28 de maig 2013

pucherazo

Caricatura satírica del semanario “La Flaca” que ironiza sobre la farsa electoral. 
Con Sagasta al frente, aparece una comitiva de caciques, sicarios, fuerzas del orden público, campesinos y obreros prisioneros y la manipulación de las papeletas haciendo votar a los muertos.


“¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! i Qué lid reñidísima,  qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides! Trampeta parecía haberse convertido en media docena de hombres para trampetear a la vez en media docena de sitios. Trueques de papeletas, retrasos y adelantos de hora, falsificaciones, amenazas, palos, no fueron arbitrios peculiares de esta elección, por haberse ensayado en otras muchas; pero uniéronse a las estratagemas usuales algunos rasgos de ingenio sutil,  enteramente inéditos. En un colegio,  las capas de los electores del marqués se rociaron de aguarrás y se les prendió fuego disimuladamente por medio de un fósforo, con que los infelices salieron dando alaridos, y no aparecieron más.  En otro se colocó la mesa electoral en un descanso de escalera; los votantes no podían subir sino de uno en uno,  y doce paniaguados de Trampeta, haciendo fila, tuvieron interceptado el sitio durante toda la mañana, moliendo muy a su sabor a puñadas y coces a quien intentaba el asalto.  Picardía discreta y mafiosa fue la practicada en Cebre mismo.
Acudían allí los curas acompañando y animando al rebaño de electores, a fin de que no se dejasen dominar por el pánico en el momento de depositar el voto. Para evitar que «se la jugasen», don Eugenio, valiéndose del derecho de intervención,  sentó en la mesa a un labriego de los más adictos suyos, con orden terminante de no separar la vista un minuto de la urna. «íTú entendiste, Roque? No me apartas los ojos de ella, así se hunda el mundo.» Instalóse el payo, apoyando los codos en la mesa y las manos en los carrillos, contemplando de hito en hito la misteriosa olla, tan fijamente como si intentase alguna experiencia de hipnotismo. Apenas alentaba, ni se movía más que si fuese hecho de piedra. Trampeta en persona, que daba sus vueltas por allí, llego a impacientarse viendo al inmóvil testigo, pues ya otra olla rellena de papeletas, cubiertas a gusto del Alcalde y del secretario de la mesa, se escondía debajo de ésta, aguardando ocasión propicia de sustituir a la verdadera urna. Destacó pues un seide encargado de seducir al vigilante, convidándole a comer, a echar un trago, recurriendo a todo género de insinuaciones halagüeñas. Tiempo perdido: el centinela ni si-quiera miraba de reojo para ver a su interlocutor: su cabeza redonda, peluda, sus salientes mandíbulas, sus ojos que no pestañeaban, parecían imagen de la misma obstinación. Y era preciso sacarle de allí, porque se acercaba la hora sacramental,  las cuatro, y había que ejecutar el escamoteo de la olla.  Trampeta se agito, hizo a sus adláteres preguntas referentes a la biografía del vigilante, y averiguó que tenía un pleito de tercería en la Audiencia, por el cual le habían embargado los bueyes y los frutos.  Acercóse a la mesa disimuladamente,  púsole una mano en el hombro, y gritó: « ¡Fulano... ganaste el pleito!» Salto el labriego, electrizado. «¡ Qué me dices, hombre!» «Se falló en la Audiencia ayer.» «Tu loqueas.» «Lo que oyes.» En este intervalo el secretario de la mesa verificaba el trueque de pucheros: ni visto ni oído. El Alcalde se levantó con solemnidad. « ¡Señores... se va a proceder al discutinio. Entra la gente en tropel: comienza la lectura de papeletas: míranse los curas atónitos, al ver que el nombre de su candidato no aparece « ¿Tú te moviste de ahí?»,  pregunta el abad de Naya al centinela. «No, señor», responde éste con tal acento de sinceridad, que no consentía sospecha. «Aquí alguien nos vende», articula el abad de Ulloa en voz bronca, mirando desconfiadamente a don Eugenio. Trampeta, con las manos en los bolsillos, ríe a socapa.

Tales amaños mermaron de un modo notable la votación del marqués de Ulloa, dejando circunscrita la lucha, en el último momento, a disputarse un corto número de votos, del cual dependía la victoria. Y llegado el instante crítico, cuando los ulloístas se juzgaban ya dueños del campo,  inclinaron la balanza del lado del gobierno defecciones completamente impensadas, por no decir abominables traiciones, de perso-nas con quienes se contaba en absoluto, habiendo respondido de ellas la misma casa de los Pazos, por boca de su mayordomo. Golpe tan repentino y alevoso no pudo prevenirse ni evitarse. Primitivo, desmintiendo su acostumbrada impasibilidad, dio rienda a una cólera furiosa, desatándose en amenazas absurdas contra los tránsfugas.”

Los Pazos de Ulloa
Emilia Pardo Bazán
pág: 355-357

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