"De pronto
sucedió algo mágico. Sonaron las doce de la noche y llegaron otros dos
centinelas para efectuar el relevo. No podía presentarse una circunstancia más
adecuada para una mente supersticiosa o, simplemente, propensa a la fantasía. Era, además,
el momento para que una mujer de experiencia aplicase sus lecciones
convirtiéndose en dueña de la situación y manejándola a su antojo.
Pero incluso
las mujeres más experimentadas no ignoran que suelen dar excelentes resultados
los trucos de las ingenuas. Y ninguna estaba tan acreditada en la técnica de la
conquista: el paseo lento, entre las sombras, afectando un poco de negligencia
y un mucho de ignorancia. Lo justo para dar a entender que no se conocen los
peligros del mundo.
Sin duda el
joven se sintió protector, porque al
verla perderse entre las sombras corrió tras ella y, poniéndose a sus órdenes,
pregunto casi sin aliento.
— ¿Adónde os
dirigís, princesa?
—No tengo
rumbo fijo —contesto ella, restándole importancia—. Me limitaba a dar un paseo.
De repente se
detuvo. Aquellos ojos continuaban atravesándola con la misma intensidad. Y esta
era tanta que hubiera resultado absurdo no claudicar.
— ¿ Por qué
me miras así? —preguntó, con curiosidad auténtica.
—Nunca había
visto a una mujer tan bella.
Ella fingió
un rubor que, en el fondo, le hubiera encantado sentir.
— ¡Calla, por
Dios, calla! —exclamó, con una risa necesariamente falsa—. ¡Una mujer tan mayor...!
El la miro
con expresión atónita, como si considerase aquella respuesta una locura:
—Nunca vi a
nadie como vos. No exageran los que ponderan vuestra belleza. Más bien se
quedan cortos...
— ¡ Esos
piropos a mi edad!
Y, de pronto,
creyó verse en los ojos del mancebo como si fuese un espejo maleable a su
propio antojo. Se vio como el mundo podría verla, si ella se empeñaba. Y, sin embargo, estaba muy nerviosa. Sentía que
los pulsos le latían a una velocidad inusitada. Estaba a punto de estallar y,
de hecho, estalló en una tos que le fue imposible detener. Tosía
convulsivamente, sin poder pronunciar una sola palabra, pero quiso mantener su
dignidad y rechazó con un brusco ademán el pañuelo que le ofrecía el centinela.
Sólo quería
verse reflejada de nuevo en aquellos ojos que la devolvían como quería ser:
joven, apasionada y, sobre todo, amante.
—He creído
entender que tu guardia ha terminado —dijo, una vez calmada la tos. Y ante un
gesto afirmativo del joven, añadió: — Entonces vendrás a hacer guardia a la
puerta de mi alcoba. No te sorprenda mi petición, porque en los tiempos que
corren no es de extrañar que una princesa tenga miedo. Una pobre mujer se
siente muy sola cuando los hombres se van a la guerra.
El joven se llevó
las manos a la cabeza para descubrirse. El nerviosismo le había impedido
hacerlo hasta aquel momento. Y Paulina encontró en aquel olvido un detalle de
encantadora zafiedad juvenil, así como una cabellera poblada por espléndidos
rizos tan negros como los ojos.
—Ven a verme
esta noche —insistió—. No desaproveches la ocasión porque nadie sabe qué nos
depara el mañana.
—No me
preocupa el mañana, sino lo que pueda
ocurrir ahora mismo. ¿Qué dirán mis superiores si me ausento del cuartel?
Ella se
cubrió con el chal, dejando solo al descubierto aquellos ojos que habían
aprendido a expresarse con mayor locuacidad que todas las palabras.
—Yo me ocuparé
de estos detalles. Hablaré con tus superiores: no olvides que algunos vienen a
menudo a mi casa. Hablaré en tu favor. Me desharé en elogios. Y les diré que te
coloquen en un lugar de honor, porque eres el elegido.
—i El
elegido, señora?
—El elegido, pequeño.
Porque solo tú eres hermoso. Porque solo tu estás vivo. Porque llevas el filtro
de la eterna juventud en tu mirada. Y porque solo tú puedes hacer que Venus
vuelva a triunfar esta noche, sin pensar en las derrotas de mañana."
Terenci Moix
Venus Bonaparte
Pág: 802-804
Más allá yo me encamino,
de toda aflicción;
de la volupta algún día
será un aguijón.
Aún algún tiempo me falta
para libre ser
y ebrio de goce en los brazos
del Amor caer.
En mí, de vida infinita
siento la virtud.
Oh, luz, te veo en la hondura
desde mi altitud.
Cuando llegue a aquella cumbre
adiós, tu esplendor;
las sombras traerán guirnaldas
del inmortal frescor.
Oh, sorbe, mi dulce Amado,
mi alma sin tardar,
que en tí pueda adormecerme
y te pueda amar.
La ola fresca de la muerte
ya empiezo a sentir;
mi sangre en bálsamo y éter
vase a convertir.
De día, yo vivo lleno
de fe y de valor,
más, ay, por la noche, muero
de sagrado ardor
Himno 4
(fragmento)
Himnos a la
noche
Novalis
(1772-1801)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada