a las que intentaban entretener con
improvisadas sesiones de claqué.
Mari Carmen Cuesta, que entonces tenía 15 años, había sido
detenida junto a su amiga Virtudes González. Ésta, de 18, fue una de las que
más tarde serían conocidas como las Trece Rosas, 13 jóvenes que en agosto de
1939 fueron condenadas a muerte y ejecutadas por el simple hecho de haber
militado durante la guerra en las Juventudes Socialistas Unificadas. En la
sección de menores de la prisión convivió Mari Carmen Cuesta con tres de las
Trece Rosas (Martina Barroso, Anita López Gallego y Victoria Muñoz), y recuerda
la consternación y rabia que sintió cuando vio cómo una guardiana las despertó
a medianoche para conducirlas junto a las otras diez hasta las tapias del
cementerio del Este, donde fueron fusiladas.
¿Cómo vivió aquello Carmen Castro, a la que María Sánchez Arbós y
otras como ella habían tratado de transmitir los ideales de la Institución, su fe en la construcción de un mundo más libre
y más justo? Por testimonios de antiguas reclusas sabemos que Carmen Castro
declinó hacer compañía a las 13 chicas mientras escribían sus cartas de
despedida en la capilla de la cárcel. Según cuenta la socialista Ángeles
García-Madrid en Réquiem por la libertad, esa ausencia pudo deberse a su
precario estado de salud: su débil corazón difícilmente habría soportado
"aquel engendro de justicia". La directora de la prisión no estaba
pasando, en todo caso, una buena temporada: no mucho tiempo antes, su madre
había muerto de bronconeumonía en una residencia de religiosas en Zaragoza.
La propia García-Madrid recuerda unas palabras supuestamente
pronunciadas por Carmen Castro a propósito de una ejecución anterior, la de dos
hermanas acusadas de haber denunciado a un falangista. "Yo misma las he
colocado esta mañana en el paredón. Los delitos de sangre hay que ahogarlos en
sangre", habría dicho. Sin embargo, según su hermana Matilde, fueron las
propias condenadas las que le suplicaron que las acompañara en sus últimos
momentos, en los que "querían ver una cara amiga", y aquel día Carmen
Castro regresó a la casa familiar en un estado de desolación absoluta. Bendijera
o no la política de venganza adoptada por las nuevas autoridades, lo cierto es
que Carmen Castro no tuvo valor para mirar a los ojos de esas 13 inocentes que
estaban a punto de ser asesinadas. Pero acaso lo más oscuro de este episodio
sea que Carmen Castro ni siquiera llegó a tramitar las solicitudes de
conmutación de la pena capital para las condenadas. La sentencia se conoció el
3 de agosto, y hasta el 13, ocho días después del fusilamiento, no llegaron las
peticiones de clemencia al cuartel general de Franco, que se limitó a anotar en
sus márgenes la E de "Enterado".
Aunque, según algunas fuentes, María Sánchez Arbós estaba ya en
Ventas cuando se fusiló a las Trece Rosas, lo cierto es que su ingreso en la
prisión no se produjo hasta mediados de septiembre. Para María debió de ser
toda una sorpresa encontrarse al frente de la cárcel a una antigua discípula.
Una discípula, por otro lado, que no dejaba de reconocerle cierta autoridad
moral. Según el testimonio de una reclusa recogido por Tomasa Cuevas, a Carmen Castro
"le impresionó ver allí a aquella mujer, con lo que valía y la labor que
había hecho toda su vida".
Al parecer, la directora de la prisión ofreció a su ex profesora
la posibilidad de convertirse en una reclusa de confianza, lo que habría
aliviado la dureza de sus condiciones de vida. María (o doña María, como aluden
a ella quienes la conocieron en Ventas) rechazó la oferta y, a cambio, pidió que se habilitara una zona de
la cárcel para las mujeres que vivían con hijos pequeños y que se convirtiera
la sección de menores en una escuela para las presas jóvenes. Carmen Castro accedió a ambas peticiones, y la
propia doña María, ayudada por una maestra llamada Rafaelita, se encargó de dirigir la que fue bautizada
como Escuela de Santa María. A finales
de ese septiembre, tras medio año de detención, ingresó en la cárcel de Ventas
la comunista Matilde Landa, que durante la contienda había colaborado
activamente con el Socorro Rojo Internacional. Aunque era quince años más joven
que doña María, las estrechas vinculaciones de ambas con la Institución Libre
de Enseñanza habían hecho que surgiera entre ellas una buena amistad, hasta el
punto de que, cuando estalló la guerra, tres de los hijos de doña María estaban
pasando una temporada en una playa gallega junto a la hija, cuatro sobrinos y
una hermana de Matilde.
Las ejecuciones de presas de Ventas no cesaron tras el
fusilamiento de las Trece Rosas. Según Fernando Hernández Holgado, llegaron a
alcanzar la cifra de 78, y bastantes de ellas fueron compañeras de María
Sánchez Arbós y de Matilde Landa durante los meses que permanecieron recluidas.
En su biografía de Matilde Landa, David
Ginard i Féron afirma que el hecho de que no se hubieran tramitado a tiempo las
solicitudes de conmutación de las Trece Rosas fue lo que le hizo concebir la
idea de crear dentro de la prisión un pequeño departamento de apoyo legal a las
condenadas. La "oficina de penadas", que empezó a funcionar pese a
las iniciales reticencias de Carmen Castro, estaba situada en la celda de la
propia Matilde, y su único mobiliario lo constituían unos cajones de madera y
una máquina de escribir. En aquella celda se asesoraba a las condenadas para
que pudieran elevar recursos y solicitar avales, y entre la media docena de
internas que desde el primer momento colaboraron con Matilde Landa estaba, cómo
no, María Sánchez Arbós, que dedicaba a esa actividad el tiempo que le dejaba
libre su labor al frente de la Escuela de Santa María.
La oficina siguió en funcionamiento hasta que, en agosto de 1940,
se trasladó a Matilde Landa a la prisión de Palma de Mallorca (donde fue
sometida a tales presiones que acabó suicidándose). La colaboración de María
Sánchez Arbós había cesado con su excarcelación, en diciembre de 1939. Dos años después fue absuelta por un tribunal
militar, pero también expulsada del magisterio, y no sería rehabilitada hasta
julio de 1952, al parecer gracias a las gestiones de un hombre próximo al
régimen a cuyo hijo daba clases particulares. Murió en 1976.
En cuanto a Carmen Castro, fue nombrada en 1940 inspectora central
de Prisiones, y muchas de las mujeres que la habían conocido en Ventas se
reencontraron con ella en sus posteriores destinos penitenciarios: Mari Carmen
Cuesta la recuerda en Girona, dando instrucciones a las monjas de la cárcel para
convertir el huerto en una cancha de baloncesto. Cuando, en enero de 1948,
murió con sólo 38 años, era la responsable de la Sección de Redención de Penas
por el Esfuerzo Intelectual.”
8 de des. 2013
historia de una maestra, 6
Lecturas para la reflexión:
“Lorenzo
Luzuriaga en “El analfabetismo en España” , de 1926, realiza uno de los mejores
estudios del momento analizando sus causas económicas, geográficas y educativas
mediante los datos de los censos de 1910 y 1920. Señala como ejemplo el
municipio de Santiago de la Espada (Jaén), que en el censo de 1920 había
obtenido el porcentaje más elevado de analfabetismo (92,8%) y que aparece
reflejado también en las páginas del libro realizado entre 1926 y 1929 por Luis
Bello denominado “Viaje por las escuelas de España” como un buen ejemplo de la
confluencia de varias causas determinantes: diseminación de la población,
pastoreo, régimen de la propiedad de la tierra, aislamiento e incomunicación.
En síntesis, tres eran los factores determinantes para el analfabetismo: el
carácter urbano o rural del lugar de residencia, su nivel de escolarización y
la pertenencia al sexo masculino o femenino. Vivir en un área rural o en las
agropoblaciones del sur, sureste, oeste o noroeste (Andalucía, Murcia,
Extremadura, Galicia) suponía en la mayor parte de los casos ser
analfabeto. en especial si además se pertenecía al sexo femenino. No sucedía
así en las grandes ciudades o en las áreas rurales de la meseta norte y algunas
provincias norteñas como Santander, Navarra o el País Vasco. Estas zonas o
provincias con las más altas tasas de escolarización del país ofrecían también,
ya desde los primeros censos a mediados del siglo XIX, los más elevados porcentajes de
alfabetización (…)
La línea de
continuidad en el analfabetismo se quiebra - al principio de un modo casi imperceptible-
en la segunda y tercera décadas del siglo
XX. El descenso del número total de
analfabetos es ostensible: desde 11.867.455 en 1910, cifra similar a la de 1860, a 8.760.694 en 1940.”
Alfredo Liébana Collado
“La educación en España
en el primer tercio del siglo XX: la situación del analfabetismo y la
escolarización”
2009, páginas 8-9
“Es natural que queráis saber, antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No vamos a pediros nada. Al
contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante y que quiere ir de
pueblo en pueblo. Pero una escuela
ambulante donde no hay libros ni matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas,
donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República que nos envía
nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más abandonadas y que
vengamos a enseñaros algo, algo de lo
que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo
aprenden y porque nadie, hasta ahora, ha
venido a enseñároslo; pero que vengamos
también, y lo primero, a divertiros. Y
nosotros quisiéramos alegraros, divertiros
casi tanto como os alegran y os divierten los cómicos y titiriteros, (…) los mozos y los viejos de las ciudades, por modestas que sean, tienen ocasiones de seguir aprendiendo toda la
vida y también divirtiéndose porque están en medio de otros hombres que saben más
que ellos, porque solo con oírlos y
mirar se aprende, porque todo lo tienen
a la mano, porque la instrucción y las
diversiones se les entran sin quererlo por los ojos y oídos... Y como de esto
se hallan privadas las aldeas, la
República quiere ahora hacer una prueba, un ensayo, a ver si es posible empezar
al menos a deshacer semejante injusticia. (…) Traemos en estampas luminosas los
templos y catedrales antiguos, las estatuas, los cuadros que pintaron grandes
artistas. Más adelante queremos traer un
pequeño Museo de copias en lienzo de las grandes obras que están en los Museos.
(…) Cuando todo español no solo sepa
leer, que ya es bastante, sino tenga ansias de leer, de gozar y divertirse, sí,
de divertirse leyendo, habrá una nueva España.
Para eso la República ha empezado a
repartir por todas partes libros y por eso también al marcharnos os dejaremos
nosotros una pequeña biblioteca….”
Presentación de las
Misiones Pedagógicas. Texto de Manuel B. Cossío, en:
Historia de una maestra
Josefina Aldecoa
Páginas
137-138
“La brecha escolar que divide España”,
artículo publicado hoy en el periódico “El País”
7 de des. 2013
historia de una maestra, 5
“Las clases de adultos seguían adelante. En los últimos meses era
Ezequiel el único que se encargaba de ellas para evitarme un esfuerzo más.
Había un espacio de tiempo dedicado a las clases propiamente
dichas, clases de alfabetización, de cálculo, de nociones científicas o
históricas y había otro espacio dedicado a la charla y discusión sobre temas
cercanos, sociales y sanitàrarios o sobre acontecimientos de actualidad que Ezequiel
les mostraba en los periódicos. Poco a
poco, este segundo espacio fue creciendo ante la avidez de los alumnos por
informarse de todo lo que sucedía lejos, en un mundo del que vivían aislados. Ezequiel se dejaba llevar por el entusiasmo. «Ya saben hablar», me decía. «Han aprendido a expresar lo que
piensan...»
Yo frenaba su exaltación. «Tienes que seguir con las clases.
Primero leer y aprender; luego ya vendrá lo demás.» Asentía, pero una creciente inquietud le
desazonaba. «Sé que tienes razón. Pero
ignoran sus derechos, sus necesidades, son fáciles de convencer por cualquiera,
están en manos de quien mejor los sepa
manejar. Yo no quiero hacer política; quiero sólo defenderles de la
política...»”
Josefina Aldecoa
Historia de una maestra
4 de des. 2013
joana raspall
La poeta Joana Raspall ha mort aquesta matinada .
La seva família ha demanat que totes les aules de les escoles de Catalunya la
recordin amb la lectura d'alguns dels seus poemes.
Aquesta és la nostra contribució.
L'espera
T'espero i sé que vindràs.
Se'm fa l'hora cançonera,
que qui espera, desespera!
Enyoro el jou del teu braç
on el meu cos troba força,
que sóc la flor que es colltorça
si es queda sola en el vas.
Em cal aquell entramat
de llaços i serpentines
que només tu saps amb quines
arts tan dolces has trenat.
Sento que vindràs aviat.
Vull desfer-me de neguit,
i que tu no trobis noses
quan vulguis collir les roses
que em floreixen dins del pit.
Joana Raspall
Cada llibre té un secret
disfressat de blanc i negre;
tot allò que et diu a tu
un altre no ho pot entendre;
sent el tacte dels teus dits
i creu que l'acarícies
i que el batec del teu pols
vol dir que, llegint, l'estimes.
Tot allò que te donarà,
que no ocupa lloc, ni pesa,
t'abrigarà contra el fred
d'ignorància i de tristesa.
Amb els llibres per amics
no et faltarà companyia.
Cada pàgina pot ser
un estel que et fa de guia.
Joana Raspall
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