Una escena de l'obra |
Amb text de Manuel Calzada Pérez, direcció de José Carlos Plaza, i interpretació de Vicky Peña, Helio Pedregal i Lander Iglesias, l'obra ens introdueix en la història de Maria
Moliner, una dona pionera en la cultura espanyola, a través de moments clau de
la seva vida. El muntatge és el memorable retrat d'una dona que va consagrar la seva
vida a reivindicar la cultura com a clau de la igualtat.
Al Teatre Romea fins el 10 de
febrer.
"Vivimos en un momento social en el que el
lenguaje, tacaño, tosco y perezoso, (tomo con admiración un titular de Javier
Marías) se ha convertido en un elemento que genera lo contrario para lo que fue
creado: el desconocimiento del que habla. El lenguaje ha dejado de ser vínculo
de comunicación entre los seres. Las palabras se generalizan y cualquiera de
ellas vale para expresar un todo impreciso. Y justo ahora aparece a contracorriente
Manuel Calzada y su "Diccionario": una sorprendente proclama de amor
a las palabras, a los matices de la expresión, a la claridad, a la
manifestación de la riqueza y complejidad de nuestros sentimientos.
De los muchos hilos que forman la trama de la
obra, uno destaca por encima de todo: la capacidad del ser humano para superar
las circunstancias que le han sido impuestas en el transcurso de su vida.
Una mujer, abandonada por el padre en su adolescencia,
con enormes dificultades eco-nómicas y sociales para acceder incluso a la
educación, obligada a recorrer diversos puntos de la geografía española para
desarrollar su trabajo compaginado con las faenas propias del ama de casa española,
represaliada por el franquismo, obligada a callar y a renunciar externamente a
sus creencias para sobrevivir. Sobrevivir... ¡un verbo tan irremediablemente
pegado a nuestro pueblo!
Pues esa mujer es capaz de crear un
diccionario, el diccionario más útil, más coherente, más profundo de la lengua
castellana. Ella y sus fichas, ella y su amor al lenguaje, ella y su superación
constante y su honda rebeldía frente a una sociedad que minimiza al ser, le
aplasta y le obliga a comportarse sin personalidad, sin creatividad. La obra
nos habla de las enormes posibilidades que encierra el ser humano... María
Moliner abre la puerta a nuestras facultades más escondidas, es un canto de
esperanza, un aliento fresco contra la aceptación, contra la inmovilidad,
contra la apatía o el abatimiento.
Extracte de la presentación del director,
José Carlos Plaza
María Moliner |
"María Moliner hizo una proeza con muy pocos
precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más
completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se
llama Diccionario de uso del español. (…) lo escribió en las horas que le
dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero
oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco
cuántos hermanos tenía, contestó: «Dos varones, una hembra y el diccionario».
Hay que saber cómo fue escrita la obra para entender cuánta verdad implica esa
respuesta. (…)
En el diccionario de la Real Academia de la
Lengua las palabras son admitidas cuando ya están gastadas por el uso y sus definiciones rígidas
parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que
María Moliner se sentó a escribir su diccionario en 1951. Calculó que lo
terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad.
«Siempre le faltaban dos años para terminar», me dijo su hijo menor. Al
principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se
casaban y se iban de la casa le quedaba más tiempo disponible, hasta que llegó
a trabajar diez horas al día, además de las cinco de la biblioteca. En 1967
-presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía
cinco años- dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en
el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver
incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula
había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado cómo trabajaba.
Dice que un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en
cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más
preparativos. Sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina
de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario. Primero
trabajó en la mesita de centro de la sala. Después, cuando se sintió naufragar
entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos
sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a
escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias
a sus hijos. En una ocasión les contó que el diccionario iba ya por la última
letra, pero tres meses después les contó, con las ilusiones perdidas, que había
vuelto a la primera. Era natural, porque María Moliner tenía un método
infinito: pretendía agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. «Sobre todo
las que encuentro en los periódicos», dijo en una entrevista. «Porque allí
viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que
inventarse al momento por necesidad».
En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura
se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se
atrevieron a romper su venerable tradición machista. Sólo se atrevieron hace
dos años, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue María Moliner. Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el
discurso de admisión. « ¿Qué podía decir yo », dijo entonces, «si en toda mi
vida no he hecho más que coser calcetines?»
Extractes de l'article “La mujer
que escribió un diccionario”, de Gabriel García Márquez, publicat a “El País” el 10 de febrer de 1981
"A los bibliotecarios rurales
Estas Instrucciones van especialmente
dirigidas a ayudar en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca
experiencia y que tienen a su cargo bibliotecas pequeñas y recientes. Porque,
si el éxito de una biblioteca depende en grandísima parte del bibliotecario,
esto es tanto más verdad cuanto más corta es la historia o tradición de ese
establecimiento. En una biblioteca de larga historia, el público ya experimentado,
lejos de necesitar estímulos para leer, tiene sus exigencias, y el
bibliotecario puede limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una
manera casi automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a
vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo su alma en ella. No
será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe. El
bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos
cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a
servir, y en la eficacia de su propia misión para contribuir a este
mejoramiento.
No será buen bibliotecario el individuo que
recibe invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el
cerebro, a fuerza de oírlas, los que con una misión cultural hemos visitado
pueblos españoles: «Mire usted: en este pueblo son muy cerriles: usted hábleles
de ir al baile, al fútbol o al cine, pero… ¡A la biblioteca…!».
No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro
pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros
pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se
abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo
invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura! Ellos
presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación
efectiva, que sólo ella ha de dotarles de impulso suficiente para
incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser
revolcados: sienten también que la cultura que a ellos les está negada es un
privilegio más que confiere a ciertas gentes sin ninguna superioridad
intrínseca sobre ellos, a veces con un valor moral nulo, una superioridad
efectiva en estimación de la sociedad, en posición económica, etcétera. Y se
revuelven contra esto que vagamente comprenden pidiendo, cultura, cultura…
Pero, claro, si se les pregunta qué es concretamente lo que quieren decir con
eso, no saben explicarlo. Y no saben tampoco que el camino de la cultura es
áspero, sobre todo cuando para emprenderlo hay que romper con una tradición de
abandono conservada por generaciones y generaciones.
Tú, bibliotecario, sí debes saberlo, y debes
comprenderles y disculparles y ayudarles. No es extraño que una biblioteca
recibida con gran entusiasmo quede al poco tiempo abandonada si se la confía a
su propia suerte: no es extraño que el libro cogido con propósito de leerlo se
caiga al poco rato de las manos y el lector lo abandone para ir a distraerse con
la película a cuya trama su inteligencia se abandona sin esfuerzo. Todo esto
ocurre; pero no ocurre sólo en tu pueblo, ni lo hacen sólo tus convecinos;
ocurre en todas partes, y ahí radica precisamente tu misión: en conocer los
recursos de tu biblioteca y las cualidades de tus lectores de modo que aciertes
a poner en sus manos el libro cuya lectura les absorba hasta el punto de
hacerles olvidarse de acudir a otra distracción.
La segunda cosa que necesita creer el
bibliotecario es en la eficacia de su propia misión. Para valorarla, pensad tan sólo en lo que sería nuestra
España si en todas las ciudades, en todos los pueblos, en las aldeas más
humildes, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas
vitales a leer, a asomarse al mundo material y al mundo inmenso del espíritu
por esas ventanas maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las
consecuencias que se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que
no es posible ni empezar a enunciarlas…!
Pues bien: esta es la tarea que se ha
impuesto y que está llevando a cabo el Ministerio de Instrucción Pública por
medio de su Sección de Bibliotecas y en la que vosotros tenéis una parte
esencialísima que realizar.
Pròleg de “Instrucciones para el Servicio de pequeñas
bibliotecas”, publicades a València el 1937, i que va redactar Maria
Moliner
"El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad"
María Moliner
Vaig veure aquesta obra a Madrid i em va agradar moltissim
ResponEliminamc