Émile Zola |
En el prólogo
que Émile Zola escribió para la segunda edición de su novela “Thérèse Raquin” (1868),
estableció las bases teóricas de lo que había de ser la novela experimental o naturalista:
«el estudio del temperamento y las modificaciones profundas del organismo bajo
la presión del medio y las circunstancias». El naturalismo surgió de la confluencia
de una corriente literaria —el realismo narrativo de Balzac, Stendhal, Flaubert y los Goncourt— con otra
científica e ideológica —el positivismo de Comte, Berthelot, Taine y Claude
Bernard— y aspiraba a crear una novela científica. , el utilitarismo de Bentham
y Stuart Mill, el evolucionismo físico de Darwin o social de Herbert Spencer y
el materialismo histórico de Marx y Engels
Tras “La taberna”
(1877), que represento el triunfo del naturalismo,
aparecieron una serie de volúmenes en los que Zola recogía sus trabajos críticos:
“La novela experimental” (1880) y “Los novelistas naturalistas”
(1881). Diez años después, Zola y sus
seguidores habían abandonado, en mayor o menor grado, los principios programáticos
de la escuela.
Las referencias de la prensa española a Zola y
la novela experimental muestran, hasta fines de 1878, un general desconocimiento
del movimiento francés; fue en el período 1880-1882 cuando la cultura española
entro en fructífero contacto con el naturalismo. En 1880 aparecieron, publicadas
las traducciones de “Una página de amor”, “La taberna” y “Nana”. Al
año siguiente se publicó “La desheredada” de Benito Pérez Galdós, primera novela española con clara
influencia naturalista, y la crítica de esta novela, escrita por Clarín, podría
considerarse el manifiesto del movimiento en España. En 1882 se iniciaran las
discusiones públicas en el ateneo madrileño sobre la nueva corriente literaria;
ese mismo año apareció, en la revista madrileña "La Diana", el texto teórico
más importante escrito en España, la serie de artículos "Del naturalismo", de
Clarín; mientras, en el periódico "La época", se publicaba "La cuestión
palpitante" de Emilia Pardo Bazán, -al
año siguiente se editaba como libro con un prólogo de Clarín-. Los artículos de
la Pardo Bazán provocaron un gran escándalo, pese a rechazar el determinismo y
las bases positivistas de Zola, por ello no puede hablarse de un naturalismo español
en sentido estricto por el enorme peso ideológico de la iglesia católica, pero el esplendor de la novela en el decenio
de los ochenta, solo puede explicarse teniendo en cuenta el ejemplo del
naturalismo francés.
Benito Pérez Galdos |
“El naturalismo no es la
imitación de lo que repugna a los sentidos, Sr. Campoamor, queridísimo poeta;
porque el naturalismo no copia ni puede copiar la sensación, que es donde está
la repugnancia. Si el naturalismo literario regalase al Sr. Campoamor los olores,
colores, formas, ruidos, sabores y contactos que le disgustan, podría quejarse,
aunque fuera a costa de los gustos ajenos (pues bien pudieran ser agradables
para otros los olores, sabores formas, colores y contactos que disgustasen al
poeta insigne). Pero es el caso que la literatura no puede consistir en tales
sensaciones ni en su imitación siquiera. Las sensaciones no se pueden imitar
sino por medio de sensaciones del mismo orden. Por eso la literatura ha podido
describir la peste de Milán y los apuros de Sancho en la escena de los batanes,
sin temor al contagio ni a los malos olores. El argumento del asco empleado
contra el naturalismo no es de buena fe siquiera.
El
naturalismo no es tampoco la constante repetición de descripciones que tienen por
objeto representar ante la fantasía imágenes de cosas feas, viles y miserables.
Puede todo lo que hay en el mundo entrar en el trabajo literario, pero no entra
nada por el mérito de la fealdad, sino por el valor real de su existencia. Si
alguna vez un autor naturalista ha exagerado, falto de tino, la libertad de
escoger materia, perdiéndose en la descripción de lo insignificante, esta culpa
no es de la nueva tendencia literaria.
El
naturalismo no es solidario del positivismo, ni se limita en sus procedimientos
a la observación y experimentación en el sentido abstracto, estrecho y
lógicamente falso, por exclusivo, en que entiende tales formas del método el
ilustre Claudio Bernard. Es verdad que Zola en el peor de sus trabajos críticos
ha dicho algo de eso; pero él mismo escribió más tarde cosa parecida a una
rectificación; y de todas maneras, el naturalismo no es responsable de esta
exageración sistemática de Zola.
El
naturalismo no es el pesimismo, diga lo que quiera el notable filósofo y
crítico González Serrano, y por más que en esta opinión le acompañe acaso la
poderosa inteligencia de Doña Emilia Pardo Bazán, autora de este libro. Verdad
es que Zola habla algunas veces -por ejemplo, al criticar Las Tentaciones de
San Antonio- de lo que llamaba Leopardi «l'infinita vanità del tutto»; pero
esto no lo hace en una novela; es una opinión del crítico. Y aunque se pudiera
demostrar, que lo dudo, que de las novelas de Zola y de Flaubert se puede sacar
en consecuencia que estos autores son pesimistas, no se prueba así que el
naturalismo, escuela, o mejor, tendencia pura y exclusivamente literaria, tenga
que ver ni más ni menos con determinadas ideas filosóficas acerca de las causas
y finalidad del mundo. Ninguna teoría literaria seria se mete en tales libros
de metafísica; y menos que ninguna el naturalismo, que, en su perfecta
imitación de la realidad, se abstiene de dar lecciones, de pintar los hechos
como los pintan los inventores de filosofías de la historia, para hacerles
decir lo que quiere que digan el que los pinta: el naturalismo encierra
enseñanzas, como la vida, pero no pone cátedra: quien de un buen libro
naturalista deduzca el pesimismo, lleva el pesimismo en sí; la misma conclusión
sacará de la experiencia de la vida. Si es el libro mismo el que forzosamente nos
impone esa conclusión, entonces el libro podrá ser bueno o malo, pero no es, en
este respecto, naturalista. Pintar las miserias de la vida no es ser
pesimistas. Que hay mucha tristeza en el mundo, es tal vez el resultado de la
observación exacta. El naturalismo no es una doctrina exclusivista, cerrada,
como dicen muchos: no niega las demás tendencias. Es más bien un oportunismo
literario; cree modestamente que la literatura más adecuada a la vida moderna
es la que él defiende. El naturalismo no condena en absoluto las obras buenas
que pueden llamarse idealistas; condena, sí, el idealismo, como doctrina
literaria, porque éste le niega a él el derecho a la existencia.
El
naturalismo no es un conjunto de recetas para escribir novelas, como han creído
muchos incautos. Aunque niega las abstracciones quiméricas de cierta psicología
estética que nos habla de los mitos de la inspiración, el estro, el genio, los
arrebatos, el desorden artístico y otras invenciones a veces inmorales; aunque
concede mucho a los esfuerzos del trabajo, del buen sentido, de la reflexión y
del estudio, está muy lejos de otorgar a los necios el derecho de convertirse
en artistas, sin más que penetrar en su iglesia. Entren en buena hora en el
naturalismo cuantos lo deseen..., pero en este rito no canta misa el que
quiere: los fieles oyen y callan. Esto lo olvidan, o no lo saben, muchos caballeros
que, por haberse enterado de prisa y mal de lo que quiere la nueva tendencia literaria,
cogen y se ponen a escribir novelas, llenos de buena intención, dispuestos a seguir
en todo el dogma y la disciplina del naturalismo... Autor de estos hay que tiene en proyecto
contar las estrellas y todas las arenitas del mar, para escribir la obra más
perfecta del naturalismo. Ya se han escrito por acá novelas naturalistas con
planos; y no falta quien tenga entre ceja y ceja una novela política,
naturalista también, en la que, con motivo de hacer diputado al protagonista, piensa
publicar la ley electoral y el censo. Lástima que tales extravíos no sean
siquiera excesos del ingenio, sino producto de medianías aduladas, que, merced
a la facilidad del trato social, piensan que por codearse en todas partes con
el talento, y hasta discutir con él, pueden atreverse a las mismas empresas...“
Leopoldo Alas, "Clarín"
Fragmento del prólogo a la segunda edición del libro de Emilia Pardo Bazán: "La cuestion palpitante"
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