20 de gen. 2013

"el diccionario"

Una escena de l'obra

Amb text de Manuel Calzada Pérez, direcció de José Carlos Plaza, i interpretació de Vicky Peña, Helio Pedregal i Lander Iglesias, l'obra ens introdueix en la història de Maria Moliner, una dona pionera en la cultura espanyola, a través de moments clau de la seva vida. El muntatge és   el  memorable retrat d'una dona que va consagrar la seva vida a reivindicar la cultura com a clau de la igualtat.

Al Teatre Romea fins el 10 de febrer.

"Vivimos en un momento social en el que el lenguaje, tacaño, tosco y perezoso, (tomo con admiración un titular de Javier Marías) se ha convertido en un elemento que genera lo contrario para lo que fue creado: el desconocimiento del que habla. El lenguaje ha dejado de ser vínculo de comunicación entre los seres. Las palabras se generalizan y cualquiera de ellas vale para expresar un todo impreciso. Y justo ahora aparece a contracorriente Manuel Calzada y su "Diccionario": una sorprendente proclama de amor a las palabras, a los matices de la expresión, a la claridad, a la manifestación de la riqueza y complejidad de nuestros sentimientos.

De los muchos hilos que forman la trama de la obra, uno destaca por encima de todo: la capacidad del ser humano para superar las circunstancias que le han sido impuestas en el transcurso de su vida.

Una mujer, abandonada por el padre en su adolescencia, con enormes dificultades eco-nómicas y sociales para acceder incluso a la educación, obligada a recorrer diversos puntos de la geografía española para desarrollar su trabajo compaginado con las faenas propias del ama de casa española, represaliada por el franquismo, obligada a callar y a renunciar externamente a sus creencias para sobrevivir. Sobrevivir... ¡un verbo tan irremediablemente pegado a nuestro pueblo!

Pues esa mujer es capaz de crear un diccionario, el diccionario más útil, más coherente, más profundo de la lengua castellana. Ella y sus fichas, ella y su amor al lenguaje, ella y su superación constante y su honda rebeldía frente a una sociedad que minimiza al ser, le aplasta y le obliga a comportarse sin personalidad, sin creatividad. La obra nos habla de las enormes posibilidades que encierra el ser humano... María Moliner abre la puerta a nuestras facultades más escondidas, es un canto de esperanza, un aliento fresco contra la aceptación, contra la inmovilidad, contra la apatía o el abatimiento.

Extracte de la presentación del director, José Carlos Plaza



María Moliner 
"María Moliner hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español. (…) lo escribió en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cuántos hermanos tenía, contestó: «Dos varones, una hembra y el diccionario». Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esa respuesta. (…)

En el diccionario de la Real Academia de la Lengua las palabras son admitidas cuando ya están  gastadas por el uso y sus definiciones rígidas parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad. «Siempre le faltaban dos años para terminar», me dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967 -presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años- dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba. Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. «Sobre todo las que encuentro en los periódicos», dijo en una entrevista. «Porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad».

En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Sólo se atrevieron hace dos años, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue María Moliner.  Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. « ¿Qué podía decir yo », dijo entonces, «si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?»

Extractes de l'article “La mujer que escribió un diccionario”, de  Gabriel García Márquez,  publicat a “El País” el 10 de febrer de 1981


"A los bibliotecarios rurales

Estas Instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia y que tienen a su cargo bibliotecas pequeñas y recientes. Porque, si el éxito de una biblioteca depende en grandísima parte del bibliotecario, esto es tanto más verdad cuanto más corta es la historia o tradición de ese establecimiento. En una biblioteca de larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar estímulos para leer, tiene sus exigencias, y el bibliotecario puede limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera casi automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo su alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir, y en la eficacia de su propia misión para contribuir a este mejoramiento.

No será buen bibliotecario el individuo que recibe invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el cerebro, a fuerza de oírlas, los que con una misión cultural hemos visitado pueblos españoles: «Mire usted: en este pueblo son muy cerriles: usted hábleles de ir al baile, al fútbol o al cine, pero… ¡A la biblioteca…!».

No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura! Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que sólo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados: sienten también que la cultura que a ellos les está negada es un privilegio más que confiere a ciertas gentes sin ninguna superioridad intrínseca sobre ellos, a veces con un valor moral nulo, una superioridad efectiva en estimación de la sociedad, en posición económica, etcétera. Y se revuelven contra esto que vagamente comprenden pidiendo, cultura, cultura… Pero, claro, si se les pregunta qué es concretamente lo que quieren decir con eso, no saben explicarlo. Y no saben tampoco que el camino de la cultura es áspero, sobre todo cuando para emprenderlo hay que romper con una tradición de abandono conservada por generaciones y generaciones.

Tú, bibliotecario, sí debes saberlo, y debes comprenderles y disculparles y ayudarles. No es extraño que una biblioteca recibida con gran entusiasmo quede al poco tiempo abandonada si se la confía a su propia suerte: no es extraño que el libro cogido con propósito de leerlo se caiga al poco rato de las manos y el lector lo abandone para ir a distraerse con la película a cuya trama su inteligencia se abandona sin esfuerzo. Todo esto ocurre; pero no ocurre sólo en tu pueblo, ni lo hacen sólo tus convecinos; ocurre en todas partes, y ahí radica precisamente tu misión: en conocer los recursos de tu biblioteca y las cualidades de tus lectores de modo que aciertes a poner en sus manos el libro cuya lectura les absorba hasta el punto de hacerles olvidarse de acudir a otra distracción.

La segunda cosa que necesita creer el bibliotecario es en la eficacia de su propia misión. Para valorarla, pensad tan sólo en lo que sería nuestra España si en todas las ciudades, en todos los pueblos, en las aldeas más humildes, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas vitales a leer, a asomarse al mundo material y al mundo inmenso del espíritu por esas ventanas maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las consecuencias que se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que no es posible ni empezar a enunciarlas…!

Pues bien: esta es la tarea que se ha impuesto y que está llevando a cabo el Ministerio de Instrucción Pública por medio de su Sección de Bibliotecas y en la que vosotros tenéis una parte esencialísima que realizar.

Pròleg de “Instrucciones para el Servicio de pequeñas bibliotecas”, publicades a València el 1937, i que va redactar Maria Moliner


"El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad"

María Moliner

1 comentari:

  1. Anònim13:33

    Vaig veure aquesta obra a Madrid i em va agradar moltissim

    mc

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