5 d’abr. 2013

las derrotas del mañana



"De pronto sucedió algo mágico. Sonaron las doce de la noche y llegaron otros dos centinelas para efectuar el relevo. No podía presentarse una circunstancia más adecuada para una mente supersticiosa o,  simplemente, propensa a la fantasía. Era, además, el momento para que una mujer de experiencia aplicase sus lecciones convirtiéndose en dueña de la situación y manejándola a su antojo.
Pero incluso las mujeres más experimentadas no ignoran que suelen dar excelentes resultados los trucos de las ingenuas. Y ninguna estaba tan acreditada en la técnica de la conquista: el paseo lento, entre las sombras, afectando un poco de negligencia y un mucho de ignorancia. Lo justo para dar a entender que no se conocen los peligros del mundo.
Sin duda el joven se sintió protector,  porque al verla perderse entre las sombras corrió tras ella y, poniéndose a sus órdenes, pregunto casi sin aliento.
— ¿Adónde os dirigís, princesa?
—No tengo rumbo fijo —contesto ella, restándole importancia—. Me limitaba a dar un paseo.
De repente se detuvo. Aquellos ojos continuaban atravesándola con la misma intensidad. Y esta era tanta que hubiera resultado absurdo no claudicar.
— ¿ Por qué me miras así? —preguntó, con curiosidad auténtica.
—Nunca había visto a una mujer tan bella.

Ella fingió un rubor que, en el fondo, le hubiera encantado sentir.
— ¡Calla, por Dios, calla! —exclamó, con una risa necesariamente falsa—. ¡Una mujer tan mayor...!
El la miro con expresión atónita, como si considerase aquella respuesta una locura:
—Nunca vi a nadie como vos. No exageran los que ponderan vuestra belleza. Más bien se quedan cortos...
— ¡ Esos piropos a mi edad!
Y, de pronto, creyó verse en los ojos del mancebo como si fuese un espejo maleable a su propio antojo. Se vio como el mundo podría verla, si ella se empeñaba. Y,  sin embargo, estaba muy nerviosa. Sentía que los pulsos le latían a una velocidad inusitada. Estaba a punto de estallar y, de hecho, estalló en una tos que le fue imposible detener. Tosía convulsivamente, sin poder pronunciar una sola palabra, pero quiso mantener su dignidad y rechazó con un brusco ademán el pañuelo que le ofrecía el centinela.
Sólo quería verse reflejada de nuevo en aquellos ojos que la devolvían como quería ser: joven, apasionada y, sobre todo, amante.
—He creído entender que tu guardia ha terminado —dijo, una vez calmada la tos. Y ante un gesto afirmativo del joven, añadió: — Entonces vendrás a hacer guardia a la puerta de mi alcoba. No te sorprenda mi petición, porque en los tiempos que corren no es de extrañar que una princesa tenga miedo. Una pobre mujer se siente muy sola cuando los hombres se van a la guerra.
El joven se llevó las manos a la cabeza para descubrirse. El nerviosismo le había impedido hacerlo hasta aquel momento. Y Paulina encontró en aquel olvido un detalle de encantadora zafiedad juvenil, así como una cabellera poblada por espléndidos rizos tan negros como los ojos.
—Ven a verme esta noche —insistió—. No desaproveches la ocasión porque nadie sabe qué nos depara el mañana.
—No me preocupa el mañana,  sino lo que pueda ocurrir ahora mismo. ¿Qué dirán mis superiores si me ausento del cuartel?
Ella se cubrió con el chal, dejando solo al descubierto aquellos ojos que habían aprendido a expresarse con mayor locuacidad que todas las palabras.
—Yo me ocuparé de estos detalles. Hablaré con tus superiores: no olvides que algunos vienen a menudo a mi casa. Hablaré en tu favor. Me desharé en elogios. Y les diré que te coloquen en un lugar de honor, porque eres el elegido.
—i El elegido, señora?
—El elegido, pequeño. Porque solo tú eres hermoso. Porque solo tu estás vivo. Porque llevas el filtro de la eterna juventud en tu mirada. Y porque solo tú puedes hacer que Venus vuelva a triunfar esta noche, sin pensar en las derrotas de mañana."

Terenci Moix
Venus Bonaparte
Pág: 802-804

Más allá yo me encamino,
de toda aflicción;
de la volupta algún día
será un aguijón.

Aún algún tiempo me falta

para libre ser
y ebrio de goce en los brazos
del Amor caer.

En mí, de vida infinita
siento la virtud.
Oh, luz, te veo en la hondura
desde mi altitud.

Cuando llegue a aquella cumbre
adiós, tu esplendor;
las sombras traerán guirnaldas
del inmortal frescor.

Oh, sorbe, mi dulce Amado,
mi alma sin tardar,
que en tí pueda adormecerme
y te pueda amar.

La ola fresca de la muerte
ya empiezo a sentir;
mi sangre en bálsamo y éter
vase a convertir.

De día, yo vivo lleno
de fe y de valor,
más, ay, por la noche, muero
de sagrado ardor

Himno 4 (fragmento)
Himnos a la noche
Novalis (1772-1801)



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